“Tengan
valor, soy yo, no tengan miedo”
(Mateo
14: 27)
Lecturas:
- 1 Reyes 19: 9-13
- Salmo 84
- Romanos 9: 1-5
- Mateo 14: 22-33
El
profeta Elías, protagonista del relato de la primera lectura,
emprende el camino de retorno hacia el monte Horeb, simbolizando así
la vuelta a los orígenes de Israel: la fidelidad al único y
verdadero Dios, pactada en la alianza, y al modo de vida honesto como
reciprocidad de los creyentes hacia Yavé, quien se ha desbordado con
predilecciones hacia este pueblo, demostrando que su único interés
es la plenitud del ser humano, del que los israelitas son imagen.
Esta
dignidad de Israel se ha visto manchada con la perversidad del rey
Acab y de su esposa Jezabel, quien desata su ira contra Elías
persiguiéndolo para darle muerte, como venganza por la entereza con
la que él ha denunciado los cultos idolátricos y la correspondiente
desarticulación del modo de vida fundamentado en la rectitud y en la
justicia.
El
ideal de Elías es rescatar la originalidad de la fe en el Dios único
que favorece un ser humano también único y digno, sin su libertad
deshecha por los cultos idolátricos.
El
monoteísmo de Israel no es la exclusividad de un Dios celoso y
tiránico que rechaza que le hagan competencia o que castiga
implacablemente a aquellos dioses alternativos que se filtran en su
camino. El Dios único de los israelitas contiene la posibilidad de
que el ser humano sea también único y libre de esclavitudes y de
sometimientos serviles. Se trata de un monoteísmo liberador.
Teniendo
en cuenta este escenario nos preguntamos: cómo se dan en nosotros
las contradicciones entre el bien y el mal? Cuáles son esas
realidades a las que exponemos nuestra autonomía? El ser humano
siempre ha tenido la tentación – consciente o inconsciente – del
miedo a la libertad, y por eso crea ídolos, como modelos políticos
o económicos, ideologías, religiones dominadas por el fanatismo y
la intransigencia, estilos de vida egoístas, personas a quienes
hipotecamos nuestra dignidad, u otras realidades que enajenan nuestra
soberanía y nuestra dignidad.
Estamos
seducidos por la lógica de la sociedad de consumo, deseosos de
dinero y de bienestar material, sin referencia a la solidaridad con
los prójimos afectados por la violencia y por la injusticia y al
Dios que nos invita a reivindicarlos en su dignidad?
Veamos
en los ídolos que confronta Elías a los Baales de nuestro tiempo,
todo aquello que va en contra de la realización plena del ser
humano, la existencia vacía de ideales, la economía sin humanismo,
la tiranía de los poderes de diversa índole que sofocan las
aspiraciones humanas de libertad.
El
talante de este profeta se plasma en aquellos seres humanos
apasionados por el reino de Dios y su justicia, siempre empeñados en
el proyecto original de Dios que es la vigencia permanente de la
dignidad humana. Así, vamos con Elías al silencio del encuentro
contemplativo con el misterio
de Dios, fundamento de una vida libre y bienaventurada.
No
es en las manifestaciones del poder donde se encuentra Dios, sus
manifestaciones decisivas se dan en la “brisa tenue”, en los
amores discretos, en las vidas dedicadas humildemente al servicio y a
la solidaridad.
Así
lo señala bellamente el texto de 1 Reyes 19:
“En aquel momento pasó
el
Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió
las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento.
Después del viento
hubo
un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras
el terremoto hubo un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Y
después del fuego se oyó un sonido suave y delicado. Al escucharlo,
Elías se cubrió la cara con su capa y salió y se quedó a la
entrada de la cueva. En esto llegó a él una voz que decía: qué
haces ahí Elías?”
(1 Reyes 19: 11-13)
Con
este acontecimiento Elías se da cuenta que la denuncia de las
injusticias no puede ir acompañada de violencia (ver 1 Reyes 18:
20-40), percibe que este desafortunado recurso sólo contribuye a
crear más desolación y muerte, y por eso cambia su perspectiva
invitando a un grupo de discípulos suyos a seguir con su misión
enfocada ahora en la paz y en la justicia.
La
mentalidad que refleja el anterior relato es indicativa de la lógica
de un Dios que no acude a las evidencias propias de la
espectacularidad vanidosa y arrogante. El Dios que asi se revela se
abaja para manifestarse en la pobreza, en la silenciosa conducta de
los humildes, en el bajo perfil, como lo apreciamos en los relatos de
vida de Francisco de Asís, de Teresa de Calcuta, de Monseñor
Romero, y de tantos otros que han sido y son “sal de la tierra y
luz del mundo” desde biografías ocultas, plenas de amor y de
solidaridad, sin llamar la atención de los poderes del mundo.
El
relato del evangelio de Mateo – la tempestad calmada – obedece a
situaciones de confusión y angustia que vivían las primeras
comunidades cristianas, asediadas por persecuciones y graves
contradicciones e incomprensiones, bien conocidas por la historia.
Recordemos también el hondo sentimiento de derrota que embargó a
los discípulos después de la muerte de Jesús, todo lo bueno que El
anunció y realizó se veía aparentemente fracasado.
Esta
situación se parece a muchas que vivimos los seres humanos, las
sociedades, la Iglesia misma, las fuerzas adversas parecen llevar
siempre la delantera.
Pensemos
en algunas de estas:
- La gravísima mancha moral causada por los escándalos de abuso sexual protagonizados por sacerdotes, casos detectados en los años recientes, la conducta de algunos obispos que no tuvieron la suficiente severidad y vigor para castigar a los responsables de estos crímenes, que son simultáneamente pecados de extrema gravedad y delitos de lesa humanidad.
- La sociedad de consumo y la cultura “light” que crea mentalidades facilistas poco aptas para la entrega generosa y la abnegación, con la incidencia que esto tiene para que muchos no tengan las condiciones que hacen propicio el mensaje de Jesús y su proyecto de donación de la vida y de compromiso con las causas de justicia y de dignidad.
- El estilo integrista y fundamentalista de no pocos grupos de cristianos fijados en posturas autoritarias, dogmáticas, intransigentes, enemigas de la libertad humana y de los esfuerzos de actualización y renovación traídos al mundo cristiano por el Concilio Vaticano II y por las nuevas tendencias de interpretación teológica y de aplicación pastoral.
- Las muy conocidas violencias estructurales de los modelos económicos excluyentes, generadores de grandes pobrezas, las determinaciones injustas de gobernantes, la crisis ambiental, el descuido de la vida en todas sus formas, la degradación de la dignidad humana, el vacío existencial.
- Y junto con esto todo lo que nos sucede en el plano personal cuando la fragilidad toma formas muy fuertes y amenazantes.
Qué
hacer? Donde están la esperanza y el sentido de la vida? Dios calla
ante los males de la humanidad? Nos queda sólo el sentimiento
trágico de la vida?
La
fe en el Señor Jesucristo no es una cuestión de providencialismo
ingenuo, en ella sí está la respuesta, lo tenemos claro, pero esta
cuenta con la responsabilidad histórica del ser humano, con su
libertad empeñada en la superación de estas contradicciones, con la
conciencia de que la magnitud de los problemas ya señalados no
permiten actitudes evasivas, que debemos vivir influídos felizmente
por ese espíritu que se refleja en aquello de “A Dios rogando y
con el mazo dando”, gracia de Dios y libertad humana combinadas
para no sucumbir ante los dramas y las tragedias.
Las
palabras de Jesús ante el miedo y la confusión que se apoderan de
los discípulos: “Tengan
valor , soy yo, no tengan miedo” (Mateo
14:27), son el reconocimiento de los primeros cristianos de una
garantía decisiva que trasciende las limitaciones de la humanidad,
es el mismo Señor animando constantemente a mantener el ánimo en
alto para asumir lo contradictorio, lo antievangélico, lo
deshumanizante, y transformarlo en gracia y en justicia.
La
confianza serena en el Señor nos confiere el temple necesario para
no hundirnos en las inseguridades y en el desencanto que nos pueden
causar los pecados de algunos en la Iglesia y en la sociedad. En
nombre de la fe debemos aceptar con entereza las turbulencias
causadas por tales escándalos, auténticos pecados contra Dios y
contra la humanidad, y emprender un trabajo transformador, poniendo
el dedo en la llaga con coraje de cristianos raizales y dejándonos
tomar por el que hace decir a Pablo “Todo lo puedo en Aquel que me
conforta”.
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