domingo, 31 de octubre de 2021

COMUNITAS MATUTINA 31 DE OCTUBRE 2021 DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B

“El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos”
(Marcos 12: 31)

Lecturas:
Deuteronomio 6: 1-6
Salmo 17
Hebreos 7: 23-28
Marcos 12: 28-34
Los textos de este domingo nos brindan una excelente oportunidad para purificar nuestra experiencia de Dios, para hacer claridad sobre las implicaciones de nuestra relación con El, para aventurarnos a la fe entendiendo esta como una proyección decisiva al principio y fundamento de la vida, a lo que nos da sustento, sentido y esperanza. Y también para lograr que al amor a Dios y al prójimo deje de ser un lugar común y se convierta en un proyecto de vida totalizante de todo lo que somos y hacemos.
El hecho religioso es inherente a la condición humana, se remonta a los orígenes mismos de la humanidad, en los diversos contextos de la historia y en la pluralidad de culturas encontramos las evidencias de la relación con la divinidad, expresadas en los rituales, en las creencias, en las consecuencias éticas y morales de las mismas, también en los aportes de la religión a las configuraciones de la cultura.
 Encontramos religiones que reconocen carácter divino a las fuerzas de la naturaleza, también las politeístas con su universo de dioses “especializados” para tal o cual realidad de la vida, teniendo como principal a un determinado dios mayor – tipo Zeus o Júpiter - , nos movemos hacia la China y el Japón y verificamos las tradiciones espirituales de sabiduría, de filosofía del buen vivir como las originadas en Buda y en Confucio sin vincularse con un dios en particular, y también pasando por ese país-continente que es la India constatamos una rica religiosidad, esa sí con múltiples dioses, para luego ponernos de frente al mundo del monoteísmo, del que son primeros testigos el judaísmo, el cristianismo y el Islam.
Estas últimas son especialmente determinantes en el panorama religioso del mundo desde hace muchos siglos. La fe de los israelitas testimoniada en los textos del Antiguo Testamento, la revolución de Jesús de Nazaret y la expansión del cristianismo antiguo en el mundo grecorromano, su constitución como religión de occidente, y el movimiento musulmán iniciado por el profeta Mahoma en el siglo VI de nuestra era. Son ellas deudoras de un dios único, liberador y salvador del ser humano, que lo dispensa del sometimiento a múltiples divinidades que no le ofrecen unidad y coherencia.
Para nosotros, en América Latina, es de muy especial interés aproximarnos a las creencias de los pueblos originales, incas, mayas, araucanos, aztecas, toltecas, chibchas, caribes, allí bulle una riqueza espiritual que – penosamente – fue desconocida y violentada por la fuerza arrasadora de la conquista española, portuguesa, británica, sin ningún miramiento, considerando que la religión del dominador es la verdadera.
Indiscutiblemente hay búsqueda de Dios, pregunta por el sentido último de la vida, exploración de las respuestas a los grandes interrogantes existenciales. Esto va en el ser humano, digamos que por ensayo y error, lo que no demerita el esfuerzo de esta gran aventura del espíritu. Pensadores creyentes, agnósticos, ateos, han hecho de este asunto esencial uno de los núcleos centrales de la filosofía, a favor de la fe, en contra de ella, procurando siempre dar garantía al ser humano de la seriedad racional de la creencia en Dios, o del agnosticismo y del ateísmo. Dejamos así la inquietud a nuestros lectores semanales con la intención – pensamos que muy saludable – de formar su fe, de estudiarla con miras a hacerla sólida, razonable, inteligente, capaz de generar cambios profundos en sus vidas, en los dinamismos de la sociedad. Sobre estos presupuestos nos aventuramos a entender y a vivir lo que nos proponen las lecturas de este domingo: la genuina religión es al mismo tiempo vertical (hacia Dios) y horizontal (hacia el prójimo). 
Siguiendo el texto de Deuteronomio nos encontramos a Moisés dando instrucciones al pueblo que se prepara para ingresar a la tierra prometida, después de la larga y tortuosa travesía por el desierto – recordemos también nuestros áridos recorridos existenciales! - , atrás quedan las ignominiosas condiciones de la esclavitud en Egipto, lugar al que no hay que volver, y les propone las exigencias de esta llegada a Canaán: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado”, y argumenta que el cumplimiento juicioso y responsable de la ley de Dios es garantía de plenitud: “A fin de que respetes al Señor, tu Dios, guardando toda la vida todos los mandatos y preceptos que te doy – y también a tus hijos y nietos – y así te alargarán la vida. Por eso, escucha, Israel, y esfuérzate en cumplirlos para que te vaya bien y crezcas muchos”.
La teología contenida en Deuteronomio – que significa segunda ley, ley renovada y actualizada – es una teología liberadora, surge después de grandes decadencias de Israel y de su religión, cuando hacen del culto a Dios una formalidad externa sin conversión del corazón, con toda su cadena de corruptelas, idolatrías, injusticias e inconsistencias morales. Deuteronomio es un vigoroso movimiento de volver a los orígenes de esa fe para rescatar que el vínculo con Dios es esencialmente liberador , realidad en la que el compromiso con el prójimo – principalmente con el pobre y abandonado – es vinculante del hecho religioso, no es posible desconocerlo si se quiere tener una postura de autenticidad en ese encuentro.
Esta afirmación es muy importante, porque resulta que muchas prácticas religiosas carecen de projimidad, son perfectas en su cumplimiento ritual, abundan en creencias, en imposiciones legales y morales, principalmente de carácter prohibitivo, aterran al creyente con falsas imágenes de Dios : el vengativo, el juez implacable, el autoritario, el iracundo, el prohibidor, el castigador; se expresan de manera autoritaria, se inmiscuyen abusivamente en la vida de los fieles, apoyan modelos políticos nocivos para la salud social, se traducen en inaceptables fanatismos, provocan sentimientos enfermizos de culpa y maltratan la integridad de sus adeptos.
En el caso que propone Moisés a su pueblo se trata de encontrarse con un Dios comprometido con la vida y con la libertad de sus creyentes, relacionarse con El a través del cumplimiento de la ley no es un sometimiento servil sino una adhesión que confiere identidad, sentido, esperanza, dignidad, liberación. El contexto de Deuteronomio nos ayuda a comprender el alcance de las palabras de Moisés: los profetas invitaban al pueblo a reorientar su vida, no hicieron caso, se embriagaron de libertinaje y de ídolos, se perdieron, fueron esclavos, les deportaron a Babilonia, fracasaron, se quedaron sin solidez espiritual, y vuelven del cautiverio con la “lección aprendida”. El autor del texto ve aquí una excelente coyuntura pedagógica para reflexionar sobre el sentido genuino de la relación con Dios, sobre su potencialidad liberadora, cuando esa ley se inscribe en la interioridad de las personas y se vive con fidelidad y convicción.
Pero hay algo que es esencial: para Jesús el amor a Dios va indisolublemente unido al amor al prójimo, el uno y el otro son interdependientes. El evangelio de Marcos nos recuerda la escena en la que un diligente judío pregunta a Jesús: “Un letrado que escuchó la discusión y al ver lo acertado de la respuesta se acercó y le preguntó: Cuál es el precepto más importante? Jesús respondió: El más importante es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno sólo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas. El segundo es: amarás al prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”.
Cuando los fariseos ven que Jesús ha callado a los saduceos, a partir de sus cuestiones sobre la resurrección en Marcos 12: 18-27, se juntan con los escribas para ellos también ponerle a prueba recordando el espíritu de extrema ortodoxia legal y doctrinal que les era característico, se imaginan que Jesús “perderá” el estricto examen. El les responde acudiendo a la inconsistencia de esa religiosidad tradicional, que no se ve traducida en conductas coherentes, en conversión del corazón, en novedad de vida, en libertad y en sentido, en acogida a los pobres, mucho Dios y nada de prójimo, nada en la interioridad. De ahí la contundencia de su expresión: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno sólo”, es la misma mentalidad de Deuteronomio.
En la comunidad de Marcos, la que origina este evangelio, se daban situaciones muy similares a las del judaísmo. Las normas que conocían esos primeros cristianos provenían del mundo judío, discutían si era imprescindible cumplirlas, y se hacían un lío con esto, sin terminar de captar la radical novedad de Jesús, de su Buena Noticia, que trascendía con creces esa mentalidad y rompía con ella para dar paso a una nueva lógica de relación con Dios, asumido y vivido como Padre de toda la humanidad.
La adhesión al único y verdadero Dios se proyecta al amor fraterno, a la comunión y a la participación, a la cultura de la solidaridad y del servicio, a la projimidad como proyecto de vida. Este es el interés más claro de Jesús. Constatar esto y vivirlo es profundamente liberador, es en sí mismo la más radical crítica a la religión – muy superior a la de nuestros viejos amigos, los “maestros de la sospecha”, Nietzsche, Freud, Marx, Feuerbach – porque en su raíz desarma el deísmo, la religión por sí misma, las pretensiones de exclusividad y de autoridad que muchas de estas tienen, los integrismos y las ideologías que esclavizan al ser humano, y abre la perspectiva de un Dios único, el que opta preferencialmente por el ser humano, el que cree en el ser humano , el que es todo para la humanidad, en términos de salvación y de liberación, en el que se cumple aquello de: “….y la verdad los hará libres”.
No debemos comernos el coco tratando de averiguar si amamos a Dios. Lo que debemos revisar es si estamos dispuestos a darnos a los demás, esto es lo que cuenta a la hora de la verdad. Hay ateos que son extraordinarios creyentes en esta materia de darse al prójimo, a través de ellos el Espíritu Santo confronta con vigor muchas de nuestras religiosidades. El amor a Dios que no es también amor a los otros es una falacia.


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