“El que no tome su cruz
y me siga , no es digno de mì”
(Mateo
10: 38)
Lecturas:
1.
2 Reyes 4: 8-16
2.
Salmo 88
3.
Romanos 6: 3-11
4.
Mateo 10: 37-42
Vivir para un ideal es
altamente demandante, si se ama aquello que se convierte en el referente máximo
de la existencia, se apuesta todo, hasta la propia vida física; no se escatiman
esfuerzos para lograrlo, se trabaja apasionadamente, a tiempo y a destiempo,
para obtener resultados en los que esas metas se conviertan en felices
realizaciones, siempre con la claridad de que en el camino suceden muchos
desvelos, renuncias, sacrificios, para
llegar al final se viven tiempos de hondas abnegaciones.[1]
Conocemos la famosa
historia de “La carta a García”,[2]
narración de hechos sucedidos durante la guerra de independencia entre Cuba y
España, a finales del siglo XIX. En la vida se nos confían muchas “cartas a
García”, cuando nos proponemos o nos proponen ideales y proyectos en los que se
implica todo nuestro ser y quehacer. La vida fácil y comodona no forma seres
humanos responsables, deriva en personajes endebles, que se echan para atrás al
menor inconveniente.[3]
Artistas, científicos,
mujeres de extremada dedicación a sus asuntos, líderes sociales, religiosos,
escritores, gentes del común, configuran narraciones seductoras de gentes
dispuestas a lo máximo por el logro feliz de sus ideales. Historias de heroísmo
que se convierten en modelos de identidad para los seres humanos de todos los
tiempos de la historia. [4]
Estas consideraciones
iniciales nos ponen en contexto para captar las prioridades de Jesús, a las que ofreció la
totalidad de su vida. El nos manifiesta
a Dios como un padre misericordioso y compasivo, comprometido con la felicidad de los seres
humanos, deseoso de que nuestras vidas lleguen a su plenitud y realización, con
el énfasis - también muy conocido - en
la preferencia por los últimos del mundo y de la sociedad, por los pecadores y condenados morales, por
todos aquellos a quienes se excluye de los beneficios de la vida, materiales y
espirituales. Esta aseveración es normativa para quienes deseen tomar en serio
la propuesta del Evangelio.
Jesús muere crucificado
por su fidelidad al Padre Dios, a su reino, a sus convicciones, odiado y
perseguido por los poderes religiosos y políticos del pequeño país de
Palestina. Después de su muerte y, a partir de la experiencia pascual, los
discípulos y los integrantes de las comunidades cristianas nacientes, también
fueron conscientes de lo mismo, era ignominioso seguir el camino de Jesús, se
les veía como rebeldes peligrosos para el equilibrio de la sociedad y de la
religión.
Anunciar a un Mesías
crucificado[5]
era una contravención a todo el ordenamiento social y religioso de su tiempo. Lo que ellos hacían era una denuncia vehemente
de un sistema de valores, creencias e instituciones que habían hecho de la
violencia, la mentira y la opresión los “valores” indiscutibles de la sociedad.
Cómo iban a ver con buenos ojos las autoridades sacerdotales de Jerusalén, los gendarmes del
imperio, que un grupo minoritario de hombres y de mujeres, llenos de esperanza y de entusiasmo
apostólico, cuestionara ese orden de cosas y anunciara que otra sociedad es
posible, que el ser humano es merecedor de justicia, de respeto, de compasión,
todo esto en nombre de Dios?[6]
Las comunidades
cristianas desde el inicio tuvieron conciencia de la magnitud de la tarea a la
que se enfrentaban. La experiencia gozosa del Señor Resucitado les llevó
rápidamente a descubrir que debían superar los límites de las comunidades
judeo-palestinas, que esto los comprometía a lanzarse a una misión de características universales, siguiendo las
intenciones mismas de Jesús, trascendiendo las fronteras del mundo judío.
Lo suyo no era la configuración de una nueva
institución religiosa con sus estructuras, normativas y autoridades, sino la
generación de comunidades de discípulos alentados por el Espíritu de Dios y
dispuestos a rescatar la vigencia de la dignidad de los seres humanos, con la
inspiración de las Bienaventuranzas, el programa que Jesús propone para la
creación de esta nueva humanidad.
Por tanto, no debe
sorprendernos que Mateo plantee con tanta dureza, como lo hace en el texto del
evangelio de hoy, las exigencias del seguimiento de Jesús: “El que ama a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que
a mí, no es digno de mí”, [7] palabras que no contienen un desprecio de la realidad
familiar, pero sí nos invitan a determinar cuál es el motor que impulsa
nuestras vidas y a ordenar todas
nuestras intenciones y conductas en la perspectiva de ese seguimiento.
Mateo escribe un
evangelio para comunidades judías que se han convertido al cristianismo. En ese
contexto, la referencia al desapego familiar alude a la estima desmesurada que
los judíos tenían por sus parientes, asunto que se podía convertir en apego paralizante. Ante eso, el proyecto de Jesús
demanda más porque se trata de un amor
siempre mayor y universal referido a
todo tipo de prójimo, capaz de trascender el limitado ámbito de la familia, de
la raza, o de la nación.
Amar a Jesús no se
reduce a una dimensión intimista, individual, privada. Se ha filtrado en el
cristianismo un sentimiento religioso “bonito”, que no inquieta ni promueve
actitudes proféticas, reduciendo el mensaje suyo a un bálsamo tranquilizante
sin exigencias comprometedoras. Las cosas con Jesús no son así. Seguir su camino
es amar a Dios y al ser humano como él los amó, hasta la donación total de la
propia vida, darse por completo a su
proyecto que es la gran utopía del Padre Dios, un amor que llega incluso al
extremo del perdón a los enemigos y de la inclusión de los mismos en su universo de afectos y
solidaridades.[8]
Así se explican
las fuertes palabras de este evangelio. “El que no tome su cruz y me siga
detrás no es digno de mi. El que encuentre su vida, la perderá , y el que
pierda su vida por mí, la encontrará”. [9] Por
esto se impone aclarar que el camino cristiano no es el de renuncias voluntaristas que rompen
el dinamismo afectivo de la persona, ni el de prácticas penitenciales que
violenten a quien decida tomar esta opción de la Buena Noticia. Hay que hacer
un severo control de calidad a ciertos contenidos y prácticas que bajo el
título de cristianas se han desviado de la originalidad del Evangelio y se han
convertido en un conjunto de religiosidades rituales, legalistas, que a menudo
sofocan la libertad y la humanidad misma de quien los sigue.
Tomar la cruz y seguir
a Jesús es asumir con radical generosidad que en él descubrimos la alternativa
genuina de la libertad y del amor, perder la vida por él es dar lo mejor de sí
para implantar en la historia de la humanidad una lógica en la que todos los
somos iguales, en la que la mesa de la vida sea servida equitativamente , en la
que la dignidad de los hijos del mismo Padre sea constantemente reconocida, en
la que el servicio y la solidaridad sean sustanciales en los proyectos de vida
de quienes se comprometan con esta causa. Siguiendo aquello que tantas veces
hemos afirmado en estas reflexiones, no podemos eludir el carácter
contestatario y contracultural de la Buena Noticia de Jesús. Cuando el mundo y
la sociedad deciden que el poder y el dinero son los indicadores de felicidad,
el proyecto evangélico afirma y realiza la fraternidad y la mesa compartida, y
se desposee de toda pretensión de dominio sobre los demás para indicar que el
reino de Dios y su justicia pasa esencialmente por asumir al prójimo como la
responsabilidad determinante de la felicidad.[10]
Por otra parte, Pablo
afirma muy bien la radicalidad del amor cristiano mediante la comparación entre
la muerte y la inmersión bautismal, tal es el sentido de la segunda lectura de
este domingo: “Por medio del bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte,
a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la
portentosa actuación del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”.[11]
Ser cristianos es morir
a todo tipo de apego, familiar, económico, cultural, incluyendo el afecto
desordenado a sí mismo. La novedad evangélica se manifiesta en la
transformación radical de las relaciones humanas, en la resurrección a una vida
nueva llena de afectos volcados hacia la humanidad sufriente, hacia las causas
mayores de justicia y de libertad, hacia la significación sacramental de la
Iglesia que tiene su centro y sentido en la persona de Jesús y en la
realización de la “salida misionera” para anunciar a todos esa noticia cargada
de esperanza y de vitalidad teologal.
La presencia del
Resucitado es la convicción central en la que se arraigan estas orientaciones,
es la que hace posible dejar atrás eso que Pablo llama el hombre viejo para
acceder a la novedad pascual: “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que
también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre
los muertos, ya no vuelve a morir, y que la muerte carece ya de poder sobre él”
.[12]
La pandemia del corona
virus, la forzada cuarentena, y todos los fenómenos que acompañan esta
circunstancia que a todos nos cubre, es un tiempo de preguntas, de hondas
revisiones del propio proyecto de vida, de “reinvenciones” como se suele decir
ahora, abriéndonos a una vida más limpia, desposeída de “días sin IVA”, con
solidaridad planetaria, con profético sentido de la dignidad humana y de la
justicia - como el Señor Jesús - .
Podremos salir de esto
resignificados, capaces de tomar cada uno su cruz, sin angustiosos
voluntarismos, dispuestos a dar lo mejor de nuestro ser para que el reino de
Dios y su justicia se tornen verdad en la vida de cada día?[13]
Cerremos esta reflexión
de hoy con el Papa Francisco: “La pandemia ha marcado profundamente la
vida de las personas y la historia de las comunidades. Para honrar el
sufrimiento de los enfermos y de tantos muertos, sobre todo ancianos, cuya
experiencia de vida no debe ser olvidada, es necesario construir el mañana:
para ello hacen falta el compromiso, la fuerza y la dedicación de todos. Se
trata de partir de nuevo de los innumerables testimonios de amor generoso y
gratuito que han dejado una huella indeleble en las conciencias y en el tejido
de la sociedad, enseñando cuánto se necesitan la cercanía, el cuidado y el
sacrificio para alimentar la fraternidad y la convivencia civil. Y, mirando el
futuro, me acuerdo de las palabras de Fra Felice en el lazareto en Manzoni (Los
novios, capitulo XXXVI): Con qué realismo mira la tragedia, mira la muerte,
pero mira el futuro y sigue adelante”. [14]
[1]
Jorge Saurí. El hombre
comprometido. Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1965. Michel Quoist. Triunfo.
Herder. Barcelona, 1969.
[2]
Elbert Hubbard. Un mensaje a
García. Imprenta El Imparcial. Santiago de Chile, 1944. Es la historia de
un esforzado soldado norteamericano, llamado Rowan, a quien el presidente de
los Estados Unidos de esos años, le confía entregar un mensaje especialmente
valioso al general García, comandante de los ejércitos rebeldes cubanos contra
el poder de España. Rowan da lo mejor de sí mismo y atraviesa la isla de Cuba
para cumplir con su cometido, viviendo muchas vicisitudes, ninguna de las
cuales disminuyó su ánimo para entregar el mensaje , tal como se lo habían
pedido.
[3]
Enrique Rojas. El hombre light:
la importancia de una vida con valores. Editorial Temas de Hoy. Madrid,
1992.
[4] C.Chr. F. Krause. Ideal de la humanidad
para la vida. Imprenta de F. Martínez García. Madrid, 1871.
[5] Jürgen Moltmann. El Dios crucificado.
Sígueme. Salamanca, 1986.
[6] Benedicto XVI. Los apóstoles y los
primeros discípulos de Cristo. Espasa. Madrid, 2009.
[7] Mateo 10: 37
[8] José María Castillo. El seguimiento de
Jesús. Sígueme. Salamanca, 2002.
[9] Mateo 10: 38-39
[10] Jorge Pixley. Reino de Dios. La
Aurora. Buenos Aires, 1977.
[11] Romanos 6: 4
[12] Romanos 6: 8-10
[13] Willis Jäger. Partida hacia un país
nuevo. Desclée de Brower. Bilbao, 2010.
[14] Papa Francisco. Discurso a los médicos,
enfermeros y agentes sanitarios de Lombardía. Sala Clementina, Ciudad del
Vaticano, 20 de junio 2020.