domingo, 27 de agosto de 2017

COMUNITAS MATUTINA 27 DE AGOSTO DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Quien dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”
(Mateo 16: 13)
Lecturas:
  1. Isaías 22: 19-23
  2. Salmo 137: 1-8
  3. Romanos 11: 33-36
  4. Mateo 16: 13-20
En su bello y profundo libro “Imágenes deformadas de Jesús”, el teólogo francés Bernard Sesboüé se dedica a estudiar con rigor las respuestas a la pregunta que el mismo Jesús formula a Pedro y a los discípulos: “Quien dice la gente que es el Hijo del hombre?” (Mateo 16:13), ratificada con esta más directa: “Y ustedes, quien dicen que soy?” (Mateo 16: 15). Es la cuestión central que nos formula el evangelio de este domingo.
No es una disquisición teológica para eruditos sino realidad de fondo que interpela a cada creyente con el fin de hacer control de calidad a la propia fe:
  • Si estamos llevados simplemente por una inercia religiosa de tipo sociocultural, en la que la adscripción al cristianismo es uno más de los elementos de identidad social, acostumbrados a ser cristianos sin mayores incidencias en la generación de una manera de vivir cualificada por el Evangelio.
  • Si nuestro cristianismo se inclina por definiciones incompletas de Jesús, mucho más divino que humano, o viceversa; un Jesús milagrero, con rasgos de extraterrestre, desentendido de la humanidad, especialmente de sus aspectos más dramáticos y dolorosos.
  • O también el ejercicio de una fe condicionada por el sentimiento trágico de la vida, en la que se exalta en demasía el sufrimiento del Señor, con la abundante expresión de la religiosidad popular que no atina a detectar el fundamento pascual de la condición cristiana.
  • O un Jesús melifluo y sentimental, ingenuo, sin la perspectiva crítica que se requiere para captar las complejidades de la humanidad y de la historia, con la consiguiente evidencia de prácticas religiosas aisladas de la realidad.
  • O un Jesús que se reduce a ser caudillo y revolucionario social, identificándolo con unas determinadas tendencias políticas, convirtiéndolo en el gestor de unas reivindicaciones de justicia, realidades que de entrada son legítimas pero que no agotan todo lo que la auténtica tradición cristiana afirma y vive sobre la totalidad del misterio del Señor Jesucristo.
Altamente recomendado para quienes se esmeran por cultivar una fe inteligente y seria, este libro de Sesboüé hace un recorrido por el universo de interpretaciones deformadas o insuficientes, con la sana intención de purificar la práctica cristiana explicitando los elementos esenciales de la fe en Jesucristo, tal como fue vivido y proclamado por las comunidades que dieron origen a los escritos del Nuevo Testamento.
Sean estas reflexiones un llamado sensato para volver al diálogo que propone el evangelio de este domingo, que así nos sintamos interpelados por el mismo Jesús que hace preguntas serias a nuestra fe, a la manera como asumimos su seguimiento y la configuración de nuestra humanidad con la de El.
Pongamos en todo nuestro ser las palabras de Pedro, que habla por él mismo y por los demás discípulos, y digamos con convicción la respuesta a la cuestión planteada por el Señor: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16: 16), escueta y densa profesión de fe que condensa la fe de las primeras comunidades cristianas, que luego vendrá a ser heroico testimonio en la vida de esas cristiandades originales, acreditadas a menudo con el martirio y la persecución.
Cómo respondemos nosotros, desde este siglo XXI, a tal interrogante? Nos aventuramos a vivir la fe en el Señor Jesús con todas las implicaciones de su divinidad y de su humanidad? Se refleja eso en nuestro ser cotidiano, en la totalidad de dimensiones que constituyen nuestra condición humana, en la construcción de una historia que refleje coherentemente la dignidad humana, con todas sus evidencias de justicia, solidaridad, construcción del bien común, respeto por la diversidad, inclusión, fraternidad y apertura definitiva a la trascendencia de Dios?
Porque la realidad divina y humana de Jesús, comprensión completa de la fe cristiana, es para que cada ser humano que opta por esta alternativa sea plenamente humano y plenamente divino, dejando que su historia individual y comunitaria sea asumida en gracia por el Señor Jesucristo.
Creer en Jesús, seguir a Jesús, no es un asunto de momentos rituales , abarca la totalidad de la existencia con la pretensión de que todo lo que constituye a un ser humano esté permeado por El hasta configurar una nueva manera de ser, saludable, realista, una narrativa del acontecer liberador de Dios que se dice plenamente en el relato original y originante del Señor Jesucristo, decidiendo con libertad tomar el camino de la nueva humanidad que el Padre nos ofrece en Jesùs: “Pero esto no tiene nada que ver con lo que han aprendido de Cristo si es que han oído hablar de él y en él han sido enseñados conforme a la verdad de Jesús: en cuanto a su vida anterior, despójense del hombre viejo, que se corrompe dejándose seducir por deseos rastreros, renueven su mente espiritual y revístanse del Hombre Nuevo, creado según Dios, que se manifiesta en una vida justa y en la verdad santa” (Efesios 4: 20-24).
A este proceso San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, le llama “conocimiento interno”, lo expresa el santo en la tercera petición preparatoria de la segunda etapa de los ejercicios: “Demandar lo que quiero; será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (Ejercicios Espirituales # 104), lleva a que todo lo que somos como humanos se deje configurar por la persona de Jesús, en el mayor nivel posible de apasionamiento y de amor.
Hay algo más. Por eso nos vamos a fijar con detalle en la segunda parte del texto de Mateo: “Jesús le dijo: dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo! Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra constituiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá” (Mateo 16: 17-18).
Jesús se propone construír una comunidad de hombres nuevos, en la que se viva plenamente la Buena Noticia que él anuncia, sacramento eficaz de su presencia en la historia, para ello requiere que esta sea cimentada sobre una piedra fundamental, el sillar o roca en la que se asienta el edificio, entendiendo como tal a la comunidad de los primeros discípulos, que tiene su punto de partida en Pedro , él y ellos testigos originales de la vida y ministerio del Señor, ahora redimensionados por la experiencia pascual que los ha hecho pasar del temor y la confusión al coraje apostólico y a la capacidad de dar la vida por esta causa.
Pedro es una figura vinculante en el cristianismo primitivo, en él se condensa el ser humano creyente, con sus grandes virtudes e innegables limitaciones, como lo refieren los mismos relatos evangélicos en diversos pasajes.
Este mismo Pedro, en un determinado momento temeroso y cobarde, como nos sucede también a nosotros, es después cabeza de los discípulos y el más entusiasta testigo de Jesucristo: “Bendito sea Dios, padre de Nuestro Señor Jesucristo que, según su gran misericordia y por la resurrección de Jesucristo de la muerte, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, a una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo” (1 Pedro 1:3-4).
Qué sentimientos y preguntas provoca en nosotros Pedro, primero invadido de temores y de imaginarios mundanos, y luego el más corajudo de los apóstoles? Pedro, pastor de la primera comunidad de cristianos de Roma, es la roca en la que se afianza la solidez evangélica de la Iglesia. El es ahora el gran afirmador del Señor Jesús, llegando a ratificarlo con la ofrenda martirial de su vida, y dando testimonio de la esperanza definitiva con la que Dios garantiza que todo lo humano adquiere plenitud gracias a la mediación liberadora del Señor Jesucristo.
Profunda evocación esta que tiene mayor relieve ahora cuando se aproxima la visita apostólica de Francisco, Obispo de Roma, sucesor de Pedro, cuyo ministerio ejerce: “A ti te daré las llaves del reino de los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo 16: 19).
El servicio de Pedro no puede ser un poder del mundo, ejercido con talante autoritario y vertical, sino servicio, que es lo que significa la palabra ministerio, y este consiste en el anuncio de la Buena Noticia del Padre Dios presentada por el Señor Jesús para que toda la humanidad tenga las mejores y más decisivas razones para la esperanza, afianzando su dignidad de personas, promoviendo la construcción de sociedades equitativas, denunciando las permanentes idolatrías que amenazan la libertad, acreditando que la humanidad adquiere su pleno significado cuando se inserta en la divinidad mediante la acción salvadora de Jesús, viviendo densamente la sacramentalidad de la Iglesia como presencia histórica y eficaz de la misión salvadora que El nos ha traìdo.

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