“Ellos le dieron muerte colgándolo de un madero. Pero
Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el pueblo,
sino a los testigos designados de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y
bebimos con El después de su resurrección”
(Hechos 10: 39-41)
Lecturas:
1.
Hechos 10: 34-43
2.
Salmo 117
3.
Colosenses 3: 1-4
4.
Juan 20: 1-9
Vale la pena que al comienzo de esta reflexión pascual
pensemos con detenimiento en lo que NO es la resurrección de Jesús, siempre
animados por esclarecer la originalidad de nuestra fe, superando los lugares
comunes, las creencias supersticiosas, y el carácter insuficiente de muchas de las presentaciones que se han
hecho de estas realidades del Evangelio.
La teología que preparó el Concilio Vaticano II ,y que
luego se desarrolló con esperanzadora intensidad, ha hecho un esfuerzo destacado para
desentrañar los contextos y los pre-textos del texto bíblico, aplicando los
mejores instrumentos del análisis lingüístico y del método histórico-crítico
para comprender cabalmente las condiciones socioculturales y religiosas de las
comunidades en las que surgieron los diversos escritos del Nuevo Testamento, aproximándose así al
significado genuino de las palabras en
las lenguas propias de la cultura bíblica, y para detectar las mentalidades
teológicas y humanistas que dieron
origen a este cuerpo de testimonios de la fe.
Trabajar en estos elementos es una contribución
fundamental para esclarecer el genuino significado de la fe judeocristiana,
desarmando creencias que frecuentemente derivan en alienaciones religiosas y en
supersticiones , presentando con
nitidez la propuesta original y originante de la Buena Noticia. Al
proceder así, en la Iglesia
promovemos un cristianismo
encarnado en la realidad, emancipador de esclavitudes, generador de estupendos
seres humanos según el estilo del Señor Jesús, abiertos siempre a la
trascendencia de Dios y del prójimo.
Para concentrarnos en un elemento esencial de nuestras
convicciones creyentes – la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesucristo
– este esfuerzo teológico e interpretativo nos conduce a descubrir que esa
resurrección no es un hecho “histórico”. Con lo cual se quiere decir no que sea
un acontecimiento irreal, sino que su realidad trasciende los límites de lo
físico. Justamente en esta trascendencia está la clave de su gran realismo y la
raíz de nuestra esperanza.
La resurrección de Jesús no es un hecho registrable en
la historia. Al hacer esta afirmación no
estamos atentando contra la verdad fundante del cristianismo sino afirmando que esa Pascua tiene otro ámbito de realidad:
el de los testigos y testimonios que experimentaron una honda y definitiva transformación a partir de ese
acontecimiento. Los relatos evangélicos no narran el hecho de la resurrección
en sí mismo. Lo que se refiere son las experiencias de creyentes – los
discípulos, las comunidades cristianas primitivas – que sienten a Jesús como el
Viviente[1]:
“Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero El desapareció de su
vista. Se dijeron uno al otro: No sentíamos arder nuestro corazón mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?”[2]
Gracias a estos testigos , la semilla de la fe se ha
depositado en millones de seres humanos,
en las comunidades eclesiales que profesan a Jesucristo como Señor y Salvador .
Así – testimonialmente – se ha dado , y
se sigue dando , su paso por la historia humana, dando plenitud de sentido a
todos aquellos que libremente acojan esta oferta que procede del mismo Dios: “El
ángel dijo a las mujeres: Ustedes no teman. Sé que buscan a Jesús, el
Crucificado. No está aquí, ha resucitado, como había dicho. Acérquense a ver el
lugar donde yacía. Después vayan corriendo a anunciar a los discípulos que ha
resucitado y que irá por delante a Galilea. Este es mi mensaje”[3]
Importa mucho recalcar este aspecto para que podamos
percibir que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un mito, sino a
una verdad de fe , verdad que se
experimenta en la nueva humanidad que se nos comunica en Jesús . Así mismo, queremos reiterar que estas
elaboraciones de la teología y de la interpretación bíblica no son invenciones
de quienes se dedican a esta actividad, empeñados en derrumbar el edificio de
las creencias tradicionales, sino el resultado de creyentes responsables y
apasionadamente dedicados al estudio de la fe, para hacerla resplandecer y para
hacerla significativa a las diversas mentalidades de la cultura contemporánea,
sin sacrificar los elementos esenciales de su identidad. Es lo que llamamos la
inculturación del Evangelio.
Una muy bella referencia testimonial la encontramos en
el libro de los Hechos de los Apóstoles, que nos servirá de primera lectura
durante todo este tiempo pascual. De
este texto queremos desentrañar por qué la noticia del Resucitado desató la ira
y la contrariedad por parte de las autoridades judías hacia los seguidores de
Jesús. Estos últimos decían: “El comunicó su palabra a los israelitas y
anunció la Buena Noticia de la paz por medio de Jesús, el Mesías, que es Señor
de todos. Ustedes ya conocen lo sucedido por toda la Judea, empezando por
Galilea, a partir del bautismo que predicaba Juan. Cómo Dios ungió a Jesús de
Nazaret con Espíritu Santo y poder: El pasó haciendo el bien y sanando a los
poseídos del diablo, porque Dios estaba con El. Nosotros somos testigos de todo
lo que hizo en Judea y Jerusalén. Ellos le dieron muerte colgándolo de un
madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo
el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios……”[4]
Tal anuncio
tiene un carácter polémico y conflictivo, los discípulos anunciaban que ese a
quien los judíos crucificaron , pretendiendo con ello sofocar definitivamente su causa, ahora es el
Viviente, ha resucitado, su proyecto sigue en pie, su predilección por los humillados
y ofendidos tiene total legitimidad. Su denuncia de la hipocresía religiosa del
Templo, su rechazo al fariseísmo y al fundamentalismo jurídico-ritual del
judaísmo de su tiempo, su insobornable libertad para anunciar un reino de
justicia y de dignidad para todos, su presentación de Dios Padre, desbordante
de misericordia y de compasión, están vigentes.
La potencia de este entusiasmo pascual permanecerá en el tiempo pasando de unas
generaciones a otras y no va a permitir que una Buena Noticia tan esperanzadora se diluya ni
siquiera por las contradicciones y persecuciones, como las vividas por el mismo
Jesús.
Por esto se
enardecen los ánimos de las autoridades religiosas: “Mientras hablaban al pueblo,
se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos,
irritados porque instruían al pueblo anunciando la resurrección de la muerte
por medio de Jesús. Los detuvieron y, como ya era tarde, los metieron en
prisión hasta el día siguiente. Muchos de los que oyeron el discurso abrazaron
la fe, y así la comunidad llegó a unos cinco mil”[5].
Los discípulos estaban testificando, comprometiendo en ello la totalidad de sus
vidas, avalando con su transformación la
resurrección de aquel hombre llamado Jesús de Nazaret, a quien las autoridades
civiles y religiosas habían rechazado, excomulgado y condenado.
Al comienzo, todo pareció concluír con la crucifixión.
Para el poder judío, la batalla estaba ganada. Los discípulos, desolados y con
sentimiento de fracaso, desaparecieron de la escena. De entrada , parecía que el poder del mal , encarnado en
aquellos sacerdotes y en el imperio romano tenía la razón. El crucificado era
blasfemo y hereje, contrario a las tradiciones religiosas de Israel, había
profanado el santo nombre de Dios pretendiendo ser su Hijo, y había acogido con
notable preferencia a todos los excluídos de la religión oficial: prostitutas,
pobrecía, condenados morales, publicanos. Conducta profundamente escandalosa
que le hizo acreedor a la pena de muerte en la ignominia de la cruz.
Pero ahora – con emocionado gozo pascual y solidez
creyente – vamos a decir que Dios “saca
la cara” por Jesús. Con la resurrección,
el Padre acredita que su misión, su palabra, sus opciones y conductas, su
rechazo enfático a la religión formal sin conversión del corazón, su
predilección por los últimos del mundo, sus señales milagrosas para configurar
al ser humano abatido en clave de misericordia y de compasión, su despojo de
todo poder y arrogancia, su condición de caminante descalzo del Reino de Dios y
su justicia, tienen plena legitimidad y en ellas todos podemos encontrar la más saludable alternativa de
liberación y de salvación.
Jesús tenía razón, y no la tenían quienes lo
condenaron y despreciaron su Causa. Jesús irritó a aquellas autoridades estando
vivo, esto mismo acontece cuando sus seguidores, en nombre de esa libertad
teologal, afirman su proyecto, lo hacen real, se comprometen con sus mismos
ideales, se implican solidariamente con todos los sufrientes, denuncian el
pecado y la injusticia, y anuncian que ese Reino tiene plena actualidad, que su
mensaje no puede quedar secuestrado en formalidades religiosas y jurídicas, que
Dios es Padre de toda la humanidad, que la misericordia y la compasión son el
motor de este nuevo orden de vida.
Los discípulos, que redescubrieron en Jesús el rostro
de Dios, comprendieron existencialmente que El era el Hijo, el Señor, el
Camino, la Vida, la Verdad: “Otras muchas señales hizo Jesús en
presencia de sus discípulos , que no están relatadas en este libro. Estas
quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para
que creyendo tengan vida por medio de El” [6]La
muerte no tiene poder sobre El. Ante esto, su opción es seguir su misma ruta,
comprometerse en ese seguimiento hasta la muerte y muerte de cruz, como sucedió a la mayoría, obedeciendo a Dios,
anunciando esa esperanza, aunque les costase conflictos y persecuciones.
Creer en Jesús, siguiendo a estos testigos primeros de
la Pascua, es afirmar de modo contundente la validez de la Causa de Jesús, el
que está Vivo para que todos vivamos gracias a El. El asunto del sentido de la
vida encuentra aquí su pleno significado, no se trata de vivir de cualquier
manera, llevados por una inercia rutinaria, domesticados por las costumbres
sociales y religiosas, sumidos en lo anodino. Gracias a Jesús la vida es pasión
de justicia y de dignidad, la fe en El no es la cómoda pertenencia a una
institución prestadora de servicios religiosos, muchos de ellos penosos y
anodinos. Seguir a Jesús es vivir pascualmente, aún a sabiendas de la
inevitable precariedad que nos es común,
Lo esencial no es creer en Jesús, sino creer como
Jesús, estar en íntima relación con Dios como El, darnos al prójimo como El,
ser portadores de vida y de sentido en nombre suyo, confrontar la cultura de la
muerte, no hacer del poder y de la vida cómoda unos ídolos
que hipotecan nuestra dignidad.
Resucitados con
Jesús tenemos vocación de empeñarnos en
hacer dinámica la estructura pascual de la existencia humana, en trabajar
evangélicamente para que las relaciones entre todos promuevan nuevas y justas
maneras de vivir, para que el cuidado de la naturaleza, la casa común que
bellamente designa el Papa Francisco, sea la mesa donde todos podemos sentarnos
en igualdad de condiciones, para que la vida no sea atropellada por dictaduras
e ideologías deshumanizantes, para que la sociedad de consumo no sustituya la
fraternidad, para que la ligereza de muchas mentalidades no arrase con la razón
y la inteligencia, para que los logros de la ciencia estén al servicio de
mejores posibilidades para la humanidad entera, para que nadie tenga que
desplazarse de su hábitat , a marchas forzadas como sucede con tantos hermanos
en esta hora de la vida: “Ví un cielo nuevo y una tierra nueva. El
primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, el mar ya no existe. Ví
la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como
novia que se arregla para el novio. Oí una voz potente que salía del trono:
Mira la morada de Dios entre los hombres, habitará con ellos; ellos serán su
pueblo, y Dios mismo estará con ellos….”[7]
Profesamos nuestra convicción creyente en que esta
certeza se implica salvíficamente en la historia y nos remite a la eternidad de
Dios, gracias al Señor Resucitado.
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