domingo, 24 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 24 DE DICIEMBRE DOMINGO IV DE ADVIENTO

“No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1: 30-32)

Lecturas:
  1. 2 Samuel 7: 1-16
  2. Salmo 88
  3. Romanos 16:25-27
  4. Lucas 1: 26-38
La lectura del segundo libro de Samuel – primera de este domingo – cuenta que , deseando el rey David edificar una casa a Yahvé en Jerusalén (el templo), para sustituír la tienda de campaña en la que había sido venerado por este pueblo itinerante, Yahvé se dirigió al profeta Natán con estas palabras: “Ve a decir a mi servidor David, así habla el Señor: Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite? Desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que me servía de morada…Y mientras caminaba entre los israelitas, acaso le dije a uno sólo de los jefes de Israel, a los que mandé a apacentar a mi pueblo: por qué no me han edificado una casa de cedro? Y ahora, esto es lo que le dirás a mi servidor David:……Yo haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar para mi pueblo Israel, y lo plantaré para que tenga allí su morada. ….Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre” (2 Samuel 7: 4-8; 9 y 16). Es Yahvé el que sobrepasa con creces las intenciones de David encargándose de dar sentido y estabilidad a su trono y a su pueblo, significándolo en la imagen del templo!
Tengamos en cuenta que se trata de una elaboración teológica en torno a la figura de David, que fue para los israelitas el rey más grande de toda su historia, sólo comparable a Moisés y a Elías. David viene a ser un nuevo patriarca, padre de la gran dinastía de Israel, como Abrahán en los momentos iniciales fue el padre de todo el pueblo elegido. Con esta promesa divina David se carga de futuro, su nombre se convierte en referente que atraviesa toda la historia de los israelitas, se le constituye en principio de una descendencia que será bendita y favorecida por Dios. De sus entrañas saldrá el Mesías de la nueva humanidad.
No olvidemos que no estamos ante narraciones históricas en sentido estricto, sino ante interpretaciones que dan un significado teológico a esa historia, es Dios interviniendo en los hechos que dan sentido a la vida de estos creyentes, configurando su identidad, constituyéndose en principio y fundamento de todo su devenir. En el horizonte permanece la promesa del Mesías, como garantía de que Yahvé se empeña siempre, de modo incondicional y con total fidelidad, en manifestarse dando salvación y liberación. Todo esto es esencial para comprender la teología de la historia que se propone en el Antiguo Testamento, en evolución hacia la plenitud de los tiempos en la persona de Jesús. Es a lo que nos conduce el espíritu del Adviento.
En ese contexto, los primeros seguidores de Jesús, asumieron ese concepto para encauzar su comprensión de Jesús – siempre en el salto cualitativo de lo histórico a la experiencia de la fe - . El sería el Hijo de David, el Mesías enviado, en el que se cumple la promesa, que pareció pulverizarse cuando el reino de Judá fue vencido y desterrado por los babilonios. Ahora, esta primera comunidad de cristianos, lo asume como Aquel cuyo reino no tendrá fin, según profesamos en el credo. El mismísimo Dios es el aval de la historia de Israel, en el que se tipifica la humanidad entera, El es la razón de nuestra esperanza.
En el diario discurrir de nuestra vida nos inmediatizamos, llenos de actividades y de compromisos, con vaivenes de diferente signo, unos constructivos y saludables, y otros dolorosos y dramáticos, sumergidos en ese maremágnum de cosas no captamos el horizonte de plenitud en el que Dios se nos manifiesta articulando coherentemente todo nuestro proceso.
Sean estos días de Adviento estupenda oportunidad para considerar todo lo que somos y hacemos en esta perspectiva teologal, salgamos adelante a la loca navidad del consumismo y de las compras desenfrenadas para contemplar el misterio apasionante de este Dios que se “toma” la humanidad para hacerla libre, digna, trascendente, solidaria.
La referencia a David en los términos en que lo formula el texto de 2 Samuel es claramente una elaboración desde la fe. El pueblo de Israel vió en él al rey y líder perfecto, aún a sabiendas del gravísimo pecado que cometió, según se narra en 2 Samuel 11 y 12, luego de ese incidente, confrontado con gran dureza por el profeta Natán, el relato refiere que el rey emprendió una vida ciento por ciento identificada con Yahvé y con el futuro del pueblo a él confiado.
Más allá de milimétricas precisiones de carácter histórico lo que hay que ver es cómo resulta la vida cuando se es fiel a Dios, o cuando se va en contra de él. Al autor de este escrito le interesa principalmente llamar la atención sobre el significado de una vida asumida en clave teologal y cómo ella se perpetúa para siempre, convirtiéndose en la estirpe de la que surgirá el Mesías definitivo.
Es esto para nosotros un elemento extraño, de arqueología bíblica, o , mejor, tenemos la osadía de dejarnos llevar por la fe para aventurarnos a comprender y a vivir que hoy, nosotros los humanos de 2017, hacemos parte de esta seductora narrativa del amor de Dios, siempre dispuesto a liberarnos de todo lo que nos oprime y frena nuestro crecimiento y nuestros caminos de libertad?
Por aquí vislumbramos todos los esfuerzos de emancipación, la ruptura de las cadenas, la denuncia contra los poderes que esclavizan, la fuerza profética que contraarresta los efectos nocivos de las injusticias, el sentido crítico que hace posible que detectemos las evidencias del pecado que quita dignidad al ser humano.
Estamos “ad portas” de Navidad, en esta mentalidad de alcance totalizante no nos podemos reducir a algo puntual, a unos días de fiesta y de regalos, a algo que se cumple como una parte de la gran lista de quehaceres, para volver luego a la existencia gris, saturada de monotonía. Es tiempo de plantearnos a fondo el sentido total de nuestra fe, de nuestro proyecto de vida, de los valores y prioridades que la orientan, de las opciones que hacemos sobre esas bases, de las consecuencias de lo que decidimos. Es el Dios manifestado en la fragilidad del Niño de Belén el elemento constitutivo de nuestras vidas? Nos sentimos herederos de la promesa hecha a David?
Cualquier día en la pequeñez de aquella aldea llamada Belén una jovencita humilde, sincera mujer de fe, dispuesta con generosidad para estas aventuras del buen Dios, experimenta el llamado que se nos relata en el evangelio de Lucas, también recordando que se trata de un texto teológico que trasciende la puntualidad de lo simplemente biográfico para ingresar en el horizonte de sentido definitivo de la vida: “El Angel entró en su casa y la saludó diciendo: Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podría significar aquel saludo. Pero el Angel le dijo: No temas María, porque Dios te ha favorecido: Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1: 28-32).
Dios sucede en el reverso de la historia, en lo discreto y silencioso, su modo de proceder es sorprendente por esa dimensión de optar por lo último del mundo como lugar para hacerse evidente. Esto de los pobres y de la fragilidad no es un capricho, algo aleatorio, es su lógica, su estilo, también su denuncia del vano honor de los poderosos, de lo que sofoca la trascendencia y la dignidad del ser humano, por eso se fija en los desposeídos y escoge así a esta mujer para que sea ella el medio humano en el que acontece el misterio de la encarnación.
Qué dice esto a nuestras autosuficiencias, a las muchas razones que esgrimimos para cultivar vanidades y arrogancias? En el culto que se rinde a los que tienen fama, dinero y poder? En el desconocimiento de los humillados y ofendidos? En las muchas injusticias que se cometen en contra de los humildes, poniendo a muchas de ellas la abusiva etiqueta de “voluntad de Dios”? Sepamos que del glorioso David del Antiguo Testamento todo llegó a su plenitud en una pobrísima y silenciosa familia de Belén, como lo sería hoy en la marginal zona de Ciudad Bolívar en Bogotá, o en las escarnecidas regiones de Colombia maltratadas por la pobreza y por la violencia.
La sorprendida María pregunta al mensajero, y se lanza, con riesgo liberador a la aventura de Dios, su disposición contiene el sí más salvífico de la historia humana: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lucas 1: 38). Entramos así en tiempo de Navidad, en tiempo de esperanza!

domingo, 17 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 17 DE DICIEMBRE DOMINGO III DE ADVIENTO

“Yo bautizo con agua, pero entre ustedes hay uno a quien no conocen, que viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatarle la correa de su sandalia” (Juan 1: 26-27) Lecturas: 1. Isaías 61: 1-11 2. Interleccional Lucas 1: 46-54 3. 1 Tesalonicenses 5: 16-24 4. Juan 1: 6-8 y 19-28 En la memoria del pueblo judío tradicional estaban grabadas las imágenes del Ungido, de Elías y del Profeta, inscritas ellas en la esperanza mesiánica de los israelitas y en la correspondiente certeza de la visita de Dios a su pueblo para liberarlo de toda opresión e infortunio. La figura de Elías es la del gran restaurador de la unidad de Israel; es, por tanto, un recuerdo que genera profundo sentido para los creyentes, como cuando entre nosotros surge una figura como el Papa Francisco o el Beato Romero de América. Esta constatación es clave para captar el sentido de las lecturas de este domingo tercero de Adviento. Hoy nuevamente es protagonista Juan el Bautista, dejando claro que: “Hubo un hombre , enviado por Dios, se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (Juan 1: 6-8). Uno de los aspectos del evangelio de hoy se presenta como un gran proceso judicial para decidir si Jesús ha sido enviado por Dios o es un farsante, vieja sospecha de los dirigentes religiosos del judaísmo de aquellos tiempos. Ya conocemos acerca la implacable desconfianza de estos ante Jesús y su ministerio, son los hijos de las tinieblas. Por oposición, Juan el Bautista es el primer testigo de la luz, como lo refiere el texto. Su pasión dominante es la justicia de Dios, su deseo de una conversión radical a El, su indignación ante la perversión de los sacerdotes del templo y de los maestros de la ley, dedicados a la religión exterior sin transformación de la vida y plegados al poder imperial de Roma. Ante estas oscuridades el relato nos habla así: “Yo soy la voz del que clama en el desierto, rectifiquen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1: 23). Como la luz a nuestros ojos, la verdad atrae siempre a nuestra inteligencia. Nos repugna la mentira y huimos de las tinieblas. La falsedad insulta el entendimiento y apaga el gusto de vivir. Esto nos descubre lo más profunda de nuestras aspiraciones, somos llamados a la verdad y a la luz. Esto lo descubrimos en la persona de Jesús, gracias al ministerio profético del Bautista, cuya misión indica que no es la religión del templo la que manifiesta a Dios sino el proyecto del Reino y de su justicia, para el que se requiere una manera totalmente nueva de vivir, una lógica de justicia y de dignidad. Esto, en nuestro Adviento contemporáneo, nos conecta con la realidad en la que vivimos: corrupción en los más altos niveles del estado, manipulaciones políticas, desconocimiento de los compromisos adquiridos con la sociedad, deseo desmedido de poder y de dominación, culto al consumismo y al dinero, olvido de la dignidad humana, pecaminosidades que conviven también con muchas personas que surgen como luz en el camino, los solidarios y fraternales, los que viven en clave de servicio, los que hacen de la projimidad elemento decisorio de sus vidas, precursores del nuevo mundo como en su tiempo lo fue Juan el Bautista. En la primera lectura, el profeta Isaías invita a todo el pueblo que vuelve del exilio, y que se ve desencantado porque les parece que las promesas iniciales no eran tan ciertas: “El espíritu del Señor me acompaña, por cuanto me ha ungido Yahvé. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahvé….” (Isaías 61: 1-2). El trabajo del profeta es promover la esperanza y rescatar el sentido de vida de estas comunidades en retorno a su tierra, su prioridad son los desheredados, a ellos dirige su misión de aliento; es consciente de que las condiciones del regreso no son las mejores, pero no se echa para atrás, en nombre de Dios hay posibilidades de reconstruír todo lo que se había perdido: “Igual que una tierra produce plantas y en un huerto germinan rebrotes, el Señor hace germinar la liberación y la alabanza ante todas las naciones” (Isaías 61: 11). El interleccional recoge el testimonio de alabanza de María en la clásica oración del Magnificat, los pobres y desvalidos son socorridos en detrimento de los poderosos e Israel es objeto del favor de Dios desde la promesa hecha a Abraha. Ella canta la grandeza de Dios que se ha fijado en los humildes, invirtiendo así la habitual mentalidad de dominación y sometimiento: “Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lucas 1: 51-53). María significa plenamente el nuevo orden de vida que el Padre revela en Jesús, no canoniza el poder, y eso lo evidencia escogiendo al pequeño pueblo de Israel, fijándose en la humildad de María, desconociendo el vano honor del mundo, y proponiendo en las bienaventuranzas el proyecto de esa nueva humanidad. Tiene esto algo que ver con la despilfarradora navidad de la sociedad de consumo? Esta sociedad se deja permear por la luz que desvelan el Bautista y los humildes del mundo? Los más frágiles interpelan siempre la prepotencia de los poderosos! Pablo, en la segunda lectura, invita a sus cristianos de Tesalónica a la fidelidad y a la esperanza. Esta comunidad procedía del paganismo, vivían algunas dificultades, les costaba desprenderse totalmente de sus ídolos y de sus tradiciones del paganismo para seguir con libertad al Dios verdadero. Por esto Pablo les llama la atención, para que decidan definitivamente seguir el camino de Jesús, sin ambigüedades: “No extingan el Espíritu, no desprecien las profecías, examínenlo todo y quédense con lo bueno. Absténganse de todo género de mal” (1 Tesalonicenses 5: 19-22). En esta sociedad colombiana la mayoría de la población ha sido formada en el camino cristiano, desde el hogar y la escuela y en el medio eclesial, hay – en líneas generales – un conocimiento conceptual de Jesús, de su mensaje, del ser de la Iglesia, y así como hay muchos que lo toman en serio y lo viven con sinceridad, tenemos también penosas evidencias de que esa evangelización ha sido epidérmica, eso que les pasa a los tesalonicenses nos sucede a nosotros. Seguimos manejando un modelo social excluyente, seguimos favoreciendo a los ricos y poderosos, y permitiendo que la pobreza y el maltrato dominen la vida de muchísimos compatriotas, la violencia de género, los muy conocidos y abominables escándalos de corrupción. Y decimos que somos cristianos y católicos…… La reciente visita del Papa Francisco es una confrontación y un estímulo para que salgamos del sopor, del cristianismo acomodado e intimista, como lo hace Pablo con los de Tesalónica: “Dios nos precede, somos sarmientos, no somos la vid. Por tanto, no enmudezcan la voz de Aquel que los ha llamado ni se ilusionen en que sea la suma de sus pobres virtudes – las de ustedes – o los halagos de los poderosos de turno quienes aseguran el resultado de la misión que les ha confiado Dios” (Papa Francisco a los Obispos de Colombia, 7 de septiembre de 2017). Un afectuoso y exigentísimo desafío de clara procedencia evangélica! Es reiterado en estas reflexiones construír conciencia en torno a la autenticidad del camino cristiano, lo hemos dicho repetidas veces, no se trata de una cómoda pertenencia a una entidad prestadora de servicios religiosos, ni una membresía institucional que nos protege de los males del mundo, lo que Jesús plantea – y así lo prepara Juan el Bautista – es una comunidad de personas apasionadas por Dios y por el prójimo, en la que la fraternidad y la comunión, la solidaridad y la justicia, sean el testimonio calificado de ser genuinos hijos de la luz. Juan responde a las maliciosas cuestiones de los judíos:” Quien eres tú? El lo confesó, sin negarlo: Yo no soy el Cristo. Entonces le preguntaron: quien, pues? Eres tú Elías? El contestó: no lo soy. Eres tú el profeta? Respondió: no. Ellos insistieron. Quien eres, entonces? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. Qué dices de ti mismo? Respondió: yo soy la voz del que clama en el desierto. Rectifiquen el camino, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1: 19-23). La demanda de los enviados de los sacerdotes contiene implícitamente una postura de desconocimiento de su misión, una acusación de inautenticidad y una puesta en tela de juicio del ser y del quehacer del Señor Jesús (Sabemos bien que estos relatos no son biografías escritas apenas sucedidos los hechos sino interpretaciones postpascuales de su persona, de su misión, de su humanidad asumida por la divinidad) Somos precursores del reino de Dios y su justicia, captando los alcances de la misión de Jesús? Nuestro estilo de vida lo ratifica? Preparamos con audacia los caminos del Señor? Estamos dispuestos a ser sal de la tierra y luz del mundo? O, más bien, nos matriculamos en ese seudocristianismo timorato, con sabor a sacristía, lleno de piedades individuales y de rituales sin historia, desconectados de las realidades dramáticas de una humanidad necesitada de esperanza y de las mejores razones para vivir con sentido? Qué nos dice al respecto Juan el Bautista? La reciedumbre espiritual de este hombre lo llevó a ser crítico con los romanos , con Herodes, con los jefes religiosos, porque no veía en ellos a Dios sino al mal, y tuvo clarividencia de creyente para esperar el advenimiento de los nuevos tiempos, los que condensamos en la expresión el reino de Dios y su justicia, el tiempo de una humanidad alentada por la divinidad, el tiempo de Jesús, el tiempo del ser humano nuevo que se modela en el Evangelio.

domingo, 10 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 10 DE DICIEMBRE DOMINGO II DE ADVIENTO

“De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habitará la justicia” (1 Pedro 3: 13) Lecturas: 1. Isaías 40: 1-11 2. Salmo 84 3. 2 Pedro 3: 8-14 4. Marcos 1: 1-8 En días pasados hubo en Bogotá un conversatorio sobre la existencia o no existencia de Dios, sobre la validez o no validez de las convicciones religiosas. En lo primero, el jesuita Gerardo Remolina, notable académico y hombre de juiciosa espiritualidad, durante largos años profesor de filosofía de la religión en la Universidad Javeriana; en lo segundo, el biólogo y etólogo británico Richard Dawkins, ampliamente conocido por libros como “El espejismo de Dios” y “El gen egoísta”, junto con su reconocida actividad como hombre de ciencia es también un fuerte militante del nuevo ateísmo. No se trataba de agotar un asunto tan definitivo para el ser humano, pero sí de plantear en ambiente universitario y pluralista dos posturas sobre el sentido último de la vida. Es la ciencia pura la respuesta a los grandes interrogantes sobre el origen y finalidad de la existencia? Tiene ella la capacidad de dar significado trascendente y definitivo a todo lo que los humanos buscamos en materia de razones para vivir? En el desarrollo de este coloquio Dawkins – como lo hace en casi todos sus libros – lanzó rigurosos interrogantes a la religión y a las gentes que la profesan, poniendo cuestiones de fondo sobre supersticiones, fundamentalismo, fanatismo, sectarismo, incapacidad para conectar con la realidad, reticencia al diálogo con la ciencia, alienación y demás aspectos que ocupan también la conciencia crítica de los creyentes serios. Es esta la religión genuina? La que libera y promueve una humanidad emancipada, vigorosa, capaz de enfrentar los grandes retos existenciales? A estos últimos interrogantes respondió sensatamente el Padre Remolina, haciendo gala de su conocimiento filosófico y de su probada espiritualidad, asumiendo que, desde luego, hay aspectos que distorsionan y pervierten la búsqueda de Dios, como aquellos en los que se hace una interpretación literal y descontextualizada de los textos religiosos – como la Biblia, el Corán, el Talmud -, como cuando se pretende que la propia verdad es única y con este pretexto se condenan las creencias de las religiones distintas de la propia, como cuando se acude al moralismo desenfrenado para juzgar implacablemente la conducta de las personas presentando la imagen de un Dios vengativo, como cuando la fe se queda en mentalidad mágica y en supersticiones. Que sea esta coyuntura – el mismo debate se dió en los días siguientes en Medellín y en Cartagena – un motivo para explicitar el aspecto de sentido y esperanza radicales que se contienen en la fe religiosa, especialmente en el cristianismo, valiéndonos también de lo propio de esta temporada de Adviento. Es de la fe genuina el promover la libertad y la dignidad del ser humano, transparencia de Dios, también el insertarse en la realidad para asumir en perspectiva de salvación y de liberación todo lo que en ella hay de injusto y pecaminoso, como su empeño en la formación y desarrollo de un nuevo ser humano configurado con el proyecto de Jesús. Desde el mismo evangelio podemos someter a crítica las formas distorsionadas de la religión y afirmar lo que hay allí de esperanza, de trascendencia, de sentido absoluto de la vida, que son estas últimas su verdadera esencia. En esta línea va el tiempo de Adviento, las lecturas de este domingo así lo corroboran. En los tiempos en que escribe el profeta Isaías – primera lectura de hoy – el pueblo de Israel está cautivo en Babilonia y empieza a vislumbrar la posibilidad de retornar a su tierra. Isaías alienta a su pueblo: “Una voz grita, en el desierto preparen un camino al Señor, allanen la estepa, una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele; y se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos – ha hablado la boca del Señor – “ (Isaías 40: 3-5). El mensajero es portador de la buena noticia que traerá de nuevo alegría e ilusión a una comunidad que vivía con crudeza la marginación y la explotación. Cómo traducir este anuncio a la humanidad de hoy, especialmente a los afligidos por las injusticias de sus semejantes? Cómo recuperar la sustancia liberadora y crítica de la experiencia religiosa? Cómo propiciar el encuentro con Dios en un contexto de dignidad y de libertad? Cómo responder sabiamente las fuertes inquietudes de los no creyentes que miran con sospecha nuestras creencias por considerarlas incapaces de transformar la historia? Pasamos varios siglos en la historia del antiguo Israel y venimos a los tiempos posteriores a Jesús. Hacia finales del siglo I D.C. muchos cristianos se sentían desconcertados, les habían insistido que el regreso del Señor era inminente, pero el tiempo pasaba y esto no acontecía. A esto alude el texto de la segunda lectura, tomado de la segunda carta de Pedro, una invitación a la paciencia histórica, a la esperanza, como nos suele suceder cuando aguardamos con ilusión algo que vendrá a responder a expectativas profundas, el nacimiento de un hijo, la liberación política, la superación de una enfermedad, la confirmación de un amor, la mejoría de las condiciones económicas, la paz espiritual: “ De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habitará la justicia. Por tanto, queridos, esfuércense con esa esperanza por mostrarse en paz, sin mancha ni tacha” (2 Pedro 3: 13-14). La verdadera esperanza es activa e innovadora, con el ánimo que Dios infunde nos sentimos llamados a transformar lo que es injusto, destructivo, inhumano, pecaminoso, para implantar en la historia las señales de la justicia divina, la fraternidad, la pasión de vivir, la seducción del amor, la apuesta por el servicio y por la solidaridad, la vida honesta y la disposición para ayudar a que la humanidad sea mejor y más digna. Pedro anima a esta comunidad creyente a vivir en esperanza, a confiar en el futuro, y a cultivar una fe que capta la acción liberadora de Dios en los acontecimientos de su historia, no niega los problemas y las contradicciones, pero estimula a hacerles frente y a hacer de la fe el elemento central de superación. En nuestro tiempo lo que bien conocemos: violencia, pobreza, decisiones injustas que se originan en los centros de poder, economía sin rostro humano, abuso de unos seres humanos hacia otros, consumismo desenfrenado, qué hacemos los creyentes en Dios para influír constructivamente en la construcción de un mundo que vaya por senderos de libertad y de justicia? Somos conscientes de las dimensiones sociales y políticas de la fe? O preferimos encerrarnos en un intimismo religioso, con devociones individuales, desconocedoras del clamor de Dios en tales realidades? El evangelio de Marcos se centra en la predicación de Juan el Bautista, promotor en su tiempo de un movimiento de conversión y de protesta profética contra la anquilosada religión de los sacerdotes del templo y de los maestros de la ley. Su mensaje, muy fuerte y severo, proponía un cambio radical en la orientación de la vida: “Tal como está escrito en la profecía de Isaías: mira, yo envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: preparen el camino al Señor, allanen sus senderos, apareció Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados” (Marcos 1: 2-4). Principalmente el pueblo pobre era el auditorio del Bautista, las gentes con mayores esperanzas de redimirse de pobrezas e injusticias, su actividad no se da en la ciudad de Jerusalén sino en el desierto, lugar simbólico en la Biblia para el encuentro con Dios, su vestimenta y sus costumbres austeras son lenguaje de sus prioridades, la nueva vida que viene de Dios, el despojo del poder y de las riquezas, el corazón que se prepara para acoger a aquel que Dios envía para salvar y liberar. La segunda lectura, igual que el evangelio, une el camino de la ética con la ruta que lleva a Jesús, prepararse para El significa asumir un modo de vida inspirado en su evangelio, vivir a contracorriente de la mentalidad ambiciosa e individualista, tomar en serio al prójimo, superar los intereses mezquinos, no negociar la conciencia, hacer del servicio y de la solidaridad aspectos determinantes de nuestros proyectos de vida. Cómo responder a las fuertes sospechas de Dawkins y de la no creencia? Sin entrar en campañas “anti”, fundamentalistas y fanáticas, sólo nos cabe dar razón de nuestra esperanza, haciendo recurso a la originalidad de Jesús, a su fuerte compromiso con la voluntad del Padre, a su entrega incondicional a los pobres y abandonados, a su exquisita humanidad, a su encarnación en la realidad, a su denuncia de la religiosidad legalista y supersticiosa, a su lenguaje de libertad, a sus densas y simultáneas divinidad y humanidad.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Un tal Jesús. Capítulo 11: HACIA LA GALILEA DE LOS GENTILES

Jesús sale del desierto y vuelve al Jordán. Pero ya no está el profeta Juan. Allí se encuentra con María, una prostituta de Cafarnaum.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Un tal Jesús. Capítulo 10: EN LA CÁRCEL DE MAQUERONTE

El rey Herodes Antipas ordena apresar al profeta Juan. Trata de sobornarlo pero no lo consigue. Herodías, cuñada y amante de Herodes, sugiere matarlo.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

martes, 5 de diciembre de 2017

domingo, 3 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 3 DE DICIEMBRE DOMINGO I DE ADVIENTO

“Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: estén despiertos” (Marcos 13: 37) Lecturas: 1. Isaías 63: 16-19 y 64: 2-7 2. Salmo 79 3. 1 Corintios 1: 3-9 4. Marcos 13: 33-37 Empieza adviento, tiempo de esperanza, no es una simple formalidad litúrgica, es una actitud, una disposición para aguardar al buen Dios que se nos manifiesta definitivamente en la persona de Jesús, portador de la Buena Noticia, de las mejores razones para el sentido pleno de la vida, de la más radical garantía para una existencia de total significado. A qué se nos parece lo que dice la primera lectura, del profeta Isaías? Vuelve el pueblo israelita a su tierra, después de largos años de exilio y cautividad en Babilonia, experiencia de dura confrontación y despojo de los elementos esenciales de su identidad social y religiosa: “Por qué, Yavé, permitiste que nos perdiéramos de tus caminos? Y que nuestros corazones no sintieran por ti ningún respeto? Vuelve, por amor de tus servidores y de tus tribus herederas!” (Isaías 63: 17). El lenguaje de este texto revela una dolorida conciencia de su desamor a Dios y del alejamiento de los compromisos adquiridos con El en la alianza, entre líneas podemos percibir su tristeza y también su sentimiento de haber merecido la deportación a Babilonia, como castigo por sus infidelidades. Pero ahora, a pesar de ese desastre, viene también la intención de restablecer todo lo perdido, de volver a ser una nación íntegra, animada por ese Dios del que un día se apartaron. Viene como imperativo la recuperación de la esperanza con el compromiso de transformar las realidades presentes. En nuestro país, no por pecados ni por faltas de las comunidades, sino por la gravísima injusticia de grupos armados, señores de muerte y de violencia, muchas buenas personas, principalmente campesinos laboriosos, han sido desposeídos de sus tierras y lanzados al cruel desplazamiento de sus lugares de vida y de trabajo. Eterno drama que ahora cobra total vigencia con el proceso de paz. Volver a los orígenes, emprender una vida nueva, en armonía, en equidad, en arraigo y pertenencia. La comunidad judía en la que surge ese texto de Isaías retorna del exilio con el desafío de reconstruír los fundamentos de la nación, la ciudad de Jerusalén, el templo. No era un reto fácil. La mayoría de los exiliados ya se habían organizado en Babilonia y en otras regiones del imperio caldeo. La mayor parte de los que habían llegado desde Judea cincuenta años antes ya habían muerto y sus descendientes no sentían gran nostalgia por la tierra de sus padres. Los profetas los habían invitado continuamente a reconocer los errores que los habían llevado a la ruina, pero la mayoría de la población ignoraba a estos mediadores de Yavé: “Desde hace mucho tiempo somos la gente que tú ya no gobiernas y que ya no lleva tu apellido” (Isaías 63: 19). Algunos tomaron en serio el proyecto de restaurar la identidad, las instituciones, la organización de la comunidad, pero no contaron con mayor apoyo, a muchos les parecía que era algo loco e innecesario, para qué retornar a Jerusalén si ya todo está perdido, ausencia total de esperanza. Qué hacer ante tales coyunturas? Pasándolo a nosotros: la corrupción de políticos, magistrados, tiene tal poder que echa a pique toda nuestra ilusión de ser un pueblo de gente honesta? La explícita perversidad del modelo económico vigente tiene la capacidad de eliminar nuestras expectativas de justicia, equidad e inclusión? Seremos superiores a estas contradicciones? Siempre se requiere un resto fiel que mantenga viva la llama del sentido de la vida, de la confianza en el Dios que dinamiza la historia y que suscita movimientos liberadores, que confronta nuestros miedos e inercias para lanzarnos a la tarea de restablecer el sentimiento colectivo de dignidad: “Y sin embargo, Yavé, tú eres nuestro padre, nosotros somos la greda y tú eres el alfarero. Todos nosotros fuimos hechos por tus manos” (Isaías 64: 7). No vamos a transformar nuestra realidad convirtiéndonos en profetas de desgracias ni haciendo eco y juego a los políticos que pretenden polarizarnos con fundamentalismos intransigentes. El ser humano nuevo que surge de la experiencia de Dios y del hermano debe estar dotado de creatividad y de vigoroso talento innovador para demostrar que la esperanza es posible y decisiva para instaurar la nueva humanidad. En ese sentido entendemos la invitación de Jesús a mantenernos despiertos: “Estén despiertos ya que no saben cuándo regresará el dueño de la casa. Puede ser al atardecer, o a media noche, o al canto del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: estén despiertos” (Marcos 13: 35-37). Es de nuevo el asunto por excelencia de la vigilancia que se nos proponía en los domingos anteriores. Si cada día estamos embargados por lo superfluo, por el afán productivo, por el dejarnos domesticar por las mentalidades alienantes de éxito y de poder, por cargarle ladrillos al sistema, es muy posible que se nos pase la vida en penoso desperdicio y que desconozcamos la llamada de Jesús a construír este mundo nuevo que conocemos como el Reino de Dios y su justicia. La conducta evangélica ha de ser la de invitar a la esperanza, a esa vida novedosa de Dios que viene para nuestra salvación y libertad, animando a tiempo y a destiempo. La interpretación que se daba a estos textos del evangelio que apuntan hacia el futuro o hacia la escatología era muy impregnada de fatalismo y de temor: se tenía en mente a un Dios justiciero que señalaba plazos perentorios que podían cumplirse de un momento a otro, con esto se alimentaba el miedo a El, se limitaba notablemente el sano disfrute de la vida, y la religiosidad se convertía en una amargada y temerosa preparación para la muerte, sin la más mínima incidencia en la justicia o en la fraternidad. Este miedo funcionó durante siglos, con una imagen mítica de Dios, calcada de los emperadores totalitarios o de los señores feudales que hacían y deshacían con sus súbditos lo que se les antojaba. Había pavor a la condenación eterna, muy propio de la cristiandad medieval y barroca, con desafortunada persistencia en no pocas mentalidades y ambientes de nuestro tiempo. Qué tiene que ver eso con el Dios gozoso que viene para nuestra salvación? Qué puede significar adviento para la sociedad actual? Más allá de las formalidades rituales debemos volver por el sentido original del advenimiento, del aguardar con ilusión una nueva intervención de Dios, esta sí decisiva y plenificante, llamada a colmar nuestras expectativas de sentido. Cómo ganar el espacio del Espíritu en esta alocada sociedad de consumo que hace de esta temporada un festival frenético de la economía de mercado y del despilfarro irresponsable? Se dice que el tiempo de la modernidad, el tiempo de la razón ilustrada, fue el apogeo de las grandes utopías, de los grandes proyectos históricos destinados a la total autonomía del ser humano. De una parte vino el capitalismo liberal, la libre competencia, el espíritu individual con sus iniciativas económicas, el mito de las democracias y de las libertades para todos; de otra parte, con la inspiración de las teorías de Marx se pretendió construír la sociedad sin clases, la dictadura del proletariado, la intervención totalizante del estado como garantía para que este ideal se hiciera realidad. Pero….. este último fracasó, y el primero demuestra cada día con elocuentes evidencias sus profundas fisuras y su incapacidad para fomentar la dignidad humana y para producir las anheladas ilusiones de justicia, de inclusión, de equidad, de fraternidad. Por eso se dice que el ser humano moderno y postmoderno está escarmentado, ya no cree en esas grandes intenciones y utopías, lo suyo es el desencanto y un resignado día a día sin mayores perspectivas de futuro. Qué advenimiento espera la humanidad contemporánea? Cómo vivir el espíritu de adviento en sociedades que no esperan nada? Cómo hacer vigente el sentido del Reino de Dios y su justicia con toda la intensidad profética del proyecto de Jesús, del reencantamiento del ser humano y de su historia, de superar el síndrome del fracaso y del exilio? Aquí están los mayores retos para la fe cristiana y para las tradiciones religiosas, cuando recuperan su sentido original y dejan de lado sus intransigencias y fanatismos. Nuestro proceso de paz, la reivindicación de las víctimas, la justicia especial para este proceso, la creación de condiciones que hagan posible una convivencia sensata y dialogante, las determinaciones que hagan efectivas la justicia y las oportunidades para todos, son concreciones del advenimiento del Reino entre nosotros. La esperanza cristiana apunta a la consumación definitiva y al mismo tiempo trabaja con ahinco para demostrar que esa plenitud debe empezar aquí en la historia. Pablo, animando a sus cristianos de Corinto ante desalientos y crisis entre ellos, dice: “Sin cesar doy gracias a mi Dios ustedes y por la gracia de Dios que recibieron en Cristo Jesús. Pues en él han recibido todas las riquezas, tanto las de la palabra como las del conocimiento, al mismo tiempo que se hacían firmes en la fe. Ahora no les falta ningún don espiritual y quedan esperando la venida gloriosa de Cristo Jesús nuestro Señor” (1 Corintios 1: 4-7). Es un recuerdo clarísimo de que somos hijos de la gran utopía de Jesús, la de las bienaventuranzas, la que nos implica en la llegada de este nuevo orden de vida, de dignidad, de esperanza efectiva y afectiva para todos. Cada vez se perfila mejor: crear un mundo nuevo, fraternal y solidario, sin imperios ni transnacionales explotadores de los pobres, sin compra de honras y conciencias, sin destrucción de la casa común, sin brutales dominios de unos sobre otros, sin esquizofrenia consumista…Tarea apasionante a la que Jesús nos invita, y pone en alerta: “Lo que le digo a ustedes se lo digo a todos: estén despiertos” (Marcos 13: 37).

viernes, 1 de diciembre de 2017

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