“La paz con ustedes.
Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho esto, sopló y les dijo:
reciban el Espíritu Santo” (Juan 20: 21 – 22)
Lecturas
1.
Hechos 2: 1 – 11
2.
Salmo 103: 1 y 24 – 34
3.
1 Corintios 12: 3 – 7 y 12 – 13
4.
Juan 20: 19 – 23
El gran proyecto del
Padre – Madre Dios es la plenitud del ser humano, su trascendencia definitiva a
partir de una comunidad – la Iglesia -
donde todos se reconocen como iguales, disfrutando de la creación como
el gran sacramento de la vida que procede de El.
El Espíritu Santo constantemente transforma
nuestro corazón, modifica nuestras prioridades y nos abre a la clave de
reconocer a cada ser humano como prójimo, como hermano; por esto – y gracias al
Espíritu – la Iglesia es una realidad de comunión y de participación. Desde
esta eclesialidad, el mismo Espíritu nos abre respetuosamente a todos los seres
humanos, a las diversas convicciones y prácticas religiosas y espirituales, a
las propuestas de humanismo y de pensamiento sabio.
Esto es lo que
celebramos en Pentecostés, feliz consumación de la Pascua, y expresión
permanente del amor de Dios que nos asiste para mantenernos en esa vigencia de
vida, de entusiasmo, de crecimiento y cambio constantes hacia El y hacia todas
las personas.
A este Espíritu le
llamamos creador, santificador, educador de la humanidad, defensor, inspirador
de sabiduría, gracias a El crecemos en justicia, nos sumergimos en el dinamismo
inagotable del amor, captamos la esencia de nuestras vidas en Dios como
principio y fundamento de nuestros proyectos existenciales. El es la nueva
creación, el gran fruto de la resurrección de Jesús.
En la Iglesia todas las
realizaciones se hacen desde el Espíritu:” El cuerpo humano, aunque tiene muchos
miembros, es uno; es decir, todos los miembros del cuerpo, no obstante su
pluralidad, forman un solo cuerpo. Pues así también es Cristo. Porque hemos
sido todos bautizados en un solo Espíritu, para no formar más que un cuerpo
entre todos: judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un
solo Espíritu” (1 Corintios 12: 12 – 13).
En este mundo, en el
que los seres humanos nos fracturamos y dividimos por tantas razones injustas y
pecaminosas, con clasificaciones y criterios excluyentes y despectivos de la
dignidad de muchos prójimos, los cristianos, bajo la acción del Espíritu,
estamos llamados a reconocer el valor intrínseco de cada hombre y de cada
mujer, a apreciar con respeto las diferencias, a promover causas comunes de
justicia y fraternidad, a proteger con delicadeza todas las formas de vida, en
las que reconocemos la acción creadora de Dios, a construír dialogalmente una
sabiduría vinculante que haga posible los encuentros amistosos, la
reconciliación y la superación de esas fracturas que tanto dolor causan a la
condición humana.
El hermoso texto que la
Iglesia nos propone hoy como primera lectura – Hechos 2: 1 – 11 – es un relato
paradigmático que indica con elocuencia los efectos del Espíritu: “Residían
en Jerusalén hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el
cielo. Al producirse aquel ruido , la gente se congregó y se llenó de estupor,
porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Estupefactos y admirados
decían: acaso no son galileos todos estos que están hablando?” (Hechos
2: 5 – 7).
A este respecto, tengamos presente que no era
nada fácil hablar del mensaje de Jesús en aquel diverso y complejo mundo de
romanos, judíos, griegos, árabes, cada cual con sus visiones de Dios , de la
vida, de lo religioso, y todas ellas opuestas y más bien generadoras de
animadversión y conflicto, como lo testimonia el relato total de Hechos de los
Apóstoles en las muchas confrontaciones que tuvieron Pedro, Pablo, y los
primeros discípulos con las autoridades romanas y judías.
Es el Espíritu el que
inaugura este nuevo tiempo eclesial, el de la “ecumene”, el diálogo y encuentro
fraterno de los opuestos que convergen ahora en el Espíritu del Resucitado,
experimentando una “globalización salvífica y liberadora”, como no se había visto
hasta entonces en el desarrollo de la humanidad.
Cómo traer esta
inspiración del Espíritu a nuestras vidas, a las dinámicas del mundo
contemporáneo? Este mundo que, en medio de sus prodigiosos avances de ciencia y
tecnología, de ciencias que propenden por la emancipación de los humanos, sigue
fomentando injusticias, inequidad, exclusión, mundo “civilizado” (?) que cierra
las puertas y niega la acogida a los millares de sirios, africanos, que huyen
de las despiadadas guerras y pobreza de sus países de origen.
Cómo llegar a las
definiciones políticas, legales, económicas, laborales, para que ellas manejen
con total responsabilidad los valores de este humanismo incluyente y
fraternal? Cómo dejar de lado este
modelo de consumismo desaforado para establecer entre todos el pacto de cuidar
la casa común, como lo dice el Papa Francisco en su reciente encíclica “Laudato
Si”? : “Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como
hermanos en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios
tiene a cada una de sus creaturas y que nos une también,con tierno cariño, al
hermano sol , a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra”
(Papa Francisco. Encíclica Laudato Si, No. 92).
Por otra parte, el
Espíritu no produce personas uniformes, manipuladas por un colectivismo que
domestica y sofoca la iniciativa individual y colectiva, como lo han pretendido
sistemas y modelos políticos, y también – desafortunadamente ¡! – algunas
entidades y normativas religiosas. Al contrario, el Espíritu felizmente es una
fuerza vital que y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes
cualidades y aptitudes, para servir con creatividad a la madurez de la
humanidad y de la Iglesia: “Hay diversidad de carismas, pero un mismo
Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de
actuaciones, pero un mismo Dios que actúa todo en todos” (1 Corintios
12: 4 -6).
El Espíritu capacita a
cada bautizado en particular y a la Iglesia en su totalidad para comunicar el
gozo de la Buena Noticia de este Dios que llama y acoge a todos, con exquisita
cercanía y solidaridad misericordiosa, implicándose profundamente en todo lo
humano para situarlo en la perspectiva de la redención, de la salvación, de la
liberación.
Es decir, el Espíritu determina nuestro
talante apostólico y misional, tal como lo expresa Jesús a sus discípulos: “La
paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho esto,
sopló, y les dijo: reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengan , les quedan retenidos”
(Juan 20: 21 – 23)
Pentecostés es una
magnífica oportunidad para salir al rescate de lo esencial cristiano y de lo
esencial humano: dialogar, convivir en la diferencia y en la pluralidad, enriquecernos de esto,
servir, construír solidaridad, acoger, reconciliar, sanar heridas, restaurar
los vínculos perdidos por el egoísmo, dar las mejores y más definitivas razones
para el sentido de la vida, sembrar el mundo de esperanza, proteger la
creación, disponer la mesa en igualdad de condiciones para todos, aspirar a la
consumación plena en la vida inagotable del Padre común que nos llama a todos a
sí, en su reino de plenitud y bienaventuranza.
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