domingo, 25 de diciembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 25 DE DICIEMBRE SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO DEL SEÑOR

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad”
(Juan 1: 14)
Por el carácter prioritariamente solemne de la Navidad, la Iglesia propone tres grupos de lecturas bíblicas que corresponden a tres eucaristías distintas pero coincidentes en lo que celebran: eucaristía de la noche, eucaristía de la aurora, eucaristía del día 25. Relacionamos las lecturas a continuación, para que se orienten según la misa en la que participen,  advirtiendo que el comentario versará sobre las del día 25.
-      Primera lectura: Isaías 9: 1-3 y 5-6 (Eucaristía de la noche del 24)
-      Salmo 95: 1-3 y 11-13
-      Segunda lectura: Tito 2: 11-14
-      Evangelio : Lucas 2: 1-14
-      Primera lectura: Isaías 62: 11-12 (Eucaristía de la Aurora)
-      Salmo 96: 1.6 y 11-12
-      Segunda lectura: Tito 3: 4-7
-      Evangelio: Lucas 2: 15-20
-      Primera lectura: Isaías 52: 7-10 (Eucaristía del día 25)
-      Salmo 97:1-6
-      Segunda lectura: Hebreos 1: 1-6
-      Evangelio: Juan 1: 1-18

Fuegos fatuos, sociedad de consumo desenfrenada, multitudes en los centros comerciales comprando sin medida, gastos excesivos, despilfarro, celebraciones sin sentido de trascendencia, olvido de las grandes pobrezas que afligen a millones de seres humanos….. Qué iban a imaginar aquellos humildes esposos José y María, discretos, amantes de Dios y de la humanidad, en lo que se iba a convertir la conmemoración del nacimiento de  su hijo Jesús,  muchos siglos después!
Una cultura del mercado, donde domina el tener sobre el ser, que todo lo mide en resultados “útiles”, en productividad económica, en rendimientos materiales, precaria en espiritualidad y en sentido de lo humano, ha vaciado de contenido el misterio del amor, del sentido último de la vida, y se ha centrado en este  decadente narcisismo que pretende comprar la felicidad con dinero.
Este comentario puede parecer el de un profeta de desgracias, aguafiestas, pero  debemos decir que es imposible  callar cuando se oscurece el significado original de estos días de Navidad, el propósito del Dios que ha decidido ser con nosotros, para nosotros, dentro de nosotros, asumiendo toda nuestra condición humana en su dramatismo y dolor, también en sus posibilidades y valores, haciéndose uno de nosotros y adoptando el modo pobre y discreto de estos esposos y de su pequeño Jesús.
Es conmovedor en el más alto sentido en que algo puede serlo contemplar este misterio del Dios humanado, sucedido en pobreza, a las afueras de Belén, en una pesebrera, después de haber deambulado inútilmente pidiendo posada digna para que María diera a luz su niño.
 Qué se trae Dios con esta pedagogía de lo oculto? Qué mensaje nos está comunicando? Aquí se imponen el fino ejercicio de la fe y del discernimiento para seguir desentrañando esta realidad maravillosa y seductora.
Son muchos los contenidos humanos y espirituales del felicísimo misterio del nacimiento de Jesús. Uno de ellos es el de la paz, anunciada por Isaías con estas palabras: “Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: ya reina tu Dios!” (Isaías 52: 7), lenguaje  que sabemos inscrito en la expectativa mesiánica con la que los profetas animaban al pueblo hebreo a salir de su postración para vislumbrar un nuevo tiempo en el que la coexistencia fraterna y solidaria sería el gran indicativo de la presencia decisiva de Dios en su historia.
Las lecturas de estos días precedentes del Adviento nos han ayudado a hacer conciencia de este don, los hechos actuales de la historia de nuestro país y de otras regiones del mundo lo ratifican, haciéndonos conscientes del carácter esencial del buen vivir como hermanos, en el rico diálogo dentro de la diferencia, en la convergencia de todos en el bien común, en la búsqueda concertada de soluciones para las naturales urgencias de cada sociedad. Sea esta Navidad de 2016 una antesala del nuevo país en el que todos estamos empeñados!
Este niño de los mil rostros es un reflejo de la identidad de la humanidad entera, en El se juega el misterio mismo del ser humano, su apasionado camino de sentido y de libertad, su tarea infatigable por configurar una humanidad creadora, feliz, emancipada de sumisiones indignas, la seducción que en él opera el dinamismo del amor, la búsqueda del ser y de la verdad, su capacidad de asombro ante lo nuevo, y su sed de eternidad.
Reconocemos en este infante el descubrimiento decisivo de lo que somos como humanos? Esta certeza impacta nuestra historia, nuestras decisiones, nuestra comprensión de la existencia? Buena respuesta a estas cuestiones ha de ser la apertura al misterio seductor  que se nos aproxima, y el silencio profundo que reconoce allí  - en adoración y esperanza – la implicación existencial, histórica, encarnada, del Dios-con-nosotros, que nos saca de la cerrazón del egoísmo y de las vidas de autómatas para abrirnos al presente y al futuro en términos de la mayor libertad y dignidad que se pueda conferir a los humanos.
Dios no ha venido armado de poder para imponerse a nosotros, para someternos , sin contar con nuestra capacidad de opción, El se abaja, se anonada, se empequeñece, se niega al esplendor, y en el niño de Belén se torna totalmente accesible, recordando que el único interés que lo mueve es el de nuestra felicidad, el de nuestra salvación, el de nuestro sentido definitivo de la vida, y lo hace sin violencia, ofreciéndose a nuestra libertad.
La historia de Dios con nosotros no es una relación de proezas y grandiosidades, la suya es una manifestación en los hechos de la vida cotidiana, en la experiencia existencial, en el acontecer de personas y de comunidades, siempre diciéndose a sí mismo como salvador y liberador: “Muchas veces y de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de un Hijo, a quien nombró heredero de todo, por quien creó el universo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser y sustenta todo con su palabra poderosa” (Hebreos 1: 1-3).
Esta afirmación del autor de la carta a los Hebreos nos parece crónica de algo remoto, inaccesible para nuestro conocimiento, la acatamos por inercia de una religión sociocultural, nos parece lenguaje arqueológico, de baja relevancia para nuestros proyectos de vida?  Sepamos que quien las escribió no lo hizo por casualidad ni por consideraciones piadosas, en el texto vibra una experiencia fundante de fe, una apertura al don de Dios en las mediaciones de la historia, en la palabra de los profetas, una certeza que supera los habituales modos humanos de demostración.
El evangelio de este domingo de Navidad es un poco complejo en su formulación, es el  capítulo 1 del evangelio de Juan, conocido como el prólogo de este relato, en el que el autor designa a Jesús como la Palabra, creadora de vida y luminosa para el ser humano que se acoge a ella, Palabra que se hace carne y habita en nuestra historia: “La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad” (Juan 1: 14).
Es esto optimismo ingenuo, o realismo mágico? Nos conmueve y llega a lo más hondo de nosotros mismos? Moviliza nuestra esperanza? El vigor salvífico de esta presencia entre nosotros es la respuesta plena a nuestra búsqueda del sentido de la vida?
En Jesús Dios se manifestó decisiva y definitivamente, El es el relato prototípico, es  el Dios encarnado, que nunca podrá dejar de encarnarse porque esto es inherente a su ser, abierto para implicarse encarnatoriamente en cada ser humano, Dios que se identifica con nosotros  para dotar nuestra existencia de un significado total.
 Un Dios que no tiene nada de autorreferencial, para usar esta palabra tan propia del Papa Francisco, con la que indica la salida amorosa de sí, la disposición para no estar en ningún lejano pedestal, su compromiso sin reservas en la comunicación de su vitalidad: “De su plenitud hemos recibido todos” (Juan 1: 16).
Es profundamente navideño recordar que Dios se hizo humano entre los que no contaban nada para la sociedad, entre los pobres, como lo eran José y María, y todos los que los rodeaban, tipificados en los pastores, de lo que nos dan cuenta varios relatos evangélicos,  lenguaje contundente que marca la intencionalidad divina relativa a lo que en lenguaje de hoy llamamos el “bajo perfil”, que en palabras más tradicionales conocemos como humildad.
Tal  sensibilidad la expresa bellamente María en el canto conocido como el Magnificat: “Su poder se ejerce con su brazo, desbarata a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los potentados y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos” (Lucas 1: 51-53).

Hoy, 25 de diciembre de 2016, siguen millones de seres humanos padeciendo las injusticias decididas por gobiernos y modelos económicos que no trascienden en la dignidad de la persona; en Siria, en Iraq, y en muchos países, el absurdo de la guerra sigue su ruta desastrosa de muerte y de afirmación de unos poderes que no saben de humanismo; pero también no podemos olvidar que hay muchos hombres y mujeres que hacen del amor y de la solidaridad la esencia de sus decisiones y de sus conductas, movilizando grupos y organizaciones que se dan generosamente a los afectados por estas adversidades, y, que entre esos muchos, los hay a montones que lo hacen inspirados en el camino trazado por el humilde niño de Belén.

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