“Porque quien quiera
salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí la encontrará”
(Mateo
16: 25)
Lecturas:
1.
Jeremías 20: 7-9
2.
Salmo 62
3.
Romanos 12: 1-2
4.
Mateo 16: 21-27
La Palabra de este
domingo se concentra en las consecuencias dolorosas que conlleva el ministerio
profético . La primera lectura, de Jeremías, y el evangelio, de Mateo, llaman
la atención sobre el conflicto que tienen que afrontar tanto el profeta como
Jesús. Pero, antes de seguir adelante es
saludable advertir que el proyecto de
vivir fielmente en este camino no es un ejercicio de permanente sufrimiento, de
exaltación del dolor por sí mismo, de penitencias y austeridades desmedidas,
como lo ha querido proponer cierto modelo de vida cristiana, mucho más
voluntarista-masoquista que humano y
evangélico. Es una propuesta de bienaventuranza-felicidad, realización plena de
la existencia en un modelo que no es el del poder ni el del éxito individual,
ni el de utilizar al prójimo como trampolín para obtener resultados y
beneficios para sí mismo.[1]
La felicidad que ofrece
Jesús es la de gastar la vida por amor, dando sentido a la existencia de
muchos, principalmente a los más desvalidos y afectados por las injusticias
creadas por seres humanos en contra de sus semejantes. Este modo de vida
requiere la denuncia severa, la confrontación crítica de personas y sistemas
que respaldan tales desórdenes , como era la práctica de los profetas de Israel
y la práctica del mismo Jesús. Su plena
identificación con la voluntad de Dios se implica directamente con la mayor
pasión por la verdad y por la justicia, a sabiendas de la animadversión que
esto suscita en los poderosos, los que no soportan el carácter insobornable de
los justos. Son muchos los hombres y
mujeres que han vivido de modo heroico su identificación con este máximo ideal
del cristianismo que se pretende serio y responsable. Ellos no buscaron, ni
buscan, aplausos y recompensas como los que suele dar el mundo del poder y del
éxito – condecoraciones, aplausos, publicidad, difusión de su prestigio en los
medios de comunicación – porque su premio definitivo es la identificación
liberadora con la cruz del Señor y con los crucificados de la humanidad. [2]
El ministerio profético
de Jeremías es especialmente dramático, su servicio se enmarca en la
experiencia del exilio vivida por el pueblo de Israel, desposeído de su
territorio, de su autonomía, de su templo. Este profeta somete a crítica
profunda la excesiva formalidad del culto religioso israelita, la precariedad
de sus vidas en materia de moralidad y de compromiso con el prójimo sufriente,
y su actitud reticente para convertirse al amor de Dios y del prójimo. Vivió tan dramática historia predicando y amenazando en
vano a los reyes incapaces que se sucedían en en el trono de David; fue acusado de
derrotismo, perseguido y encarcelado. A esto se une su temperamento
extremadamente sensible y frágil, que tuvo que hacer frente a multitud de
desgracias para él mismo y para su pueblo.[3]
Se vió desgarrado por una misión a la que no
podía sustraerse: “Me has seducido, Yahvé, y me dejé seducir; me has agarrado y me has
podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Cada vez que abro la
boca es para clamar: Atropello!, para gritar: Me roban! La palabra de Yahvé ha
sido para mí oprobio y befa cotidiana” . [4]
La mayoría de los
profetas bíblicos sufrieron experiencias similares, rechazados por sus propios
hermanos y por las autoridades correspondientes. Muchos padecieron el destierro y la muerte
ignominiosa, pero pudo más la fidelidad a Yahvé y a su pueblo, a la misión
encomendada, que su seguridad y bienestar. La Palabra de Dios penetra hasta lo
más hondo del profeta y lo abrasa hasta el punto de quitar su tranquilidad.
De aquí podemos
trasladarnos a los relatos de cristianos heroicos, que no cedieron a la
perversidad de injustos y poderosos, que no transaron sus convicciones, que se
mantuvieron firmes en sus denuncias de tal o cual estado de cosas inadmisibles
para los valores evangélicos , que defendieron la dignidad de sus prójimos,
hasta el extremo de ofrecer su vida martirialmente: “Nadie tiene mayor amor que aquel
que es capaz de dar la vida por las personas que ama” .[5]
Pasan por nuestra mente
y corazón:
-
los mártires del cristianismo primitivo
-
los
que dieron sus vidas en el horror de los campos de concentración soviéticos y
nazis en la II guerra mundial
-
los que murieron víctimas de las atrocidades
de las dictaduras militares latinoamericanas en el siglo XX
-
los líderes sociales de Colombia asesinados
por su defensa comprometida de la paz y de la dignidad humana; niños y jóvenes
recientemente masacrados en Samaniego, Andes, Balboa, El Tambo
-
Las gentes honestas que se enfrentan a
los ídolos del poder para hacer públicas sus componendas y desvaríos,
exponiéndose a su ira homicida
El texto de Mateo
aborda esta cuestión esencial de la existencia cristiana presentando el
discipulado como seguimiento de Jesús hasta la cruz. El pone de manifiesto a
sus discípulos que el camino de la resurrección está vinculado estrechamente esta
experiencia dolorosa . El núcleo principal es el primer anuncio de la pasión.
Los discípulos, simbolizados en la persona de Pedro, no son capaces de comprender
esta dura de realidad y se resisten a admitirla: “Pedro se lo llevó aparte y se
puso a reprenderlo diciendo: Ni se te ocurra,
Señor! De ningún modo te sucederá
eso!” .[6]
Para ellos su
expectativa se concentra en un mesianismo glorioso y triunfante, ideas propias del judaísmo de ese momento. Son
criterios mundanos, parecidos a los que se manifiestan con pesadumbre cuando
alguien decide emprender un modo de vida en el que la abnegación y el
sacrificio son el pan de cada día. Jesús rechaza enfáticamente esa mentalidad
con palabras muy severas: “Pero él, volviéndose , dijo a Pedro: Quítate
de mi vista, Satanás! Sólo me sirves de escándalo, porque tus pensamientos no
son los de Dios, sino los de los hombres” .[7]
No hay verdadero
discipulado si no se asume el mismo camino del maestro. El anuncio del
Evangelio trae consigo persecución y sufrimiento. Tomar la cruz significa
participar en la muerte y en la resurrección de Jesùs, la pérdida de la vida
por su causa habilita al discípulo para alcanzarla en plenitud junto a Dios: “Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí,
la encontrará. Pues, de qué le servirá
al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”[8]
En el camino de Jesús
el talante profético es imperativo. Muchos cristianos se han jugado la vida por
la defensa de los valores contenidos en el Evangelio, han enfrentado
contradicciones, han renunciado a la vida cómoda e instalada para anunciar que
hay una manera cualitativamente distinta de vida que no fundamenta su sentido
ni en el dinero ni en el poder absoluto ni en la dominación injusta de los
hermanos, sino en el sacrificio, en el ejercicio de la solidaridad, en la mesa
compartida, en la tantas veces mencionada
projimidad. [9]
Cuando la mentalidad de
muchos ambientes mundanos nos quiere seducir con su invitación a las riquezas,
a hacer carrera en la escala del poder, a ser “importantes”, a desentendernos
de los pobres porque nos contaminan, a no comprometernos en movimientos de
justicia social y de derechos humanos, Jesús sale al paso para proponernos esta
alternativa: “Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien
pierda su vida por mí, la encontrará”.[10]
El Papa Francisco tiene
en este asunto uno de sus puntos esenciales de referencia, llama la atención a
cardenales, obispos y sacerdotes, por ser autorreferenciales, por dedicarse a
lo que él llama el carrerismo eclesiástico, por adoptar un estilo de vida
principesco, por no bajar a las calles de la vida para hacerse prójimos de los
condenados de la tierra. De sus muchas intervenciones en estos siete años y
medio de ministerio citamos estas palabras, habla así a los importantes
miembros de la curia romana: “Esto es muy importante si se quiere superar
la desequilibrada y degenerada lógica de las intrigas o pequeños grupos que en
realidad representan un cáncer que lleva a la autorreferencialidad, que se
infiltra también en los organismos eclesiásticos en cuanto tales y, en
particular, en las personas que trabajan en ellos. Cuando sucede esto, entonces
se pierde la alegría del Evangelio, la alegría de comunicar a Cristo y de estar
en comunión con él; se pierde la generosidad de nuestra consagración”. [11]
Acaba de morir, a los
92 años de edad, un hombre que vivió a cabalidad este ideal de seguir el camino
de Jesús: Don Pedro Casaldáliga, obispo de San Félix de Araguaia, en el Matto
Grosso brasileño, un profeta, dio todo de sí para hacer de su ministerio una
defensa constante de indígenas y campesinos en esa región del Brasil. Ya
hablaremos sobre él con más detenimiento. [12]
Impresionante ver la austeridad de sus funerales en los diversos sitios por
donde pasó su cuerpo, este magro, descalzo, sin pompas de ninguna especie,
sepultado en cementerio de pobres, acompañado por su gente humilde, por la que
dió la vida, para quienes fue pastor desposeído de ornatos , amó sin medida, no
reservó nada para sí, se negó al vano honor del mundo, el evangelio fue lo
suyo, la humanidad sufriente su rebaño. Descanse en paz!
[1]
Felicísimo Martínez Díez. Creer
en Jesucristo: Vivir en cristiano, cristología y seguimiento. Verbo Divino.
Estella , 2010. Cristóbal Sevilla Jiménez. Crisis y esperanza en los
profetas de Israel. Publicado en Scripta Fulgentina, año XXIV número
47-48, páginas 7-22. Instituto Teológico San Fulgencio, Murcia (España), 2014.
José Luis Sicre. Con los pobres de la tierra: la justicia social en los
profetas de Israel. Cristiandad. Madrid, 2012.
[2]
José María Castillo. Víctimas
del pecado. Trotta. Madrid, 2015. Gustavo Gutiérrez Merino. La fuerza
histórica de los pobres. CEP. Lima, 1980. Leonardo Boff. Teología desde
el lugar del pobre. Sal Terrae. Santander, 1993.
[3]
Jacques Briend. El libro de
Jeremías. Estella. Verbo Divino, 1989. Susana Pottecher. Serás mi boca:
ventura y azote del profeta Jeremías. Verbo Divino. Estella, 2014.
[4] Jeremías 20: 7-8
[5] Juan 15: 13
[6] Mateo 16: 22
[7] Mateo 16: 23
[8] Mateo 16: 25-26
[9]
Javier Giraldo Moreno. Aquellas
muertes que hicieron resplandecer la vida. Editorial Desde los márgenes.
Bogotá, 2012. Angel Cordovilla Pérez. Teología del martirio: una
aproximación. Universidad Pontificia de Comillas. Madrid, 2017.
[10] Mateo 16: 25
[11]
Papa Francisco. Discurso de felicitaciones navideñas a todos los
integrantes de la curia romana. 21 de diciembre de 2017 .
[12] Pedro Casaldáliga. Pasión del
mundo, pasión de Cristo. Claret. Barcelona, 1999; Yo creo en la justicia
y la esperanza: el credo que ha dado sentido a mi vida. Desclée de Brower.
Bilbao, 1981.