“Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo.
Pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había
muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado”
(Lucas 15: 31-32)
Lecturas:
1.
Josué 5: 9-12
2.
Salmo 33: 2-7
3.
2 Corintios 5: 17-21
4.
Lucas 15: 1-3 y 11-32
El salmo que acompaña las lecturas de este domingo es
una invocación que reconoce y alaba los inmensos beneficios recibidos de Dios,
puede parecernos bastante convencional porque su contenido es muy conocido, en
las celebraciones litúrgicas es habitual proclamarlo. Sin embargo, debido al
énfasis que la iglesia nos quiere transmitir hoy, rasgo definitivo del tiempo
de cuaresma, vale la pena que lo advirtamos de entrada: “Ensalcen conmigo a Yahvé,
exaltemos juntos su nombre. Consulté a Yahvé y me respondió: me libró de todos
mis temores. Los que lo miran quedarán radiantes, no habrá sonrojo en sus
semblantes. Si grita el pobre, Yahvé lo escucha, y lo salva de todas sus
angustias”.[1]
Por qué deshacerse en tantos elogios? Qué experiencia
sustenta esta actitud de agradecimiento desbordante? Es lo que vamos a ver en la Palabra que hoy
se nos propone. Abunda en los salmos esta figura de un agradecimiento
exultante, fruto de la experiencia de ser cuidados amorosamente por Dios,
dotados por El de vida y dignidad. Así, desde este salmo tenemos una excelente
clave de lectura para la propuesta bíblica de hoy, elemento igualmente esencial
del tiempo cuaresmal.
El texto
central es el popularmente conocido como del “hijo pródigo”, hace parte de la
memoria de la humanidad, lo típico es
atribuír todo el protagonismo a
ese hijo ingrato y derrochador. Pero el mensaje nuclear no es ese. Hay un giro
radical en la interpretación, Jesús nos remite a percibir el verdadero ser de Dios – la
misericordia sin límites es el elemento constitutivo de su personalidad – y de
descubrir también la verdad de nosotros mismos en El. Este es el Dios de Jesús,
el que él nos revela.
Solemos movernos con caricaturas de Dios: bonachón,
permisivo, abuelo complaciente, o cascarrabias eterno que espera nuestra
equivocación para descargar sobre nosotros su ira y su venganza, también un ser autoritario y caprichoso que
decide arbitrariamente y no permite discusiones con respecto a las
determinaciones de su voluntad. Desde un detenido análisis psicológico podemos
ver en estas imágenes falseadas de Dios unas imágenes igualmente falseadas de
nosotros mismos, proyecciones se suele afirmar en el psicoanálisis.
Es este nuestro
Dios, es este el que se revela en Jesús?
Una pregunta así es esencial para poder llegar al mensaje
que nos proponen la referida parábola y , en general, las lecturas de este cuarto domingo de
cuaresma.
El énfasis que cierta mentalidad cristiana hace es el
de identificarnos con el hijo menor: pretende que tomemos
conciencia de nuestros pecados y nos convirtamos, con énfasis demasiado
moralizante. Es una propuesta
insuficiente porque la parábola no va dirigida a los pecadores sino a los
fariseos que murmuraban de Jesús porque acogía a los pecadores: “Todos
los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle. Los fariseos y los
escribas murmuraban: este acoge a los pecadores y come con ellos”[2].
El comentario
evidencia un escándalo mayúsculo, la conducta de Jesús es ciento por ciento
incompatible con los criterios que manejaban sus contemporáneos en materia de
pecado y de pecadores, sobre esto no se admiten benevolencias ni prácticas
indulgentes, quien es reconocido como responsable de tal condición es merecedor
de condenación radical, no hay medias tintas para ellos. Además, entrar en
contacto con pecadores públicos es quedar en impureza, por tanto, como indigno
para entrar al santuario y para relacionarse con Dios.
Para desarmar esas interpretaciones limitadas vamos a
mirar en esta parábola tres arquetipos del subconsciente colectivo, realidades
que están escondidas en todo ser humano:
-
El padre es nuestro verdadero ser,
nuestra naturaleza esencial, el rasgo de divinidad que hay en nosotros. Dios
inserto en nuestro propio ser. Es el fuego del amor que transforma, sana,
libera, reconcilia, perdona, transforma: “Pero el padre dijo a sus servidores: dénse
prisa, traigan el mejor traje y vístanlo: pónganle un anillo en el dedo y
cálcenle unas sandalias. Traigan el novillo cebado, mátenlo, y comamos y
celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida;
se había perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta”[3].
Esta presentación auténtica de Dios, la original y originante, nos ayuda a
comprender aquello que se afirma en el libro del Génesis: “Dijo Dios: hagamos al ser
humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra…”[4]
-
El hijo menor muestra nuestra
naturaleza egocéntrica y narcisista. Es la ola que se siente capaz de vivir sin
el océano, se pretende autosuficiente y con soberbia se afirma como la medida
de sí misma, sin ninguna trascendencia vinculante. Es el ego desbordante. Pero,
en medio del delirio experimenta el vacío, el derroche no responde a su
arrogancia, se termina esa abundancia, vienen la inseguridad y la nostalgia del
retorno a su verdadero ser: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de
ellos dijo al padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde. Y
el padre les repartió la hacienda. Pocos días después, el hijo menor lo reunió
todo y se marchó a un país lejano, donde malgastó su hacienda viviendo como un
libertino. Cuando se lo había gastado todo, sobrevino una hambruna extrema en
aquel país y comenzó a pasar necesidad………Entonces se puso a reflexionar y
pensó: cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo
aquí muero de hambre! Me pondré en camino, iré donde mi padre y le diré, Padre,
he pecado contra el cielo y contra ti….”[5]
-
El hijo mayor representa otro aspecto
de nuestro ego, dominado por la envidia
y por la conciencia errónea de sentirse bueno y cumplidor de todos los mandatos
de su padre, esta junto a él pero su perfeccionismo lo hace incapaz de entrar
en contacto con la esencia paterna. Es incapaz de aceptar la verdad de los
demás, la búsqueda de sentido que se tipifica en su hermano menor ahora en plan de retorno a
sus orígenes . En este hermano mayor hay una ruptura profunda, la del que se
siente bueno y superior, pero que en realidad no vive la solidaridad del amor y
de la compasión: “Su hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercaba a la
casa, oyó la música y las danzas. Llamó entonces a uno de los criados y le
preguntó que era aquello. El respondió: es
que ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el novillo cebado, porque
le ha recuperado sano. El se irritó y no quería entrar……..Pero él replicó a su
padre: hace muchos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya.
Sin embargo, nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos.
Y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con
prostitutas, has matado para él el novillo cebado”[6]
El aparente buen comportamiento del mayor está
motivado por el miedo a perder la seguridad que viene del padre, la suya no es
una conducta de convicción sino de incapacidad para comprender el verdadero ser
de los demás, en este caso el de su padre generoso y compasivo, y el de su
hermano menor, que en el despilfarro ha descubierto que no es en el egoísmo
desmedido y en el libertinaje donde se encuentra la plenitud de la vida sino en
la paternidad que provee vida y dignidad (no paternalismo, entendamos bien).
El llamado es a romper con la figura de hermano menor y de
hermano mayor para participar del ser del padre, para transformarnos en padre,
para dejarnos asumir por El. Este es el núcleo de la Palabra de este domingo,
plantea claramente una ruptura del tradicional paradigma moralista y
moralizante. La parábola no va dirigida a los pecadores, sino a los fariseos –
ahí nos incluímos muchos con nuestro
complejo de superioridad moral – para que corramos todos el riesgo de dejarnos
tomar por Dios, por su misericordia. El proceder de Jesús es un constante y
creciente ejercicio de esa realidad, en esto reside la diferencia cualitativa
de su Buena Noticia, con respecto a la religiosidad tradicional, de moralismo
individualista.
La postura de Jesús con respecto a los pecadores
despreciados por los hombres religiosos de su tiempo – prostitutas, cobradores
de impuestos, condenados morales – es la de la apuesta de Dios Padre-Madre por
el ser humano, su compromiso por mantener a la creatura en el dinamismo de la
vida plena, una dimensión apasionante de su experticia en hacer seres humanos
de primera, cuyo método especializado es el mismo Jesús. Tengamos presente el
amor de los padres con los llamados “hijos calavera”!
Es más difícil detectar en nosotros al hermano mayor
y, sin embargo, lo frecuente es que tengamos más rasgos de este que del menor.
Nos aterra el perdón del padre, nos irrita que a personas que han tenido mal
comportamiento sean queridas y tengan las mismas posibilidades que nosotros. No
logramos captar que el rechazo del hermano equivale a rechazar también al
padre. No solo no nos identificamos con él, sino que le queremos manipular a
nuestro antojo, lo queremos convertir en soporte de nuestros intereses mezquinos.
Qué parecido encontramos desde esta parábola con la
actual situación de Colombia referida a los acuerdos de paz? Por qué no se
están dando las condiciones saludables para un genuino proceso de perdón
y de reconciliación? Es permisividad y laxismo que no tiene en cuenta la
gravedad de los hechos cometidos por los actores armados? Impunidad? Un Dios
que no confronta y exige? Castigar implacablemente, suspender el espíritu del
proceso de paz, volver a una guerra desaforada y a una cultura de la venganza?
Cómo incidimos los cristianos desde esta óptica del Dios rico en misericordia
para generar un mundo de perdón, de nuevas oportunidades?
Son preguntas que llevan a hondas reflexiones, tanto
en la referencia personal de cada uno en su dinamismo de conversión, como en el
impacto transformador de esta en la configuración de unas estructuras de
convivencia.
Atendamos a lo que nos dice nuestro compañero y amigo
jesuita, Francisco de Roux: “El perdón es lo contrario al odio. Es
difícil. Es un reto a la libertad individual. Parte de la verdad sin tapujos.
No significa olvidar, ni dejar de lado la reparación y la justicia. Significa
deponer el odio y tomar la decisión de extender una mano y ofrecer un camino
para compartir, porque la memoria espantosa se puede transformar en el origen
de nuevas comprensiones y nuevas responsabilidades. El perdón es gratuito, y lo
es sobre todo en el conflicto armado, cuando no hay cómo reparar el mal inmenso
que hizo el victimario. Como lo he aprendido en las Escuelas de Perdón y
Reconciliación, no creo que en Colombia, por nuestra tradición cultural y
espiritual, la reconciliación sea posible sin que se multipliquen los
acontecimientos impredecibles que se dan cada vez que alguien pide perdón por
un hecho brutal de la guerra y cada vez que alguien responde con el perdón, o
todavía más fuerte e inesperado, cada vez que alguien anticipa el perdón y lo
regala a sus victimarios”[7].
Dios que exige y confronta: sí! Pero Dios que restaura
y permite nuevas y definitivas oportunidades para resignificar la existencia de
todos, Dios que nos recuerda que esta seductora libertad carece de sentido si
la desconectamos de ese misterio fundante de dignidad, de trascendencia hacia
el prójimo, hacia la sociedad, Dios que nos convierte a nosotros y a las
estructuras sociales en un trasunto de su misericordia.
Con Jesús
estamos en el tiempo del Padre!
[3] Tengamos
presente la encíclica “Rico en misericordia” (Dives in misericordia), de Juan
Pablo II, promulgada en el adviento de 1980. El Papa Wojtyla hace un
completísimo recorrido por la comprensión bíblica del ser de Dios, ejercido
desde la misericordia, fuerza que reconfigura al ser humano. El empeño del
Padre no es condenar y castigar de modo implacable, lo suyo es rehacer al ser
humano, abatido por el ejercicio erróneo de su libertad.