martes, 19 de febrero de 2019

COMUNITAS MATUTINA 17 DE FEBRERO 2019 VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C


“Bienaventurados serán Ustedes cuando los hombres los odien, cuando los expulsen, los injurien y proscriban su nombre como malo por causa del Hijo del hombre”
(Lucas 6: 22)

Lecturas:
1.   Jeremías 17: 5-8
2.   Salmo 1
3.   1 Corintios 15: 12-20
4.   Lucas 6: 17-26

La afirmación evangélica que encabeza el escrito de hoy pertenece a la entraña más original y auténtica del mensaje de Jesús.  Nos remonta al mismo Señor, a la constante contradicción que vivió con los dirigentes judíos de su tiempo, a su muerte en cruz,  a las persecuciones y crudas incomprensiones vividas por las primeras comunidades de seguidores suyos, a las páginas heroicas escritas por los mártires de los tiempos del imperio romano,  que ofrecieron sus vidas cruentamente por el reino de Dios y su justicia, a la multitud de hombres y mujeres que en estos largos siglos de historia de la fe han dado testimonio del carácter definitivo de la misma con la entrega martirial de sus vidas, hasta niveles de un heroísmo fuera de lo común.
La carta a los Hebreos lo atestigua con dramática belleza: “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con constancia la carrera que se nos propone, con los ojos fijos en Jesús, que inicia y lleva a la perfección la fe. El , en vista del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios[1]
La Palabra de este domingo nos habla de bienaventuranzas y de malaventuranzas. En este contexto se inscribe la propuesta de Jesús que invita a un modo de vida a contracorriente de las mentalidades dominantes de enriquecimiento, de ascenso en la escala del poder, de búsqueda de éxito y de privilegios, de culto a una felicidad netamente individualista, de afirmación egocéntrica de los individuos que no saben de servicio ni de solidaridad.
Las Bienaventuranzas con los pobres como protagonistas y las malaventuranzas con los ricos como destinatarios, expresan el plan programático de Jesús en el evangelio de Lucas. Para los primeros hay una promesa de felicidad, inversa a la habitual que ofrece el mundo[2], dando sentido a su pasión por la justicia, a su sentido de la fraternidad, a la vida entendida como mesa compartida, al servicio y a la solidaridad como raíces de los proyectos existenciales. Para los segundos , las palabras son fuertes y estremecedoras: “Pero, ay de ustedes, los ricos! Porque ya han recibido su consuelo. Ay de ustedes, los que ahora están hartos, porque tendrán hambre. Ay de los que ríen ahora! , porque se afligirán y llorarán[3]
Estas promesas de felicidad son una forma literaria propia de culturas de la antigüedad (Egipto, Grecia, Mesopotamia), también en los escritos bíblicos, principalmente en los sapienciales y en los profetas. En estos últimos se considera bienaventurada a la persona que es fiel a la ley, como concreción de su fidelidad a Yahvé: “Feliz quien no sigue consejos de malvados ni anda mezclado con pecadores ni en grupos de necios toma asiento, sino que se recrea en la ley de Yahvé, susurrando su ley día y noche. Será como árbol plantado entre acequias, da su fruto en sazón, su fronda no se agosta. Todo cuanto emprende prospera, pero no será así con los malvados[4]
Estas malaventuranzas son más comunes en los profetas, cuando denuncian con severidad las inconsistencias morales y religiosas de quienes se dicen creyentes, proclamándolo con actitudes externas de observancia ritual pero  que en sus vidas distan totalmente de la voluntad de Dios. Conocemos ampliamente la referencia directa del profetismo bíblico a las injusticias cometidas por los poderosos, y la condenación sin contemplaciones que hacen de su conducta, que desconoce a los últimos del mundo, religión sin solidaridad con el prójimo es un culto vacío y acreedor de maldición: “Ay de los que dictan normas inicuas, y los que firman decretos vejatorios, excluyendo del juicio a los débiles, atropellando el derecho de los pobres de mi pueblo, haciendo de las viudas su botín y despojando a los huérfanos[5]
En la literatura sapiencial del Antiguo Testamento se insiste en un comportamiento acorde con la ley, entendiendo el cumplimiento de esta como algo muy superior a un acatamiento formal, porque es una legislación que tiene como contenido el reconocimiento del prójimo débil, empobrecido, deseoso de que    su dignidad sea tenida en cuenta.
  En la  formulación de las bienaventuranzas de Mateo y de Lucas,  Jesús va más allá porque  declara que los perseguidos por causa de la justicia, los que aman la pobreza ( que no miseria sino vida sobria sin dar a lo material la primacía), los que no se dejan tomar por la mentalidad de poder y de éxito, esos son los merecedores de la felicidad de Dios, no solo  como promesa después de la muerte sino como estatuto de una genuina humanidad, la que toma en serio vaciarse del ego, de su comodidad, para trascender hacia Dios y hacia el prójimo: “Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios. Bienaventurados los que tienen hambre ahora, porque serán saciados. Bienaventurados los que lloran ahora, porque reirán. Bienaventurados serán cuando los hombres los odien, cuando los expulsen, los injurien y proscriban su nombre por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo[6]
La bienaventuranza clave es la de los pobres. Lucas recuerda la promesa del Antiguo Testamento de un Dios que venía   a actuar a favor de los oprimidos, los que tienen a Dios como único defensor, que claman constantemente a El. Todas estas promesas van a ser cumplidas en Jesús, quien ha definido desde el principio su programa misionero en favor de los pobres y de los oprimidos, tal como lo proclamamos en el texto evangélico de hace dos domingos[7]
Cuando se habla de “cielo” no se limita a una plenitud que sólo sucederá cuando el bienaventurado pase la frontera de la muerte hacia la vida definitiva. Con esta referencia – esencial en el evangelio – se alude a la condición de una vida plena de sentido, aquí en la existencia histórica y en la total y feliz consumación del ser humano en Dios. Se habla así del modelo ideal de ser humano según Jesús. Este no figura en las páginas sociales de los periódicos ni es aplaudido en los clubes de alta sociedad, su homenaje es en la vida de a pie, en la construcción de justicia para los humillados y ofendidos, en la íntima satisfacción de una vida ciento por ciento ofrecida a la causa de la fraternidad y de la solidaridad.
Los pobres no son bienaventurados por su condición de tales, sino porque asumiendo tal circunstancia, por situación o por opción, se empeñan en la liberación y superación de todo lo que menoscabe al ser humano en su dignidad. Pobres no son los miserables sino los que libremente renuncian a considerar el dinero y el poder como valores supremos – haciendo de ellos ídolos y estableciendo una “religión” que socava la libertad y que rompe los vínculos de comunión -, el pobre de la humanidad nueva de Jesús es el que opta por una sociedad justa, eliminando las causas de toda injusticia.
El reino de Dios es la sociedad alternativa que Jesús propone como programa de vida. No se matricula en tal o cual ideología o partido político, supera con creces las clásicas polarizaciones de derecha o izquierda. Este reino está alentado por la bienaventuranza del ser humano que sabe compartir, que no acumula, que no vive inquieto por estar en la élite, que no hace carrera de privilegios.
Indudablemente se trata de un mensaje que incomoda profundamente nuestras conciencias tranquilas, acomodadas, “satisfechas” con la buena conciencia de los cumplimientos religiosos (misa, sacramentos, limosnas ocasionales). Jesús no plantea una religión más, en la que dominan los ritos, las normas, y un cuerpo de doctrinas desconectados de la realidad humana. Para El es constitutiva una confianza radical en Dios que tiene como correlato la confianza en el ser humano, entendido y vivido como prójimo. El carácter teologal de la vida – según Jesús – es simultáneo con el carácter antropológico. La verdadera divinidad se vive en el ejercicio de la más radical humanidad, esta es la plenitud del ser en la lógica del Padre-Madre Dios.
Es malo “per se” ser rico? Es bueno “per se” ser pobre”? Son las preguntas que proponemos a nuestros lectores para hacer un discernimiento hondo de la  vida a propósito de bienaventuranzas y de malaventuranzas.
 Es la nuestra una vida en permanente proceso de enriquecimiento, es el dinero el interés prioritario que nos moviliza? La pobreza y la exclusión social no tienen cabida en nuestras motivaciones? Disponemos de bienes materiales: cuáles son los criterios con los que los utilizamos?  Hay muchas posibilidades para dar un cauce evangélico a los recursos materiales, no simplemente “dando” sino implicando todo nuestro ser en ese dar, de tal modo que no sea un aporte que se da en el supermercado al terminar la compra o un cheque abundante, es nuestra vida radicalmente filial y radicalmente fraternal la que espera Dios de nosotros. El nos aguarda en los pobres: ese es el camino de la bienaventuranza!.


[1] Hebreos 12: 1-2
[2] Recordemos el significado de mundo en los relatos evangélicos. No es desprecio de la realidad material, de la experiencia histórica, de la cotidianidad de los seres humanos, con estas el evangelio tiene una comprensión totalmente solidaria, encarnada, dialogante. Mundo en los evangelios es lo contrario al Padre-Madre Dios y al prójimo, lo que va en contravía de la dignidad humana, lo que tiene que ver con la seudo felicidad manifestada en los antivalores: poder, sociedad de consumo, dinero , riquezas.
[3] Lucas 6: 24-25
[4] Salmo 1: 1-4
[5] Isaías 10: 1-2
[6] Lucas 6: 20-23
[7] Lucas 4: 16-19, es el texto programático de la misión de Jesús.

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