domingo, 11 de diciembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 11 DE DICIEMBRE DOMINGO III DE ADVIENTO



“Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva”
(Lucas 11: 4 – 5)
Lecturas:
1.   Isaìas 35: 1 – 6 y 10
2.   Salmo 145: 7 – 10
3.   Santiago 5: 7 – 10
4.   Mateo 11: 2 – 11

Uno de los aspectos màs notorios que encontramos en los evangelios es la capacidad que tiene Jesùs para desconcertar las expectativas de sus contemporáneos judíos, entre los que se cuentan los dirigentes religiosos y también sus propios discípulos. Al hacerlo, Jesùs no se quiere limitar al efecto sorpresa sino que se dedica a orientar mentes y corazones hacia  lo esencial que el Padre Dios quiere comunicar a través de El, hacia lo que es verdaderamente liberador y esencial para una vida humana con sentido.
Esta afirmación no solamente fue vàlida para aquellos tiempos, también tiene plena vigencia en los nuestros. Las lecturas de este domingo, principalmente la de Isaìas y el texto de Mateo, nos van a ayudar en este propósito.
Para los judíos había algo fundamental que era la expectativa mesiánica, esto sustentaba su fe y articulaba su religiosidad. Bien conocemos todas las adversidades vividas por ellos, sus crisis, la decepción ante no pocos de sus dirigentes, la pèrdida de su importancia social y religiosa, la invasión de poderes extranjeros, y la profunda tragedia que representò el exilio. En estas desgracias se empieza a cultivar la esperanza en una promesa de Dios que les ofrece un Mesìas que los ha de liberar de todas estas calamidades, tal es el espíritu del texto de Isaías.
La primera gran deportación fue sufrida por los israelitas el año 720 antes de Cristo, esta junto con las sufridas a comienzos del siglo VI a.c. fueron las mayores tragedias padecidas, pèrdida de su autonomía, afrenta a sus símbolos religiosos, cautividad en tierra extraña, humillaciones y vejaciones de toda índole.
Constatar estas adversidades nos permite entender mejor el jùbilo que se vive después del exilio, cuando retornan a su tierra de origen y recuperan todos los elementos de su identidad sociocultural y religiosa, ven en este retorno la mano de Dios, que hace decir a Isaìas expresiones como esta: “Los redimidos de Yahvè volverán, entraràn en Siòn entre aclamaciones: precedidos por alegría eterna, seguidos de regocijo y alegría. Adiòs, penas y suspiros!” (Isaìas 35: 10).
El profeta anima con bellas palabras al pueblo que sale de la cautividad y regresa a la tierra de sus mayores: “Que estalle en flores y se regocije, que lance gritos de jùbilo. Le va a ser dada la gloria del Lìbano, el esplendor del Carmelo y del Saròn. Podrà verse la gloria de Yahvè, el esplendor de nuestro Dios” (Isaìas 35: 2).
Esta felicidad tiene su correspondencia contemporànea cuando vemos a comunidades desplazadas por los violentos y por los despojadores retornar a su hábitat, a sus condiciones de libertad y de dignidad, dejando atrás los vestigios de la muerte y ganando de nuevo la plenitud de sentirse dueños de su territorio, de su cultura, de sus valores, de sus tradiciones,  a sabiendas de que todavía  hombres y  mujeres de diversos lugares del planeta, en cantidad no despreciable, andan errantes demandando justicia, acogida, reconocimiento.
En este Adviento de 2016 , vinculándonos con esa alegría de los israelitas que volvían su hogar original, la Palabra nos llama a hacernos conscientes del drama que aflige a varios millones de prójimos, migrantes, refugiados, desplazados, desposeídos. Es el aspecto dramático de la fe que nos exige la màs profunda responsabilidad frente a los condenados de la tierra y la suficiente indignación para movilizarnos en contra de quienes deciden tales injusticias.
Còmo canalizar, desde la fe cristiana, este sentido de solidaridad? Còmo no hacer lejanos estos clamores? Còmo traerlos a nuestro proyecto de vida? Como integrar en nuestras màs serias preocupaciones este desafío de projimidad?
 Es una de las grandes preocupaciones pastorales y humanitarias del Papa Francisco, materia de sus homilías y catequesis, de sus alocuciones en los viajes apostólicos, que resuena con expresiones similares a esta: “Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluìdos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral” (Encìclica Laudato Si, número 49).
En qué consiste la esperanza cristiana? No se nos olvide que los maestros de la sospecha han cuestionado fuertemente al cristianismo  porque hemos incurrido en la tentación de poner  todo el sentido de la vida en un más allá de la muerte, predicando en muchos casos resignación fatalista ante las pobrezas, injusticias y carencias de este mundo, de ahí viene el pensamiento de Marx que habla de la religión como opio del pueblo, alusión bien directa al cristianismo, que fue la religión que pudo ver más de su cerca durante los años de su vida.
Veamos que nos dicen al respecto Jesús y Juan el Bautista: “Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a preguntarle: Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? Jesús les respondió: Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva….Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo!” (Mateo 11: 2 – 6).
La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. El esperaba un Mesías que vendría a implantar el juicio riguroso de Dios en contra del pecado del mundo, y lo que se encuentra es un Mesías entregado de lleno a curar heridas, a aliviar sufrimientos, a reivindicar cobradores de impuestos y prostitutas, a defender a los pobres, a denunciar las inconsistencias de la religión, a ejercer la misericordia a diestra y a siniestra, a dar el mensaje de que los favoritos de Dios son los excluídos, sin mayores asomos de promover cumplimientos de ritos y de normas religiosas tan estrictas como las que se promulgaban en el judaísmo de esos tiempos.
Jesús no se siente enviado por un juez implacable a condenar al mundo, eso explica que no invada de temor a la gente con gestos justicieros sino que ofrece grandes novedades esperanzadoras como las que se anuncian en el texto de Lucas, con el que inicia su ministerio público: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva , me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lucas 4: 18 – 19).
Con su sorprendente respuesta a los discípulos de Juan, Jesús desarma el imaginario colectivo de un Mesías reformador religioso  - moral, o de un poderoso vengador de todas las afrentas que se hacen a Dios, y se presenta como un restaurador del ser humano en toda su integridad, dando a entender que el proyecto de Dios es la plenitud de la humanidad aquí en este historia concreta y, por supuesto, proyectada a la trascendencia y consumación definitivas cuando pasemos la experiencia de la muerte para vivir en la vitalidad inagotable del Padre.
Con esto, empezamos a recibir el genuino contenido de la esperanza cristiana, que tiene incidencia directa en la transformación de las condiciones de opresión y de injusticia que padecen millones de seres humanos, que asume una responsabilidad particular con la dignidad de toda persona, con la protección de la vida en sus variadas y ricas manifestaciones, que propende por un mundo incluyente y equitativo, anticipando así en bienaventuranzas históricas las que han de ser las definitivas en ese futuro  decisivo que nos inserta eternamente en el misterio maravilloso del amor de Dios.
También, siguiendo el texto de Mateo, cabe advertir la alusión que hace Jesús a Juan el Bautista: “Qué salieron a ver en el desierto? Una caña agitada por el viento? Qué salieron a ver, si no? Un hombre elegantemente vestido? Sepan que los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, a qué salieron? A ver un profeta? Sí , les digo y más que un profeta” (Mateo 11: 7 – 9).
No se olvide que los profetas bíblicos no eran funcionarios oficiales de la religión judía, sino – en nombre de Dios – sus más severos críticos, siempre inquietos por la autenticidad de la vida de los creyentes y preocupados por la formalidad vacía de una religión exterior sin conversión del corazón. Jesús reconoce en el Bautista al hombre de Dios, austero, coherente, movido por una total sinceridad teologal.
Y más que un profeta” porque es el que dispone el terreno para Jesús, para la Buena Noticia, para anunciar la cercanía de esa novedad radical de vida que se contiene en la predicación y comienzo de la realización del Reino de Dios y su justicia.
Cómo nos llega el reino en este Adviento? Captamos a Jesús, estamos abiertos a dejarnos conmover y remover por El, por su anuncio, listos para eliminar nuestras concepciones y prácticas religiosas formales, dejando que el Espíritu nos invada para ser libres en una conversión que nos haga más humanos, misericordiosos y sensibles a esta humanidad de Dios que se hace patente en los últimos del mundo?

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