domingo, 24 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 24 DE DICIEMBRE DOMINGO IV DE ADVIENTO

“No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1: 30-32)

Lecturas:
  1. 2 Samuel 7: 1-16
  2. Salmo 88
  3. Romanos 16:25-27
  4. Lucas 1: 26-38
La lectura del segundo libro de Samuel – primera de este domingo – cuenta que , deseando el rey David edificar una casa a Yahvé en Jerusalén (el templo), para sustituír la tienda de campaña en la que había sido venerado por este pueblo itinerante, Yahvé se dirigió al profeta Natán con estas palabras: “Ve a decir a mi servidor David, así habla el Señor: Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite? Desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que me servía de morada…Y mientras caminaba entre los israelitas, acaso le dije a uno sólo de los jefes de Israel, a los que mandé a apacentar a mi pueblo: por qué no me han edificado una casa de cedro? Y ahora, esto es lo que le dirás a mi servidor David:……Yo haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar para mi pueblo Israel, y lo plantaré para que tenga allí su morada. ….Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre” (2 Samuel 7: 4-8; 9 y 16). Es Yahvé el que sobrepasa con creces las intenciones de David encargándose de dar sentido y estabilidad a su trono y a su pueblo, significándolo en la imagen del templo!
Tengamos en cuenta que se trata de una elaboración teológica en torno a la figura de David, que fue para los israelitas el rey más grande de toda su historia, sólo comparable a Moisés y a Elías. David viene a ser un nuevo patriarca, padre de la gran dinastía de Israel, como Abrahán en los momentos iniciales fue el padre de todo el pueblo elegido. Con esta promesa divina David se carga de futuro, su nombre se convierte en referente que atraviesa toda la historia de los israelitas, se le constituye en principio de una descendencia que será bendita y favorecida por Dios. De sus entrañas saldrá el Mesías de la nueva humanidad.
No olvidemos que no estamos ante narraciones históricas en sentido estricto, sino ante interpretaciones que dan un significado teológico a esa historia, es Dios interviniendo en los hechos que dan sentido a la vida de estos creyentes, configurando su identidad, constituyéndose en principio y fundamento de todo su devenir. En el horizonte permanece la promesa del Mesías, como garantía de que Yahvé se empeña siempre, de modo incondicional y con total fidelidad, en manifestarse dando salvación y liberación. Todo esto es esencial para comprender la teología de la historia que se propone en el Antiguo Testamento, en evolución hacia la plenitud de los tiempos en la persona de Jesús. Es a lo que nos conduce el espíritu del Adviento.
En ese contexto, los primeros seguidores de Jesús, asumieron ese concepto para encauzar su comprensión de Jesús – siempre en el salto cualitativo de lo histórico a la experiencia de la fe - . El sería el Hijo de David, el Mesías enviado, en el que se cumple la promesa, que pareció pulverizarse cuando el reino de Judá fue vencido y desterrado por los babilonios. Ahora, esta primera comunidad de cristianos, lo asume como Aquel cuyo reino no tendrá fin, según profesamos en el credo. El mismísimo Dios es el aval de la historia de Israel, en el que se tipifica la humanidad entera, El es la razón de nuestra esperanza.
En el diario discurrir de nuestra vida nos inmediatizamos, llenos de actividades y de compromisos, con vaivenes de diferente signo, unos constructivos y saludables, y otros dolorosos y dramáticos, sumergidos en ese maremágnum de cosas no captamos el horizonte de plenitud en el que Dios se nos manifiesta articulando coherentemente todo nuestro proceso.
Sean estos días de Adviento estupenda oportunidad para considerar todo lo que somos y hacemos en esta perspectiva teologal, salgamos adelante a la loca navidad del consumismo y de las compras desenfrenadas para contemplar el misterio apasionante de este Dios que se “toma” la humanidad para hacerla libre, digna, trascendente, solidaria.
La referencia a David en los términos en que lo formula el texto de 2 Samuel es claramente una elaboración desde la fe. El pueblo de Israel vió en él al rey y líder perfecto, aún a sabiendas del gravísimo pecado que cometió, según se narra en 2 Samuel 11 y 12, luego de ese incidente, confrontado con gran dureza por el profeta Natán, el relato refiere que el rey emprendió una vida ciento por ciento identificada con Yahvé y con el futuro del pueblo a él confiado.
Más allá de milimétricas precisiones de carácter histórico lo que hay que ver es cómo resulta la vida cuando se es fiel a Dios, o cuando se va en contra de él. Al autor de este escrito le interesa principalmente llamar la atención sobre el significado de una vida asumida en clave teologal y cómo ella se perpetúa para siempre, convirtiéndose en la estirpe de la que surgirá el Mesías definitivo.
Es esto para nosotros un elemento extraño, de arqueología bíblica, o , mejor, tenemos la osadía de dejarnos llevar por la fe para aventurarnos a comprender y a vivir que hoy, nosotros los humanos de 2017, hacemos parte de esta seductora narrativa del amor de Dios, siempre dispuesto a liberarnos de todo lo que nos oprime y frena nuestro crecimiento y nuestros caminos de libertad?
Por aquí vislumbramos todos los esfuerzos de emancipación, la ruptura de las cadenas, la denuncia contra los poderes que esclavizan, la fuerza profética que contraarresta los efectos nocivos de las injusticias, el sentido crítico que hace posible que detectemos las evidencias del pecado que quita dignidad al ser humano.
Estamos “ad portas” de Navidad, en esta mentalidad de alcance totalizante no nos podemos reducir a algo puntual, a unos días de fiesta y de regalos, a algo que se cumple como una parte de la gran lista de quehaceres, para volver luego a la existencia gris, saturada de monotonía. Es tiempo de plantearnos a fondo el sentido total de nuestra fe, de nuestro proyecto de vida, de los valores y prioridades que la orientan, de las opciones que hacemos sobre esas bases, de las consecuencias de lo que decidimos. Es el Dios manifestado en la fragilidad del Niño de Belén el elemento constitutivo de nuestras vidas? Nos sentimos herederos de la promesa hecha a David?
Cualquier día en la pequeñez de aquella aldea llamada Belén una jovencita humilde, sincera mujer de fe, dispuesta con generosidad para estas aventuras del buen Dios, experimenta el llamado que se nos relata en el evangelio de Lucas, también recordando que se trata de un texto teológico que trasciende la puntualidad de lo simplemente biográfico para ingresar en el horizonte de sentido definitivo de la vida: “El Angel entró en su casa y la saludó diciendo: Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podría significar aquel saludo. Pero el Angel le dijo: No temas María, porque Dios te ha favorecido: Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1: 28-32).
Dios sucede en el reverso de la historia, en lo discreto y silencioso, su modo de proceder es sorprendente por esa dimensión de optar por lo último del mundo como lugar para hacerse evidente. Esto de los pobres y de la fragilidad no es un capricho, algo aleatorio, es su lógica, su estilo, también su denuncia del vano honor de los poderosos, de lo que sofoca la trascendencia y la dignidad del ser humano, por eso se fija en los desposeídos y escoge así a esta mujer para que sea ella el medio humano en el que acontece el misterio de la encarnación.
Qué dice esto a nuestras autosuficiencias, a las muchas razones que esgrimimos para cultivar vanidades y arrogancias? En el culto que se rinde a los que tienen fama, dinero y poder? En el desconocimiento de los humillados y ofendidos? En las muchas injusticias que se cometen en contra de los humildes, poniendo a muchas de ellas la abusiva etiqueta de “voluntad de Dios”? Sepamos que del glorioso David del Antiguo Testamento todo llegó a su plenitud en una pobrísima y silenciosa familia de Belén, como lo sería hoy en la marginal zona de Ciudad Bolívar en Bogotá, o en las escarnecidas regiones de Colombia maltratadas por la pobreza y por la violencia.
La sorprendida María pregunta al mensajero, y se lanza, con riesgo liberador a la aventura de Dios, su disposición contiene el sí más salvífico de la historia humana: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lucas 1: 38). Entramos así en tiempo de Navidad, en tiempo de esperanza!

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