domingo, 22 de mayo de 2016

COMUNITAS MATUTINA 22 DE MAYO SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD



“Cuando venga El, el espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa”
Juan 16: 13

Lecturas
1.   Proverbios 8: 22 – 31
2.   Salmo 8: 4 – 9
3.   Romanos 5: 1 – 5
4.   Juan 16: 12 – 15

Una consideración inicial para reflexionar y orar hoy sobre esta realidad de Dios que es el al mismo tiempo tres personas – Padre , Hijo y Espíritu Santo – es la de hacer el esfuerzo de despojarnos de preconcepciones complicadas que tengamos en este sentido, fruto de nuestra formación religiosa tradicional, no porque ellas sean erradas sino porque el acceso a la realidad de Dios se hace en las más absoluta simplicidad, simplemente con apertura al misterio feliz de nuestra plenitud, así como lo han vivido con extraordinaria sencillez místicos como Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Carlos de Foucauld, y tantos otros que, en una muy evangélica disposición de humildad,  se dejaron  asumir amorosamente por esta realidad de bienaventuranza para encontrar en ella el sentido total de la existencia.
Los primeros esfuerzos de formulación sobre el Dios trinitario se hicieron en los cauces de la muy compleja filosofía griega (sustancia, naturaleza, persona), terminología en exceso compleja para la humanidad de hoy. Debemos volver al talante escueto del lenguaje evangélico y utilizar la parábola, la alegoría, el ejemplo que ilustra, la comparación, como hacía Jesús: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a gente sencilla” (Mateo 11: 25).
Dios en sí mismo, también hacia nosotros, hacia la creación, hacia toda la realidad, es una relación, una comunión de amor:
-      Un Dios que es Padre, origen de la vida, principio de todo, cuyo único interés es nuestra plenitud y felicidad
-      Un Dios que se hace uno de nosotros, el Hijo, y que asume nuestra condición humana, que se implica en todo lo nuestro, aún en sus aspectos más dolorosos y dramáticos
-      Un Dios que se identifica con cada uno de nosotros , el Espíritu, el que nos concede el don de la fe, el de la esperanza, el del amor
Esto nos habla de que nuestro Dios no está encerrado en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo El mismo. El pueblo judío no tenía en su cultura el estilo conceptual y filosófico de los griegos, ellos eran vitalistas, experienciales, vivenciales, concretos. En ese orden de cosas Jesús nos enseñó que para experimentar a Dios, el ser humano debe aprender a mirar su interior (Espíritu), mirar amorosamente a los demás (Hijo), mirar confiadamente lo trascendente (Padre).
Esto quiere decir que la Trinidad de Dios tiene una implicación directa en la vida del ser humano haciéndonos portadores de vida, servidores de todos los humanos, cuidadores de la creación, constructores de comunidad, hijos y hermanos, y creyentes confiados y humildes en una plenitud que nos proviene de ese principio y fundamento al que llamamos Dios.
Esto a propósito de recordar que la opción preferencial de Dios es el ser humano. Lo que también nos lleva a desmontar ese tinglado de falsas imágenes de El que sólo han servido para dominar, alienar, angustiar, a millones de seres humanos, y también para justificar mil y mil arbitrariedades de poderes religiosos y políticos, ese Dios pretendidamente legitimador de sistemas e ideologías, de situaciones de injusticia, de desgracias para la humanidad, Dios absurdo totalmente reñido con el verdadero y amoroso que se nos ha revelado plenamente en la persona de Jesús, este sí, un Dios descalzo dispuesto a caminar con nosotros para llevarnos hacia El  con todos nuestros hermanos.
Este Dios que es sabiduría para captar lo esencial de la vida y constituirse en su soporte, Dios dador del ser, especialista en vida y comprometido a mantener a sus creaturas en esa perspectiva, no escatimando esfuerzos para que seamos siempre vivos, creativos, honestos, aún a pesar de los muchos esfuerzos contrario de algunas libertadas desvinculadas de su amor fundante: “Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la superficie del océano; cuando sujetaba las nubes en lo alto, cuando afianzaba las fuentes del abismo, cuando marcaba su límite al mar para que las aguas no desbordaran sus orillas; cuando asentaba los cimientos de la tierra” (Proverbios 8: 27 – 29).
Admirar la realidad creada, la perfección de la vida, su asombrosa variedad, la armonía que la articula, su belleza innata que no requiere de artificios ni aditamentos, su capacidad de seguir transmitiendo vida, es  todo ello un sacramento de ese amor desbordante, ante el que cabe la más profunda actitud de reconocimiento y adoración, como también de cuidado y de honda responsabilidad , siguiendo la inspiración del Papa Francisco en su reciente carta “Laudato Si: sobre el cuidado de la  común”.
La dignidad humana y la de todas las  formas de vida encuentran en la Trinidad su argumento determinante. Todo lo salido del amor de Dios es bello, armonioso, merecedor de respeto, de protección, de conservación en su realidad original: “Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que pusiste, qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios lo hiciste, coronándolo de gloria y esplendor; señor lo hiciste de las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (Salmo 8: 4 – 7).
El grande y definitivo beneficio de que todo nuestro ser y quehacer no se trunque en la muerte y en el vacío viene decidido por la iniciativa salvadora y liberadora de esta Dios trinitario, siempre empeñado en que todos los suyos no se pierdan. Dios es amor incondicional y lo es para todos, sin excepción. No nos ama porque seamos buenos sino porque El es bueno. No nos ama cuando hacemos lo que El quiere sino siempre, de modo ilimitado. Ni siquiera rechaza a los que libremente se apartan de El en sus proyectos de vida.
Así lo testimonia Pablo, en la primera lectura de este domingo, tomada de la carta a los Romanos: “Así pues, una vez que hemos recibido la justificación mediante la fe, estamos en paz con Dios. Y todo gracias a nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido, también mediante la fe, el acceso a esta gracia, en la que nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza de participar en la gloria de Dios” (Romanos 5: 1 – 3), y más adelante: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5: 5).
Esto ratifica lo ya dicho: que la “agenda” de Dios es el ser humano, la vida, la felicidad, la armonía de todo lo que salido de su iniciativa amorosa y salvadora, esfuerzo permanente y creciente para que todo ese dinamismo se haga pleno y definitivo, y la muerte y el pecado no sean – de ninguna manera !– los portadores de la última palabra .
Un Dios condicionado a lo que los seres humanos hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. Esta idea de que Dios nos quiere solamente cuando somos buenos, repetida durante tres mil años, ha sido de las más útiles – penosamente útiles!! – a la hora de conseguir el sometimiento de los humanos a intereses de grupos de poder, incluyendo los religiosos.
Esta idea, radicalmente contraria al evangelio, ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas. Dios, felizmente, es por el contrario, fuente de sentido, garantía de dignidad, aval de la vida, certeza de la verdad que salva. Gracias al Espíritu tenemos la misma vida de Jesús: “Cuando venga El, el espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y les explicará lo que ha de venir” (Juan 16: 13)
A propósito de amor incondicional, recuerdan ustedes la película del director Tim Robbins (1995), “Dead Man Walking”? (versión en castellano “Pena de Muerte”).  En esta,  la protagonista – Susan Sarandon – caracteriza a una religiosa católica, asistente espiritual de un condenado a muerte (Sean Penn), expresando eso que es tan decisivo en el ser y proceder de Dios, la misericordia, la fuerza restauradora del amor, el empecinamiento teologal de que nada ni nadie debe perderse: eso es el Padre, el Hijo, el Espíritu, trabajando relacionalmente para que la intención original siga vigente!.

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