domingo, 15 de mayo de 2016

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 15 DE MAYO 2016 SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES



“La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho esto, sopló y les dijo: reciban el Espíritu Santo” (Juan 20: 21 – 22)

Lecturas
1.   Hechos 2: 1 – 11
2.   Salmo 103: 1 y 24 – 34
3.   1 Corintios 12: 3 – 7 y 12 – 13
4.   Juan 20: 19 – 23
El gran proyecto del Padre – Madre Dios es la plenitud del ser humano, su trascendencia definitiva a partir de una comunidad – la Iglesia -  donde todos se reconocen como iguales, disfrutando de la creación como el gran sacramento de la vida que procede de El.
 El Espíritu Santo constantemente transforma nuestro corazón, modifica nuestras prioridades y nos abre a la clave de reconocer a cada ser humano como prójimo, como hermano; por esto – y gracias al Espíritu – la Iglesia es una realidad de comunión y de participación. Desde esta eclesialidad, el mismo Espíritu nos abre respetuosamente a todos los seres humanos, a las diversas convicciones y prácticas religiosas y espirituales, a las propuestas de humanismo y de pensamiento sabio.
Esto es lo que celebramos en Pentecostés, feliz consumación de la Pascua, y expresión permanente del amor de Dios que nos asiste para mantenernos en esa vigencia de vida, de entusiasmo, de crecimiento y cambio constantes hacia El y hacia todas las personas.
A este Espíritu le llamamos creador, santificador, educador de la humanidad, defensor, inspirador de sabiduría, gracias a El crecemos en justicia, nos sumergimos en el dinamismo inagotable del amor, captamos la esencia de nuestras vidas en Dios como principio y fundamento de nuestros proyectos existenciales. El es la nueva creación, el gran fruto de la resurrección de Jesús.
En la Iglesia todas las realizaciones se hacen desde el Espíritu:” El cuerpo humano, aunque tiene muchos miembros, es uno; es decir, todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, forman un solo cuerpo. Pues así también es Cristo. Porque hemos sido todos bautizados en un solo Espíritu, para no formar más que un cuerpo entre todos: judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Corintios 12: 12 – 13).
En este mundo, en el que los seres humanos nos fracturamos y dividimos por tantas razones injustas y pecaminosas, con clasificaciones y criterios excluyentes y despectivos de la dignidad de muchos prójimos, los cristianos, bajo la acción del Espíritu, estamos llamados a reconocer el valor intrínseco de cada hombre y de cada mujer, a apreciar con respeto las diferencias, a promover causas comunes de justicia y fraternidad, a proteger con delicadeza todas las formas de vida, en las que reconocemos la acción creadora de Dios, a construír dialogalmente una sabiduría vinculante que haga posible los encuentros amistosos, la reconciliación y la superación de esas fracturas que tanto dolor causan a la condición humana.
El hermoso texto que la Iglesia nos propone hoy como primera lectura – Hechos 2: 1 – 11 – es un relato paradigmático que indica con elocuencia los efectos del Espíritu: “Residían en Jerusalén hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido , la gente se congregó y se llenó de estupor, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: acaso no son galileos todos estos que están hablando?” (Hechos 2: 5 – 7).
 A este respecto, tengamos presente que no era nada fácil hablar del mensaje de Jesús en aquel diverso y complejo mundo de romanos, judíos, griegos, árabes, cada cual con sus visiones de Dios , de la vida, de lo religioso, y todas ellas opuestas y más bien generadoras de animadversión y conflicto, como lo testimonia el relato total de Hechos de los Apóstoles en las muchas confrontaciones que tuvieron Pedro, Pablo, y los primeros discípulos con las autoridades romanas y judías.
Es el Espíritu el que inaugura este nuevo tiempo eclesial, el de la “ecumene”, el diálogo y encuentro fraterno de los opuestos que convergen ahora en el Espíritu del Resucitado, experimentando una “globalización salvífica y liberadora”, como no se había visto hasta entonces en el desarrollo de la humanidad.
Cómo traer esta inspiración del Espíritu a nuestras vidas, a las dinámicas del mundo contemporáneo? Este mundo que, en medio de sus prodigiosos avances de ciencia y tecnología, de ciencias que propenden por la emancipación de los humanos, sigue fomentando injusticias, inequidad, exclusión, mundo “civilizado” (?) que cierra las puertas y niega la acogida a los millares de sirios, africanos, que huyen de las despiadadas guerras y pobreza de sus países de origen.
Cómo llegar a las definiciones políticas, legales, económicas, laborales, para que ellas manejen con total responsabilidad los valores de este humanismo incluyente y fraternal?  Cómo dejar de lado este modelo de consumismo desaforado para establecer entre todos el pacto de cuidar la casa común, como lo dice el Papa Francisco en su reciente encíclica “Laudato Si”? : “Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus creaturas y que nos une también,con tierno cariño, al hermano sol , a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra” (Papa Francisco. Encíclica Laudato Si, No. 92).
Por otra parte, el Espíritu no produce personas uniformes, manipuladas por un colectivismo que domestica y sofoca la iniciativa individual y colectiva, como lo han pretendido sistemas y modelos políticos, y también – desafortunadamente ¡! – algunas entidades y normativas religiosas. Al  contrario, el Espíritu felizmente es una fuerza vital que y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes, para servir con creatividad a la madurez de la humanidad y de la Iglesia: “Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que actúa todo en todos” (1 Corintios 12: 4 -6).
El Espíritu capacita a cada bautizado en particular y a la Iglesia en su totalidad para comunicar el gozo de la Buena Noticia de este Dios que llama y acoge a todos, con exquisita cercanía y solidaridad misericordiosa, implicándose profundamente en todo lo humano para situarlo en la perspectiva de la redención, de la salvación, de la liberación.
 Es decir, el Espíritu determina nuestro talante apostólico y misional, tal como lo expresa Jesús a sus discípulos: “La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho esto, sopló, y les dijo: reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan , les quedan retenidos” (Juan 20: 21 – 23)
Pentecostés es una magnífica oportunidad para salir al rescate de lo esencial cristiano y de lo esencial humano: dialogar, convivir en la diferencia y  en la pluralidad, enriquecernos de esto, servir, construír solidaridad, acoger, reconciliar, sanar heridas, restaurar los vínculos perdidos por el egoísmo, dar las mejores y más definitivas razones para el sentido de la vida, sembrar el mundo de esperanza, proteger la creación, disponer la mesa en igualdad de condiciones para todos, aspirar a la consumación plena en la vida inagotable del Padre común que nos llama a todos a sí, en su reino de plenitud y bienaventuranza.

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