domingo, 17 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 17 DE DICIEMBRE DOMINGO III DE ADVIENTO

“Yo bautizo con agua, pero entre ustedes hay uno a quien no conocen, que viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatarle la correa de su sandalia” (Juan 1: 26-27) Lecturas: 1. Isaías 61: 1-11 2. Interleccional Lucas 1: 46-54 3. 1 Tesalonicenses 5: 16-24 4. Juan 1: 6-8 y 19-28 En la memoria del pueblo judío tradicional estaban grabadas las imágenes del Ungido, de Elías y del Profeta, inscritas ellas en la esperanza mesiánica de los israelitas y en la correspondiente certeza de la visita de Dios a su pueblo para liberarlo de toda opresión e infortunio. La figura de Elías es la del gran restaurador de la unidad de Israel; es, por tanto, un recuerdo que genera profundo sentido para los creyentes, como cuando entre nosotros surge una figura como el Papa Francisco o el Beato Romero de América. Esta constatación es clave para captar el sentido de las lecturas de este domingo tercero de Adviento. Hoy nuevamente es protagonista Juan el Bautista, dejando claro que: “Hubo un hombre , enviado por Dios, se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (Juan 1: 6-8). Uno de los aspectos del evangelio de hoy se presenta como un gran proceso judicial para decidir si Jesús ha sido enviado por Dios o es un farsante, vieja sospecha de los dirigentes religiosos del judaísmo de aquellos tiempos. Ya conocemos acerca la implacable desconfianza de estos ante Jesús y su ministerio, son los hijos de las tinieblas. Por oposición, Juan el Bautista es el primer testigo de la luz, como lo refiere el texto. Su pasión dominante es la justicia de Dios, su deseo de una conversión radical a El, su indignación ante la perversión de los sacerdotes del templo y de los maestros de la ley, dedicados a la religión exterior sin transformación de la vida y plegados al poder imperial de Roma. Ante estas oscuridades el relato nos habla así: “Yo soy la voz del que clama en el desierto, rectifiquen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1: 23). Como la luz a nuestros ojos, la verdad atrae siempre a nuestra inteligencia. Nos repugna la mentira y huimos de las tinieblas. La falsedad insulta el entendimiento y apaga el gusto de vivir. Esto nos descubre lo más profunda de nuestras aspiraciones, somos llamados a la verdad y a la luz. Esto lo descubrimos en la persona de Jesús, gracias al ministerio profético del Bautista, cuya misión indica que no es la religión del templo la que manifiesta a Dios sino el proyecto del Reino y de su justicia, para el que se requiere una manera totalmente nueva de vivir, una lógica de justicia y de dignidad. Esto, en nuestro Adviento contemporáneo, nos conecta con la realidad en la que vivimos: corrupción en los más altos niveles del estado, manipulaciones políticas, desconocimiento de los compromisos adquiridos con la sociedad, deseo desmedido de poder y de dominación, culto al consumismo y al dinero, olvido de la dignidad humana, pecaminosidades que conviven también con muchas personas que surgen como luz en el camino, los solidarios y fraternales, los que viven en clave de servicio, los que hacen de la projimidad elemento decisorio de sus vidas, precursores del nuevo mundo como en su tiempo lo fue Juan el Bautista. En la primera lectura, el profeta Isaías invita a todo el pueblo que vuelve del exilio, y que se ve desencantado porque les parece que las promesas iniciales no eran tan ciertas: “El espíritu del Señor me acompaña, por cuanto me ha ungido Yahvé. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahvé….” (Isaías 61: 1-2). El trabajo del profeta es promover la esperanza y rescatar el sentido de vida de estas comunidades en retorno a su tierra, su prioridad son los desheredados, a ellos dirige su misión de aliento; es consciente de que las condiciones del regreso no son las mejores, pero no se echa para atrás, en nombre de Dios hay posibilidades de reconstruír todo lo que se había perdido: “Igual que una tierra produce plantas y en un huerto germinan rebrotes, el Señor hace germinar la liberación y la alabanza ante todas las naciones” (Isaías 61: 11). El interleccional recoge el testimonio de alabanza de María en la clásica oración del Magnificat, los pobres y desvalidos son socorridos en detrimento de los poderosos e Israel es objeto del favor de Dios desde la promesa hecha a Abraha. Ella canta la grandeza de Dios que se ha fijado en los humildes, invirtiendo así la habitual mentalidad de dominación y sometimiento: “Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lucas 1: 51-53). María significa plenamente el nuevo orden de vida que el Padre revela en Jesús, no canoniza el poder, y eso lo evidencia escogiendo al pequeño pueblo de Israel, fijándose en la humildad de María, desconociendo el vano honor del mundo, y proponiendo en las bienaventuranzas el proyecto de esa nueva humanidad. Tiene esto algo que ver con la despilfarradora navidad de la sociedad de consumo? Esta sociedad se deja permear por la luz que desvelan el Bautista y los humildes del mundo? Los más frágiles interpelan siempre la prepotencia de los poderosos! Pablo, en la segunda lectura, invita a sus cristianos de Tesalónica a la fidelidad y a la esperanza. Esta comunidad procedía del paganismo, vivían algunas dificultades, les costaba desprenderse totalmente de sus ídolos y de sus tradiciones del paganismo para seguir con libertad al Dios verdadero. Por esto Pablo les llama la atención, para que decidan definitivamente seguir el camino de Jesús, sin ambigüedades: “No extingan el Espíritu, no desprecien las profecías, examínenlo todo y quédense con lo bueno. Absténganse de todo género de mal” (1 Tesalonicenses 5: 19-22). En esta sociedad colombiana la mayoría de la población ha sido formada en el camino cristiano, desde el hogar y la escuela y en el medio eclesial, hay – en líneas generales – un conocimiento conceptual de Jesús, de su mensaje, del ser de la Iglesia, y así como hay muchos que lo toman en serio y lo viven con sinceridad, tenemos también penosas evidencias de que esa evangelización ha sido epidérmica, eso que les pasa a los tesalonicenses nos sucede a nosotros. Seguimos manejando un modelo social excluyente, seguimos favoreciendo a los ricos y poderosos, y permitiendo que la pobreza y el maltrato dominen la vida de muchísimos compatriotas, la violencia de género, los muy conocidos y abominables escándalos de corrupción. Y decimos que somos cristianos y católicos…… La reciente visita del Papa Francisco es una confrontación y un estímulo para que salgamos del sopor, del cristianismo acomodado e intimista, como lo hace Pablo con los de Tesalónica: “Dios nos precede, somos sarmientos, no somos la vid. Por tanto, no enmudezcan la voz de Aquel que los ha llamado ni se ilusionen en que sea la suma de sus pobres virtudes – las de ustedes – o los halagos de los poderosos de turno quienes aseguran el resultado de la misión que les ha confiado Dios” (Papa Francisco a los Obispos de Colombia, 7 de septiembre de 2017). Un afectuoso y exigentísimo desafío de clara procedencia evangélica! Es reiterado en estas reflexiones construír conciencia en torno a la autenticidad del camino cristiano, lo hemos dicho repetidas veces, no se trata de una cómoda pertenencia a una entidad prestadora de servicios religiosos, ni una membresía institucional que nos protege de los males del mundo, lo que Jesús plantea – y así lo prepara Juan el Bautista – es una comunidad de personas apasionadas por Dios y por el prójimo, en la que la fraternidad y la comunión, la solidaridad y la justicia, sean el testimonio calificado de ser genuinos hijos de la luz. Juan responde a las maliciosas cuestiones de los judíos:” Quien eres tú? El lo confesó, sin negarlo: Yo no soy el Cristo. Entonces le preguntaron: quien, pues? Eres tú Elías? El contestó: no lo soy. Eres tú el profeta? Respondió: no. Ellos insistieron. Quien eres, entonces? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. Qué dices de ti mismo? Respondió: yo soy la voz del que clama en el desierto. Rectifiquen el camino, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1: 19-23). La demanda de los enviados de los sacerdotes contiene implícitamente una postura de desconocimiento de su misión, una acusación de inautenticidad y una puesta en tela de juicio del ser y del quehacer del Señor Jesús (Sabemos bien que estos relatos no son biografías escritas apenas sucedidos los hechos sino interpretaciones postpascuales de su persona, de su misión, de su humanidad asumida por la divinidad) Somos precursores del reino de Dios y su justicia, captando los alcances de la misión de Jesús? Nuestro estilo de vida lo ratifica? Preparamos con audacia los caminos del Señor? Estamos dispuestos a ser sal de la tierra y luz del mundo? O, más bien, nos matriculamos en ese seudocristianismo timorato, con sabor a sacristía, lleno de piedades individuales y de rituales sin historia, desconectados de las realidades dramáticas de una humanidad necesitada de esperanza y de las mejores razones para vivir con sentido? Qué nos dice al respecto Juan el Bautista? La reciedumbre espiritual de este hombre lo llevó a ser crítico con los romanos , con Herodes, con los jefes religiosos, porque no veía en ellos a Dios sino al mal, y tuvo clarividencia de creyente para esperar el advenimiento de los nuevos tiempos, los que condensamos en la expresión el reino de Dios y su justicia, el tiempo de una humanidad alentada por la divinidad, el tiempo de Jesús, el tiempo del ser humano nuevo que se modela en el Evangelio.

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