“Todo esto sucedió para
que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: La virgen
concebirá y dará a luz un hijo , y le pondrán por nombre Emmanuel, que
significa Dios con nosotros”
(Lucas
1: 22 – 23)
Lecturas:
1.
Isaías 7: 10 – 14
2.
Salmo 23: 1 – 6
3.
Romanos 1: 1 – 7
4.
Mateo 1: 18 – 24
Nunca está de más
recordar el contexto sociocultural y lingüístico en el que surgen los textos
bíblicos, muy distante de nosotros en el tiempo y también con una mentalidad
totalmente diferente de la occidental, caracterizada esta última por sus
definiciones conceptuales y por sus articulaciones racionales, mientras que el
mundo bíblico es experiencial y existencialista, de pensamiento concreto y, en
materia religiosa, dispuesto a descubrir a Dios en las narrativas de su
realidad vital.
El Dios que se
testimonia en la Biblia es un Dios que se dice a sí mismo en los relatos de la
comunidad de Israel, en los hechos de su vida. Allí es donde la fe ejerce el
apasionante ejercicio del discernimiento, que es distinguir y luego asumir la
intervención de Dios en su historia!
Esta aclaración inicial
nos ayuda a ponernos de frente a los textos de este domingo, de sus contextos y
de su pre-textos, verdaderas joyas de teología narrativa.
Propongámonos hoy hacer
una comparación y correlación entre las señales de la inminencia de Dios en los
tres textos que nos propone la Iglesia este domingo y las señales de esto mismo
que vemos en nuestra existencia, en el mundo de hoy.
Aquí la señal es
claramente indicadora de esperanza, superando el escepticismo de Ajaz, en la
lectura del profeta Isaías: “Volvió Yahvé a hablar a Ajaz en estos
términos: pide para ti una señal de Yahvé tu Dios, bien en lo más hondo del
Seol, o arriba en lo más alto. Respondió Ajaz: no la pediré, no tentaré a
Yahvé. Dijo Isaías: escucha, pues, heredero de David, les parece poco cansar a
los hombres que cansan también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les va a
dar una señal: miren, una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, al
que pondrá por nombre Emmanuel” (Isaías 7: 10 – 14).
Desarrollemos aquí una
fina sensibilidad espiritual para captar la sutileza de esta escena. Lo que se
quiere decir es que, a pesar de la resistencia de Ajaz, Dios se mantiene en su
empeño de bendecir a Judá, y lo hace a través de la promesa de un heredero de
David. Esto no es literatura fantástica, hace parte de las certezas de fe de
los israelitas, que pudieron comprobar esto en su historia, justamente
haciéndose hombres y mujeres aptos para discernir los signos de Dios en su
experiencia cotidiana.
Volvemos así con la
expectativa mesiánica de este pueblo de creyentes, esperanza que es esencial en
la configuración de su vida. Qué nos dice esto a nosotros? Dejando de lado los
mensajes religiosos simplistas y desconectados de la historia, sabemos detectar
a Dios en el devenir de nuestra humanidad? La lógica de la revelación no está
en acontecimientos extraordinarios sino en el mismo acontecer humano, aquí es
donde Dios se evidencia.
Constatamos con sentido
crítico todo lo que aflige al ser humano y lo hace fracasar en sus deseos de
felicidad y de realización, lo repetimos aquí hasta la sociedad: exclusiones,
violencias, pobrezas, vacíos, frustraciones, humillaciones, indignidades, todo
esto causado por el empecinamiento maligno de unos seres humanos en contra de
otros, y esto sucediendo con una frecuencia alarmante y dolorosa.
Cómo florecen aquí las
señales de Dios? Donde residen las razones para la esperanza? Dónde está el prometido
Emmanuel? Sucumbimos al escepticismo como el de Ajaz, o nos dejamos tomar
por la gratuidad de Dios para ingresar
en su proyecto de salvación y de liberación? Sabemos que la imagen de esa doncella en la dulce espera de su hijo es el indicativo de
un Dios incondicional y siempre comprometido con su tarea de llevarnos por los
caminos de la plenitud?
Los cristianos estamos
en la historia para contagiar de sentido y de razones – las mejores y más
decisivas – para la esperanza, no para imponer un sistema religioso rígido,
lleno de minucias legales y de pesadeces institucionales. Es decir, que nuestra
tarea es la de comunicar vitalmente esta feliz realidad del Dios con nosotros,
para nosotros, entre nosotros: “La promesa era relativa a su Hijo, Jesucristo
señor nuestro, descendiente de David según la carne, pero constituído Hijo de
Dios con poder; según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los
muertos” (Romanos 1: 3 – 4).
Esta es la Buena
Noticia de Jesús, imperativo que nos exige purificar nuestra fe de tantas
contaminaciones, de tantos lenguajes y contenidos que no se compadecen con su
proyecto original, de tantas imposiciones agobiantes, de ese estilo
autorreferencial y distante, y aprender así a transitar por las señales de
felicidad, que en buen lenguaje evangélico llamamos bienaventuranzas.
La pasión por la
justicia, el cuidado de la vida, el compromiso constante con la dignidad
humana, el cultivo de la vida en el Espíritu, el sentido de comunidad y de
solidaridad, el talante de servicio, la decidida inclusión de los pobres en el
proyecto de la justicia, el humanismo trascendente que se desprende del
Evangelio, el reconocimiento maravillado de lo que es distinto de nosotros, la
comunión y la participación, la Iglesia servidora de todos, la perspectiva de
futuro, son – entre muchas – las gozosas señales del Dios con nosotros, del
Emmanuel , que es la respuesta del Dios fidelísimo a todas nuestras
expectativas.
Esto es lo que nos
transmite el hermoso relato de Mateo, estremecedor por su profunda sencillez y
por su nitidez teologal: “El origen de Jesucristo fue de la siguiente
manera. Su madre, María, estaba desposada con José; pero, antes de empezar a
estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido, José,
que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo
tenía planeado, cuando el angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo
engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mateo 1: 18 – 20).
Sabemos que los
evangelios no son crónicas biográficas en el sentido en el que entendemos hoy
tales escritos, son de interpretaciones teológicas en las que la
comunidad que da origen a cada relato evangélico da testimonio de su fe en
Jesús y lo reconoce como Hijo de Dios, procedente de El y encarnado en la
humanidad, como el modo propio de asumir nuestra historia y existencia en
perspectiva de redención y de salvación. Esta es la señal de Dios por
excelencia!
Los evangelistas hacen
teología narrando el acontecer de Dios en la vida de las comunidades, y
refieren como acontecimiento prototípico de lo mismo este hecho: “Dará a luz un hijo a quien
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”
(Mateo 1: 21).
Fijémonos en los
protagonistas del relato: Dios, tipificado en la figura del angel, expresión de
origen bíblico que se refiere al mismo Yahvé, a su presencia anunciadora de
vida y de señales esperanzadoras; María, el medio humano que hace posible la
implicación histórica y existencial de Dios en la persona de su hijo Jesús,
bien conocida por el acatamiento incondicional de la invitación que Dios le
hizo; José, el hombre justo y prudente, que quiere seguir lo determinado por la
ley judía siempre inspirado por su fe profunda, condición que le permite
descubrir la señal del Espíritu en el
embarazo de su esposa.
Ellos, gente pobre y
anónima, como millones en el mundo, son el recurso por el que Dios opta para
hacerse presente de modo decisivo en la historia de la humanidad. No hay aquí
nada portentoso ni llamativo, ni representativo de interés para los cronistas
de las hazañas de los poderosos. Así se ratifica ese proceder de Dios en
pequeñez, en abajamiento, en discreción y total humildad, señalando que su
lógica no es la del poder sino la de la amorosa y humilde inserción en la
realidad de los humanos que son así, como José y como María.
No es en el ámbito de
los lujos y de las riquezas, ni en el
refinado egoísmo de los salones suntuosos, ni en las entidades que deciden las
políticas de gobierno y de economía, ni en las multinacionales que globalizan
su desmedida ambición de dinero, donde sucede Dios.
El acontece en los hombres y mujeres que
carecen de arrogancia y que no hacen del poder y del dinero sus ídolos, en los
que – como María – dicen sí sin reservas a su invitación, en los que – como
José – tienen cultivado el don de la prudencia teologal, en los que hacen del
amor y del servicio la consigna determinante de sus decisiones y de sus conductas.
El asunto clave aquí es
si – en la perspectiva de esta Palabra – sabemos detectar los signos de Dios
entre nosotros, si nuestra religiosidad es mucho más que una formalidad y una
inercia sociocultural, si acertamos con captar el proyecto de Dios en la dulce
espera de María y de José, si el inminente niño de Belén conmueve nuestros
esquemas egocéntricos y nos saca a las calles de la vida para darnos a todos,
sabiendo siempre que los primeros aquí son los últimos.
Cuáles son las señales
de Dios en tu vida? En nuestra vida? En la Colombia y en el mundo de hoy?
Estamos atentos a descifrarlas, sabedores de que ellas contienen salvación,
plenitud, liberación, nueva humanidad? Vivimos este Adviento en esa clave?
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