domingo, 31 de marzo de 2019

COMUNITAS MATUTINA 31 DE MARZO 2019 IV DOMINGO DE CUARESMA CICLO C


“Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado”
(Lucas 15: 31-32)

Lecturas:
1.   Josué 5: 9-12
2.   Salmo 33: 2-7
3.   2 Corintios 5: 17-21
4.   Lucas 15: 1-3 y 11-32

El salmo que acompaña las lecturas de este domingo es una invocación que reconoce y alaba los inmensos beneficios recibidos de Dios, puede parecernos bastante convencional porque su contenido es muy conocido, en las celebraciones litúrgicas es habitual proclamarlo. Sin embargo, debido al énfasis que la iglesia nos quiere transmitir hoy, rasgo definitivo del tiempo de cuaresma, vale la pena que lo advirtamos de entrada: “Ensalcen conmigo a Yahvé, exaltemos juntos su nombre. Consulté a Yahvé y me respondió: me libró de todos mis temores. Los que lo miran quedarán radiantes, no habrá sonrojo en sus semblantes. Si grita el pobre, Yahvé lo escucha, y lo salva de todas sus angustias”.[1]
Por qué deshacerse en tantos elogios? Qué experiencia sustenta esta actitud de agradecimiento desbordante?  Es lo que vamos a ver en la Palabra que hoy se nos propone. Abunda en los salmos esta figura de un agradecimiento exultante, fruto de la experiencia de ser cuidados amorosamente por Dios, dotados por El de vida y dignidad. Así, desde este salmo tenemos una excelente clave de lectura para la propuesta bíblica de hoy, elemento igualmente esencial del tiempo cuaresmal.
 El texto central es el popularmente conocido como del “hijo pródigo”, hace parte de la memoria de la humanidad, lo típico es   atribuír  todo el protagonismo a ese hijo ingrato y derrochador. Pero el mensaje nuclear no es ese. Hay un giro radical en la interpretación, Jesús nos remite a   percibir el verdadero ser de Dios – la misericordia sin límites es el elemento constitutivo de su personalidad – y de descubrir también la verdad de nosotros mismos en El. Este es el Dios de Jesús, el que él nos revela.
Solemos movernos con caricaturas de Dios: bonachón, permisivo, abuelo complaciente, o  cascarrabias eterno que espera nuestra equivocación para descargar sobre nosotros su ira y su venganza,  también un ser autoritario y caprichoso que decide arbitrariamente y no permite discusiones con respecto a las determinaciones de su voluntad. Desde un detenido análisis psicológico podemos ver en estas imágenes falseadas de Dios unas imágenes igualmente falseadas de nosotros mismos, proyecciones se suele afirmar en el psicoanálisis.
 Es este nuestro Dios, es este  el que se revela en Jesús? Una  pregunta  así es esencial para poder llegar al mensaje que nos proponen la referida parábola y , en general,  las lecturas de este cuarto domingo de cuaresma.
El énfasis que cierta mentalidad cristiana hace es el de  identificarnos  con el hijo menor: pretende que tomemos conciencia de nuestros pecados y nos convirtamos, con énfasis demasiado moralizante.  Es una propuesta insuficiente porque la parábola no va dirigida a los pecadores sino a los fariseos que murmuraban de Jesús porque acogía a los pecadores: “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban: este acoge a los pecadores y come con ellos[2].
 El comentario evidencia un escándalo mayúsculo, la conducta de Jesús es ciento por ciento incompatible con los criterios que manejaban sus contemporáneos en materia de pecado y de pecadores, sobre esto no se admiten benevolencias ni prácticas indulgentes, quien es reconocido como responsable de tal condición es merecedor de condenación radical, no hay medias tintas para ellos. Además, entrar en contacto con pecadores públicos es quedar en impureza, por tanto, como indigno para entrar al santuario y para relacionarse con Dios.
Para desarmar esas interpretaciones limitadas vamos a mirar en esta parábola tres arquetipos del subconsciente colectivo, realidades que están escondidas en todo ser humano:
-      El padre es nuestro verdadero ser, nuestra naturaleza esencial, el rasgo de divinidad que hay en nosotros. Dios inserto en nuestro propio ser. Es el fuego del amor que transforma, sana, libera, reconcilia, perdona, transforma: “Pero el padre dijo a sus servidores: dénse prisa, traigan el mejor traje y vístanlo: pónganle un anillo en el dedo y cálcenle unas sandalias. Traigan el novillo cebado, mátenlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta[3]. Esta presentación auténtica de Dios, la original y originante, nos ayuda a comprender aquello que se afirma en el libro del Génesis: “Dijo Dios: hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra…”[4]
-      El hijo menor muestra nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista. Es la ola que se siente capaz de vivir sin el océano, se pretende autosuficiente y con soberbia se afirma como la medida de sí misma, sin ninguna trascendencia vinculante. Es el ego desbordante. Pero, en medio del delirio experimenta el vacío, el derroche no responde a su arrogancia, se termina esa abundancia, vienen la inseguridad y la nostalgia del retorno a su verdadero ser: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo al padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde. Y el padre les repartió la hacienda. Pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano, donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando se lo había gastado todo, sobrevino una hambruna extrema en aquel país y comenzó a pasar necesidad………Entonces se puso a reflexionar y pensó: cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí muero de hambre! Me pondré en camino, iré donde mi padre y le diré, Padre, he pecado contra el cielo y contra ti….”[5]
-      El hijo mayor representa otro aspecto de  nuestro ego, dominado por la envidia y por la conciencia errónea de sentirse bueno y cumplidor de todos los mandatos de su padre, esta junto a él pero su perfeccionismo lo hace incapaz de entrar en contacto con la esencia paterna. Es incapaz de aceptar la verdad de los demás, la búsqueda de sentido que se tipifica  en su hermano menor ahora en plan de retorno a sus orígenes . En este hermano mayor hay una ruptura profunda, la del que se siente bueno y superior, pero que en realidad no vive la solidaridad del amor y de la compasión: “Su hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercaba a la casa, oyó la música y las danzas. Llamó entonces a uno de los criados y le preguntó que era aquello. El respondió: es  que ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recuperado sano. El se irritó y no quería entrar……..Pero él replicó a su padre: hace muchos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya. Sin embargo, nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos. Y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado[6]
El aparente buen comportamiento del mayor está motivado por el miedo a perder la seguridad que viene del padre, la suya no es una conducta de convicción sino de incapacidad para comprender el verdadero ser de los demás, en este caso el de su padre generoso y compasivo, y el de su hermano menor, que en el despilfarro ha descubierto que no es en el egoísmo desmedido y en el libertinaje donde se encuentra la plenitud de la vida sino en la paternidad que provee vida y dignidad (no paternalismo, entendamos bien).
 El llamado es  a romper con la figura de hermano menor y de hermano mayor para participar del ser del padre, para transformarnos en padre, para dejarnos asumir por El. Este es el núcleo de la Palabra de este domingo, plantea claramente una ruptura del tradicional paradigma moralista y moralizante. La parábola no va dirigida a los pecadores, sino a los fariseos – ahí nos incluímos  muchos con nuestro complejo de superioridad moral – para que corramos todos el riesgo de dejarnos tomar por Dios, por su misericordia. El proceder de Jesús es un constante y creciente ejercicio de esa realidad, en esto reside la diferencia cualitativa de su Buena Noticia, con respecto a la religiosidad tradicional, de moralismo individualista.
La postura de Jesús con respecto a los pecadores despreciados por los hombres religiosos de su tiempo – prostitutas, cobradores de impuestos, condenados morales – es la de la apuesta de Dios Padre-Madre por el ser humano, su compromiso por mantener a la creatura en el dinamismo de la vida plena, una dimensión apasionante de su experticia en hacer seres humanos de primera, cuyo método especializado es el mismo Jesús. Tengamos presente el amor de los padres con los llamados “hijos calavera”!
Es más difícil detectar en nosotros al hermano mayor y, sin embargo, lo frecuente es que tengamos más rasgos de este que del menor. Nos aterra el perdón del padre, nos irrita que a personas que han tenido mal comportamiento sean queridas y tengan las mismas posibilidades que nosotros. No logramos captar que el rechazo del hermano equivale a rechazar también al padre. No solo no nos identificamos con él, sino que le queremos manipular a nuestro antojo, lo queremos convertir en soporte de nuestros intereses mezquinos.
Qué parecido encontramos desde esta parábola con la actual situación de Colombia referida a los acuerdos de paz?  Por qué no se  están dando las condiciones saludables para un genuino proceso de perdón y de reconciliación? Es permisividad y laxismo que no tiene en cuenta la gravedad de los hechos cometidos por los actores armados? Impunidad? Un Dios que no confronta y exige? Castigar implacablemente, suspender el espíritu del proceso de paz, volver a una guerra desaforada y a una cultura de la venganza? Cómo incidimos los cristianos desde esta óptica del Dios rico en misericordia para generar un mundo de perdón, de nuevas oportunidades?
Son preguntas que llevan a hondas reflexiones, tanto en la referencia personal de cada uno en su dinamismo de conversión, como en el impacto transformador de esta en la configuración de unas estructuras de convivencia.
Atendamos a lo que nos dice nuestro compañero y amigo jesuita, Francisco de Roux: “El perdón es lo contrario al odio. Es difícil. Es un reto a la libertad individual. Parte de la verdad sin tapujos. No significa olvidar, ni dejar de lado la reparación y la justicia. Significa deponer el odio y tomar la decisión de extender una mano y ofrecer un camino para compartir, porque la memoria espantosa se puede transformar en el origen de nuevas comprensiones y nuevas responsabilidades. El perdón es gratuito, y lo es sobre todo en el conflicto armado, cuando no hay cómo reparar el mal inmenso que hizo el victimario. Como lo he aprendido en las Escuelas de Perdón y Reconciliación, no creo que en Colombia, por nuestra tradición cultural y espiritual, la reconciliación sea posible sin que se multipliquen los acontecimientos impredecibles que se dan cada vez que alguien pide perdón por un hecho brutal de la guerra y cada vez que alguien responde con el perdón, o todavía más fuerte e inesperado, cada vez que alguien anticipa el perdón y lo regala a sus victimarios[7].
Dios que exige y confronta: sí! Pero Dios que restaura y permite nuevas y definitivas oportunidades para resignificar la existencia de todos, Dios que nos recuerda que esta seductora libertad carece de sentido si la desconectamos de ese misterio fundante de dignidad, de trascendencia hacia el prójimo, hacia la sociedad, Dios que nos convierte a nosotros y a las estructuras sociales en un trasunto de su misericordia.
 Con Jesús estamos en el tiempo del Padre!


[1] Salmo 33: 4-7
[2] Lucas 15: 1-2
[3] Tengamos presente la encíclica “Rico en misericordia” (Dives in misericordia), de Juan Pablo II, promulgada en el adviento de 1980. El Papa Wojtyla hace un completísimo recorrido por la comprensión bíblica del ser de Dios, ejercido desde la misericordia, fuerza que reconfigura al ser humano. El empeño del Padre no es condenar y castigar de modo implacable, lo suyo es rehacer al ser humano, abatido por el ejercicio erróneo de su libertad.
[4] Génesis 1: 26
[5] Lucas 15: 11-14;17-18
[6] Lucas 15: 25-27; 29-30
[7] De ROUX, Francisco. La audacia de la paz imperfecta. Ariel, Bogotá 2018, páginas 197-198.

domingo, 24 de marzo de 2019

COMUNITAS MATUTINA 24 DE MARZO III DOMINGO DE CUARESMA CICLO C


“Señor, déjala todavía este año; cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”
(Lucas 13: 8-9)

Lecturas:
1.   Exodo 3: 1-15
2.   Salmo 102: 1-11
3.   1 Corintios 10: 1-12
4.   Lucas 13: 1-9
Por qué los desastres y los  accidentes que cobran tantas vidas humanas cada día? Por   qué tantas tragedias que  hacen sufrir a los inocentes? Por qué   suceden uno tras otro los motivos de dolor y de muerte que maltratan  a la humanidad? Cuál es el por qué del mal?
La mentalidad de la época de Jesús se inspiraba en la llamada doctrina de la retribución: el que es malo sufre, el que es bueno no conoce el sufrimiento material. Pero las cosas no coincidían. Ellos veían que había buenos a los que las cosas les iban bastante mal y malos a los que todo les iba bien. Cómo entender entonces esta  realidad del sufrimiento humano?
 Esta pregunta también tiene plena validez en nuestros días: es una constatación cotidiana recibir noticias de graves circunstancias que afectan a millones de personas en el mundo: la interminable guerra de Siria, un país destruido por su propio gobierno y por la fuerza fundamentalista del grupo Estado Islámico; Venezuela,  país deshecho por la torpeza de sus gobernantes, disuelto en sus esperanzas de vida digna; los países del Africa subsahariana con sus eternos dramas de guerra y de pobreza, pugnando por emigrar a Europa persiguiendo mejores posibilidades; y nuestra América Latina, con su fatal clase política y con el cáncer de la corrupción que dilapida los recursos destinados al bien común.
El evangelio de hoy nos ayuda a ilustrar este asunto que es esencial en la búsqueda del sentido de la vida. No pretende respuestas ingenuas, nos invita a una postura que es simultáneamente realista, crítica y esperanzada. Se acercan unas personas a Jesús y le cuentan el episodio de una masacre ordenada por el gobernador romano Poncio Pilato contra cierto número de habitantes de la provincia de Galilea: “En aquella ocasión se presentaron algunos a informarle acerca de unos galileos cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios rituales[1]. Este suceso no se encuentra referido en ningún otro lugar, no hay precisión histórica sobre lo ocurrido. Lo que sí queda claro es que al mezclar la sangre de aquellos hombres asesinados con la de las víctimas del sacrificio ritual, fue una manera muy acentuada de desprecio y humillación tanto a los muertos como a la sacralidad de los preceptos rituales judíos. El ofensor es el gobernador romano, representante de un régimen tiránico, que violenta la identidad cultural y religiosa de los habitantes de Palestina.  Es natural y comprensible el sentimiento de indignación con el que ellos denuncian ante Jesús este desafuero, como cuando en nuestros días una determinada comunidad se siente agredida por  el  desconocimiento y violación   de sus valores ancestrales.
Jesús les responde con la relación de un accidente: “Piensan ustedes que aquellos galileos sufrieron todo eso porque eran más pecadores que los demás galileos? Les digo que no…..O creen que aquellos dieciocho sobre los cuales se derrumbó la torre de Siloé  y los mató, eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén? Les digo que no….”[2]. El texto es complicado en su formulación, pero si lo desentrañamos con sutileza podremos llegar al fondo de lo   que el maestro  propone a ellos y a nosotros : para Jesús no existe relación de proporcionalidad directa entre pecado y calamidades materiales, estas no son castigo de Dios por las culpas de unos y de otros. Una mentalidad así también es muy frecuente en nuestros tiempos, especialmente en medios precarios, habituados a la pobreza y a la exclusión social, inaceptable justificación de un fatalismo individual y colectivo.
 El mal es resultado de intenciones egoístas, injustas, pecaminosas, originadas en seres humanos concretos, de corazón pervertido, en contra de seres humanos igualmente concretos, inocentes, frágiles, víctimas de esos y de muchos desafueros. El relato es un punto muy serio de atención para desarrollar una postura crítica ante el origen del mal y de la injusticia, y también para empoderar a las víctimas haciéndolos conscientes de que lo que les sucede no es producto de un pecado y culpa de ellos sino fruto de una maldad presente en otras personas, empeñadas en deshacerles la vida.
Muchos creen, entre ellos no pocos cristianos, que la vida está ya escrita y programada, constituyendo un destino irreversible para cada persona. Eso sería negar la libertad del ser humano, originada en el mismo Dios, y nos sometería a un determinismo trágico. Delante de nosotros están la vida y la muerte, nuestras opciones, el ejercicio de esa libertad, inherente a la dignidad humana. Nuestra vida no se rige por fatalismo, por una “programación” ciega e incuestionable, sino por la libertad de nuestras decisiones.
Luego de esa alusión, Jesús se vale de la figura de la higuera para referirse a Israel, con palabras profundamente críticas, exigentes, debido a la intransigencia religiosa de los judíos, que se negaban a encontrar la novedad liberadora de Dios en el ministerio de Jesús, siempre aferrados ellos a sus doctrinas, rituales y leyes, inamovibles y sacralizadas, sin lugar para la misericordia y para la conversión: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo al viñador: hace tres años que vengo a buscar fruta en esta higuera y nunca encuentro nada. Córtala, porque encima está malgastando la tierra. El le contestó: Señor, déjala todavía este año, cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás[3]
Al analizar el significado de esta parábola revisemos también nuestra vida, como lo pretendía Jesús con aquellos judíos escandalizados: hemos recibido múltiples oportunidades de crecimiento y de formación, hogares bien establecidos, educación en valores, posibilidades académicas y laborales, ámbito creyente que nos permite acceder a lo esencial de la fe cristiana, reconocimiento y aceptación por parte de muchos.
 Todo este abono corresponde a una  fecundidad  existencial? Somos una higuera fértil, dadora de   buenos frutos? La nuestra es una vida generosa, servidora del prójimo, solidaria, socialmente responsable, como corresponde en respuesta a tantos bienes recibidos? Es el prójimo vulnerable el destinatario de esta riqueza humana y espiritual? O más bien,  se nos va la vida en escalar en los ámbitos del poder y de la comodidad material, derrochando tanta gratuidad? Despilfarramos nuestros talentos?
Este conjunto de preguntas van directo de Jesús a nosotros para interrogarnos por lo que determina nuestro proyecto fundamental: somos tierra fecunda para el reino de Dios y su justicia? Estamos en plan de configurar toda nuestra humanidad con el asunto de Jesús? Como en El, el Padre-Madre Dios y el prójimo son nuestra prioridad? Todo lo nuestro expresa justicia evangélica, rectitud moral, carácter insobornable, talante solidario y servicial? O – higuera estéril – nos dejamos domesticar por el sistema excluyente, la suerte del prójimo caído nos es indiferente , todo se nos va en el brillo social y en el éxito de corte individualista? Son gruesas cuestiones para el tiempo cuaresmal, para una conversión seria y consistente.
Convertirse no equivale a tornarse un puritano fundamentalista, es girar toda la vida en perspectiva de trascendencia, salir de nosotros mismos hacia el Totalmente Otro – Dios – y hacia la alteridad del hermano en la que El se significa. El mismo se convierte a nosotros, como veremos a continuación.
El relato de la primera lectura, del libro del Exodo, nos habla de Dios que trasciende hacia nosotros y que atiende las demandas de justicia del pueblo de Israel, también las de todos los sufrientes del mundo. Moisés entra en el territorio de Yavé, es el espacio de la sacralidad de la vida, del amor, El se revela a Moisés como el origen primero de esa entidad de libertad y de dignidad, la zarza ardiente es la referencia simbólica de esas realidades: “El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés dijo: voy a acercarme a mirar este espectáculo tan admirable, cómo es que no se quema la zarza. Viendo el Señor que Moisés se acercaba, lo llamó : Moisés, Moisés. Respondió él: aquí estoy. Dijo Dios: No te acerques; quítate las sandalias de los pies, porque el sitio que pisas es terreno sagrado. Y añadió: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob[4].
El Dios que se manifiesta a Moisés. es un Dios incondicionalmente comprometido con su pueblo y con sus reclamos de vida digna, de justicia, es un Dios que camina con su gente, un Dios amorosamente eficaz, lo suyo es la solidaridad con la libertad, con una humanidad siempre creciente en sus deseos de reconocimiento, El no es el cómplice de las determinaciones pecaminosas de personas y de sistemas que implantan la cultura de la muerte y de la miseria.
 Este Dios se revela siempre en la historia, entendida esta como escenario de salvación y liberación de todas las condiciones que menoscaban al ser humano. El es quien así se manifiesta: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a liberarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, el país de los cananeos……La queja de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora, anda, que te envío para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas[5]
Pero hay un asunto fundamental: este Dios , el que se valió de Moisés, se vale también de tí, de mí, de nosotros, para la gran tarea de la libertad y de la justicia, del amor y de la dignidad. El no es un Dios en las alturas, mágico, paternalista, nos llena de dones pero nos exige ser higuera fértil para trabajar con eficacia en esa gran faena de hacer un mundo que sea relato y correlato de su cercanía liberadora.
La conversión cuaresmal, que no es solo para estos cuarenta días previos a la Pascua sino tarea de siempre, es para terminar comprometidos en esta apasionante misión de emancipar al ser humano de todas las cadenas, con nuestro Dios a la cabeza. Dios que se relata plenamente en el Señor Jesús y en nosotros, cuando decidimos aceptar su desafío.




[1] Lucas 13: 1
[2] Lucas 13: 2-4
[3] Lucas 13: 6-9
[4] Exodo 3: 2-6
[5] Exodo 3: 7-10

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