domingo, 10 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 10 DE DICIEMBRE DOMINGO II DE ADVIENTO

“De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habitará la justicia” (1 Pedro 3: 13) Lecturas: 1. Isaías 40: 1-11 2. Salmo 84 3. 2 Pedro 3: 8-14 4. Marcos 1: 1-8 En días pasados hubo en Bogotá un conversatorio sobre la existencia o no existencia de Dios, sobre la validez o no validez de las convicciones religiosas. En lo primero, el jesuita Gerardo Remolina, notable académico y hombre de juiciosa espiritualidad, durante largos años profesor de filosofía de la religión en la Universidad Javeriana; en lo segundo, el biólogo y etólogo británico Richard Dawkins, ampliamente conocido por libros como “El espejismo de Dios” y “El gen egoísta”, junto con su reconocida actividad como hombre de ciencia es también un fuerte militante del nuevo ateísmo. No se trataba de agotar un asunto tan definitivo para el ser humano, pero sí de plantear en ambiente universitario y pluralista dos posturas sobre el sentido último de la vida. Es la ciencia pura la respuesta a los grandes interrogantes sobre el origen y finalidad de la existencia? Tiene ella la capacidad de dar significado trascendente y definitivo a todo lo que los humanos buscamos en materia de razones para vivir? En el desarrollo de este coloquio Dawkins – como lo hace en casi todos sus libros – lanzó rigurosos interrogantes a la religión y a las gentes que la profesan, poniendo cuestiones de fondo sobre supersticiones, fundamentalismo, fanatismo, sectarismo, incapacidad para conectar con la realidad, reticencia al diálogo con la ciencia, alienación y demás aspectos que ocupan también la conciencia crítica de los creyentes serios. Es esta la religión genuina? La que libera y promueve una humanidad emancipada, vigorosa, capaz de enfrentar los grandes retos existenciales? A estos últimos interrogantes respondió sensatamente el Padre Remolina, haciendo gala de su conocimiento filosófico y de su probada espiritualidad, asumiendo que, desde luego, hay aspectos que distorsionan y pervierten la búsqueda de Dios, como aquellos en los que se hace una interpretación literal y descontextualizada de los textos religiosos – como la Biblia, el Corán, el Talmud -, como cuando se pretende que la propia verdad es única y con este pretexto se condenan las creencias de las religiones distintas de la propia, como cuando se acude al moralismo desenfrenado para juzgar implacablemente la conducta de las personas presentando la imagen de un Dios vengativo, como cuando la fe se queda en mentalidad mágica y en supersticiones. Que sea esta coyuntura – el mismo debate se dió en los días siguientes en Medellín y en Cartagena – un motivo para explicitar el aspecto de sentido y esperanza radicales que se contienen en la fe religiosa, especialmente en el cristianismo, valiéndonos también de lo propio de esta temporada de Adviento. Es de la fe genuina el promover la libertad y la dignidad del ser humano, transparencia de Dios, también el insertarse en la realidad para asumir en perspectiva de salvación y de liberación todo lo que en ella hay de injusto y pecaminoso, como su empeño en la formación y desarrollo de un nuevo ser humano configurado con el proyecto de Jesús. Desde el mismo evangelio podemos someter a crítica las formas distorsionadas de la religión y afirmar lo que hay allí de esperanza, de trascendencia, de sentido absoluto de la vida, que son estas últimas su verdadera esencia. En esta línea va el tiempo de Adviento, las lecturas de este domingo así lo corroboran. En los tiempos en que escribe el profeta Isaías – primera lectura de hoy – el pueblo de Israel está cautivo en Babilonia y empieza a vislumbrar la posibilidad de retornar a su tierra. Isaías alienta a su pueblo: “Una voz grita, en el desierto preparen un camino al Señor, allanen la estepa, una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele; y se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos – ha hablado la boca del Señor – “ (Isaías 40: 3-5). El mensajero es portador de la buena noticia que traerá de nuevo alegría e ilusión a una comunidad que vivía con crudeza la marginación y la explotación. Cómo traducir este anuncio a la humanidad de hoy, especialmente a los afligidos por las injusticias de sus semejantes? Cómo recuperar la sustancia liberadora y crítica de la experiencia religiosa? Cómo propiciar el encuentro con Dios en un contexto de dignidad y de libertad? Cómo responder sabiamente las fuertes inquietudes de los no creyentes que miran con sospecha nuestras creencias por considerarlas incapaces de transformar la historia? Pasamos varios siglos en la historia del antiguo Israel y venimos a los tiempos posteriores a Jesús. Hacia finales del siglo I D.C. muchos cristianos se sentían desconcertados, les habían insistido que el regreso del Señor era inminente, pero el tiempo pasaba y esto no acontecía. A esto alude el texto de la segunda lectura, tomado de la segunda carta de Pedro, una invitación a la paciencia histórica, a la esperanza, como nos suele suceder cuando aguardamos con ilusión algo que vendrá a responder a expectativas profundas, el nacimiento de un hijo, la liberación política, la superación de una enfermedad, la confirmación de un amor, la mejoría de las condiciones económicas, la paz espiritual: “ De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habitará la justicia. Por tanto, queridos, esfuércense con esa esperanza por mostrarse en paz, sin mancha ni tacha” (2 Pedro 3: 13-14). La verdadera esperanza es activa e innovadora, con el ánimo que Dios infunde nos sentimos llamados a transformar lo que es injusto, destructivo, inhumano, pecaminoso, para implantar en la historia las señales de la justicia divina, la fraternidad, la pasión de vivir, la seducción del amor, la apuesta por el servicio y por la solidaridad, la vida honesta y la disposición para ayudar a que la humanidad sea mejor y más digna. Pedro anima a esta comunidad creyente a vivir en esperanza, a confiar en el futuro, y a cultivar una fe que capta la acción liberadora de Dios en los acontecimientos de su historia, no niega los problemas y las contradicciones, pero estimula a hacerles frente y a hacer de la fe el elemento central de superación. En nuestro tiempo lo que bien conocemos: violencia, pobreza, decisiones injustas que se originan en los centros de poder, economía sin rostro humano, abuso de unos seres humanos hacia otros, consumismo desenfrenado, qué hacemos los creyentes en Dios para influír constructivamente en la construcción de un mundo que vaya por senderos de libertad y de justicia? Somos conscientes de las dimensiones sociales y políticas de la fe? O preferimos encerrarnos en un intimismo religioso, con devociones individuales, desconocedoras del clamor de Dios en tales realidades? El evangelio de Marcos se centra en la predicación de Juan el Bautista, promotor en su tiempo de un movimiento de conversión y de protesta profética contra la anquilosada religión de los sacerdotes del templo y de los maestros de la ley. Su mensaje, muy fuerte y severo, proponía un cambio radical en la orientación de la vida: “Tal como está escrito en la profecía de Isaías: mira, yo envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: preparen el camino al Señor, allanen sus senderos, apareció Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados” (Marcos 1: 2-4). Principalmente el pueblo pobre era el auditorio del Bautista, las gentes con mayores esperanzas de redimirse de pobrezas e injusticias, su actividad no se da en la ciudad de Jerusalén sino en el desierto, lugar simbólico en la Biblia para el encuentro con Dios, su vestimenta y sus costumbres austeras son lenguaje de sus prioridades, la nueva vida que viene de Dios, el despojo del poder y de las riquezas, el corazón que se prepara para acoger a aquel que Dios envía para salvar y liberar. La segunda lectura, igual que el evangelio, une el camino de la ética con la ruta que lleva a Jesús, prepararse para El significa asumir un modo de vida inspirado en su evangelio, vivir a contracorriente de la mentalidad ambiciosa e individualista, tomar en serio al prójimo, superar los intereses mezquinos, no negociar la conciencia, hacer del servicio y de la solidaridad aspectos determinantes de nuestros proyectos de vida. Cómo responder a las fuertes sospechas de Dawkins y de la no creencia? Sin entrar en campañas “anti”, fundamentalistas y fanáticas, sólo nos cabe dar razón de nuestra esperanza, haciendo recurso a la originalidad de Jesús, a su fuerte compromiso con la voluntad del Padre, a su entrega incondicional a los pobres y abandonados, a su exquisita humanidad, a su encarnación en la realidad, a su denuncia de la religiosidad legalista y supersticiosa, a su lenguaje de libertad, a sus densas y simultáneas divinidad y humanidad.

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