“Cuando llegaron al lugar llamado del cráneo, lo
crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su
izquierda. Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
(Lucas 23: 33-34)
Lecturas:
1.
Isaías 50: 4-7
2.
Salmo 21
3.
Filipenses 2: 6-11
4.
Lucas 22: 14 a 23: 56
El tema central de las lecturas del Domingo de Ramos
es el del mesianismo. La palabra “Mesías” es de origen hebreo y
significa “ungido”, que en griego se dice “Xristós”. En la
tradición del Antiguo Testamento ungir a alguien equivalía a confiarle una
misión en nombre de Dios, para beneficio de todo el pueblo creyente, una misión
de libertad y de salvación. Las dos palabras – Mesías y Xristós –
aluden a aquel personaje que Israel aguardaba, líder que instauraría
definitivamente el derecho y la justicia, el nuevo orden de vida donde
quedarían superadas las condiciones de ignominia que afligían a ese pueblo.
Nos encontramos aquí con un liberador de entraña netamente teologal,
cuyo perfil encontramos en la primera lectura de hoy: “El mismo Señor me ha dado una
lengua de discípulo, para que yo sepa
reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta
mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no
me resistí ni me volví atrás”[1]
. La misión profética es problemática y problematizadora, su palabra no tiene
compromisos con los poderes establecidos, en su quehacer residen la libertad de
Dios, el anuncio de la dignidad, de la vida plena y la denuncia de lo que es
incompatible con ellas, esto último es causa de conflicto y persecución para el
profeta. Tal condición es inherente al mesianismo auténtico, en el caso de
Jesús se vive en plenitud.
La historia suya es la gran narrativa de Dios para hacer libre
al ser humano del sometimiento a la muerte, a la injusticia, a la indignidad,
al pecado. El participa de la tradición profética de Israel, “dice” a Dios de modo salvífico y liberador,
él es el lenguaje de Dios, Palabra dinámica (“dabar” en hebreo) que
se manifiesta como emancipadora de toda esclavitud, social e individual,
estructural y personal.
Tradicionalmente en la predicación cristiana se ha
hecho un énfasis desmedido en el sufrimiento de Jesús, en el aspecto trágico de
su pasión, en el dramatismo de su crucifixión. La imaginería religiosa es
especialista en Cristos sangrantes y
flagelados , excesivamente dolorosos, que incitan a la gente a una piedad angustiosa
y angustiante, como proyectando en esa iconografía su propia tragedia, casi sin
esperanza de redención.
Los modelos doctrinales de la teología tradicional
presentan la muerte de Jesús como la de una víctima querida por Dios (un padre
cruel que se complace en el sufrimiento de su hijo?). El se ofrece para rescatar al ser humano de la
pecaminosidad con la que se ha ofendido
la dignidad de ese Dios. Como consecuencia, el hombre (varón-mujer) quedó
privado del beneficio de la relación con Dios y no tenía capacidad por sí mismo
para superar esta situación. San Anselmo de Canterbury[2]
es el padre de esta interpretación, que se llama de la satisfacción penal
sustitutoria, que quiere decir: Jesús muere en sustitución de la humanidad
pecadora culpable, para satisfacer con su pasión y muerte la dignidad ofendida
de Dios, restableciendo así las relaciones de El con la humanidad. El, muriendo
en cruz, paga un rescate para redimir al género humano de su pecado y de sus
correspondientes consecuencias.
Explicar esto puede parecer un poco complicado y
abstracto, pero conviene hacerlo para ayudar a revisar nuestra espiritualidad
y, en general, nuestra práctica cristiana y, muy especialmente, la dimensión
esperanzadora y transformadora de la misma. Que sea esta Semana Santa un
excelente tiempo para un magnífico ejercicio de confrontación, en el que no se
sacrifica lo esencial de la fe, sino que se recupera la originalidad liberadora
de todo el ser y quehacer de Jesús, que encuentra en la pasión el punto
culminante de su misión. El lenguaje con el que se transmite la fe debe tener
una fidelidad sustancial a esas
realidades originales, también al ser humano, destinatario de esa gracia
salvífica, y una capacidad significativa para hacerse relevante, comprensible,
y capaz de ser asumida en la vida como sentido pleno de la misma.
Vale decir que muchas personas se apartan del
cristianismo porque esta figura de un Dios sádico que victimiza a su hijo, que
lo remite a la mayor tragedia posible, es inaceptable para una mentalidad
sensibilizada con la dignidad humana, con la protección de la vida, con el
carácter liberador del amor. La misma fórmula jurídica de esa satisfacción
sustitutoria resulta inviable desde los mínimos éticos de nuestra época, muchos
de ellos inspirados por el humanismo
cristiano.
Lo que Dios ha querido realizar en Jesús es una
narrativa fundante de amor, de misericordia, de solidaridad liberadora con toda
la humanidad, para inspirar un modelo de vida referido trascendentalmente al
Padre y, en feliz simultaneidad, al ser humano, particularmente al que es
afectado destructivamente en su dignidad, en sus derechos, no quedando esto
solamente en una reivindicación sociológica sino en una afirmación de la
trascendencia de Dios hacia la humanidad y de esta hacia El, con la obvia implicación
de eso que hemos venido llamando en estas reflexiones la “radical projimidad”.
Dar la vida por amor es acción salvadora y liberadora, en la historia, y remite
al futuro definitivo que llamamos bienaventuranza.
En este contexto veamos lo que nos dice el teólogo Jon
Sobrino: “Imagen de Cristo y sufrimiento infligido han estado, pues,
relacionados desde el principio en América Latina, y lo siguen estando. Y, sin
embargo, algo nuevo y sorprendente ocurrió hace algunos años. El tradicional
Cristo sufriente ha sido visto no ya sólo como símbolo de sufrimiento con el
cual poder identificarse, sino también y específicamente como símbolo de
protesta contra su sufrimiento y, sobre todo, como símbolo de liberación…….Como
justificación general de esta opción, digamos que esta imagen ofrece mejor la
relevancia de Cristo para un continente de opresión, por ser liberadora y
recupera mejor la identidad de Cristo – sin perder su totalidad – al remitir a
“Jesús de Nazaret” [3]
El texto de la pasión que se proclama este año el
Domingo de Ramos es el de Lucas, conocido como el evangelista de la
misericordia, del amor infinito e incondicional de Dios manifestado en
Jesucristo. Ninguno de los evangelistas como él ha percibido la sensibilidad
del amor del Padre, que se deja sentir de manera especial entre los pobres y humillados del mundo. A lo largo del relato
lucano captamos las diversas escenas de exquisita cercanía de Jesús con
débiles, viudas, huérfanos, mujeres, cobradores de impuestos, pecadores.
Nos deja ver la relación de intimidad con su
Abba-Padre misericordioso, en los momentos de oración: “Padre, si quieres aleja de mí
este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”[4],
o cuando su Padre le da valor en medio del sufrimiento: “Entonces se le apareció un ángel
del cielo que lo reconfortaba”[5].
Ese vínculo es el que determina su condición de servidor de la misericordia.
La cruz aparece en este relato de la pasión como un verdadero
sacramento del amor de Dios: la revelación de la misericordia en medio del
sufrimiento, la dimensión de esperanza en la que se vislumbra la superación del
absurdo por el mismo Dios que se hace plenamente solidario de quien sufre.
Lucas no hace mucho énfasis en los aspectos dramáticos, en su narración no se
detiene a referir detalles dolorosos, porque nos quiere hacer descubrir el amor
del Padre hacia Jesús y hacia todos los seres humanos. Es una cruz de
solidaridad amorosa y salvífica, no de complacencia en el dolor.
No presenta a Jesús abandonado en el Calvario sino
rodeado de amigos y conocidos: “Todos sus amigos y las mujeres que lo
habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo
sucedido”[6], y reemplaza el grito
trágico que pone Mateo en boca de Jesús[7]
con la invocación de ilimitada confianza propia del salmo 30: “Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu”[8],
conmovedora serenidad en el momento supremo de su vida.
A la luz de todo esto es comprensible el papel que
desempeña en este relato la actitud del perdón incondicional, sólo explicable
desde el misterio de la misericordia que Dios nos revela en Jesucristo.
Recordemos los relatos evangélicos de los dos domingos anteriores, van
claramente enfocados en este sentido: la parábola del Padre compasivo y de sus
dos hijos, la escena de Jesús con la mujer sorprendida en adulterio. Otros
detalles corroboran lo que venimos afirmando.
Todos los que
se encuentran con Jesús quedan limpios, en el drama de Jesús sólo tienen cabida
el perdón y la reconciliación, en esto reside la esencia liberadora de su
misión, que nos propone la misericordia y la compasión como estilo de vida.
Algunos ejemplos del mismo texto:
-
“Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:
No encuentro en este hombre ningún motivo de condena”[9], “Ustedes me han
traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo
interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los
cargos de que lo acusan….”[10]
-
“Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a
suceder, le preguntaron: Señor, usamos
la espada? Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo
Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo: dejen, ya está. Y tocándole
la oreja, lo curó”[11]
-
“Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a
establecer tu Reino. El le respondió: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en
el Paraíso”[13]
-
“Cuando el centurión vió lo que había pasado, alabó a
Dios, exclamando: Realmente este hombre era un justo”[14]
En todas estas referencias, y en muchas otras, Jesús
aparece claramente como el inocente, el justo perseguido. Qué tipo de lógica
hay en esto? Es una insensatez esto de hacer de la misericordia, de la
compasión, de la reivindicación de los condenados de la tierra, parte esencial
del proyecto de vida? Relacionamos esto con relatos de seres humanos como los de nuestros líderes sociales
asesinados por su entrega al servicio de sus comunidades, en el reclamo de sus
derechos, de sus tierras, en la denuncia de la injusticia, en la práctica
constante y creciente de la solidaridad, siempre empeñados en hacer que la
felicidad y la dignidad tengan expresiones concretas que les den garantía y
fundamento? No les parece que esto tiene en el relato fundante de Jesucristo
una inspiración decisiva? Cómo lo traducimos a nuestra vida? Esta Semana Santa
de 2019 va a ser mucho más que unas cómodas vacaciones, o que la participación
en ceremonias? Tendremos implicaciones de cambio cualitativo en nuestras
actitudes y conductas?
La misericordia que determina la misión pública de
Jesús es provocadora y subversiva, porque se pone de parte de los condenados
morales y sociales, apostando por ellos para configurarlos en su dignidad de
hijos de Dios.
Con esto nos
ponemos en frente de Jesús de Nazareth,
el “Xristós”,
el gran inconforme con todos los poderes
que oprimen al ser humano, el profeta contracultural, el que no se sometió ni a
la autoridad religiosa de Israel ni a los dictados del imperio romano. Desde la
cruz, obedece al Dios de la vida y de la libertad, no como la víctima de un
padre cruel sino como el Hijo de un Dios enamorado de los que no tienen a nadie
que les quiera y les respete.
El judío marginal que fue crucificado es el mismo Señor Resucitado. Su mesianismo es en
misericordia, abajándose, haciéndose mínimo y humillado, sin asomo de masoquismo , solamente legítimo y absoluto amor, el único
que es digno de fe: “El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente. Al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres. Y
presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la
muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está
sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el
cielo, en la tierra, en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios
Padre: Jesucristo es el Señor”[15].
[2] 1033-1109.
Fue un monje benedictino de la edad media, nacido en Aosta (Italia), notable
teólogo, uno de los más destacados de ese período, que luego fue a Inglaterra,
designado por el papa como Arzobispo de Canterbury, donde falleció.
[3] SOBRINO,
Jon. Jesucristo Liberador: Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret.
Trotta, Madrid 1993, páginas 26-27. La reflexión cristológica que se hace a
partir del Concilio Vaticano II rescata al Jesús histórico, al hombre concreto
que existió en Palestina en el llamado siglo I de la era cristiana, recoge el
testimonio de los relatos evangélicos y de las primeras comunidades de
cristianos que dan origen al Nuevo Testamento, descubriendo en ese mismo ser
humano al Cristo de la fe, una vez vivida la experiencia pascual. En ese Jesús histórico
se explicitan los aspectos de su relación misericordiosa y compasiva con los
pecadores, con los excluídos, con los pobres, con los marginados sociales. Su
práctica pone en evidencia la opción preferencial de Dios por los últimos del
mundo, indicando el efecto de liberación esencial en la revelación cristiana.
Liberación que es histórica pero que se consuma en la plenitud de Dios, al
pasar la frontera de la muerte hacia la Vida.
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