domingo, 27 de agosto de 2017

COMUNITAS MATUTINA 27 DE AGOSTO DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Quien dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”
(Mateo 16: 13)
Lecturas:
  1. Isaías 22: 19-23
  2. Salmo 137: 1-8
  3. Romanos 11: 33-36
  4. Mateo 16: 13-20
En su bello y profundo libro “Imágenes deformadas de Jesús”, el teólogo francés Bernard Sesboüé se dedica a estudiar con rigor las respuestas a la pregunta que el mismo Jesús formula a Pedro y a los discípulos: “Quien dice la gente que es el Hijo del hombre?” (Mateo 16:13), ratificada con esta más directa: “Y ustedes, quien dicen que soy?” (Mateo 16: 15). Es la cuestión central que nos formula el evangelio de este domingo.
No es una disquisición teológica para eruditos sino realidad de fondo que interpela a cada creyente con el fin de hacer control de calidad a la propia fe:
  • Si estamos llevados simplemente por una inercia religiosa de tipo sociocultural, en la que la adscripción al cristianismo es uno más de los elementos de identidad social, acostumbrados a ser cristianos sin mayores incidencias en la generación de una manera de vivir cualificada por el Evangelio.
  • Si nuestro cristianismo se inclina por definiciones incompletas de Jesús, mucho más divino que humano, o viceversa; un Jesús milagrero, con rasgos de extraterrestre, desentendido de la humanidad, especialmente de sus aspectos más dramáticos y dolorosos.
  • O también el ejercicio de una fe condicionada por el sentimiento trágico de la vida, en la que se exalta en demasía el sufrimiento del Señor, con la abundante expresión de la religiosidad popular que no atina a detectar el fundamento pascual de la condición cristiana.
  • O un Jesús melifluo y sentimental, ingenuo, sin la perspectiva crítica que se requiere para captar las complejidades de la humanidad y de la historia, con la consiguiente evidencia de prácticas religiosas aisladas de la realidad.
  • O un Jesús que se reduce a ser caudillo y revolucionario social, identificándolo con unas determinadas tendencias políticas, convirtiéndolo en el gestor de unas reivindicaciones de justicia, realidades que de entrada son legítimas pero que no agotan todo lo que la auténtica tradición cristiana afirma y vive sobre la totalidad del misterio del Señor Jesucristo.
Altamente recomendado para quienes se esmeran por cultivar una fe inteligente y seria, este libro de Sesboüé hace un recorrido por el universo de interpretaciones deformadas o insuficientes, con la sana intención de purificar la práctica cristiana explicitando los elementos esenciales de la fe en Jesucristo, tal como fue vivido y proclamado por las comunidades que dieron origen a los escritos del Nuevo Testamento.
Sean estas reflexiones un llamado sensato para volver al diálogo que propone el evangelio de este domingo, que así nos sintamos interpelados por el mismo Jesús que hace preguntas serias a nuestra fe, a la manera como asumimos su seguimiento y la configuración de nuestra humanidad con la de El.
Pongamos en todo nuestro ser las palabras de Pedro, que habla por él mismo y por los demás discípulos, y digamos con convicción la respuesta a la cuestión planteada por el Señor: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16: 16), escueta y densa profesión de fe que condensa la fe de las primeras comunidades cristianas, que luego vendrá a ser heroico testimonio en la vida de esas cristiandades originales, acreditadas a menudo con el martirio y la persecución.
Cómo respondemos nosotros, desde este siglo XXI, a tal interrogante? Nos aventuramos a vivir la fe en el Señor Jesús con todas las implicaciones de su divinidad y de su humanidad? Se refleja eso en nuestro ser cotidiano, en la totalidad de dimensiones que constituyen nuestra condición humana, en la construcción de una historia que refleje coherentemente la dignidad humana, con todas sus evidencias de justicia, solidaridad, construcción del bien común, respeto por la diversidad, inclusión, fraternidad y apertura definitiva a la trascendencia de Dios?
Porque la realidad divina y humana de Jesús, comprensión completa de la fe cristiana, es para que cada ser humano que opta por esta alternativa sea plenamente humano y plenamente divino, dejando que su historia individual y comunitaria sea asumida en gracia por el Señor Jesucristo.
Creer en Jesús, seguir a Jesús, no es un asunto de momentos rituales , abarca la totalidad de la existencia con la pretensión de que todo lo que constituye a un ser humano esté permeado por El hasta configurar una nueva manera de ser, saludable, realista, una narrativa del acontecer liberador de Dios que se dice plenamente en el relato original y originante del Señor Jesucristo, decidiendo con libertad tomar el camino de la nueva humanidad que el Padre nos ofrece en Jesùs: “Pero esto no tiene nada que ver con lo que han aprendido de Cristo si es que han oído hablar de él y en él han sido enseñados conforme a la verdad de Jesús: en cuanto a su vida anterior, despójense del hombre viejo, que se corrompe dejándose seducir por deseos rastreros, renueven su mente espiritual y revístanse del Hombre Nuevo, creado según Dios, que se manifiesta en una vida justa y en la verdad santa” (Efesios 4: 20-24).
A este proceso San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, le llama “conocimiento interno”, lo expresa el santo en la tercera petición preparatoria de la segunda etapa de los ejercicios: “Demandar lo que quiero; será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (Ejercicios Espirituales # 104), lleva a que todo lo que somos como humanos se deje configurar por la persona de Jesús, en el mayor nivel posible de apasionamiento y de amor.
Hay algo más. Por eso nos vamos a fijar con detalle en la segunda parte del texto de Mateo: “Jesús le dijo: dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo! Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra constituiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá” (Mateo 16: 17-18).
Jesús se propone construír una comunidad de hombres nuevos, en la que se viva plenamente la Buena Noticia que él anuncia, sacramento eficaz de su presencia en la historia, para ello requiere que esta sea cimentada sobre una piedra fundamental, el sillar o roca en la que se asienta el edificio, entendiendo como tal a la comunidad de los primeros discípulos, que tiene su punto de partida en Pedro , él y ellos testigos originales de la vida y ministerio del Señor, ahora redimensionados por la experiencia pascual que los ha hecho pasar del temor y la confusión al coraje apostólico y a la capacidad de dar la vida por esta causa.
Pedro es una figura vinculante en el cristianismo primitivo, en él se condensa el ser humano creyente, con sus grandes virtudes e innegables limitaciones, como lo refieren los mismos relatos evangélicos en diversos pasajes.
Este mismo Pedro, en un determinado momento temeroso y cobarde, como nos sucede también a nosotros, es después cabeza de los discípulos y el más entusiasta testigo de Jesucristo: “Bendito sea Dios, padre de Nuestro Señor Jesucristo que, según su gran misericordia y por la resurrección de Jesucristo de la muerte, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, a una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo” (1 Pedro 1:3-4).
Qué sentimientos y preguntas provoca en nosotros Pedro, primero invadido de temores y de imaginarios mundanos, y luego el más corajudo de los apóstoles? Pedro, pastor de la primera comunidad de cristianos de Roma, es la roca en la que se afianza la solidez evangélica de la Iglesia. El es ahora el gran afirmador del Señor Jesús, llegando a ratificarlo con la ofrenda martirial de su vida, y dando testimonio de la esperanza definitiva con la que Dios garantiza que todo lo humano adquiere plenitud gracias a la mediación liberadora del Señor Jesucristo.
Profunda evocación esta que tiene mayor relieve ahora cuando se aproxima la visita apostólica de Francisco, Obispo de Roma, sucesor de Pedro, cuyo ministerio ejerce: “A ti te daré las llaves del reino de los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo 16: 19).
El servicio de Pedro no puede ser un poder del mundo, ejercido con talante autoritario y vertical, sino servicio, que es lo que significa la palabra ministerio, y este consiste en el anuncio de la Buena Noticia del Padre Dios presentada por el Señor Jesús para que toda la humanidad tenga las mejores y más decisivas razones para la esperanza, afianzando su dignidad de personas, promoviendo la construcción de sociedades equitativas, denunciando las permanentes idolatrías que amenazan la libertad, acreditando que la humanidad adquiere su pleno significado cuando se inserta en la divinidad mediante la acción salvadora de Jesús, viviendo densamente la sacramentalidad de la Iglesia como presencia histórica y eficaz de la misión salvadora que El nos ha traìdo.

domingo, 20 de agosto de 2017

COMUNITAS MATUTINA 20 DE AGOSTO DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Entonces Jesús le contestó: Mujer, qué fe tan grande tienes. Que se cumplan tus deseos”
(Mateo 15: 28)
Lecturas:
  1. Isaías 56: 1-7
  2. Salmo 66
  3. Romanos 11: 13-15 y 29-32
  4. Mateo 15: 21-28
Las lecturas de este domingo nos ponen ante una exigencia radical del cristianismo original, el propio de Jesús, el vivido por las comunidades primitivas, es la conciencia y la experiencia de que la intención salvadora de Dios no se reduce a tal o cual pueblo elegido, a tal o cual congregación de creyentes, lo propio de esta novedosa condición se evidencia en un Dios que es para todos los seres humanos, sin excepción, un Dios apasionante que se explicita en la pluralidad y en la diversidad, maravilloso antecedente de lo que hoy conocemos como ecumenismo y como diálogo interreligioso.
Así, veamos lo que nos plantean la primera lectura, del profeta Isaías y el texto de Mateo.
Al regresar del exilio que vivieron los israelitas en Babilonia, fuerte cautividad que duró un poco más de cincuenta años, los discípulos del profeta Isaías, empeñados en una renovación espiritual profunda, proponen a este nuevo Israel que deje atrás su exclusivismo religioso-nacionalista para que se abra a los valores de la universalidad , animando a promover la gran causa de la justicia que acoge sin distingos a todos los seres humanos.
Es sabido que el pueblo de Israel se sentía el concesionario absoluto de Dios, en sus creencias no estaba el reconocimiento de la validez de los caminos religiosos distintos del propio. Los textos de hoy nos sugieren el camino de la apertura y de la vivencia armónica de la pluralidad.
La iniciativa no pretende desconocer la rica diversidad religiosa de los pueblos vecinos ni tampoco unificarla en una sola religión, sino mover a este Israel postexílico a aceptar con respeto y espíritu de diálogo la multiplicidad de creencias. Estos discípulos de Isaías son conscientes de los peligros que subyacen en el nacionalismo exacerbado y en la tendencia religiosa fundamentalista que lo acompaña, con las conductas bien conocidas de desprecio de los demás, de afianzamiento extremista de las que se consideran únicas verdades, y de la falsa superioridad que se niega al diálogo y al reconocimiento respetuoso de lo diverso.
Las palabras de la primera lectura de este domingo pertenecen al llamado Tercer Isaías, texto que se caracteriza por su visión universal de la salvación y de superación de las estrechas fronteras religiosas de Israel para dar paso a una actitud abierta a todas las posibilidades de fe entonces conocidas, mentalidad que se respira en palabras como estas: “A los extranjeros que se hayan dado al Señor, para servirlo, para amar al Señor y ser sus servidores, que guarden el sábado sin profanarlo y perseveren en mi alianza, los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus ofrendas, porque mi casa es casa de oración, y a mi casa la llamarán todos los pueblos casa de oración” (Isaías 56: 6-7).
Cada pueblo sólo puede ser superior a sí mismo en cada momento de la historia, un saludable sentido ético y ecuménico no puede admitir superioridades violentas y aniquilantes, como las muy penosas que hemos visto en estos días en los acontecimientos de Charlottesville, en Estados Unidos, con su penoso mensaje de supremacía racista de parte de los blancos fanáticos, desafortunadamente llamándose cristianos! La genuina superioridad consiste en transformar esas decadentes tendencias en una conciencia de sus propias potencialidades de apertura universalista y de esfuerzo de comunión.
El nuevo templo de Jerusalén, como símbolo de la esperanza del pueblo liberado, debía convertirse en una institución que animara los procesos de integración universal, abierta a todos los creyentes en el Dios de la justicia y del amor, cuya genuina religión tiene su raíz en el respeto por los más débiles y excluídos.
Desafortunadamente el entusiasmo renovador de los profetas que promulgaban este mensaje no tuvo eco suficiente y se quedó en el aire como un ideal lejano. Y el templo siguió siendo el fortín de los poderosos y explotadores del pueblo humilde, el lugar donde almacenaban sus riquezas mal habidas.
Por eso, siglos más tarde, tiene lugar esa escena paradigmática en la que Jesús arroja con violencia a los mercaderes que hacían su agosto en el lugar sagrado y los fustiga con palabras de gran severidad: “Llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a echar a los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, y no dejaba a nadie transportar objetos por el templo. Y les dijo: está escrito, mi casa será casa de oración y ustedes la han convertido en guarida de bandidos” (Marcos 11: 15-17).
Este enfrentamiento tiene la intención de devolver al templo su significación de baluarte de la justicia y de acogida gratuita a todos los que se acercaban al lugar.
En ese proceso de ruptura con la decadencia del templo y con la élite que lo manipulaba se enmarca el episodio de la mujer cananea, que nos propone el evangelio de este domingo. Jesús se había retirado hacia una región extranjera, Tiro y Sidón, no muy lejana de Galilea. Las fuertes presiones del poder central judío imponían grandes limitaciones a la actividad misionera de Jesús. Su obra a favor de los pobres, enfermos y marginados, encontraba gran resistencia, justamente porque abría el horizonte religioso y ponía en crisis el exclusivismo religioso judío.
El encuentro con la mujer cananea, doblemente marginal por su condición de mujer y de extranjera, transforma todos los paradigmas con los que Jesús interpretaba su misión. Es una escena dura que nos sorprende bastante porque al comienzo Jesús se muestra displicente ante la insistente mujer que clamaba por la curación de su hija: “Desde allí se marchó a la región de Tiro Y Sidón. Una mujer cananea de la zona salió gritando: Ten compasión de mí, Señor, hijo de David!, mi hija es maltratada por un demonio. El no respondió una palabra. Se acercaron los discípulos y le suplicaron: despídela, que viene gritando detrás de nosotros. El contestó: He sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de la casa de Israel” (Mateo 15: 21-24).
Los discípulos, movidos más por la impaciencia que por la compasión, median ante Jesús para poner fin a los ruegos de la mujer. El evangelista, entonces, pone en boca de Jesús una respuesta típica de un predicador judío: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de la casa de Israel” (Mateo 15: 24). Por fortuna, la mujer haciendo a un lado prejuicios raciales y religiosos, corta el camino a Jesús y lo obliga a dialogar, ella – si vale la pena la expresión – “catequiza” a Jesús, la sorpresa suya es grande cuando constata en ella una fe que contrastaba con la incredulidad y escepticismo de sus paisanos judíos.
Con este incidente, Jesús comprende que no puede excluír a los auténticos creyentes, los que saltan con convicción los límites de tal o cual religión para acceder al Dios de la solidaridad y de la justicia: “Entonces Jesús le contestó: Mujer, qué fe tan grande tienes. Que se cumplan tus deseos. Y la hija quedó curada en aquel momento” (Mateo 15: 28).
También hoy se dan marcadas exclusiones y actitudes de proscripción y desconocimiento de la pluralidad de creencias, se castiga y se condena a muchos porque son “distintos” en sus convicciones, en su cultura, en su sensibilidad espiritual, en su sexualidad, en su condición socioeconómica, en su raza, incluyendo actitudes de estas en muchos ambientes que se dicen cristianos y guardianes de la moral y de la religión, como las muy conocidas y deplorables del programa de televisión “Un café con Galat”, de abierta tendencia fundamentalista y farisaica.
La misión del reino de Dios y su justicia trasciende fronteras y reconoce como objetivo suyo el acoger con misericordia y solidaridad a todo ser humano que busca ser reconocido en su dignidad y acogido para reintegrarlo en la dignidad que le han quitado tantas condenaciones.
El Dios que se nos revela en Jesucristo es Padre-Madre, inabarcablemente plural en sus manifestaciones, en sus intenciones, en los caminos que nos traza para que nuestra vida sea plena y bienaventurada. Las religiones, tomadas en serio, no pueden constituirse en obstáculos al plan de Dios, sino en mediaciones de profunda densidad espiritual y humanista, de tal envergadura que promuevan entre todos los seres humanos la disposición para el diálogo, para la construcción conjunta de alternativas de convivencia pacífica, de bien común, de fraternidad.

domingo, 13 de agosto de 2017

COMUNITAS MATUTINA 13 DE AGOSTO DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARI0

Tengan valor, soy yo, no tengan miedo”
(Mateo 14: 27)

Lecturas:
  1. 1 Reyes 19: 9-13
  2. Salmo 84
  3. Romanos 9: 1-5
  4. Mateo 14: 22-33

El profeta Elías, protagonista del relato de la primera lectura, emprende el camino de retorno hacia el monte Horeb, simbolizando así la vuelta a los orígenes de Israel: la fidelidad al único y verdadero Dios, pactada en la alianza, y al modo de vida honesto como reciprocidad de los creyentes hacia Yavé, quien se ha desbordado con predilecciones hacia este pueblo, demostrando que su único interés es la plenitud del ser humano, del que los israelitas son imagen.
Esta dignidad de Israel se ha visto manchada con la perversidad del rey Acab y de su esposa Jezabel, quien desata su ira contra Elías persiguiéndolo para darle muerte, como venganza por la entereza con la que él ha denunciado los cultos idolátricos y la correspondiente desarticulación del modo de vida fundamentado en la rectitud y en la justicia.
El ideal de Elías es rescatar la originalidad de la fe en el Dios único que favorece un ser humano también único y digno, sin su libertad deshecha por los cultos idolátricos.
El monoteísmo de Israel no es la exclusividad de un Dios celoso y tiránico que rechaza que le hagan competencia o que castiga implacablemente a aquellos dioses alternativos que se filtran en su camino. El Dios único de los israelitas contiene la posibilidad de que el ser humano sea también único y libre de esclavitudes y de sometimientos serviles. Se trata de un monoteísmo liberador.
Teniendo en cuenta este escenario nos preguntamos: cómo se dan en nosotros las contradicciones entre el bien y el mal? Cuáles son esas realidades a las que exponemos nuestra autonomía? El ser humano siempre ha tenido la tentación – consciente o inconsciente – del miedo a la libertad, y por eso crea ídolos, como modelos políticos o económicos, ideologías, religiones dominadas por el fanatismo y la intransigencia, estilos de vida egoístas, personas a quienes hipotecamos nuestra dignidad, u otras realidades que enajenan nuestra soberanía y nuestra dignidad.
Estamos seducidos por la lógica de la sociedad de consumo, deseosos de dinero y de bienestar material, sin referencia a la solidaridad con los prójimos afectados por la violencia y por la injusticia y al Dios que nos invita a reivindicarlos en su dignidad?
Veamos en los ídolos que confronta Elías a los Baales de nuestro tiempo, todo aquello que va en contra de la realización plena del ser humano, la existencia vacía de ideales, la economía sin humanismo, la tiranía de los poderes de diversa índole que sofocan las aspiraciones humanas de libertad.
El talante de este profeta se plasma en aquellos seres humanos apasionados por el reino de Dios y su justicia, siempre empeñados en el proyecto original de Dios que es la vigencia permanente de la dignidad humana. Así, vamos con Elías al silencio del encuentro contemplativo con el misterio de Dios, fundamento de una vida libre y bienaventurada.
No es en las manifestaciones del poder donde se encuentra Dios, sus manifestaciones decisivas se dan en la “brisa tenue”, en los amores discretos, en las vidas dedicadas humildemente al servicio y a la solidaridad.
Así lo señala bellamente el texto de 1 Reyes 19: “En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego se oyó un sonido suave y delicado. Al escucharlo, Elías se cubrió la cara con su capa y salió y se quedó a la entrada de la cueva. En esto llegó a él una voz que decía: qué haces ahí Elías?” (1 Reyes 19: 11-13)
Con este acontecimiento Elías se da cuenta que la denuncia de las injusticias no puede ir acompañada de violencia (ver 1 Reyes 18: 20-40), percibe que este desafortunado recurso sólo contribuye a crear más desolación y muerte, y por eso cambia su perspectiva invitando a un grupo de discípulos suyos a seguir con su misión enfocada ahora en la paz y en la justicia.
La mentalidad que refleja el anterior relato es indicativa de la lógica de un Dios que no acude a las evidencias propias de la espectacularidad vanidosa y arrogante. El Dios que asi se revela se abaja para manifestarse en la pobreza, en la silenciosa conducta de los humildes, en el bajo perfil, como lo apreciamos en los relatos de vida de Francisco de Asís, de Teresa de Calcuta, de Monseñor Romero, y de tantos otros que han sido y son “sal de la tierra y luz del mundo” desde biografías ocultas, plenas de amor y de solidaridad, sin llamar la atención de los poderes del mundo.
El relato del evangelio de Mateo – la tempestad calmada – obedece a situaciones de confusión y angustia que vivían las primeras comunidades cristianas, asediadas por persecuciones y graves contradicciones e incomprensiones, bien conocidas por la historia. Recordemos también el hondo sentimiento de derrota que embargó a los discípulos después de la muerte de Jesús, todo lo bueno que El anunció y realizó se veía aparentemente fracasado.
Esta situación se parece a muchas que vivimos los seres humanos, las sociedades, la Iglesia misma, las fuerzas adversas parecen llevar siempre la delantera.
Pensemos en algunas de estas:
  • La gravísima mancha moral causada por los escándalos de abuso sexual protagonizados por sacerdotes, casos detectados en los años recientes, la conducta de algunos obispos que no tuvieron la suficiente severidad y vigor para castigar a los responsables de estos crímenes, que son simultáneamente pecados de extrema gravedad y delitos de lesa humanidad.
  • La sociedad de consumo y la cultura “light” que crea mentalidades facilistas poco aptas para la entrega generosa y la abnegación, con la incidencia que esto tiene para que muchos no tengan las condiciones que hacen propicio el mensaje de Jesús y su proyecto de donación de la vida y de compromiso con las causas de justicia y de dignidad.
  • El estilo integrista y fundamentalista de no pocos grupos de cristianos fijados en posturas autoritarias, dogmáticas, intransigentes, enemigas de la libertad humana y de los esfuerzos de actualización y renovación traídos al mundo cristiano por el Concilio Vaticano II y por las nuevas tendencias de interpretación teológica y de aplicación pastoral.
  • Las muy conocidas violencias estructurales de los modelos económicos excluyentes, generadores de grandes pobrezas, las determinaciones injustas de gobernantes, la crisis ambiental, el descuido de la vida en todas sus formas, la degradación de la dignidad humana, el vacío existencial.
  • Y junto con esto todo lo que nos sucede en el plano personal cuando la fragilidad toma formas muy fuertes y amenazantes.
Qué hacer? Donde están la esperanza y el sentido de la vida? Dios calla ante los males de la humanidad? Nos queda sólo el sentimiento trágico de la vida?
La fe en el Señor Jesucristo no es una cuestión de providencialismo ingenuo, en ella sí está la respuesta, lo tenemos claro, pero esta cuenta con la responsabilidad histórica del ser humano, con su libertad empeñada en la superación de estas contradicciones, con la conciencia de que la magnitud de los problemas ya señalados no permiten actitudes evasivas, que debemos vivir influídos felizmente por ese espíritu que se refleja en aquello de “A Dios rogando y con el mazo dando”, gracia de Dios y libertad humana combinadas para no sucumbir ante los dramas y las tragedias.
Las palabras de Jesús ante el miedo y la confusión que se apoderan de los discípulos: “Tengan valor , soy yo, no tengan miedo” (Mateo 14:27), son el reconocimiento de los primeros cristianos de una garantía decisiva que trasciende las limitaciones de la humanidad, es el mismo Señor animando constantemente a mantener el ánimo en alto para asumir lo contradictorio, lo antievangélico, lo deshumanizante, y transformarlo en gracia y en justicia.
La confianza serena en el Señor nos confiere el temple necesario para no hundirnos en las inseguridades y en el desencanto que nos pueden causar los pecados de algunos en la Iglesia y en la sociedad. En nombre de la fe debemos aceptar con entereza las turbulencias causadas por tales escándalos, auténticos pecados contra Dios y contra la humanidad, y emprender un trabajo transformador, poniendo el dedo en la llaga con coraje de cristianos raizales y dejándonos tomar por el que hace decir a Pablo “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.

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