“La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria
como de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad”
(Juan 1: 14)
Por
el carácter prioritariamente solemne de la Navidad, la Iglesia propone tres
grupos de lecturas bíblicas que corresponden a tres eucaristías distintas pero
coincidentes en lo que celebran: eucaristía de la noche, eucaristía de la
aurora, eucaristía del día 25. Relacionamos las lecturas a continuación, para
que se orienten según la misa en la que participen, advirtiendo que el comentario versará sobre
las del día 25.
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Primera lectura: Isaías
9: 1-3 y 5-6 (Eucaristía de la noche del 24)
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Salmo 95: 1-3 y 11-13
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Segunda lectura: Tito
2: 11-14
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Evangelio : Lucas 2:
1-14
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Primera lectura: Isaías
62: 11-12 (Eucaristía de la Aurora)
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Salmo 96: 1.6 y 11-12
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Segunda lectura: Tito
3: 4-7
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Evangelio: Lucas 2:
15-20
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Primera lectura: Isaías
52: 7-10 (Eucaristía del día 25)
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Salmo 97:1-6
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Segunda lectura:
Hebreos 1: 1-6
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Evangelio: Juan 1: 1-18
Fuegos
fatuos, sociedad de consumo desenfrenada, multitudes en los centros comerciales
comprando sin medida, gastos excesivos, despilfarro, celebraciones sin sentido
de trascendencia, olvido de las grandes pobrezas que afligen a millones de
seres humanos….. Qué iban a imaginar aquellos humildes esposos José y María,
discretos, amantes de Dios y de la humanidad, en lo que se iba a convertir la
conmemoración del nacimiento de su hijo
Jesús, muchos siglos después!
Una
cultura del mercado, donde domina el tener sobre el ser, que todo lo mide en
resultados “útiles”, en productividad económica, en rendimientos materiales,
precaria en espiritualidad y en sentido de lo humano, ha vaciado de contenido
el misterio del amor, del sentido último de la vida, y se ha centrado en
este decadente narcisismo que pretende
comprar la felicidad con dinero.
Este
comentario puede parecer el de un profeta de desgracias, aguafiestas, pero debemos decir que es imposible callar cuando se oscurece el significado
original de estos días de Navidad, el propósito del Dios que ha decidido ser
con nosotros, para nosotros, dentro de nosotros, asumiendo toda nuestra
condición humana en su dramatismo y dolor, también en sus posibilidades y
valores, haciéndose uno de nosotros y adoptando el modo pobre y discreto de
estos esposos y de su pequeño Jesús.
Es
conmovedor en el más alto sentido en que algo puede serlo contemplar este
misterio del Dios humanado, sucedido en pobreza, a las afueras de Belén, en una
pesebrera, después de haber deambulado inútilmente pidiendo posada digna para
que María diera a luz su niño.
Qué se trae Dios con esta pedagogía de lo
oculto? Qué mensaje nos está comunicando? Aquí se imponen el fino ejercicio de
la fe y del discernimiento para seguir desentrañando esta realidad maravillosa
y seductora.
Son
muchos los contenidos humanos y espirituales del felicísimo misterio del
nacimiento de Jesús. Uno de ellos es el de la paz, anunciada por Isaías con
estas palabras: “Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la
paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: ya
reina tu Dios!” (Isaías 52: 7), lenguaje que sabemos inscrito en la expectativa
mesiánica con la que los profetas animaban al pueblo hebreo a salir de su
postración para vislumbrar un nuevo tiempo en el que la coexistencia fraterna y
solidaria sería el gran indicativo de la presencia decisiva de Dios en su
historia.
Las
lecturas de estos días precedentes del Adviento nos han ayudado a hacer conciencia
de este don, los hechos actuales de la historia de nuestro país y de otras
regiones del mundo lo ratifican, haciéndonos conscientes del carácter esencial
del buen vivir como hermanos, en el rico diálogo dentro de la diferencia, en la
convergencia de todos en el bien común, en la búsqueda concertada de soluciones
para las naturales urgencias de cada sociedad. Sea esta Navidad de 2016 una
antesala del nuevo país en el que todos estamos empeñados!
Este
niño de los mil rostros es un reflejo de la identidad de la humanidad entera,
en El se juega el misterio mismo del ser humano, su apasionado camino de
sentido y de libertad, su tarea infatigable por configurar una humanidad
creadora, feliz, emancipada de sumisiones indignas, la seducción que en él
opera el dinamismo del amor, la búsqueda del ser y de la verdad, su capacidad
de asombro ante lo nuevo, y su sed de eternidad.
Reconocemos
en este infante el descubrimiento decisivo de lo que somos como humanos? Esta
certeza impacta nuestra historia, nuestras decisiones, nuestra comprensión de
la existencia? Buena respuesta a estas cuestiones ha de ser la apertura al
misterio seductor que se nos aproxima, y
el silencio profundo que reconoce allí -
en adoración y esperanza – la implicación existencial, histórica, encarnada,
del Dios-con-nosotros, que nos saca de la cerrazón del egoísmo y de las vidas
de autómatas para abrirnos al presente y al futuro en términos de la mayor
libertad y dignidad que se pueda conferir a los humanos.
Dios
no ha venido armado de poder para imponerse a nosotros, para someternos , sin
contar con nuestra capacidad de opción, El se abaja, se anonada, se
empequeñece, se niega al esplendor, y en el niño de Belén se torna totalmente
accesible, recordando que el único interés que lo mueve es el de nuestra
felicidad, el de nuestra salvación, el de nuestro sentido definitivo de la
vida, y lo hace sin violencia, ofreciéndose a nuestra libertad.
La
historia de Dios con nosotros no es una relación de proezas y grandiosidades,
la suya es una manifestación en los hechos de la vida cotidiana, en la
experiencia existencial, en el acontecer de personas y de comunidades, siempre
diciéndose a sí mismo como salvador y liberador: “Muchas veces y de muchas formas
habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta
etapa final nos ha hablado por medio de un Hijo, a quien nombró heredero de
todo, por quien creó el universo. El es reflejo de su gloria, impronta de su
ser y sustenta todo con su palabra poderosa” (Hebreos 1: 1-3).
Esta
afirmación del autor de la carta a los Hebreos nos parece crónica de algo
remoto, inaccesible para nuestro conocimiento, la acatamos por inercia de una
religión sociocultural, nos parece lenguaje arqueológico, de baja relevancia
para nuestros proyectos de vida? Sepamos
que quien las escribió no lo hizo por casualidad ni por consideraciones
piadosas, en el texto vibra una experiencia fundante de fe, una apertura al don
de Dios en las mediaciones de la historia, en la palabra de los profetas, una
certeza que supera los habituales modos humanos de demostración.
El
evangelio de este domingo de Navidad es un poco complejo en su formulación, es
el capítulo 1 del evangelio de Juan,
conocido como el prólogo de este relato, en el que el autor designa a Jesús
como la Palabra, creadora de vida y luminosa para el ser humano que se acoge a
ella, Palabra que se hace carne y habita en nuestra historia: “La Palabra
se hizo hombre y acampó entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria como de
Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad” (Juan 1: 14).
Es
esto optimismo ingenuo, o realismo mágico? Nos conmueve y llega a lo más hondo
de nosotros mismos? Moviliza nuestra esperanza? El vigor salvífico de esta
presencia entre nosotros es la respuesta plena a nuestra búsqueda del sentido
de la vida?
En
Jesús Dios se manifestó decisiva y definitivamente, El es el relato
prototípico, es el Dios encarnado, que nunca
podrá dejar de encarnarse porque esto es inherente a su ser, abierto para
implicarse encarnatoriamente en cada ser humano, Dios que se identifica con
nosotros para dotar nuestra existencia
de un significado total.
Un Dios que no tiene nada de autorreferencial,
para usar esta palabra tan propia del Papa Francisco, con la que indica la
salida amorosa de sí, la disposición para no estar en ningún lejano pedestal,
su compromiso sin reservas en la comunicación de su vitalidad: “De
su plenitud hemos recibido todos” (Juan 1: 16).
Es
profundamente navideño recordar que Dios se hizo humano entre los que no
contaban nada para la sociedad, entre los pobres, como lo eran José y María, y
todos los que los rodeaban, tipificados en los pastores, de lo que nos dan cuenta
varios relatos evangélicos, lenguaje
contundente que marca la intencionalidad divina relativa a lo que en lenguaje
de hoy llamamos el “bajo perfil”, que en palabras más tradicionales conocemos
como humildad.
Tal
sensibilidad la expresa bellamente María
en el canto conocido como el Magnificat: “Su poder se ejerce con su brazo, desbarata
a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los potentados y ensalza a
los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos” (Lucas
1: 51-53).
Hoy,
25 de diciembre de 2016, siguen millones de seres humanos padeciendo las
injusticias decididas por gobiernos y modelos económicos que no trascienden en
la dignidad de la persona; en Siria, en Iraq, y en muchos países, el absurdo de
la guerra sigue su ruta desastrosa de muerte y de afirmación de unos poderes
que no saben de humanismo; pero también no podemos olvidar que hay muchos
hombres y mujeres que hacen del amor y de la solidaridad la esencia de sus
decisiones y de sus conductas, movilizando grupos y organizaciones que se dan
generosamente a los afectados por estas adversidades, y, que entre esos muchos,
los hay a montones que lo hacen inspirados en el camino trazado por el humilde
niño de Belén.