“Jesús
se incorporó y le preguntó: Mujer, dónde están? Nadie te ha condenado? Ella
respondió: nadie, Señor. Jesús replicó: tampoco yo te condeno. Vete, y no vuelvas
a pecar”
(Juan 8: 10-11)
Lecturas:
1.
Isaías 43: 16-21
2.
Salmo 125
3.
Filipenses 3:
8-14
4.
Juan 8: 1-11
El
rasgo que define las tres lecturas de este último domingo de cuaresma está en
la proyección de Dios como futuro restaurador del ser humano, abatido por la
injusticia, por el egoísmo, por la pecaminosidad, la propia y la de los demás
que lo hacen padecerla. Ese futuro tiene su cimiento en la misericordia del
Padre-Madre Dios , como lo viene proponiendo la Palabra de estos domingos de
cuaresma.
-
El profeta
Isaías, desde la opresión del destierro de Israel, promete algo novedoso para
su pueblo: “Pues bien, voy a hacer algo nuevo: ya está en marcha. No lo reconocen?
Sí, abriré en el desierto un camino, alumbraré ríos en el páramo; me honrarán
los animales campestres, los chacales y las crías de avestruz; pues llenaré de
aguas el desierto, alumbraré ríos en el yermo, para abrevar a mi pueblo , mi
elegido, ese pueblo que yo me he formado”[1].
El profeta alude a la experiencia del Exodo, el tránsito de Israel por el
desierto en pos de la tierra prometida, pero ahora – concluyendo el destierro
del pueblo en Babilonia, desplazamiento forzado e ignominioso – habla de una novedosa realidad que ha de
superar con creces la legendaria travesía por el desierto y las circunstancias
dramáticas que viven en ese cautiverio. Con las figuras referidas en el texto
el profeta anuncia que es Dios, futuro
del ser humano, la esencia de ese nuevo éxodo, camino de liberación y de nueva humanidad.
-
Pablo – en el
texto de Filipenses – se siente impulsado a la novedad de Jesús, en quien
encuentra la alternativa para superar su antigua condición de riguroso fariseo
y hombre fanático de la ley judaica. En estos términos define su nuevo ser y su misión: “Por mi parte, hermanos, no
creo haberlo conseguido todavía. Sin embargo, olvido lo que dejé atrás y me
lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, al premio a que Dios
me llama desde lo alto en Cristo Jesús”[2].
-
En el relato de
Juan, Jesús abre a la mujer sorprendida en adulterio un horizonte de futuro
liberado y dignificado que los fariseos y los maestros de la ley estaban
dispuestos a frustrar. Ella encuentra en el camino de Jesús la alternativa de
la dignidad: “Pero, al insistir ellos en su pregunta[3],
se incorporó y les dijo: Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la
primera piedra. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en la tierra.
Ellos, al oír estas palabras se fueron retirando uno tras otro, comenzando por
los más viejos, Jesús se quedó solo con la mujer, que seguía en medio”[4]. Desarma
la argumentación de aquellos hombres que se sentían modelos de moralidad y de
religiosidad, y los remite a su propia conciencia, abriendo al mismo tiempo a ella
la posibilidad de resignificar su vida, en clave de misericordia.
En
nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás, estancarnos en el pasado,
cargar con complejos de culpa y con las angustias que causan las propias
equivocaciones. Lo que nos dice Jesús con su conducta es que él, desde el Padre
y desde su misericordia-compasión, es solidario con el
pecador, no con el pecado. La gran novedad que aquí se propone es la de un
futuro reconfigurado por Dios, concreto, aquí y ahora. En esta característica
del reino de Dios y su justicia siempre hay oportunidades para un replanteamiento radical de la vida.
En
el relato, se destaca claramente la hipocresía de fariseos y letrados, acusando
a la mujer con total intransigencia y sintiéndose ellos puros, libres de
pecado. No aceptan el mensaje de Jesús, pero irónicamente le dicen: “Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la
Ley apedrear a estas mujeres. Tú qué dices? (Eso lo decían para tentarle, para
tener de qué acusarle)”[5]. Le estaban tendiendo una trampa, disfrazados
con la sutileza de ser ellos guardianes de la moralidad.
Si
Jesús daba su asentimiento a la lapidación, perdería su fama de compasivo y
bondadoso; si la rechazaba, iba en contra de la Ley, y esto sería argumento
contundente para acusarlo y condenarlo.
La
pretendida rectitud de estos hombres no
se fijaba en el pecado de los varones adúlteros ni adoptaba postura condenatoria hacia ellos, conducta tolerada
por la moral sesgada del mundo masculino (algún parecido con la realidad
actual?). Pero a la mujer, a quien se tenía como propiedad privada del marido,
sí se le aplicaba con toda severidad la sentencia judicial. Hoy seguimos
midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y la de la mujer,
vestigios lamentables de un machismo ancestral. Con su actitud de confrontación
a estos varones defensores de la ley, Jesús está planteando un tratamiento
distinto, desde la misericordia de Dios, de la que él es portador y ejecutor, y
desde la igualdad y dignidad de las personas. Claramente es un comportamiento
subversivo y, en cuanto tal, liberador.
Tirar
la primera piedra era un gesto que equivalía a hacerse responsable de la muerte
de la persona lapidada. Jesús reta a los
acusadores , que la condenaban sin
posibilidad de perdón pero, al mismo tiempo, no querían asumir la responsabilidad de su posible
muerte. Otra muestra elocuente de la inconsistencia de estas y de tantas
personas que, presumiendo de ser impecables en su conducta, dejan ver una
interioridad pervertida y manipuladora.
Jesús
perdona a la mujer antes de que ella así se lo demande, la misericordia de Dios
siempre se anticipa, es gratuita e incondicional. El perdón que viene de Dios
es lo primero. Cambiar de perspectiva, como en el caso de esta mujer, es la
consecuencia de tomar conciencia de que Dios es genuino amor, genuino don
liberador, El no espera a nuestros ejercicios penitenciales ni pide golpes de
pecho y purificaciones enfermizas. Su gratuidad, que es consecuencia de su
opción preferencial por el ser humano, lo lleva a estar permanentemente en
disposición de misericordia y de
reconciliación.
Es
inaceptable que, después de veinte siglos, se sigan dando mentalidades de cristianos concretos (?) que se identifican
con la postura de aquellos fariseos, que ponían el cumplimiento de la ley por
encima de las personas. El fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que,
desde su experiencia profunda del amor del Padre, lo primero es el ser humano y
su dignidad, no la institución ni la ley.
Estas son mediaciones y adquieren su sentido en la medida en que estén
orientadas a esa plenitud de la humanidad en el don liberador y salvador que
Dios hace de sí mismo en la persona del Señor Jesús: “Y añadió: El sábado ha sido instituído
para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre
también es señor del sábado”[6].
La
cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores – en actitud de exquisito
respeto – no podía ser comprendida por aquellos jefes religiosos, se habían fabricado un Dios a la medida de sus
neurosis y de sus redomados egoísmo y arrogancia. Para ellos el cumplimiento de
la ley era el valor supremo, la persona estaba sometida a ese imperio. No había
contemplaciones. Por eso no tienen el más mínimo reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde.
En cambio – en felicísimo y bienaventurado contraste – Jesús nos dice que la
persona es el valor primero, aún en medio de sus errores y pecados. Con él nos
hacemos conscientes de que Dios es el nuevo éxodo, la salida hacia la libertad,
el futuro esperanzador que replantea la vida de todos aquellos que acojan este
beneficio decisivo para la afirmación de su dignidad: “Mujer, dónde están? Nadie te ha
condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. Jesús replicó: tampoco yo te condeno.
Vete, y no vuelvas a pecar”[7].
Lo
mismo que en el caso del domingo anterior , la parábola del Padre compasivo y
de los dos hijos, el mayor envidioso y el menor libertino, podemos preguntarnos
si entonces Dios es un permisivo que no
exige al ser humano un modo de vida moralmente responsable, que todo pecado
puede ser absuelto , que “no pasa nada”,
que en nombre de eso no es viable hacer una exigencia rigurosa para resarcir
los actos pecaminosos y entrar en penitencia y purificación.
Entramos en un punto nodal del asunto. Qué es
más demandante: una permanente disposición religiosa para el castigo y la
condenación, ejercida implacablemente? O, más bien, la mano tendida de Dios , mediada en el
ministerio de la Iglesia y en la conducta de los cristianos, que invita a un
nuevo modo de vida según el Evangelio, que no aprueba el pecado, pero sí al
pecador en cuanto destinatario de ese amor liberador? Tema esencial para orar y
discernir en este éxodo cuaresmal, invitándonos a recibir con esperanza el futuro de Dios que es
transformación plena de la vida, gozosa novedad existencial.
Porque,
sin lugar a dudas, es mucho más exigente el ser beneficiado por la misericordia
y el perdón que sometido al régimen del castigo y de la ley que castiga sin redimir.
Este lleva a una vida que actúa por
miedo al castigo, aquel se siente amado, reconocido, configurado como ser
humano digno y responde con la altura de quien capta el sentido del perdón.
Pablo,
fariseo radical y fundamentalista, es el mejor testigo de este dinamismo de
salvación: “Más aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él perdí todas las cosas; incluso las tengo por basura para ganar a Cristo
y encontrarme arraigado en él, no mediante mi justicia, la que viene de la Ley,
sino mediante la que viene por la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios,
apoyada en la fe”[8].
En
la relación con el Dios revelado en Jesús no caben el miedo y las falsas
seguridades de las instituciones religiosas absolutizadas, es lo que vive Pablo en plenitud. Tales seudocertezas paralizan la vida en el Espíritu y la libertad
para llevar una vida evangélicamente creativa e innovadora. Pero ahora , el antiguo judío descubre al
verdadero Dios, en su encuentro con Jesús, y con él, la auténtica liberación.
Conectemos
con el evangelio del domingo anterior: Pablo y los observantes que vienen a
lapidar a la mujer son el hermano mayor, envidiosos y egocéntricos, presumidos
con su máscara de perfección moral; la mujer es el hermano menor que vuelve al
Padre creyendo que no merece perdón y Jesús revela al Padre misericordioso que no permite que sus
hijos naufraguen en la soberbia religioso-moral o en el despilfarro de sus
posibilidades espirituales y morales.
Dónde estás
tú? Dónde estamos nosotros? Dónde está Colombia con su urgente
requerimiento de perdón y de
reconciliación? Dónde estamos los
seguidores de Jesús para significar con nuestro proceder una superación del
esquema pecado-castigo-condenación dando
paso al de pecado-misericordia-perdón-vida nueva en el Espíritu?
[3] La de castigar a la mujer
con la lapidación, porque así lo determinaba la ley de Moisés, como “justicia”
por su pecado de adulterio.
[6] Marcos 2: 27-28. Es la
expresión de Jesús a propósito del comentario escandalizado de unos fariseos
que se quejaban porque los discípulos de aquel, en el sagrado día sábado de los
judíos, en el que no se podía realizar ningún trabajo, se abrían camino arrancando
las espigas para poder seguir su marcha. El gesto simbólico es muy sencillo,
pero expresa una realidad de fondo: la libertad de Jesús ante la rigidez del
ordenamiento ritual y jurídico del judaísmo de su tiempo, libertad que es para salvar al ser humano de una
juridicidad religiosa agobiante.
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