domingo, 10 de febrero de 2019

COMUNITAS MATUTINA 10 DE FEBRERO 2019 DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C


Lecturas:
1.   Isaías 6: 1-8
2.   Salmo 137
3.   1 Corintios 15: 1-11
4.   Lucas 5: 1-11

Cuántas veces   nos hemos sentido agobiados por el fracaso, por lo que creemos  que  es la imposibilidad de lograr nuestros ideales, nuestra felicidad y realización ? Entramos en depresión y en sentimiento de derrota, “tirar la toalla” es la expresión consagrada para esto; nuestra auto estima baja, el sentimiento trágico de la vida nos invade, todo se nos antoja sombrío y el pesimismo se torna en la nota dominante de nuestra sensibilidad.
Ante esto se expande el amplio panorama de respuestas para lograr esa felicidad “inalcanzable”,  propio  de la sociedad de consumo y de su cultura deleznable: la deficiente  literatura de superación, los cursos  y talleres que ofrecen lograrla en rápidas lecciones ,  infinidad de experiencias que se rapan la innumerable clientela, en las redes sociales pululan las cadenas del éxito, las recetas para obtenerlo, también la religiosidad barata, desconectada de la historia, refugio de perdedores.
 Todas ellas  son ofertas que adolecen de una aterradora superficialidad. Es la cultura ligera, epidérmica, dominada por un facilismo que ignora el aspecto dramático de la existencia, la radical precariedad de la condición humana, y la templada entereza para afrontarla, propia de las tradiciones espirituales y humanistas de probada consistencia.
Veamos que nos dice al respecto la palabra de este domingo. El pasaje que nos refiere la primera lectura – de Isaías – relata un encuentro íntimo de Yahvé-Dios con el profeta, en el que este se experimenta indigno y frágil ante la misión que se le quiere confiar , sentimiento muy humano como el que suele ocurrirnos cuando nos sentimos desbordados por algún reto especialmente exigente: “Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros  y vivo entre gente de labios impuros[1].
Recordemos hacer el esfuerzo de dar el paso  cualitativo entre el texto bíblico, el contexto en el que surgió y el vínculo con la realidad nuestra, tal procedimiento nos garantiza un ejercicio de interpretación saludable, atinado, que no es simple tarea racional sino encuentro con nuestra circunstancia real, en este caso pensando en aquellas cosas  que nos disminuyen, afligen y afectan negativamente en nuestro deseo de vivir con sentido; y en el horizonte, Dios siempre empeñado en su proyecto de hacernos humanos, demasiado, humanos, para integrarnos con El, divinidad encarnada, cercana, solidaria con esta apasionante tarea de hacernos adultos.
Es Dios respuesta a estas fragilidades? Sabemos dar el paso de la religiosidad deísta, ritual, a una experiencia existencial en la que ponemos la cara a la adversidad, sin resignación, sin búsqueda de respuestas mágicas, haciéndonos conscientes del trabajo combinado de la iniciativa gratuita de Dios con la respuesta de nuestra libertad? Tenemos la convicción de que esto es posible?
 Si recorremos a los profetas bíblicos y los cotejamos con nuestros momentos de incertidumbre, de crisis, podremos establecer el vínculo correspondiente y verificar cómo en ellos la experiencia de Dios ha sido garantía de un nuevo amanecer , dotándonos de sentido, nunca dispensándonos de la responsabilidad de resolver la vida por nuestra  cuenta y riesgo. La acción salvadora y liberadora de Dios no es de proteccionismo a minusválidos sino de  tarea que estimula  al ser humano para que sea el gestor de su historia.
Aquí está uno de los elementos esenciales de nuestra misión en la vida. No se trata de pasar por ella domesticados por lo que es ajeno a nosotros, condicionados por la presión social, permitiendo que otros nos suplanten en la liberadora tarea de decidir y de resolver con creatividad lo que nos maltrata. La demanda teologal, la que nos hace profundamente humanos, es la de ser hombres y mujeres que afrontan la aventura del sentido, de la libertad, con todas las implicaciones que esto contiene, incluídas las contradicciones, los desencantos, las situaciones difíciles en las que parece que Dios permanece en silencio.
Dios, lo sabemos, es un experto en configurar seres humanos de primera categoría. Lo suyo es el ser humano, su felicidad y plenitud, su dignidad, su libertad, su capacidad de amar y ser amado, su fuerza innovadora  para erradicar lo que es opuesto a esta intención.
 La historia bíblica es un relato pedagógico de esa estrategia divina, a través de las personas, experiencias, situaciones, del pueblo de Israel. Esto nos ayuda a entender la inquietud de Isaías, expresada en la primera lectura, el que se sentía indigno experimenta ahora el favor de Dios y se siente impulsado a la misión: “Y voló hacia mí uno de los serafines con un ascua en la mano, que había retirado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira, esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor que decía: A quién mandaré? Quién irá de nuestra parte? Contesté: aquí estoy, mándame[2]
Y en el evangelio nos encontramos con el diálogo entre Jesús y Pedro, sencillo y profundo a la vez, diálogo que podemos apropiarnos en medio de las turbulencias de la vida mientras nos esforzamos nadando  a contra corriente. Están Pedro y los demás discípulos en su faena habitual de la pesca, en la que ellos son experimentados. Sin embargo el relato dice que no tuvieron buenos resultados, y esto les causa frustración: “Maestro , hemos bregado toda la noche sin lograr nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes. Lo hicieron, y capturaron tal cantidad de peces, que reventaban las redes. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que fueran a echarles una mano. Llegaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían”[3]
El hecho de que la pesca abundante sea precedido de un total fracaso tiene un significado teológico muy profundo. Quién no ha tenido la sensación de haber trabajado en vano durante largo tiempo? Cuántos esfuerzos hemos hecho, pensando que íbamos a obtener los mejores resultados, para no obtener nada de valía?  No será que esto sucede porque nos dejamos llevar por la autosuficiencia, sintiéndonos nosotros los propietarios del éxito , sin una referencia trascendente a Dios, y al prójimo?
Justamente la expresión “remar adentro” es el desafío que Jesús plantea a Pedro y a nosotros, abandonar el confort  para correr el riesgo de la gran aventura vital, cuando nos desacomodamos de la mediocridad, yendo a lo profundo para traspasar la falsa seguridad del yo superficial , adentrándonos en aquello que nos es desconocido pero promisorio de libertad y de felicidad. La inmensidad del mar es potente lenguaje simbólico que evoca los grandes emprendimientos del ser humano que se arriesga para conseguir su libertad, su realización.
 Es aquí donde  entra en juego la fe, la confianza en el Totalmente Otro, en Dios, siempre respetuoso de nuestra libertad pero motivándonos para que rompamos   con esas ficciones que nos esclavizan.
El que Pedro se fíe de la palabra de Jesús, que le invita a lanzar las redes contra toda lógica, a una hora impropia en la que no había peces, tiene mucha miga. Las tareas decisivas de la vida las debemos y podemos hacer sólo si nos fiamos de otro. Se impone que tengamos la docilidad de dejarnos conducir por la Vida. Cuando intentamos controlar lo que es más que nosotros, aseguramos el fracaso más rotundo.
 Dejarnos llevar por lo que nos desborda – el Misterio sagrado del amor de Dios, el Misterio del prójimo, el santo Misterio de la vida con sentido – es señal de sabiduría y de una libertad que no se queda en la vanidad del pretendido poder que creemos poseer,  con la capacidad  de dejarse tomar felizmente por Aquel que ha seducido amorosamente a tantos hombres y mujeres , admirables seres que sin sentirse inferiores ni humillados tuvieron el tino de encontrar su plenitud en el abandonarse plenamente en ese amor siempre mayor.
Así apreciamos mejor las palabras finales del texto evangélico de hoy: “Entonces, atracando la barca en tierra, lo dejaron todo y lo siguieron[4]. Es la vocación de todo ser humano, el llamamiento a una vida consistente, no invitación sólo para una élite de escogidos sino para todos sin excepción, propuesta que nos remite a la faena por excelencia, la de la felicidad, la de construír una historia de solidaridad, de genuino humanismo trascendente, de plenitud y de liberación.



[1] Isaías 6: 5
[2] Isaías 6: 6-8
[3] Lucas 5: 5-7
[4] Lucas 5: 11

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