domingo, 12 de mayo de 2019

COMUNITAS MATUTINA 12 DE MAYO 2019 DOMINGO IV DE PASCUA CICLO C


“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna; ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos”
(Juan 10: 27-28)

Lecturas:
1.   Hechos 13: 14 y 43-52
2.   Salmo 99
3.   Apocalipsis 7: 9-17
4.   Juan 10: 27-30

Empezamos recordando que los evangelios contienen cada uno su correspondiente interpretación teológica sobre la persona de Jesús. De estos, el más elaborado  es el de Juan, cuya proclamación nos acompaña durante este tiempo de Pascua. Esta referencia es esencial para entender que la comunidad que da origen a este cuarto texto evangélico tiene una teología bastante evolucionada .  Por eso se impone superar una lectura meramente piadosa del mismo,  porque son  notables su riqueza y la posibilidad que tiene de ayudarnos a vivir el seguimiento de Jesús y la membresía eclesial con mayor densidad.
 No propone casi palabras directas de él, ni siquiera históricas, es pura teología joánica, en un contexto cultural y filosófico muy determinado. Su gran asunto teológico es la vida definitiva que ofrece Jesús a la humanidad,  la clave del tiempo pascual, una vida que hay que vivir aquí y ahora, que nos proyecta a la plenitud en Dios y en el prójimo,  vida que procede del mismo Dios [1], con capacidad de suceder históricamente y de proyectarnos a una vitalidad que acontece en un “siempre” constante y creciente. Es el modo de Dios revelado en Jesús, desbordante de amor liberador, empeñado en que nadie padezca las consecuencias de muerte que traen el egoísmo y la injusticia, en cuanto realidades pecaminosas que frenan el crecimiento del ser humano.
Estas referencias no son para complicar la vida de nuestros lectores sino para afianzar el  propósito que tenemos en COMUNITAS MATUTINA de contribuír a una vivencia adulta y sólidamente formada de la fe en Jesucristo, siempre dando el paso de la inercia  propia de la religiosidad sociocultural a una experiencia  en la que la persona que opta por ella es transformada por el Espíritu,  accediendo así a la nueva humanidad de Jesús, con todo lo que esto tiene de plenitud de sentido, de libertad, de esperanza cierta en Dios, de dignidad humana, de disposición para compartir a muchos esta vitalidad teologal: “Yo les doy la vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos[2].
 Esta condición de eternidad no alude solamente a la que vendrá cuando pasemos la frontera de la muerte, es  la novedosa configuración de nuestro ser con la humanidad de Jesús, ya en esta historia, para emprender un modo de vida como el que él ejerció, con sus mismas referencias esenciales, con sus mismas prioridades, con sus mismas actitudes y conductas.
Es una pena grande que las interpretaciones reduccionistas de los evangelios hagan de la práctica cristiana un simple cumplimiento de rituales religiosos, es lo que predomina en muchos  casos, como resultado de una evangelización deficiente, más preocupada por la administración de sacramentos que por una genuina educación en el humanismo que procede de la fe.  Por eso no genera transformaciones sustanciales en las personas y en las comunidades,  cristianismo excesivamente ritual   con precaria espiritualidad, es decir, con escasa capacidad transformadora [3]. Este es uno de los motivos centrales de COMUNITAS MATUTINA, nos anima el deseo de promover una fe que experimente la vida de Dios como integración de un nuevo ser humano según el modelo que el Padre nos propone en Jesús[4].
Vistas así las cosas,  el cuarto evangelio  es un potente recurso para esclarecer la  cuestión de la religiosidad reducida a los límites de lo ritual y para posibilitar una espiritualidad liberadora que supere esa condición y   se traduzca en lo que podemos llamar un ser humano integral, de plena consistencia teologal y antropológica, como el Señor Jesús.
Tema central, muy sencillo en su formulación y denso en sus alcances, es el del pastor modelo que da la vida por las ovejas: “Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas , y ellas me conocen a mí – como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre – y doy mi vida por las ovejas[5] Dar la vida no significa dejarse matar sino desgastarse por los demás, amando y sirviendo según el estilo de Jesús. El  asunto de la vida eterna debe suceder en esta vida, si vale la redundancia, haciendo de la projimidad el elemento central de nuestros proyectos existenciales. Tal es la clave del pastoreo en  las comunidades cristianas,  que no es tarea exclusiva de obispos y sacerdotes, sino de una Iglesia que se entiende toda ella pastoralmente.
Es otro tema nuclear  en el que el mismo Señor nos cuestiona: no es la exaltación desmedida de los clérigos, que a menudo raya en culto a la personalidad, uno de los factores que incide en el desafortunado clericalismo, tan nocivo para la pureza evangélica de la Iglesia. Quien está plenamente dotado de la vida de Dios – como Jesús – necesariamente se remite a participarla a muchos[6], dándose desmedidamente, sin pretender honores y posiciones de poder, comprometido al máximo con las ovejas que le son confiadas, para que en ellas resplandezca su dignidad humana y teologal.
Los laicos también tienen vocación de pastoreo, ellos no son súbditos de los sacerdotes, son cristianos adultos llamados  a servir a la humanidad desde sus estilos específicos de vida: el matrimonio, el ejercicio profesional y laboral, la construcción de ciudadanía, la configuración de la sociedad en justicia y equidad, la generación de cultura, educación, institucionalidad, ordenamiento jurídico, ciencia y tecnología con raigambre humanista[7].
Todos los seguidores de Jesús: laicos, sacerdotes, obispos, debemos tener una condición de “pastores con olor a oveja”, según la bella y muy gráfica expresión del Papa Francisco,  saturados de la realidad humana, insertos en ella, encarnados en el mundo, despojados de pretensiones de vanagloria, depositando las semillas que transmiten la vida de Dios, vida digna y abundante para todos.
En el evangelio de Juan, ya lo dijimos, no habla directamente Jesús, sino esa comunidad joánica, expresando lo que ellos pensaban y sentían sobre El, y la forma como El cambiaba sus vidas. La jugada maestra es que Jesús llega a su plenitud por su relación plena con los demás: esos son el Padre Dios y los prójimos, es la doble relacionalidad que determina su opción fundamental.
 El nunca se creyó más que nadie, se dispuso al servicio de todos, como consecuencia de su intimidad con Dios y de la vitalidad que de El recibía. Esto mismo es lo que tiene que acontecer en nosotros: las ovejas somos alimentadas por el pastor, la única razón de su quehacer somos las ovejas: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen[8].
Estas palabras de Jesús, las del evangelio de hoy, son dirigidas a unos judíos que -  como era habitual en ellos - lo acosaban con preguntas capciosas para tener de qué acusarle. Cuando habla de ovejas, en la lectura entre líneas debe entenderse que se refiere a estos judíos observantes como las antiovejas, las que se resisten a seguir el proyecto del reino de Dios y su justicia, porque ya se sienten justificados por su religiosidad ritual y legalista, no quieren seguir el camino de donación de la vida que El les está proponiendo. La referencia es una clara crítica de Jesús a su postura intransigente y fundamentalista.
 Para nosotros queda claro que “ser oveja” implica acercarse a El sin prejuicios, acercarse a la vida real, principalmente a la vida dura que aqueja a tantísimos seres humanos – pobreza, marginalidad, exclusión, soledad, fracaso – y descubrir en ella el clamor de Dios que invita a recibir una vida que dignifica y que libera. Esa escucha exige modificar posturas adquiridas, consideradas inmodificables, renuncia a intereses y comodidades, a modos estrechos, reducidos al propio grupo social , con ausencia total de solidaridad y de servicio.
Jesús, viviendo para los demás, está identificándose con el ser de Dios. Así manifiesta la verdadera Vida, que es la misma de Dios, Esa Vida es la que él nos comunica. Dios se la está comunicando, con la feliz consecuencia de que en ella misma está contenida la comunicación de la misma a nosotros. Así, Jesús es revelación de Dios, y modelo del ser humano nuevo, sacramento del Padre y sacramento de la nueva humanidad. Donde hay amor sin límites, hay Vida sin límites. Por eso, para quien ama como Jesús amó, no hay muerte, es la Vida sucediendo de modo inagotable.
La intención de Dios, manifestada en el ministerio de Jesús, tiene connotación universal, es para toda la humanidad: “Después de esto, ví una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas[9]. Tal afirmación recoge el querer de Dios porque  El no es propiedad de una élite que se pretende perfecta y observante, lo que Jesús revela es que Dios es Padre de toda la humanidad, su manifestación rompe la estrechez de la visión judía de su tiempo , Dios sin fronteras, Dios de totalidad incluyente, Dios que opta por todos los humanos.
Mensaje que sigue siendo actual para confrontar con rigor profético esa pecaminosa tendencia que tenemos para clasificar, segregar,  categorizar en términos de superiores e inferiores, poniendo con frecuencia a Dios como aval de estas exclusiones. Nada más ajeno a Jesús y al Dios cuya vida él nos está participando.
Con esa motivación pascual Pablo y Bernabé retan a los dirigentes judíos, siempre enardecidos porque no lograban sofocar la causa de Jesús, y salen del ámbito del judaísmo para irse a los llamados gentiles, haciendo evidente la universalidad de la Vida nueva: “Entonces, Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado al Señor: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra[10].
Qué  decir? Qué  sentir? Qué  comunicar? Que el Dios de Jesús es todo para todos, que la Vida que de El procede es don universal, que la felicidad, entendida en esta perspectiva densamente teologal y humana, es alternativa de sentido para la humanidad entera, y que la Iglesia, y cada comunidad cristiana en particular, no puede ser una asociación de “perfectos” (¡¡¡!!!) con sentimientos de superioridad sobre quienes no viven como ellos, sino una comunidad de iguales, todos con olor a oveja, recibiendo la Vida y dándola sin restricciones.


[1] BROWN, Raymond E. La comunidad del discípulo amado. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1983. CASTRO SANCHEZ, Secundino. Evangelio de Juan: comprensión exegético existencial. Madrid, Ediciones Universidad Pontificia de Comillas, 2001. TUÑI VANCELLS, Josep Oriol. Jesús y el evangelio en la comunidad juánica. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1987.
[2] Juan 10: 28.
[3] CASTILLO, José María. La humanización de Dios: ensayo de cristología. Madrid, Editorial Trotta, 2010. Dios y nuestra felicidad. Bilbao, Desclée de Brower, 2001.
[4] Sea esta reflexión un estímulo para volver a leer con profundidad la Exhortación Apostólica del Papa Francisco “La alegría del Evangelio” (Evangelii Gaudium), publicada a los pocos meses del comienzo de su ministerio como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal, en noviembre de 2013. En ella el Papa reflexiona juiciosamente sobre algunas carencias en la misión eclesial, y propone líneas vigorosas para que la Buena Noticia de Jesús sea anuncio de esperanza plena y sentido de vida para todos.
[5] Juan 10: 14-15
[6] Recordamos así  el clásico principio de la filosofía escolástica: “El bien es difusivo de sí”.
[7] CONCILIO VATICANO II. Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno: Gaudium et Spes; Decreto sobre el Apostolado de los Laicos: Apostolicam Actuositatem.
[8] Juan 10: 27
[9] Apocalipsis 7: 9
[10] Hechos 13: 46.47

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