“Cuando venga El, el
espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa”
Juan 16: 13
Lecturas
1.
Proverbios 8: 22 – 31
2.
Salmo 8: 4 – 9
3.
Romanos 5: 1 – 5
4.
Juan 16: 12 – 15
Una consideración
inicial para reflexionar y orar hoy sobre esta realidad de Dios que es el al
mismo tiempo tres personas – Padre , Hijo y Espíritu Santo – es la de hacer el
esfuerzo de despojarnos de preconcepciones complicadas que tengamos en este
sentido, fruto de nuestra formación religiosa tradicional, no porque ellas sean
erradas sino porque el acceso a la realidad de Dios se hace en las más absoluta
simplicidad, simplemente con apertura al misterio feliz de nuestra plenitud,
así como lo han vivido con extraordinaria sencillez místicos como Francisco de
Asís, Teresa de Jesús, Carlos de Foucauld, y tantos otros que, en una muy
evangélica disposición de humildad, se
dejaron asumir amorosamente por esta
realidad de bienaventuranza para encontrar en ella el sentido total de la
existencia.
Los primeros esfuerzos
de formulación sobre el Dios trinitario se hicieron en los cauces de la muy
compleja filosofía griega (sustancia, naturaleza, persona), terminología en
exceso compleja para la humanidad de hoy. Debemos volver al talante escueto del
lenguaje evangélico y utilizar la parábola, la alegoría, el ejemplo que
ilustra, la comparación, como hacía Jesús: “Yo te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y
se las has revelado a gente sencilla” (Mateo 11: 25).
Dios en sí mismo,
también hacia nosotros, hacia la creación, hacia toda la realidad, es una
relación, una comunión de amor:
-
Un Dios que es Padre, origen de la vida,
principio de todo, cuyo único interés es nuestra plenitud y felicidad
-
Un Dios que se hace uno de nosotros, el
Hijo, y que asume nuestra condición humana, que se implica en todo lo nuestro,
aún en sus aspectos más dolorosos y dramáticos
-
Un Dios que se identifica con cada uno
de nosotros , el Espíritu, el que nos concede el don de la fe, el de la
esperanza, el del amor
Esto nos habla de que
nuestro Dios no está encerrado en sí mismo, sino que se relaciona dándose
totalmente a todos y a la vez permaneciendo El mismo. El pueblo judío no tenía
en su cultura el estilo conceptual y filosófico de los griegos, ellos eran
vitalistas, experienciales, vivenciales, concretos. En ese orden de cosas Jesús
nos enseñó que para experimentar a Dios, el ser humano debe aprender a mirar su
interior (Espíritu), mirar amorosamente a los demás (Hijo), mirar confiadamente
lo trascendente (Padre).
Esto quiere decir que
la Trinidad de Dios tiene una implicación directa en la vida del ser humano
haciéndonos portadores de vida, servidores de todos los humanos, cuidadores de
la creación, constructores de comunidad, hijos y hermanos, y creyentes
confiados y humildes en una plenitud que nos proviene de ese principio y
fundamento al que llamamos Dios.
Esto a propósito de
recordar que la opción preferencial de Dios es el ser humano. Lo que también
nos lleva a desmontar ese tinglado de falsas imágenes de El que sólo han
servido para dominar, alienar, angustiar, a millones de seres humanos, y
también para justificar mil y mil arbitrariedades de poderes religiosos y
políticos, ese Dios pretendidamente legitimador de sistemas e ideologías, de
situaciones de injusticia, de desgracias para la humanidad, Dios absurdo
totalmente reñido con el verdadero y amoroso que se nos ha revelado plenamente
en la persona de Jesús, este sí, un Dios descalzo dispuesto a caminar con
nosotros para llevarnos hacia El con
todos nuestros hermanos.
Este Dios que es
sabiduría para captar lo esencial de la vida y constituirse en su soporte, Dios
dador del ser, especialista en vida y comprometido a mantener a sus creaturas
en esa perspectiva, no escatimando esfuerzos para que seamos siempre vivos,
creativos, honestos, aún a pesar de los muchos esfuerzos contrario de algunas
libertadas desvinculadas de su amor fundante: “Cuando colocaba los cielos, allí
estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la superficie del océano; cuando
sujetaba las nubes en lo alto, cuando afianzaba las fuentes del abismo, cuando
marcaba su límite al mar para que las aguas no desbordaran sus orillas; cuando
asentaba los cimientos de la tierra” (Proverbios 8: 27 – 29).
Admirar la realidad
creada, la perfección de la vida, su asombrosa variedad, la armonía que la
articula, su belleza innata que no requiere de artificios ni aditamentos, su
capacidad de seguir transmitiendo vida, es
todo ello un sacramento de ese amor desbordante, ante el que cabe la más
profunda actitud de reconocimiento y adoración, como también de cuidado y de
honda responsabilidad , siguiendo la inspiración del Papa Francisco en su
reciente carta “Laudato Si: sobre el cuidado de la
común”.
La dignidad humana y la
de todas las formas de vida encuentran
en la Trinidad su argumento determinante. Todo lo salido del amor de Dios es
bello, armonioso, merecedor de respeto, de protección, de conservación en su
realidad original: “Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que
pusiste, qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que
de él te cuides? Apenas inferior a un dios lo hiciste, coronándolo de gloria y
esplendor; señor lo hiciste de las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus
pies” (Salmo 8: 4 – 7).
El grande y definitivo
beneficio de que todo nuestro ser y quehacer no se trunque en la muerte y en el
vacío viene decidido por la iniciativa salvadora y liberadora de esta Dios trinitario,
siempre empeñado en que todos los suyos no se pierdan. Dios es amor
incondicional y lo es para todos, sin excepción. No nos ama porque seamos
buenos sino porque El es bueno. No nos ama cuando hacemos lo que El quiere sino
siempre, de modo ilimitado. Ni siquiera rechaza a los que libremente se apartan
de El en sus proyectos de vida.
Así lo testimonia
Pablo, en la primera lectura de este domingo, tomada de la carta a los Romanos:
“Así
pues, una vez que hemos recibido la justificación mediante la fe, estamos en
paz con Dios. Y todo gracias a nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos
obtenido, también mediante la fe, el acceso a esta gracia, en la que nos
hallamos y nos gloriamos en la esperanza de participar en la gloria de Dios”
(Romanos 5: 1 – 3), y más adelante: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos
5: 5).
Esto ratifica lo ya
dicho: que la “agenda” de Dios es el ser humano, la vida, la felicidad, la
armonía de todo lo que salido de su iniciativa amorosa y salvadora, esfuerzo
permanente y creciente para que todo ese dinamismo se haga pleno y definitivo,
y la muerte y el pecado no sean – de ninguna manera !– los portadores de la
última palabra .
Un Dios condicionado a
lo que los seres humanos hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús.
Esta idea de que Dios nos quiere solamente cuando somos buenos, repetida
durante tres mil años, ha sido de las más útiles – penosamente útiles!! – a la
hora de conseguir el sometimiento de los humanos a intereses de grupos de
poder, incluyendo los religiosos.
Esta idea, radicalmente
contraria al evangelio, ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las
guerras juntas. Dios, felizmente, es por el contrario, fuente de sentido,
garantía de dignidad, aval de la vida, certeza de la verdad que salva. Gracias
al Espíritu tenemos la misma vida de Jesús: “Cuando venga El, el espíritu de
la verdad, los guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por su cuenta,
sino que hablará lo que oiga, y les explicará lo que ha de venir” (Juan
16: 13)
A propósito de amor
incondicional, recuerdan ustedes la película del director Tim Robbins (1995), “Dead
Man Walking”? (versión en castellano “Pena de Muerte”). En esta, la protagonista – Susan Sarandon – caracteriza
a una religiosa católica, asistente espiritual de un condenado a muerte (Sean
Penn), expresando eso que es tan decisivo en el ser y proceder de Dios, la
misericordia, la fuerza restauradora del amor, el empecinamiento teologal de
que nada ni nadie debe perderse: eso es el Padre, el Hijo, el Espíritu,
trabajando relacionalmente para que la intención original siga vigente!.
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