domingo, 7 de abril de 2019

COMUNITAS MATUTINA 7 DE ABRIL 2019 V DOMINGO DE CUARESMA CICLO C


“Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, dónde están? Nadie te ha condenado? Ella respondió: nadie, Señor. Jesús replicó: tampoco yo te condeno. Vete, y no vuelvas a pecar”
(Juan 8: 10-11)

Lecturas:
1.   Isaías 43: 16-21
2.   Salmo 125
3.   Filipenses 3: 8-14
4.   Juan 8: 1-11

El rasgo que define las tres lecturas de este último domingo de cuaresma está en la proyección de Dios como futuro restaurador del ser humano, abatido por la injusticia, por el egoísmo, por la pecaminosidad, la propia y la de los demás que lo hacen padecerla. Ese futuro tiene su cimiento en la misericordia del Padre-Madre Dios , como lo viene proponiendo la Palabra de estos domingos de cuaresma.
-      El profeta Isaías, desde la opresión del destierro de Israel, promete algo novedoso para su pueblo: “Pues bien, voy a hacer algo nuevo: ya está en marcha. No lo reconocen? Sí, abriré en el desierto un camino, alumbraré ríos en el páramo; me honrarán los animales campestres, los chacales y las crías de avestruz; pues llenaré de aguas el desierto, alumbraré ríos en el yermo, para abrevar a mi pueblo , mi elegido, ese pueblo que yo me he formado[1]. El profeta alude a la experiencia del Exodo, el tránsito de Israel por el desierto en pos de la tierra prometida, pero ahora – concluyendo el destierro del pueblo en Babilonia, desplazamiento forzado e ignominioso  – habla de una novedosa realidad que ha de superar con creces la legendaria travesía por el desierto y las circunstancias dramáticas que viven en ese cautiverio. Con las figuras referidas en el texto el profeta anuncia que  es Dios, futuro del ser humano, la esencia de ese nuevo éxodo, camino de liberación y  de nueva humanidad.
-      Pablo – en el texto de Filipenses – se siente impulsado a la novedad de Jesús, en quien encuentra la alternativa para superar su antigua condición de riguroso fariseo y hombre fanático de   la ley judaica. En estos términos  define su  nuevo ser y su misión: “Por mi parte, hermanos, no creo haberlo conseguido todavía. Sin embargo, olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, al premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús[2].
-      En el relato de Juan, Jesús abre a la mujer sorprendida en adulterio un horizonte de futuro liberado y dignificado que los fariseos y los maestros de la ley estaban dispuestos a frustrar. Ella encuentra en el camino de Jesús la alternativa de la dignidad: “Pero, al insistir ellos en su pregunta[3], se incorporó y les dijo: Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en la tierra. Ellos, al oír estas palabras se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, Jesús se quedó solo con la mujer, que seguía en medio[4]. Desarma la argumentación de aquellos hombres que se sentían modelos de moralidad y de religiosidad, y los remite a su propia conciencia, abriendo al mismo tiempo a ella la posibilidad de resignificar su vida, en clave de misericordia.
En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás, estancarnos en el pasado, cargar con complejos de culpa y con las angustias que causan las propias equivocaciones. Lo que nos dice Jesús con su conducta es que él, desde el Padre y   desde   su misericordia-compasión, es solidario con el pecador, no con el pecado. La gran novedad que aquí se propone es la de un futuro reconfigurado por Dios, concreto, aquí y ahora. En esta característica del reino de Dios y su justicia   siempre hay oportunidades para un  replanteamiento radical de la vida.
En el relato, se destaca claramente la hipocresía de fariseos y letrados, acusando a la mujer con total intransigencia y sintiéndose ellos puros, libres de pecado. No aceptan el mensaje de Jesús, pero irónicamente le dicen: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. Tú qué dices? (Eso lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle)[5].  Le estaban tendiendo una trampa, disfrazados con la sutileza de ser ellos guardianes de la moralidad.
Si Jesús daba su asentimiento a la lapidación, perdería su fama de compasivo y bondadoso; si la rechazaba, iba en contra de la Ley, y esto sería argumento contundente para acusarlo y condenarlo.
La pretendida rectitud  de estos hombres no se fijaba en el pecado de los varones adúlteros ni adoptaba postura  condenatoria hacia ellos, conducta tolerada por la moral sesgada del mundo masculino (algún parecido con la realidad actual?). Pero a la mujer, a quien se tenía como propiedad privada del marido, sí se le aplicaba con toda severidad la sentencia judicial. Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y la de la mujer, vestigios lamentables de un machismo ancestral. Con su actitud de confrontación a estos varones defensores de la ley, Jesús está planteando un tratamiento distinto, desde la misericordia de Dios, de la que él es portador y ejecutor, y desde la igualdad y dignidad de las personas. Claramente es un comportamiento subversivo y, en cuanto tal, liberador.
Tirar la primera piedra era un gesto que equivalía a hacerse responsable de la muerte de la persona lapidada. Jesús reta  a los acusadores ,  que la condenaban sin posibilidad de perdón pero, al mismo tiempo, no querían  asumir la responsabilidad de su posible muerte. Otra muestra elocuente de la inconsistencia de estas y de tantas personas que, presumiendo de ser impecables en su conducta, dejan ver una interioridad pervertida y manipuladora.
Jesús perdona a la mujer antes de que ella así se lo demande, la misericordia de Dios siempre se anticipa, es gratuita e incondicional. El perdón que viene de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva, como en el caso de esta mujer, es la consecuencia de tomar conciencia de que Dios es genuino amor, genuino don liberador, El no espera a nuestros ejercicios penitenciales ni pide golpes de pecho y purificaciones enfermizas. Su gratuidad, que es consecuencia de su opción preferencial por el ser humano, lo lleva a estar permanentemente en disposición de misericordia  y de reconciliación.
Es inaceptable que, después de veinte siglos, se sigan dando mentalidades de   cristianos concretos (?) que se identifican con la postura de aquellos fariseos, que ponían el cumplimiento de la ley por encima de las personas. El fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, desde su experiencia profunda del amor del Padre, lo primero es el ser humano y su dignidad, no la institución ni la ley.  Estas son mediaciones y adquieren su sentido en la medida en que estén orientadas a esa plenitud de la humanidad en el don liberador y salvador que Dios hace de sí mismo en la persona del Señor Jesús: “Y añadió: El sábado ha sido instituído para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado[6].
La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores – en actitud de exquisito respeto – no podía ser comprendida por aquellos jefes religiosos,  se habían fabricado un Dios a la medida de sus neurosis y de sus redomados egoísmo y arrogancia. Para ellos el cumplimiento de la ley era el valor supremo, la persona estaba sometida a ese imperio. No había contemplaciones. Por eso no tienen el más mínimo reparo en sacrificar a  la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. En cambio – en felicísimo y bienaventurado contraste – Jesús nos dice que la persona es el valor primero, aún en medio de sus errores y pecados. Con él nos hacemos conscientes de que Dios es el nuevo éxodo, la salida hacia la libertad, el futuro esperanzador que replantea la vida de todos aquellos que acojan este beneficio decisivo para la afirmación de su dignidad: “Mujer, dónde están? Nadie te ha condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. Jesús replicó: tampoco yo te condeno. Vete, y no vuelvas a pecar[7].
Lo mismo que en el caso del domingo anterior , la parábola del Padre compasivo y de los dos hijos, el mayor envidioso y el menor libertino, podemos preguntarnos si entonces Dios es un  permisivo que no exige al ser humano un modo de vida moralmente responsable, que todo pecado puede ser  absuelto , que “no pasa nada”, que en nombre de eso no es viable hacer una exigencia rigurosa para resarcir los actos pecaminosos y entrar en penitencia y  purificación.
 Entramos en un punto nodal del asunto. Qué es más demandante: una permanente disposición religiosa para el castigo y la condenación, ejercida implacablemente? O, más bien,  la mano tendida de Dios , mediada en el ministerio de la Iglesia y en la conducta de los cristianos, que invita a un nuevo modo de vida según el Evangelio, que no aprueba el pecado, pero sí al pecador en cuanto destinatario de ese amor liberador? Tema esencial para orar y discernir en este éxodo cuaresmal, invitándonos a  recibir  con esperanza el futuro de Dios que es transformación plena de la vida, gozosa novedad existencial.
Porque, sin lugar a dudas, es mucho más exigente el ser beneficiado por la misericordia y el perdón que sometido al régimen del castigo y de la ley que castiga sin redimir. Este  lleva a una vida que actúa por miedo al castigo, aquel se siente amado, reconocido, configurado como ser humano digno y responde con la altura de quien capta el sentido del perdón.
Pablo, fariseo radical y fundamentalista, es el mejor testigo de este dinamismo de salvación: “Más aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de  Cristo Jesús, mi Señor. Por él perdí todas las cosas; incluso las tengo por basura para ganar a Cristo y encontrarme arraigado en él, no mediante mi justicia, la que viene de la Ley, sino mediante la que viene por la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe[8].
En la relación con el Dios revelado en Jesús no caben el miedo y las falsas seguridades de las instituciones religiosas absolutizadas, es lo que  vive Pablo en plenitud. Tales  seudocertezas  paralizan la vida en el Espíritu y la libertad para llevar una vida evangélicamente creativa e innovadora.  Pero ahora , el antiguo judío descubre al verdadero Dios, en su encuentro con Jesús, y con él, la auténtica liberación.
Conectemos con el evangelio del domingo anterior: Pablo y los observantes que vienen a lapidar a la mujer son el hermano mayor, envidiosos y egocéntricos, presumidos con su máscara de perfección moral; la mujer es el hermano menor que vuelve al Padre creyendo que no merece perdón y Jesús revela al  Padre misericordioso que no permite que sus hijos naufraguen en la soberbia religioso-moral o en el despilfarro de sus posibilidades espirituales y morales.
Dónde  estás  tú? Dónde  estamos  nosotros? Dónde está Colombia con su urgente requerimiento de perdón   y de reconciliación?  Dónde estamos los seguidores de Jesús para significar con nuestro proceder una superación del esquema pecado-castigo-condenación  dando paso al de pecado-misericordia-perdón-vida nueva en el Espíritu?



[1] Isaías 43: 19-21
[2] Filipenses 3: 13-14
[3] La de castigar a la mujer con la lapidación, porque así lo determinaba la ley de Moisés, como “justicia” por su pecado de adulterio.
[4] Juan 8: 7-9
[5] Juan 8: 4-6
[6] Marcos 2: 27-28. Es la expresión de Jesús a propósito del comentario escandalizado de unos fariseos que se quejaban porque los discípulos de aquel, en el sagrado día sábado de los judíos, en el que no se podía realizar ningún trabajo, se abrían camino arrancando las espigas para poder seguir su marcha. El gesto simbólico es muy sencillo, pero expresa una realidad de fondo: la libertad de Jesús ante la rigidez del ordenamiento ritual y jurídico del judaísmo de su tiempo, libertad  que es para salvar al ser humano de una juridicidad religiosa agobiante.
[7] Juan 8: 10-11
[8] Filipenses 3: 8-9

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