domingo, 4 de diciembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 4 DE DICIEMBRE DOMINGO II DE ADVIENTO



“Yo los bautizo con agua en señal de conversión, pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El los bautizará con Espíritu Santo y fuego”
(Mateo 3: 11)

Lecturas:
1.   Isaías 11: 1 – 10
2.   Salmo 71: 2.8.12-13 y 17
3.   Romanos 15: 4 – 9
4.   Mateo 3: 1 – 12

En estos tres años y medio, desde que comenzó su ministerio el Papa Francisco, le escuchamos retos que lanza a la Iglesia y a la humanidad, como este: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos. La novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construímos, programamos, y planificamos nuestra vida. Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas que han perdido la capacidad de respuesta?”
El interrogante tan denso que nos plantea Francisco se dirige a la Iglesia toda como comunidad y como institución, pero también a cada cristiano en particular, y procede del constatar tantas realidades anquilosadas e irrelevantes que hay en el mundo cristiano, lenguajes desconectados de la realidad, empeño en conservar lo que ya ha perdido su capacidad de significación y de persuasión. Dicho en otras palabras, el Papa nos reta a eso que en lenguaje más tradicional se llama conversión, que es la propuesta de las lecturas de este segundo domingo de Adviento.
Le hemos escuchado, entre los más destacados, los siguientes desafíos:
-      Poner a Jesús en el centro de la vida eclesial: “Una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta.”
-      No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: “Una Iglesia que se encierra en el pasado traiciona su propia identidad”
-      Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: “Un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no halla nada”.
-      Buscar una Iglesia pobre y de los pobres: “Anclar nuestra vida en la esperanza , no en nuestras reglas, ni en nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos”.
Si el domingo anterior se nos invitaba a la vigilancia, en este la propuesta es la conversión, la capacidad de renunciar a lo que nos pesa e impide la acogida del don del Espíritu, los narcisismos religiosos y morales, fustigados fuertemente en el evangelio de hoy por Juan el Bautista, las egolatrías, los miedos fundamentados en argumentos aparentemente razonables, el mundo interminable de nuestros afectos desordenados y, en general, todo lo que nos paraliza y cierra a la acción beneficiosa y liberadora del amor de Dios.
Miremos , en primer lugar, lo que nos indica Isaías, anuncio esperanzador: “Dará un vástago el tronco de Jesé, un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé. No juzgará por las apariencias ni sentenciará de oídas” (Isaías 11: 1 – 3).
Este vástago es anunciado como el portador de un nuevo orden de vida que proviene del mismo Dios, capaz de implantar en la tierra una situación paradisíaca. Para eso acude a figuras muy expresivas como : “Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño será su pastor” (Isaías 11: 6), aludiendo a la superación de la agresividad y de todo lo que divide a los seres humanos, el don de la paz, como el gran indicativo de los tiempos mesiánicos.
Como ya lo sugeríamos el domingo anterior, este Adviento de 2016 debe estar marcado por el espíritu decidido para construír en Colombia una cultura de paz, favoreciendo todos los esfuerzos de reconciliación e incluyendo, en la mayor medida posible , todas las iniciativas que en este sentido están ya funcionando entre nosotros. No podemos reducirnos a un Adviento – Navidad tradicionales de novenas, villancicos, fiestas, regalos, para que en enero volvamos a la misma desolación de siempre. Aquí reside el reto mayor de conversión individual y colectiva para la totalidad de los habitantes de Colombia.
Y ahora, nos vamos con Juan Bautista al desierto: “Por aquellos días, se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: conviértanse, porque ha llegado el reino de los cielos” (Mateo 3: 1 – 2), clara referencia al distanciamiento del profeta con respecto a la religión oficial del templo y de los sacerdotes, cuyo legalismo y rigidez ritual no podía soportar: “Pero, cuando vió venir a muchos fariseos y saduceos a su bautismo, les dijo: Raza de víboras! Quién les ha enseñado a huír de la ira inminente? Den, más bien, fruto digno de conversión” (Mateo 3: 7 – 8), ratificación de su desacuerdo con el sacerdocio de Jerusalén y con todo el tejido institucional de esa religiosidad en la que primaba lo formal sobre la conversión del corazón y la acogida del don de Dios.
Es conmovedor el esfuerzo del Papa Francisco planteando este tipo de retos a la Iglesia universal, viéndola a menudo fatigada por su peso institucional y débil para abrirse a la novedad del Evangelio y al contacto con la realidad. Nos pasa lo mismo a nosotros? Estamos enredados en un cristianismo de devociones y de formas exteriores? Nuestro mundo de comodidades materiales e ideológicas nos domina de tal forma que frena en nosotros la apertura a la novedad de lo divino y de lo humano?
Juan dice que el reino de Dios está cerca. Qué es esto? Es el llamamiento típico de los profetas de Israel y de todos los tiempos de la historia.
 Para captarlo se impone que afinemos nuestra sensibilidad espiritual dejando que la fuerte confrontación del Bautista nos interpele también, poniendo en tela de juicio nuestro sofisticado egoísmo, que se argumenta con los razonamientos de “gente bien”, que da prioridad a intereses mezquinos y de corto alcance dejando de lado los grandes dramas de la humanidad, como el incesante trasegar de las comunidades que migran huyendo de guerras e injusticias, los gritos de los solitarios y desconocidos, dramas que se pretenden sofocar con las luces de una navidad barata y lejana de Dios y del ser humano.
Juan es precursor del Mesías, prepara para la nueva lógica de vida que viene con Jesús, para una transformación radical de mentes, corazones y conciencias, anuncio de largo alcance que cubre hasta nuestro tiempo y que aspira a mantenerse siempre vigente en la historia: “Yo los bautizo con agua en señal de conversión, pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El los bautizará con Espiritu Santo y con fuego. En su mano tiene el bieldo y va a aventar su parva: recogerá su trigo en el granero , pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” (Mateo 3: 11 – 12).
La palabra de un profeta como este suele no gustarnos porque obliga a cambiar , a renunciar a seguridades y establecimientos de gran comodidad y egoísmo. El profeta escudriña, lee los signos de los tiempos, su mirada es de largo alcance, interpreta la realidad en clave de justicia-injusticia, de rectitud-deshonestidad, y propone a las comunidades las exigencias del auténtico ser humano, del que es capaz de liberarse de amarras para acceder a la vitalidad del verdadero Dios.
Tenemos capacidad de escuchar a los profetas de hoy? Francisco, el Papa, nos cae bien por sus gestos simpáticos, nos parece un Papa chévere porque abraza niños y se toma fotografías con futbolistas,  o  más bien nos incomoda con sus severas confrontaciones? Estamos dispuestos a dejar de ser autorreferenciales, a descalzarnos, a poner a Jesús en el centro, a deponer tantos prejuicios?
 Los tiempos mesiánicos, como los que anuncia Isaías, llegarán cuando tengamos la osadía de conocer a Dios, de captar la esencia de lo humano, de hacer trizas nuestros esquemas de seguridad. A estos tiempos se refieren explícitamente la presencia de Jesús en la historia humana, y el anuncio que de él hace Juan el Bautista.
Convertirse no consiste en adoptar un modo penitencial y sombrío, sino cambiar de rumbo en la vida. Esto se expresa con la muy elocuente palabra griega metanoia, utilizada con frecuencia en los escritos del Nuevo Testamento, con el significado de  adquirir una nueva mentalidad, en este caso, la teologal, que se caracteriza por la acogida del prójimo, por la vida recta y solidaria, por el servicio y la renuncia a toda vana ambición, por la justicia y la transparencia, por la vida que no se hipoteca a los ídolos sino que acoge la libertad que procede de Dios, según el camino que nos traza Jesús.
El anunciado Mesías, Jesús el Cristo, se hace presente en nuestra historia para transformarla en la clave bien conocida del Reino de Dios y su justicia, haciendo posible realidades como las que Pablo pide en la carta a los Romanos, teniendo en cuenta que en esas primeras comunidades cristianas se encontraban creyentes que procedían tanto del judaísmo como del paganismo, invitados a superar esas diferencias y a encontrarse en un insospechado ámbito de sentido: “Y que el Dios de la paciencia y del consuelo les conceda compartir entre ustedes los mismos sentimientos , siguiendo a Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, alaben al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acojánse mutuamente como los acogió Cristo para gloria de Dios” (Romanos 15: 5 – 7).

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