Lecturas:
1.
Isaías 6: 1-8
2.
Salmo 137
3.
1 Corintios 15: 1-11
4.
Lucas 5: 1-11
Cuántas veces nos hemos sentido agobiados por el fracaso,
por lo que creemos que es la imposibilidad de lograr nuestros
ideales, nuestra felicidad y realización ? Entramos en depresión y en
sentimiento de derrota, “tirar la toalla” es la expresión consagrada para esto;
nuestra auto estima baja, el sentimiento trágico de la vida nos invade, todo se
nos antoja sombrío y el pesimismo se torna en la nota dominante de nuestra
sensibilidad.
Ante esto se expande el amplio panorama de respuestas
para lograr esa felicidad “inalcanzable”, propio
de la sociedad de consumo y de su cultura deleznable: la deficiente literatura de superación, los cursos y talleres que ofrecen lograrla en rápidas
lecciones , infinidad de experiencias
que se rapan la innumerable clientela, en las redes sociales pululan las
cadenas del éxito, las recetas para obtenerlo, también la religiosidad barata,
desconectada de la historia, refugio de perdedores.
Todas ellas son ofertas que adolecen de una aterradora
superficialidad. Es la cultura ligera, epidérmica, dominada por un facilismo
que ignora el aspecto dramático de la existencia, la radical precariedad de la
condición humana, y la templada entereza para afrontarla, propia de las
tradiciones espirituales y humanistas de probada consistencia.
Veamos que nos dice al respecto la palabra de este
domingo. El pasaje que nos refiere la primera lectura – de Isaías – relata un
encuentro íntimo de Yahvé-Dios con el profeta, en el que este se experimenta
indigno y frágil ante la misión que se le quiere confiar , sentimiento muy
humano como el que suele ocurrirnos cuando nos sentimos desbordados por algún
reto especialmente exigente: “Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre
de labios impuros y vivo entre gente de
labios impuros”[1].
Recordemos hacer el esfuerzo de dar el paso cualitativo entre el texto bíblico, el
contexto en el que surgió y el vínculo con la realidad nuestra, tal
procedimiento nos garantiza un ejercicio de interpretación saludable, atinado,
que no es simple tarea racional sino encuentro con nuestra circunstancia real,
en este caso pensando en aquellas cosas que nos disminuyen, afligen y afectan
negativamente en nuestro deseo de vivir con sentido; y en el horizonte, Dios
siempre empeñado en su proyecto de hacernos humanos, demasiado, humanos, para
integrarnos con El, divinidad encarnada, cercana, solidaria con esta
apasionante tarea de hacernos adultos.
Es Dios respuesta a estas fragilidades? Sabemos dar el
paso de la religiosidad deísta, ritual, a una experiencia existencial en la que
ponemos la cara a la adversidad, sin resignación, sin búsqueda de respuestas
mágicas, haciéndonos conscientes del trabajo combinado de la iniciativa
gratuita de Dios con la respuesta de nuestra libertad? Tenemos la convicción de
que esto es posible?
Si recorremos a
los profetas bíblicos y los cotejamos con nuestros momentos de incertidumbre,
de crisis, podremos establecer el vínculo correspondiente y verificar cómo en
ellos la experiencia de Dios ha sido garantía de un nuevo amanecer , dotándonos
de sentido, nunca dispensándonos de la responsabilidad de resolver la vida por
nuestra cuenta y riesgo. La acción
salvadora y liberadora de Dios no es de proteccionismo a minusválidos sino de tarea que estimula al ser humano para que sea el gestor de su
historia.
Aquí está uno de los elementos esenciales de nuestra
misión en la vida. No se trata de pasar por ella domesticados por lo que es
ajeno a nosotros, condicionados por la presión social, permitiendo que otros
nos suplanten en la liberadora tarea de decidir y de resolver con creatividad
lo que nos maltrata. La demanda teologal, la que nos hace profundamente
humanos, es la de ser hombres y mujeres que afrontan la aventura del sentido,
de la libertad, con todas las implicaciones que esto contiene, incluídas las
contradicciones, los desencantos, las situaciones difíciles en las que parece
que Dios permanece en silencio.
Dios, lo sabemos, es un experto en configurar seres
humanos de primera categoría. Lo suyo es el ser humano, su felicidad y
plenitud, su dignidad, su libertad, su capacidad de amar y ser amado, su fuerza
innovadora para erradicar lo que es
opuesto a esta intención.
La historia
bíblica es un relato pedagógico de esa estrategia divina, a través de las
personas, experiencias, situaciones, del pueblo de Israel. Esto nos ayuda a
entender la inquietud de Isaías, expresada en la primera lectura, el que se
sentía indigno experimenta ahora el favor de Dios y se siente impulsado a la
misión: “Y voló hacia mí uno de los serafines con un ascua en la mano, que
había retirado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira,
esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.
Entonces escuché la voz del Señor que decía: A quién mandaré? Quién
irá de nuestra parte? Contesté: aquí estoy, mándame”[2]
Y en el evangelio nos encontramos con el diálogo entre
Jesús y Pedro, sencillo y profundo a la vez, diálogo que podemos apropiarnos en
medio de las turbulencias de la vida mientras nos esforzamos nadando a contra corriente. Están Pedro y los demás
discípulos en su faena habitual de la pesca, en la que ellos son
experimentados. Sin embargo el relato dice que no tuvieron buenos resultados, y
esto les causa frustración: “Maestro , hemos bregado toda la noche sin
lograr nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes. Lo hicieron, y capturaron
tal cantidad de peces, que reventaban las redes. Hicieron señas a los socios de
la otra barca para que fueran a echarles una mano. Llegaron y llenaron las dos
barcas, que casi se hundían”[3]
El hecho de que la pesca abundante sea precedido de un
total fracaso tiene un significado teológico muy profundo. Quién no ha tenido
la sensación de haber trabajado en vano durante largo tiempo? Cuántos esfuerzos
hemos hecho, pensando que íbamos a obtener los mejores resultados, para no obtener
nada de valía? No será que esto sucede
porque nos dejamos llevar por la autosuficiencia, sintiéndonos nosotros los propietarios
del éxito , sin una referencia trascendente a Dios, y al prójimo?
Justamente la expresión “remar adentro” es el desafío que
Jesús plantea a Pedro y a nosotros, abandonar el confort para correr el riesgo de la gran aventura
vital, cuando nos desacomodamos de la mediocridad, yendo a lo profundo para
traspasar la falsa seguridad del yo superficial , adentrándonos en aquello que
nos es desconocido pero promisorio de libertad y de felicidad. La inmensidad
del mar es potente lenguaje simbólico que evoca los grandes emprendimientos del
ser humano que se arriesga para conseguir su libertad, su realización.
Es aquí donde entra en juego la fe, la confianza en el
Totalmente Otro, en Dios, siempre respetuoso de nuestra libertad pero
motivándonos para que rompamos con esas ficciones que nos esclavizan.
El que Pedro se fíe de la palabra de Jesús, que le
invita a lanzar las redes contra toda lógica, a una hora impropia en la que no
había peces, tiene mucha miga. Las tareas decisivas de la vida las debemos y
podemos hacer sólo si nos fiamos de otro. Se impone que tengamos la docilidad
de dejarnos conducir por la Vida. Cuando intentamos controlar lo que es más que
nosotros, aseguramos el fracaso más rotundo.
Dejarnos llevar
por lo que nos desborda – el Misterio sagrado del amor de Dios, el Misterio del
prójimo, el santo Misterio de la vida con sentido – es señal de sabiduría y de
una libertad que no se queda en la vanidad del pretendido poder que creemos
poseer, con la capacidad de dejarse tomar felizmente por Aquel que ha
seducido amorosamente a tantos hombres y mujeres , admirables seres que sin
sentirse inferiores ni humillados tuvieron el tino de encontrar su plenitud en
el abandonarse plenamente en ese amor siempre mayor.
Así apreciamos mejor las palabras finales del texto
evangélico de hoy: “Entonces, atracando la barca en tierra, lo dejaron todo y lo siguieron”[4].
Es la vocación de todo ser humano, el llamamiento a una vida consistente, no
invitación sólo para una élite de escogidos sino para todos sin excepción,
propuesta que nos remite a la faena por excelencia, la de la felicidad, la de
construír una historia de solidaridad, de genuino humanismo trascendente, de
plenitud y de liberación.
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