domingo, 13 de agosto de 2017

COMUNITAS MATUTINA 13 DE AGOSTO DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARI0

Tengan valor, soy yo, no tengan miedo”
(Mateo 14: 27)

Lecturas:
  1. 1 Reyes 19: 9-13
  2. Salmo 84
  3. Romanos 9: 1-5
  4. Mateo 14: 22-33

El profeta Elías, protagonista del relato de la primera lectura, emprende el camino de retorno hacia el monte Horeb, simbolizando así la vuelta a los orígenes de Israel: la fidelidad al único y verdadero Dios, pactada en la alianza, y al modo de vida honesto como reciprocidad de los creyentes hacia Yavé, quien se ha desbordado con predilecciones hacia este pueblo, demostrando que su único interés es la plenitud del ser humano, del que los israelitas son imagen.
Esta dignidad de Israel se ha visto manchada con la perversidad del rey Acab y de su esposa Jezabel, quien desata su ira contra Elías persiguiéndolo para darle muerte, como venganza por la entereza con la que él ha denunciado los cultos idolátricos y la correspondiente desarticulación del modo de vida fundamentado en la rectitud y en la justicia.
El ideal de Elías es rescatar la originalidad de la fe en el Dios único que favorece un ser humano también único y digno, sin su libertad deshecha por los cultos idolátricos.
El monoteísmo de Israel no es la exclusividad de un Dios celoso y tiránico que rechaza que le hagan competencia o que castiga implacablemente a aquellos dioses alternativos que se filtran en su camino. El Dios único de los israelitas contiene la posibilidad de que el ser humano sea también único y libre de esclavitudes y de sometimientos serviles. Se trata de un monoteísmo liberador.
Teniendo en cuenta este escenario nos preguntamos: cómo se dan en nosotros las contradicciones entre el bien y el mal? Cuáles son esas realidades a las que exponemos nuestra autonomía? El ser humano siempre ha tenido la tentación – consciente o inconsciente – del miedo a la libertad, y por eso crea ídolos, como modelos políticos o económicos, ideologías, religiones dominadas por el fanatismo y la intransigencia, estilos de vida egoístas, personas a quienes hipotecamos nuestra dignidad, u otras realidades que enajenan nuestra soberanía y nuestra dignidad.
Estamos seducidos por la lógica de la sociedad de consumo, deseosos de dinero y de bienestar material, sin referencia a la solidaridad con los prójimos afectados por la violencia y por la injusticia y al Dios que nos invita a reivindicarlos en su dignidad?
Veamos en los ídolos que confronta Elías a los Baales de nuestro tiempo, todo aquello que va en contra de la realización plena del ser humano, la existencia vacía de ideales, la economía sin humanismo, la tiranía de los poderes de diversa índole que sofocan las aspiraciones humanas de libertad.
El talante de este profeta se plasma en aquellos seres humanos apasionados por el reino de Dios y su justicia, siempre empeñados en el proyecto original de Dios que es la vigencia permanente de la dignidad humana. Así, vamos con Elías al silencio del encuentro contemplativo con el misterio de Dios, fundamento de una vida libre y bienaventurada.
No es en las manifestaciones del poder donde se encuentra Dios, sus manifestaciones decisivas se dan en la “brisa tenue”, en los amores discretos, en las vidas dedicadas humildemente al servicio y a la solidaridad.
Así lo señala bellamente el texto de 1 Reyes 19: “En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego se oyó un sonido suave y delicado. Al escucharlo, Elías se cubrió la cara con su capa y salió y se quedó a la entrada de la cueva. En esto llegó a él una voz que decía: qué haces ahí Elías?” (1 Reyes 19: 11-13)
Con este acontecimiento Elías se da cuenta que la denuncia de las injusticias no puede ir acompañada de violencia (ver 1 Reyes 18: 20-40), percibe que este desafortunado recurso sólo contribuye a crear más desolación y muerte, y por eso cambia su perspectiva invitando a un grupo de discípulos suyos a seguir con su misión enfocada ahora en la paz y en la justicia.
La mentalidad que refleja el anterior relato es indicativa de la lógica de un Dios que no acude a las evidencias propias de la espectacularidad vanidosa y arrogante. El Dios que asi se revela se abaja para manifestarse en la pobreza, en la silenciosa conducta de los humildes, en el bajo perfil, como lo apreciamos en los relatos de vida de Francisco de Asís, de Teresa de Calcuta, de Monseñor Romero, y de tantos otros que han sido y son “sal de la tierra y luz del mundo” desde biografías ocultas, plenas de amor y de solidaridad, sin llamar la atención de los poderes del mundo.
El relato del evangelio de Mateo – la tempestad calmada – obedece a situaciones de confusión y angustia que vivían las primeras comunidades cristianas, asediadas por persecuciones y graves contradicciones e incomprensiones, bien conocidas por la historia. Recordemos también el hondo sentimiento de derrota que embargó a los discípulos después de la muerte de Jesús, todo lo bueno que El anunció y realizó se veía aparentemente fracasado.
Esta situación se parece a muchas que vivimos los seres humanos, las sociedades, la Iglesia misma, las fuerzas adversas parecen llevar siempre la delantera.
Pensemos en algunas de estas:
  • La gravísima mancha moral causada por los escándalos de abuso sexual protagonizados por sacerdotes, casos detectados en los años recientes, la conducta de algunos obispos que no tuvieron la suficiente severidad y vigor para castigar a los responsables de estos crímenes, que son simultáneamente pecados de extrema gravedad y delitos de lesa humanidad.
  • La sociedad de consumo y la cultura “light” que crea mentalidades facilistas poco aptas para la entrega generosa y la abnegación, con la incidencia que esto tiene para que muchos no tengan las condiciones que hacen propicio el mensaje de Jesús y su proyecto de donación de la vida y de compromiso con las causas de justicia y de dignidad.
  • El estilo integrista y fundamentalista de no pocos grupos de cristianos fijados en posturas autoritarias, dogmáticas, intransigentes, enemigas de la libertad humana y de los esfuerzos de actualización y renovación traídos al mundo cristiano por el Concilio Vaticano II y por las nuevas tendencias de interpretación teológica y de aplicación pastoral.
  • Las muy conocidas violencias estructurales de los modelos económicos excluyentes, generadores de grandes pobrezas, las determinaciones injustas de gobernantes, la crisis ambiental, el descuido de la vida en todas sus formas, la degradación de la dignidad humana, el vacío existencial.
  • Y junto con esto todo lo que nos sucede en el plano personal cuando la fragilidad toma formas muy fuertes y amenazantes.
Qué hacer? Donde están la esperanza y el sentido de la vida? Dios calla ante los males de la humanidad? Nos queda sólo el sentimiento trágico de la vida?
La fe en el Señor Jesucristo no es una cuestión de providencialismo ingenuo, en ella sí está la respuesta, lo tenemos claro, pero esta cuenta con la responsabilidad histórica del ser humano, con su libertad empeñada en la superación de estas contradicciones, con la conciencia de que la magnitud de los problemas ya señalados no permiten actitudes evasivas, que debemos vivir influídos felizmente por ese espíritu que se refleja en aquello de “A Dios rogando y con el mazo dando”, gracia de Dios y libertad humana combinadas para no sucumbir ante los dramas y las tragedias.
Las palabras de Jesús ante el miedo y la confusión que se apoderan de los discípulos: “Tengan valor , soy yo, no tengan miedo” (Mateo 14:27), son el reconocimiento de los primeros cristianos de una garantía decisiva que trasciende las limitaciones de la humanidad, es el mismo Señor animando constantemente a mantener el ánimo en alto para asumir lo contradictorio, lo antievangélico, lo deshumanizante, y transformarlo en gracia y en justicia.
La confianza serena en el Señor nos confiere el temple necesario para no hundirnos en las inseguridades y en el desencanto que nos pueden causar los pecados de algunos en la Iglesia y en la sociedad. En nombre de la fe debemos aceptar con entereza las turbulencias causadas por tales escándalos, auténticos pecados contra Dios y contra la humanidad, y emprender un trabajo transformador, poniendo el dedo en la llaga con coraje de cristianos raizales y dejándonos tomar por el que hace decir a Pablo “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog