Lecturas:
- 2 Samuel 7: 1-16
- Salmo 88
- Romanos 16:25-27
- Lucas 1: 26-38
La
lectura del segundo libro de Samuel – primera de este domingo –
cuenta que , deseando el rey David edificar una casa a Yahvé en
Jerusalén (el templo), para sustituír la tienda de campaña en la
que había sido venerado por este pueblo itinerante, Yahvé se
dirigió al profeta Natán con estas palabras:
“Ve a decir a mi servidor David, así habla el Señor: Eres tú el
que me va a edificar una casa para que yo la habite? Desde el día en
que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca
habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que
me servía de morada…Y mientras caminaba entre los israelitas,
acaso le dije a uno sólo de los jefes de Israel, a los que mandé a
apacentar a mi pueblo: por qué no me han edificado una casa de
cedro? Y ahora, esto es lo que le dirás a mi servidor David:……Yo
haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la
tierra. Fijaré un lugar para mi pueblo Israel, y lo plantaré para
que tenga allí su morada. ….Tu casa y tu reino durarán
eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre”
(2
Samuel 7: 4-8; 9 y 16). Es Yahvé el que sobrepasa con creces las
intenciones de David encargándose de dar sentido y estabilidad a su
trono y a su pueblo, significándolo en la imagen del templo!
Tengamos
en cuenta que se trata de una elaboración teológica en torno a la
figura de David, que fue para los israelitas el rey más grande de
toda su historia, sólo comparable a Moisés y a Elías. David viene
a ser un nuevo patriarca, padre de la gran dinastía de Israel, como
Abrahán en los momentos iniciales fue el padre de todo el pueblo
elegido. Con esta promesa divina David se carga de futuro, su nombre
se convierte en referente que atraviesa toda la historia de los
israelitas, se le constituye en principio de una descendencia que
será bendita y favorecida por Dios. De sus entrañas saldrá el
Mesías de la nueva humanidad.
No
olvidemos que no estamos ante narraciones históricas en sentido
estricto, sino ante interpretaciones que dan un significado teológico
a esa historia, es Dios interviniendo en los hechos que dan sentido a
la vida de estos creyentes, configurando su identidad,
constituyéndose en principio y fundamento de todo su devenir. En el
horizonte permanece la promesa del Mesías, como garantía de que
Yahvé se empeña siempre, de modo incondicional y con total
fidelidad, en manifestarse dando salvación y liberación. Todo esto
es esencial para comprender la teología de la historia que se
propone en el Antiguo Testamento, en evolución hacia la plenitud de
los tiempos en la persona de Jesús. Es a lo que nos conduce el
espíritu del Adviento.
En
ese contexto, los primeros seguidores de Jesús, asumieron ese
concepto para encauzar su comprensión de Jesús – siempre en el
salto cualitativo de lo histórico a la experiencia de la fe - . El
sería el Hijo de David, el Mesías enviado, en el que se cumple la
promesa, que pareció pulverizarse cuando el reino de Judá fue
vencido y desterrado por los babilonios. Ahora, esta primera
comunidad de cristianos, lo asume como Aquel cuyo reino no tendrá
fin, según profesamos en el credo. El mismísimo Dios es el aval de
la historia de Israel, en el que se tipifica la humanidad entera, El
es la razón de nuestra esperanza.
En
el diario discurrir de nuestra vida nos inmediatizamos, llenos de
actividades y de compromisos, con vaivenes de diferente signo, unos
constructivos y saludables, y otros dolorosos y dramáticos,
sumergidos en ese maremágnum de cosas no captamos el horizonte de
plenitud en el que Dios se nos manifiesta articulando coherentemente
todo nuestro proceso.
Sean
estos días de Adviento estupenda oportunidad para considerar todo lo
que somos y hacemos en esta perspectiva teologal, salgamos adelante a
la loca navidad del consumismo y de las compras desenfrenadas para
contemplar el misterio apasionante de este Dios que se “toma” la
humanidad para hacerla libre, digna, trascendente, solidaria.
La
referencia a David en los términos en que lo formula el texto de 2
Samuel es claramente una elaboración desde la fe. El pueblo de
Israel vió en él al rey y líder perfecto, aún a sabiendas del
gravísimo pecado que cometió, según se narra en 2 Samuel 11 y 12,
luego de ese incidente, confrontado con gran dureza por el profeta
Natán, el relato refiere que el rey emprendió una vida ciento por
ciento identificada con Yahvé y con el futuro del pueblo a él
confiado.
Más
allá de milimétricas precisiones de carácter histórico lo que hay
que ver es cómo resulta la vida cuando se es fiel a Dios, o cuando
se va en contra de él. Al autor de este escrito le interesa
principalmente llamar la atención sobre el significado de una vida
asumida en clave teologal y cómo ella se perpetúa para siempre,
convirtiéndose en la estirpe de la que surgirá el Mesías
definitivo.
Es
esto para nosotros un elemento extraño, de arqueología bíblica, o
, mejor, tenemos la osadía de dejarnos llevar por la fe para
aventurarnos a comprender y a vivir que hoy, nosotros los humanos de
2017, hacemos parte de esta seductora narrativa del amor de Dios,
siempre dispuesto a liberarnos de todo lo que nos oprime y frena
nuestro crecimiento y nuestros caminos de libertad?
Por
aquí vislumbramos todos los esfuerzos de emancipación, la ruptura
de las cadenas, la denuncia contra los poderes que esclavizan, la
fuerza profética que contraarresta los efectos nocivos de las
injusticias, el sentido crítico que hace posible que detectemos las
evidencias del pecado que quita dignidad al ser humano.
Estamos
“ad portas” de Navidad, en esta mentalidad de alcance totalizante
no nos podemos reducir a algo puntual, a unos días de fiesta y de
regalos, a algo que se cumple como una parte de la gran lista de
quehaceres, para volver luego a la existencia gris, saturada de
monotonía. Es tiempo de plantearnos a fondo el sentido total de
nuestra fe, de nuestro proyecto de vida, de los valores y prioridades
que la orientan, de las opciones que hacemos sobre esas bases, de las
consecuencias de lo que decidimos. Es el Dios manifestado en la
fragilidad del Niño de Belén el elemento constitutivo de nuestras
vidas? Nos sentimos herederos de la promesa hecha a David?
Cualquier
día en la pequeñez de aquella aldea llamada Belén una jovencita
humilde, sincera mujer de fe, dispuesta con generosidad para estas
aventuras del buen Dios, experimenta el llamado que se nos relata en
el evangelio de Lucas, también recordando que se trata de un texto
teológico que trasciende la puntualidad de lo simplemente biográfico
para ingresar en el horizonte de sentido definitivo de la vida: “El
Angel entró en su casa y la saludó diciendo: Alégrate, llena de
gracia! El Señor está contigo. Al oír
estas
palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podría
significar aquel saludo. Pero el Angel le dijo: No temas María,
porque Dios te ha favorecido: Concebirás y darás a luz un hijo, y
le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo
del Altísimo”
(Lucas 1: 28-32).
Dios
sucede en el reverso de la historia, en lo discreto y silencioso, su
modo de proceder es sorprendente por esa dimensión de optar por lo
último del mundo como lugar para hacerse evidente. Esto de los
pobres y de la fragilidad no es un capricho, algo aleatorio, es su
lógica, su estilo, también su denuncia del vano honor de los
poderosos, de lo que sofoca la trascendencia y la dignidad del ser
humano, por eso se fija en los desposeídos y escoge así a esta
mujer para que sea ella el medio humano en el que acontece el
misterio de la encarnación.
Qué
dice esto a nuestras autosuficiencias, a las muchas razones que
esgrimimos para cultivar vanidades y arrogancias? En el culto que se
rinde a los que tienen fama, dinero y poder? En el desconocimiento de
los humillados y ofendidos? En las muchas injusticias que se cometen
en contra de los humildes, poniendo a muchas de ellas la abusiva
etiqueta de “voluntad de Dios”? Sepamos que del glorioso David
del Antiguo Testamento todo llegó a su plenitud en una pobrísima y
silenciosa familia de Belén, como lo sería hoy en la marginal zona
de Ciudad Bolívar en Bogotá, o en las escarnecidas regiones de
Colombia maltratadas por la pobreza y por la violencia.
La
sorprendida María pregunta al mensajero, y se lanza, con riesgo
liberador a la aventura de Dios, su disposición contiene el sí más
salvífico de la historia humana: “Yo
soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”
(Lucas 1: 38). Entramos así en tiempo de Navidad, en tiempo de
esperanza!