domingo, 3 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 3 DE DICIEMBRE DOMINGO I DE ADVIENTO

“Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: estén despiertos” (Marcos 13: 37) Lecturas: 1. Isaías 63: 16-19 y 64: 2-7 2. Salmo 79 3. 1 Corintios 1: 3-9 4. Marcos 13: 33-37 Empieza adviento, tiempo de esperanza, no es una simple formalidad litúrgica, es una actitud, una disposición para aguardar al buen Dios que se nos manifiesta definitivamente en la persona de Jesús, portador de la Buena Noticia, de las mejores razones para el sentido pleno de la vida, de la más radical garantía para una existencia de total significado. A qué se nos parece lo que dice la primera lectura, del profeta Isaías? Vuelve el pueblo israelita a su tierra, después de largos años de exilio y cautividad en Babilonia, experiencia de dura confrontación y despojo de los elementos esenciales de su identidad social y religiosa: “Por qué, Yavé, permitiste que nos perdiéramos de tus caminos? Y que nuestros corazones no sintieran por ti ningún respeto? Vuelve, por amor de tus servidores y de tus tribus herederas!” (Isaías 63: 17). El lenguaje de este texto revela una dolorida conciencia de su desamor a Dios y del alejamiento de los compromisos adquiridos con El en la alianza, entre líneas podemos percibir su tristeza y también su sentimiento de haber merecido la deportación a Babilonia, como castigo por sus infidelidades. Pero ahora, a pesar de ese desastre, viene también la intención de restablecer todo lo perdido, de volver a ser una nación íntegra, animada por ese Dios del que un día se apartaron. Viene como imperativo la recuperación de la esperanza con el compromiso de transformar las realidades presentes. En nuestro país, no por pecados ni por faltas de las comunidades, sino por la gravísima injusticia de grupos armados, señores de muerte y de violencia, muchas buenas personas, principalmente campesinos laboriosos, han sido desposeídos de sus tierras y lanzados al cruel desplazamiento de sus lugares de vida y de trabajo. Eterno drama que ahora cobra total vigencia con el proceso de paz. Volver a los orígenes, emprender una vida nueva, en armonía, en equidad, en arraigo y pertenencia. La comunidad judía en la que surge ese texto de Isaías retorna del exilio con el desafío de reconstruír los fundamentos de la nación, la ciudad de Jerusalén, el templo. No era un reto fácil. La mayoría de los exiliados ya se habían organizado en Babilonia y en otras regiones del imperio caldeo. La mayor parte de los que habían llegado desde Judea cincuenta años antes ya habían muerto y sus descendientes no sentían gran nostalgia por la tierra de sus padres. Los profetas los habían invitado continuamente a reconocer los errores que los habían llevado a la ruina, pero la mayoría de la población ignoraba a estos mediadores de Yavé: “Desde hace mucho tiempo somos la gente que tú ya no gobiernas y que ya no lleva tu apellido” (Isaías 63: 19). Algunos tomaron en serio el proyecto de restaurar la identidad, las instituciones, la organización de la comunidad, pero no contaron con mayor apoyo, a muchos les parecía que era algo loco e innecesario, para qué retornar a Jerusalén si ya todo está perdido, ausencia total de esperanza. Qué hacer ante tales coyunturas? Pasándolo a nosotros: la corrupción de políticos, magistrados, tiene tal poder que echa a pique toda nuestra ilusión de ser un pueblo de gente honesta? La explícita perversidad del modelo económico vigente tiene la capacidad de eliminar nuestras expectativas de justicia, equidad e inclusión? Seremos superiores a estas contradicciones? Siempre se requiere un resto fiel que mantenga viva la llama del sentido de la vida, de la confianza en el Dios que dinamiza la historia y que suscita movimientos liberadores, que confronta nuestros miedos e inercias para lanzarnos a la tarea de restablecer el sentimiento colectivo de dignidad: “Y sin embargo, Yavé, tú eres nuestro padre, nosotros somos la greda y tú eres el alfarero. Todos nosotros fuimos hechos por tus manos” (Isaías 64: 7). No vamos a transformar nuestra realidad convirtiéndonos en profetas de desgracias ni haciendo eco y juego a los políticos que pretenden polarizarnos con fundamentalismos intransigentes. El ser humano nuevo que surge de la experiencia de Dios y del hermano debe estar dotado de creatividad y de vigoroso talento innovador para demostrar que la esperanza es posible y decisiva para instaurar la nueva humanidad. En ese sentido entendemos la invitación de Jesús a mantenernos despiertos: “Estén despiertos ya que no saben cuándo regresará el dueño de la casa. Puede ser al atardecer, o a media noche, o al canto del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: estén despiertos” (Marcos 13: 35-37). Es de nuevo el asunto por excelencia de la vigilancia que se nos proponía en los domingos anteriores. Si cada día estamos embargados por lo superfluo, por el afán productivo, por el dejarnos domesticar por las mentalidades alienantes de éxito y de poder, por cargarle ladrillos al sistema, es muy posible que se nos pase la vida en penoso desperdicio y que desconozcamos la llamada de Jesús a construír este mundo nuevo que conocemos como el Reino de Dios y su justicia. La conducta evangélica ha de ser la de invitar a la esperanza, a esa vida novedosa de Dios que viene para nuestra salvación y libertad, animando a tiempo y a destiempo. La interpretación que se daba a estos textos del evangelio que apuntan hacia el futuro o hacia la escatología era muy impregnada de fatalismo y de temor: se tenía en mente a un Dios justiciero que señalaba plazos perentorios que podían cumplirse de un momento a otro, con esto se alimentaba el miedo a El, se limitaba notablemente el sano disfrute de la vida, y la religiosidad se convertía en una amargada y temerosa preparación para la muerte, sin la más mínima incidencia en la justicia o en la fraternidad. Este miedo funcionó durante siglos, con una imagen mítica de Dios, calcada de los emperadores totalitarios o de los señores feudales que hacían y deshacían con sus súbditos lo que se les antojaba. Había pavor a la condenación eterna, muy propio de la cristiandad medieval y barroca, con desafortunada persistencia en no pocas mentalidades y ambientes de nuestro tiempo. Qué tiene que ver eso con el Dios gozoso que viene para nuestra salvación? Qué puede significar adviento para la sociedad actual? Más allá de las formalidades rituales debemos volver por el sentido original del advenimiento, del aguardar con ilusión una nueva intervención de Dios, esta sí decisiva y plenificante, llamada a colmar nuestras expectativas de sentido. Cómo ganar el espacio del Espíritu en esta alocada sociedad de consumo que hace de esta temporada un festival frenético de la economía de mercado y del despilfarro irresponsable? Se dice que el tiempo de la modernidad, el tiempo de la razón ilustrada, fue el apogeo de las grandes utopías, de los grandes proyectos históricos destinados a la total autonomía del ser humano. De una parte vino el capitalismo liberal, la libre competencia, el espíritu individual con sus iniciativas económicas, el mito de las democracias y de las libertades para todos; de otra parte, con la inspiración de las teorías de Marx se pretendió construír la sociedad sin clases, la dictadura del proletariado, la intervención totalizante del estado como garantía para que este ideal se hiciera realidad. Pero….. este último fracasó, y el primero demuestra cada día con elocuentes evidencias sus profundas fisuras y su incapacidad para fomentar la dignidad humana y para producir las anheladas ilusiones de justicia, de inclusión, de equidad, de fraternidad. Por eso se dice que el ser humano moderno y postmoderno está escarmentado, ya no cree en esas grandes intenciones y utopías, lo suyo es el desencanto y un resignado día a día sin mayores perspectivas de futuro. Qué advenimiento espera la humanidad contemporánea? Cómo vivir el espíritu de adviento en sociedades que no esperan nada? Cómo hacer vigente el sentido del Reino de Dios y su justicia con toda la intensidad profética del proyecto de Jesús, del reencantamiento del ser humano y de su historia, de superar el síndrome del fracaso y del exilio? Aquí están los mayores retos para la fe cristiana y para las tradiciones religiosas, cuando recuperan su sentido original y dejan de lado sus intransigencias y fanatismos. Nuestro proceso de paz, la reivindicación de las víctimas, la justicia especial para este proceso, la creación de condiciones que hagan posible una convivencia sensata y dialogante, las determinaciones que hagan efectivas la justicia y las oportunidades para todos, son concreciones del advenimiento del Reino entre nosotros. La esperanza cristiana apunta a la consumación definitiva y al mismo tiempo trabaja con ahinco para demostrar que esa plenitud debe empezar aquí en la historia. Pablo, animando a sus cristianos de Corinto ante desalientos y crisis entre ellos, dice: “Sin cesar doy gracias a mi Dios ustedes y por la gracia de Dios que recibieron en Cristo Jesús. Pues en él han recibido todas las riquezas, tanto las de la palabra como las del conocimiento, al mismo tiempo que se hacían firmes en la fe. Ahora no les falta ningún don espiritual y quedan esperando la venida gloriosa de Cristo Jesús nuestro Señor” (1 Corintios 1: 4-7). Es un recuerdo clarísimo de que somos hijos de la gran utopía de Jesús, la de las bienaventuranzas, la que nos implica en la llegada de este nuevo orden de vida, de dignidad, de esperanza efectiva y afectiva para todos. Cada vez se perfila mejor: crear un mundo nuevo, fraternal y solidario, sin imperios ni transnacionales explotadores de los pobres, sin compra de honras y conciencias, sin destrucción de la casa común, sin brutales dominios de unos sobre otros, sin esquizofrenia consumista…Tarea apasionante a la que Jesús nos invita, y pone en alerta: “Lo que le digo a ustedes se lo digo a todos: estén despiertos” (Marcos 13: 37).

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