domingo, 30 de agosto de 2020

COMUNITAS MATUTINA 30 DE AGOSTO 2020 DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO


“Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí la encontrará”
(Mateo 16: 25)
Lecturas:
1.   Jeremías 20: 7-9
2.   Salmo 62
3.   Romanos 12: 1-2
4.   Mateo 16: 21-27

La Palabra de este domingo se concentra en las consecuencias dolorosas que conlleva el ministerio profético . La primera lectura, de Jeremías, y el evangelio, de Mateo, llaman la atención sobre el conflicto que tienen que afrontar tanto el profeta como Jesús. Pero, antes de seguir adelante  es saludable advertir  que el proyecto de vivir fielmente en este camino no es un ejercicio de permanente sufrimiento, de exaltación del dolor por sí mismo, de penitencias y austeridades desmedidas, como lo ha querido proponer cierto modelo de vida cristiana, mucho más voluntarista-masoquista  que humano y evangélico. Es una propuesta de bienaventuranza-felicidad, realización plena de la existencia en un modelo que no es el del poder ni el del éxito individual, ni el de utilizar al prójimo como trampolín para obtener resultados y beneficios para sí mismo.[1]
La felicidad que ofrece Jesús es la de gastar la vida por amor, dando sentido a la existencia de muchos, principalmente a los más desvalidos y afectados por las injusticias creadas por seres humanos en contra de sus semejantes. Este modo de vida requiere la denuncia severa, la confrontación crítica de personas y sistemas que respaldan tales desórdenes , como era la práctica de los profetas de Israel y  la práctica del mismo Jesús. Su plena identificación con la voluntad de Dios se implica directamente con la mayor pasión por la verdad y por la justicia, a sabiendas de la animadversión que esto suscita en los poderosos, los que no soportan el carácter insobornable de los justos.  Son muchos los hombres y mujeres que han vivido de modo heroico su identificación con este máximo ideal del cristianismo que se pretende serio y responsable. Ellos no buscaron, ni buscan, aplausos y recompensas como los que suele dar el mundo del poder y del éxito – condecoraciones, aplausos, publicidad, difusión de su prestigio en los medios de comunicación – porque su premio definitivo es la identificación liberadora con la cruz del Señor y con los crucificados de la humanidad. [2]
El ministerio profético de Jeremías es especialmente dramático, su servicio se enmarca en la experiencia del exilio vivida por el pueblo de Israel, desposeído de su territorio, de su autonomía, de su templo. Este profeta somete a crítica profunda   la excesiva formalidad  del culto religioso israelita, la precariedad de sus vidas en materia de moralidad y de compromiso con el prójimo sufriente, y su actitud reticente para convertirse al amor de Dios y del prójimo.  Vivió tan  dramática historia predicando y amenazando en vano a los reyes incapaces que se sucedían en  en el trono de David; fue acusado de derrotismo, perseguido y encarcelado. A esto se une su temperamento extremadamente sensible y frágil, que tuvo que hacer frente a multitud de desgracias para él mismo y para su pueblo.[3]
 Se vió desgarrado por una misión a la que no podía sustraerse: “Me has seducido, Yahvé, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Cada vez que abro la boca es para clamar: Atropello!, para gritar: Me roban! La palabra de Yahvé ha sido para mí oprobio y befa cotidiana” . [4]
La mayoría de los profetas bíblicos sufrieron experiencias similares, rechazados por sus propios hermanos y por las autoridades correspondientes. Muchos  padecieron el destierro y la muerte ignominiosa, pero pudo más la fidelidad a Yahvé y a su pueblo, a la misión encomendada, que su seguridad y bienestar. La Palabra de Dios penetra hasta lo más hondo del profeta y lo abrasa hasta el punto de quitar su tranquilidad.
De aquí podemos trasladarnos a los relatos de cristianos heroicos, que no cedieron a la perversidad de injustos y poderosos, que no transaron sus convicciones, que se mantuvieron firmes en sus denuncias de tal o cual estado de cosas inadmisibles para los valores evangélicos , que defendieron la dignidad de sus prójimos, hasta el extremo de ofrecer su vida martirialmente: “Nadie tiene mayor amor que aquel que es capaz de dar la vida por las personas que ama” .[5]
Pasan por nuestra mente y corazón:
-       los mártires del cristianismo primitivo
-       los que dieron sus vidas en el horror de los campos de concentración soviéticos y nazis en la II guerra mundial
-       los que murieron víctimas de las atrocidades de las dictaduras militares latinoamericanas en el siglo XX
-       los líderes sociales de Colombia asesinados por su defensa comprometida de la paz y de la dignidad humana; niños y jóvenes recientemente masacrados en Samaniego, Andes, Balboa, El Tambo
-      Las gentes honestas que se enfrentan a los ídolos del poder para hacer públicas sus componendas y desvaríos, exponiéndose a su ira homicida
El texto de Mateo aborda esta cuestión esencial de la existencia cristiana presentando el discipulado como seguimiento de Jesús hasta la cruz. El pone de manifiesto a sus discípulos que el camino de la resurrección está vinculado estrechamente esta experiencia dolorosa . El núcleo principal es el primer anuncio de la pasión. Los discípulos, simbolizados en la persona de Pedro, no son capaces de comprender esta dura de realidad y se resisten a admitirla: “Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo diciendo: Ni se te ocurra,  Señor! De ningún modo  te sucederá eso!” .[6]
Para ellos su expectativa se concentra en un mesianismo glorioso y triunfante, ideas  propias del judaísmo de ese momento. Son criterios mundanos, parecidos a los que se manifiestan con pesadumbre cuando alguien decide emprender un modo de vida en el que la abnegación y el sacrificio son el pan de cada día. Jesús rechaza enfáticamente esa mentalidad con palabras muy severas: “Pero él, volviéndose , dijo a Pedro: Quítate de mi vista, Satanás! Sólo me sirves de escándalo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” .[7]
No hay verdadero discipulado si no se asume el mismo camino del maestro. El anuncio del Evangelio trae consigo persecución y sufrimiento. Tomar la cruz significa participar en la muerte y en la resurrección de Jesùs, la pérdida de la vida por su causa habilita al discípulo para alcanzarla en plenitud junto a Dios: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues,  de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”[8]
En el camino de Jesús el talante profético es imperativo. Muchos cristianos se han jugado la vida por la defensa de los valores contenidos en el Evangelio, han enfrentado contradicciones, han renunciado a la vida cómoda e instalada para anunciar que hay una manera cualitativamente distinta de vida que no fundamenta su sentido ni en el dinero ni en el poder absoluto ni en la dominación injusta de los hermanos, sino en el sacrificio, en el ejercicio de la solidaridad, en la mesa compartida, en la tantas veces mencionada  projimidad. [9]
Cuando la mentalidad de muchos ambientes mundanos nos quiere seducir con su invitación a las riquezas, a hacer carrera en la escala del poder, a ser “importantes”, a desentendernos de los pobres porque nos contaminan, a no comprometernos en movimientos de justicia social y de derechos humanos, Jesús sale al paso para proponernos esta alternativa: “Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”.[10]
El Papa Francisco tiene en este asunto uno de sus puntos esenciales de referencia, llama la atención a cardenales, obispos y sacerdotes, por ser autorreferenciales, por dedicarse a lo que él llama el carrerismo eclesiástico, por adoptar un estilo de vida principesco, por no bajar a las calles de la vida para hacerse prójimos de los condenados de la tierra. De sus muchas intervenciones en estos siete años y medio de ministerio citamos estas palabras, habla así a los importantes miembros de la curia romana: “Esto es muy importante si se quiere superar la desequilibrada y degenerada lógica de las intrigas o pequeños grupos que en realidad representan un cáncer que lleva a la autorreferencialidad, que se infiltra también en los organismos eclesiásticos en cuanto tales y, en particular, en las personas que trabajan en ellos. Cuando sucede esto, entonces se pierde la alegría del Evangelio, la alegría de comunicar a Cristo y de estar en comunión con él; se pierde la generosidad de nuestra consagración”. [11]
Acaba de morir, a los 92 años de edad, un hombre que vivió a cabalidad este ideal de seguir el camino de Jesús: Don Pedro Casaldáliga, obispo de San Félix de Araguaia, en el Matto Grosso brasileño, un profeta, dio todo de sí para hacer de su ministerio una defensa constante de indígenas y campesinos en esa región del Brasil. Ya hablaremos sobre él con más detenimiento. [12] Impresionante ver la austeridad de sus funerales en los diversos sitios por donde pasó su cuerpo, este magro, descalzo, sin pompas de ninguna especie, sepultado en cementerio de pobres, acompañado por su gente humilde, por la que dió la vida, para quienes fue pastor desposeído de ornatos , amó sin medida, no reservó nada para sí, se negó al vano honor del mundo, el evangelio fue lo suyo, la humanidad sufriente su rebaño. Descanse en paz!



[1] Felicísimo Martínez Díez. Creer en Jesucristo: Vivir en cristiano, cristología y seguimiento. Verbo Divino. Estella , 2010. Cristóbal Sevilla Jiménez. Crisis y esperanza en los profetas de Israel. Publicado en Scripta Fulgentina, año XXIV número 47-48, páginas 7-22. Instituto Teológico San Fulgencio, Murcia (España), 2014. José Luis Sicre. Con los pobres de la tierra: la justicia social en los profetas de Israel. Cristiandad. Madrid, 2012.
[2] José María Castillo. Víctimas del pecado. Trotta. Madrid, 2015. Gustavo Gutiérrez Merino. La fuerza histórica de los pobres. CEP. Lima, 1980. Leonardo Boff. Teología desde el lugar del pobre. Sal Terrae. Santander, 1993.
[3] Jacques Briend. El libro de Jeremías. Estella. Verbo Divino, 1989. Susana Pottecher. Serás mi boca: ventura y azote del profeta Jeremías. Verbo Divino. Estella, 2014.
[4] Jeremías 20: 7-8
[5] Juan 15: 13
[6] Mateo 16: 22
[7] Mateo 16: 23
[8] Mateo 16: 25-26
[9] Javier Giraldo Moreno. Aquellas muertes que hicieron resplandecer la vida. Editorial Desde los márgenes. Bogotá, 2012. Angel Cordovilla Pérez. Teología del martirio: una aproximación. Universidad Pontificia de Comillas. Madrid, 2017.
[10] Mateo 16: 25
[11] Papa Francisco. Discurso  de felicitaciones navideñas a todos los integrantes de la curia romana. 21 de diciembre de 2017 .
[12] Pedro Casaldáliga. Pasión del mundo, pasión de Cristo. Claret. Barcelona, 1999; Yo creo en la justicia y la esperanza: el credo que ha dado sentido a mi vida. Desclée de Brower. Bilbao, 1981.

domingo, 23 de agosto de 2020

COMUNITAS MATUTINA 23 DE AGOSTO DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

“Quien dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”
(Mateo 16: 13)
Lecturas:
1.   Isaías 22: 19-23
2.   Salmo 137: 1-8
3.   Romanos 11: 33-36
4.   Mateo 16: 13-20

El cristianismo, en sus diversas vertientes doctrinales e históricas, es la religión más difundida en el mundo. Se estima en unos 2.500 millones de creyentes,  distribuídos así: 1.225 millones de católicos, 500 millones de protestantes, 300 millones de ortodoxos, 475 millones en las neo iglesias surgidas a partir del siglo XIX, principalmente las llamadas neopentecostales. Todas estas iglesias y congregaciones convergen en la persona de Jesucristo, Señor y Salvador. Se espera de todas ellas un alto nivel de coherencia en la vivencia y práctica del espíritu original de Jesús, de su modo propio condensado en las bienaventuranzas, de su manera de comunicar a Dios como padre compasivo y misericordioso, de su ética de la projimidad, de su disposición para el servicio y la fraternidad.[1]
No se puede poner en duda el alto nivel de autenticidad y seriedad espiritual de muchos de estos creyentes, también del influjo que la fe cristiana ha ejercido en la configuración de sociedades y culturas. Pero, dadas las demandas del mismo Jesús en materia de fidelidad y de responsabilidad en las implicaciones de seguir su camino, es preciso que nos sometamos a un riguroso control de calidad, en el que la pregunta del mismo Jesús  – formulada en el evangelio que la Iglesia nos propone este domingo – es desafiante invitación a un juicioso examen de conciencia: “Tras llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: Quien dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos respondieron: unos que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías, o uno de los profetas. El les preguntó: pero, ustedes, quien dicen que soy yo?”.[2]
La exigencia  de esta pregunta también es para nosotros, los cristianos del siglo XXI. Ella se puede ampliar con la cuestión de fondo: somos fieles al espíritu original del Señor Jesús? Por qué, en nombre suyo, se han emprendido guerras, fundamentalismos opresores, cruzadas beligerantes, persecuciones, exclusiones y condenas morales, posturas intransigentes y anatemas, desconocimiento de la verdad de otras tradiciones creyentes, violencia de lo sagrado? La “gloria” de las estadísticas con sus números generosos no nos puede hacer dormir sobre los laureles, se impone poner entre paréntesis esa millonada de adeptos para dejar que el mismo Señor nos interrogue por nuestros niveles de coherencia. A eso queremos ir con la pregunta del evangelio de este domingo.
En su bello y profundo libro “Imágenes deformadas de Jesús”, el teólogo francés Bernard Sesboüé [3]se dedica a estudiar con rigor las respuestas a la pregunta que el mismo Jesús formula a Pedro y a los discípulos: “Quien dice la gente que es el Hijo del hombre?” ,[4] ratificada con esta más directa: “Y ustedes,  quien dicen  que soy?” .[5] Responder a esta cuestión fundamental ha de ser tarea de siempre en el ejercicio de la fe cristiana.  [6]
Atender a este requerimiento es  realidad  de fondo que interpela a cada creyente :
-      Si estamos llevados simplemente por una inercia religiosa de tipo sociocultural, en la que la adscripción al cristianismo es uno más de los elementos de identidad social, acostumbrados a ser cristianos sin mayores incidencias en la generación de una manera de vivir cualificada por el Evangelio. Es una religiosidad de formalidades sociales, adoptadas porque la mayoría tiene esa adscripción, pero esta no genera procesos de fondo en los que realmente se asuma a Jesús como realidad que define las opciones y los proyectos de vida. [7]
-      Si nuestro cristianismo se inclina por definiciones incompletas de Jesús, mucho más divino que humano, o viceversa; un Jesús milagrero, con rasgos de extraterrestre, desentendido de la humanidad, especialmente de sus aspectos más dramáticos y dolorosos.
-      O también el ejercicio de una fe condicionada por el sentimiento trágico de la vida, en la que se exalta en demasía el sufrimiento del Señor, con la abundante expresión de la religiosidad popular que no atina a detectar el fundamento pascual de la condición cristiana.
-      O un Jesús melifluo y sentimental, ingenuo, sin la perspectiva crítica que se requiere para captar las complejidades de la humanidad y de la historia, con la consiguiente evidencia de prácticas religiosas aisladas de la realidad.
-      O un Jesús reducido   a ser caudillo y revolucionario social, identificado con determinadas tendencias políticas, convirtiéndolo en el gestor de unas reivindicaciones de justicia, realidades que en principio  son legítimas  pero que no agotan todo lo que la auténtica tradición cristiana afirma y vive sobre la totalidad del misterio del Señor Jesucristo.[8]
Sean estas reflexiones un llamado  para volver al diálogo que propone el evangelio de este domingo, que así nos sintamos interpelados por el mismo Jesús que hace preguntas serias a nuestra fe, a la manera como asumimos su seguimiento y a la configuración de nuestra humanidad con la de El.
La respuesta que da Pedro a Jesús es altamente comprometedora, es la  profesión de fe de la primera comunidad cristiana: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” ,[9] escueta y densa formulación  que condensa la convicción  de las primeras comunidades cristianas, que luego vendrá a ser heroico testimonio en la vida de esas cristiandades originales, acreditadas a menudo con el martirio y la persecución.
Cómo respondemos nosotros,   desde este siglo XXI, a   tal interrogante? Nos aventuramos a vivir la fe en   el Señor Jesús con  todas las implicaciones de su divinidad y de su   humanidad?  Se refleja eso en nuestro ser cotidiano, en la totalidad de dimensiones que  constituyen nuestra condición humana, en la construcción de una historia que refleje coherentemente la dignidad humana, con todas sus evidencias de justicia, solidaridad, promoción del bien común, respeto por la diversidad, inclusión, fraternidad y apertura definitiva a la trascendencia de Dios?[10]
Creer en Jesús, seguir a Jesús, no es  asunto limitado a  momentos rituales o a formalidades de religiosidad sociocultural. Su proyecto pretende abarcar la totalidad de la existencia y determinar la opción fundamental de las personas que se acojan a esta oferta : “Pero esto no tiene nada que ver con lo que han aprendido de Cristo si es que han oído hablar de él y en él han sido enseñados conforme a la verdad de Jesús: en cuanto a su vida anterior, despójense del hombre viejo, que se corrompe dejándose seducir por deseos rastreros, renueven su mente espiritual y revístanse del Hombre Nuevo, creado según Dios, que se manifiesta en una vida justa y en la verdad santa” .[11]
Unida a la profesión de fe y al reconocimiento de la identidad de Jesús viene la misión que él confía a Pedro, como persona que vincula y cohesiona a la primera comunidad de cristianos:   “Jesús le dijo: dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo! Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra constituiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá”.[12]
Qué sentimientos y  preguntas provoca en   nosotros Pedro, primero invadido de temores y de imaginarios mundanos, y luego el más corajudo de los apóstoles?  Pedro, pastor de la primera comunidad de cristianos de Roma, es la roca en la que se afianza la solidez evangélica de la Iglesia. Es el gran afirmador del Señor Jesús, lo ratifica  con la ofrenda martirial de su vida,  da testimonio de la esperanza definitiva con la que Dios garantiza que todo lo humano adquiere plenitud gracias a la mediación liberadora del Señor Jesucristo. El ministerio de Pedro , ejercido por el Obispo de Roma, es factor de comunión de todas las iglesias particulares, él garantiza también la unidad en la pluralidad, afirma la profesión esencial de reconocer en Jesucristo la plena definición salvífica de Dios para la humanidad, promueve la diversidad de carismas, es paradigma de servicio y de apertura generosa a todas las culturas en las que se encarna la fe cristiana y la comunión eclesial.
El servicio de Pedro no puede ser un poder del mundo, ejercido con talante autoritario y vertical, sino servicio,  y este consiste en el anuncio de la Buena Noticia del Padre Dios presentada por el Señor Jesús para que la humanidad halle el más auténtico sentido de la existencia.[13] El cristianismo, en la diversidad de sus denominaciones, no es genuino si se queda en los rituales masivos, o en el triunfalismo de sus estadísticas: “Al contrario, den culto al Señor, Cristo, en su interior, siempre dispuestos a dar respuesta a quien les pida razón de su esperanza”. [14]





[1] Hans Küng. El cristianismo.  Trotta. Madrid, 1997. José Antonio Pagola. Jesús: aproximación histórica. PPC. Madrid, 20010. Carlos Uribe Celis. Jesús: la historia alternativa. Debate. Bogotá, 2018. John Dominic Crossan. El nacimiento del cristianismo. Sal Terrae. Santander, 2002. Paul Johnson. La historia del cristianismo. Maxi. Barcelona, 2017.
[2] Mateo 16: 13-15
[3] Bernard Sesboüé SJ. Imágenes deformadas de Jesús. Mensajero. Bilbao, 1999.
[4] Mateo 16: 13
[5] Mateo 16: 15
[6] Rinaldo Fabris. Jesús de Nazareth: historia e interpretación. Sígueme. Salamanca, 1995. J.P. Meier. Un judío marginal: nueva visión del Jesús histórico. Verbo Divino. Estella, 2004. Es una compleja obra en varios volúmenes, en ella el autor da cuenta exhaustiva de la figura histórica de Jesús y de la diversidad de interpretaciones que lo abordan. Juan Luis Segundo. El hombre de hoy ante Jesús de Nazareth. Cristiandad. Madrid, 1989.
[7] Jesús Andrés Vela. Reevangelización: el primer anuncio del Evangelio a bautizados no cristianos. Facultad de Teología, Universidad Javeriana. Bogotá, 2012.
[8] Gabino Uríbarri. Ante los retos a la cristología de parte de la actual cultura plural. Publicado en revista Teología y Vida volumen 58 número 2. Pontificia Universidad Católica, Santiago de Chile. Se recomienda ver el número completo 326 de la Revista Internacional de Teología CONCILIUM Jesús como el Cristo en la actual encrucijada cultural. Verbo Divino. Estella, 2008. Albert Nolan. Jesús hoy: una espiritualidad de libertad radical. Sal Terrae. Santander, 2011.
[9] Mateo 16: 16
[10] Autores varios. Ser cristiano en el siglo XXI: reflexiones sobre el cristianismo que viene. Universidad Pontificia de Salamanca, 2001. Luis González-Carvajal. Los cristianos del siglo XXI. Sal Terrae. Santander, 2001.
[11] Efesios 4: 20-24
[12] Mateo 16: 17-18
[13] Carlos Schickendantz. Hacia una nueva forma de ejercicio del ministerio de Pedro: consideraciones históricas y teológicas. Publicado en revista Teología y Vida volumen 41, número 2. Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago, 2000. Jean Marie Tillard. El obispo de Roma. Sal Terrae. Santander, España, 2006.
[14] 1 Pedro 3: 15

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