“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me
siguen. Yo les doy Vida eterna; ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará
de mis manos”
(Juan 10: 27-28)
Lecturas:
1.
Hechos 13: 14 y 43-52
2.
Salmo 99
3.
Apocalipsis 7: 9-17
4.
Juan 10: 27-30
Empezamos recordando que los evangelios contienen cada
uno su correspondiente interpretación teológica sobre la persona de Jesús. De
estos, el más elaborado es el de Juan,
cuya proclamación nos acompaña durante este tiempo de Pascua. Esta referencia
es esencial para entender que la comunidad que da origen a este cuarto texto
evangélico tiene una teología bastante evolucionada . Por eso se impone superar una lectura
meramente piadosa del mismo, porque son notables su riqueza y la posibilidad que tiene
de ayudarnos a vivir el seguimiento de Jesús y la membresía eclesial con mayor
densidad.
No propone casi
palabras directas de él, ni siquiera históricas, es pura teología joánica, en
un contexto cultural y filosófico muy determinado. Su gran asunto teológico es
la vida definitiva que ofrece Jesús a la humanidad, la clave del tiempo pascual, una vida que hay
que vivir aquí y ahora, que nos proyecta a la plenitud en Dios y en el prójimo,
vida que procede del mismo Dios [1],
con capacidad de suceder históricamente y de proyectarnos a una vitalidad que
acontece en un “siempre” constante y creciente. Es el modo de Dios revelado en
Jesús, desbordante de amor liberador, empeñado en que nadie padezca las
consecuencias de muerte que traen el egoísmo y la injusticia, en cuanto
realidades pecaminosas que frenan el crecimiento del ser humano.
Estas referencias no son para complicar la vida de nuestros
lectores sino para afianzar el propósito
que tenemos en COMUNITAS MATUTINA de contribuír a una vivencia adulta y
sólidamente formada de la fe en Jesucristo, siempre dando el paso de la inercia
propia de la religiosidad sociocultural
a una experiencia en la que la persona
que opta por ella es transformada por el Espíritu, accediendo así a la nueva humanidad de Jesús,
con todo lo que esto tiene de plenitud de sentido, de libertad, de esperanza
cierta en Dios, de dignidad humana, de disposición para compartir a muchos esta
vitalidad teologal: “Yo les doy la vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las
arrebatará de mis manos”[2].
Esta condición
de eternidad no alude solamente a la que vendrá cuando pasemos la frontera de
la muerte, es la novedosa configuración
de nuestro ser con la humanidad de Jesús, ya en esta historia, para emprender
un modo de vida como el que él ejerció, con sus mismas referencias esenciales,
con sus mismas prioridades, con sus mismas actitudes y conductas.
Es una pena grande que las interpretaciones
reduccionistas de los evangelios hagan de la práctica cristiana un simple
cumplimiento de rituales religiosos, es lo que predomina en muchos casos, como resultado de una evangelización
deficiente, más preocupada por la administración de sacramentos que por una
genuina educación en el humanismo que procede de la fe. Por eso no genera transformaciones
sustanciales en las personas y en las comunidades, cristianismo excesivamente ritual con
precaria espiritualidad, es decir, con escasa capacidad transformadora [3].
Este es uno de los motivos centrales de COMUNITAS MATUTINA, nos anima el deseo
de promover una fe que experimente la vida de Dios como integración de un nuevo
ser humano según el modelo que el Padre nos propone en Jesús[4].
Vistas así las cosas,
el cuarto evangelio es un potente
recurso para esclarecer la cuestión de
la religiosidad reducida a los límites de lo ritual y para posibilitar una espiritualidad
liberadora que supere esa condición y se traduzca en lo que podemos llamar un ser
humano integral, de plena consistencia teologal y antropológica, como el Señor
Jesús.
Tema central, muy sencillo en su formulación y denso
en sus alcances, es el del pastor modelo que da la vida por las ovejas: “Yo
soy el buen pastor: conozco a mis ovejas , y ellas me conocen a mí – como el
Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre – y doy mi vida por las ovejas”[5]
Dar la vida no significa dejarse matar sino desgastarse por los demás, amando y
sirviendo según el estilo de Jesús. El asunto de la vida eterna debe suceder en esta
vida, si vale la redundancia, haciendo de la projimidad el elemento central de
nuestros proyectos existenciales. Tal es la clave del pastoreo en las comunidades cristianas, que no es tarea exclusiva de obispos y
sacerdotes, sino de una Iglesia que se entiende toda ella pastoralmente.
Es otro tema nuclear
en el que el mismo Señor nos cuestiona: no es la exaltación desmedida de
los clérigos, que a menudo raya en culto a la personalidad, uno de los factores
que incide en el desafortunado clericalismo, tan nocivo para la pureza
evangélica de la Iglesia. Quien está plenamente dotado de la vida de Dios –
como Jesús – necesariamente se remite a participarla a muchos[6],
dándose desmedidamente, sin pretender honores y posiciones de poder,
comprometido al máximo con las ovejas que le son confiadas, para que en ellas
resplandezca su dignidad humana y teologal.
Los laicos también tienen vocación de pastoreo, ellos
no son súbditos de los sacerdotes, son cristianos adultos llamados a servir a la humanidad desde sus estilos
específicos de vida: el matrimonio, el ejercicio profesional y laboral, la
construcción de ciudadanía, la configuración de la sociedad en justicia y
equidad, la generación de cultura, educación, institucionalidad, ordenamiento
jurídico, ciencia y tecnología con raigambre humanista[7].
Todos los seguidores de Jesús: laicos, sacerdotes,
obispos, debemos tener una condición de “pastores con olor a oveja”, según la
bella y muy gráfica expresión del Papa Francisco, saturados de la realidad humana, insertos en
ella, encarnados en el mundo, despojados de pretensiones de vanagloria,
depositando las semillas que transmiten la vida de Dios, vida digna y abundante
para todos.
En el evangelio de Juan, ya lo dijimos, no habla
directamente Jesús, sino esa comunidad joánica, expresando lo que ellos
pensaban y sentían sobre El, y la forma como El cambiaba sus vidas. La jugada
maestra es que Jesús llega a su plenitud por su relación plena con los demás:
esos son el Padre Dios y los prójimos, es la doble relacionalidad que determina
su opción fundamental.
El nunca se
creyó más que nadie, se dispuso al servicio de todos, como consecuencia de su
intimidad con Dios y de la vitalidad que de El recibía. Esto mismo es lo que
tiene que acontecer en nosotros: las ovejas somos alimentadas por el pastor, la
única razón de su quehacer somos las ovejas: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las
conozco y ellas me siguen”[8].
Estas palabras de Jesús, las del evangelio de hoy, son
dirigidas a unos judíos que - como era
habitual en ellos - lo acosaban con preguntas capciosas para tener de qué
acusarle. Cuando habla de ovejas, en la lectura entre líneas debe entenderse
que se refiere a estos judíos observantes como las antiovejas, las que se
resisten a seguir el proyecto del reino de Dios y su justicia, porque ya se
sienten justificados por su religiosidad ritual y legalista, no quieren seguir
el camino de donación de la vida que El les está proponiendo. La referencia es
una clara crítica de Jesús a su postura intransigente y fundamentalista.
Para nosotros
queda claro que “ser oveja” implica acercarse a El sin prejuicios, acercarse a
la vida real, principalmente a la vida dura que aqueja a tantísimos seres
humanos – pobreza, marginalidad, exclusión, soledad, fracaso – y descubrir en
ella el clamor de Dios que invita a recibir una vida que dignifica y que
libera. Esa escucha exige modificar posturas adquiridas, consideradas
inmodificables, renuncia a intereses y comodidades, a modos estrechos,
reducidos al propio grupo social , con ausencia total de solidaridad y de
servicio.
Jesús, viviendo para los demás, está identificándose
con el ser de Dios. Así manifiesta la verdadera Vida, que es la misma de Dios,
Esa Vida es la que él nos comunica. Dios se la está comunicando, con la feliz
consecuencia de que en ella misma está contenida la comunicación de la misma a
nosotros. Así, Jesús es revelación de Dios, y modelo del ser humano nuevo,
sacramento del Padre y sacramento de la nueva humanidad. Donde hay amor sin
límites, hay Vida sin límites. Por eso, para quien ama como Jesús amó, no hay
muerte, es la Vida sucediendo de modo inagotable.
La intención de Dios, manifestada en el ministerio de
Jesús, tiene connotación universal, es para toda la humanidad: “Después
de esto, ví una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de
todas las naciones, familias, pueblos y lenguas”[9].
Tal afirmación recoge el querer de Dios porque
El no es propiedad de una élite que se pretende perfecta y observante,
lo que Jesús revela es que Dios es Padre de toda la humanidad, su manifestación
rompe la estrechez de la visión judía de su tiempo , Dios sin fronteras, Dios
de totalidad incluyente, Dios que opta por todos los humanos.
Mensaje que sigue siendo actual para confrontar con
rigor profético esa pecaminosa tendencia que tenemos para clasificar,
segregar, categorizar en términos de
superiores e inferiores, poniendo con frecuencia a Dios como aval de estas
exclusiones. Nada más ajeno a Jesús y al Dios cuya vida él nos está
participando.
Con esa motivación pascual Pablo y Bernabé retan a los
dirigentes judíos, siempre enardecidos porque no lograban sofocar la causa de
Jesús, y salen del ámbito del judaísmo para irse a los llamados gentiles,
haciendo evidente la universalidad de la Vida nueva: “Entonces, Pablo y Bernabé, con
gran firmeza, dijeron: A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra
de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna,
nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado al Señor: Yo te he
establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los
confines de la tierra”[10].
Qué decir?
Qué sentir? Qué comunicar? Que el Dios de Jesús es todo para
todos, que la Vida que de El procede es don universal, que la felicidad,
entendida en esta perspectiva densamente teologal y humana, es alternativa de
sentido para la humanidad entera, y que la Iglesia, y cada comunidad cristiana
en particular, no puede ser una asociación de “perfectos” (¡¡¡!!!) con
sentimientos de superioridad sobre quienes no viven como ellos, sino una
comunidad de iguales, todos con olor a oveja, recibiendo la Vida y dándola sin
restricciones.
[1] BROWN,
Raymond E. La comunidad del discípulo amado. Salamanca, Ediciones Sígueme,
1983. CASTRO SANCHEZ, Secundino. Evangelio de Juan: comprensión exegético
existencial. Madrid, Ediciones Universidad Pontificia de Comillas, 2001. TUÑI
VANCELLS, Josep Oriol. Jesús y el evangelio en la comunidad juánica. Salamanca,
Ediciones Sígueme, 1987.
[3] CASTILLO,
José María. La humanización de Dios: ensayo de cristología. Madrid, Editorial
Trotta, 2010. Dios y nuestra felicidad. Bilbao, Desclée de Brower, 2001.
[4] Sea
esta reflexión un estímulo para volver a leer con profundidad la Exhortación
Apostólica del Papa Francisco “La alegría del Evangelio” (Evangelii Gaudium),
publicada a los pocos meses del comienzo de su ministerio como Obispo de Roma y
Pastor de la Iglesia Universal, en noviembre de 2013. En ella el Papa
reflexiona juiciosamente sobre algunas carencias en la misión eclesial, y
propone líneas vigorosas para que la Buena Noticia de Jesús sea anuncio de
esperanza plena y sentido de vida para todos.
[7] CONCILIO
VATICANO II. Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno:
Gaudium et Spes; Decreto sobre el Apostolado de los Laicos: Apostolicam Actuositatem.
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