En el Libro de Job, Dios se presenta como
hablando desde el corazón de una tempestad. “El Señor respondió a Job
desde la tempestad” (Job 38:1) El Señor se muestra a Job como el Dios
omnipotente, que le exige obediencia a un Job que se ha atrevido a
discutir con Él: “¿Quién es ese que oscurece mi designio con palabras
desprovistas de sentido? ¿Dónde estabas cuando yo fundaba la tierra?”
(Job 38:2-4). Luego de una larga definición de Dios como Creador del
universo, Job reconoce que ha hablado fuera de tono, y dice: “¡Soy tan
poca cosa! ¿Qué puedo responderte? Me taparé la boca con la mano.” (Job
40:4).
Aquí vemos a un Dios totalmente diferente de
sus criaturas, y a quien hay que respetar y obedecer. Esta imagen de
Dios me trae a la memoria un tema que aflora cuando estamos
reforzándonos para orar. Se presentan dos preguntas relacionadas: la
primera es “¿Quién es Dios para mí? Y la segunda es “¿Quién soy yo para
Dios?” Estas dos preguntas afloran en forma explícita o implícita,
porque nuestra oración es un encuentro con Dios. “¿Quién es este Dios
con el que me encuentro? ¿A qué se parece Dios? ¿Cuál es mi percepción
de Dios?” Y por el otro lado, “¿Quién soy yo para Dios? ¿Qué ve Dios en
mí? ¿Cómo me contempla Dios?” Se nos presenta una jornada espiritual que
dura toda nuestra vida, englobada en estas dos preguntas, pues siempre
necesitaré crecer en mi percepción que quién es Dios para mí, y necesito
además verme a través de los ojos de Dios.
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