domingo, 11 de agosto de 2013

COMUNITAS MATUTINA 11 DE AGOSTO DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Sabiduría 18: 6-9
2.      Salmo 32:1.12 y 18-22
3.      Hebreos 11:1-2 y 8-19
4.      Lucas 12: 32-48
Un importante esfuerzo de la teología y de la catequesis es la capacidad de conectar los contenidos de la fe con la experiencia cotidiana de la gente, de tal manera que la fuerza significativa del mensaje se encarne en la realidad de los receptores y desarrolle lo que pretende :  una dinámica de transformación y crecimiento en los caminos de una humanidad que evoluciona con esperanza en Dios y en su implicación al mismo tiempo existencial-histórica y trascendental.
Decimos esto porque no es raro encontrar lenguajes religiosos excesivamente sacrales y sacralizadores, fruto de una dualidad persistente por siglos, que es la de separar el ámbito de lo humano y el de lo divino, a tal punto que se convierten en realidades extrañas la una para la otra y con poco o nada para decirse y para comprometerse.
La revelación bíblica original parte de una lógica encarnatoria, Dios no sucede en espacios distintos de los cotidianos, de los experienciales, de los reales. Este es el gran aporte de la mentalidad hebrea a la búsqueda de sentido que hace el ser humano, en su percepción y vivencia de la relación con Dios, en la manera como El interviene en la historia. Como ya lo hemos dicho Dios se dice a sí mismo en la realidad humana, histórica, y este es un decir liberador, salvador, generador de una humanidad plenamente abierta a El y a todos los humanos.
En este sentido, la historia de hombres y mujeres  es el medio del que Dios se vale para narrar en historias humanas concretas sus relatos de amor, de libertad, de dignidad. Y  no nos referimos solamente a los “famosos” como Abraham , Moisés, Isaías, Oseas, Jeremías, Pablo, María, los discípulos de Jesús, sino a nuestras propias biografías entendidas como espacios del acontecer de Dios.
 De ahí que sea posible hablar del evangelio según Rodríguez o González, según Rugeles o Pezzano, según Cortés o Hernández,  en la medida en que tantas personas que conocemos, que hacen parte de nuestro medio vital, hacen de su existencia narrativas gozosas, esperanzadoras, de este amor fundante y fundamental.
Esta clave nos permite una aproximación apasionante al capítulo 11 de la carta a los Hebreos, en los versículos que nos propone la segunda lectura de este domingo: “La fe es garantía de lo que se espera y prueba de lo que no se ve. Por ella fueron  aprobados nuestros mayores” (Hebreos 11: 1-2).
 Se está refiriendo el texto a lo que acredita la fe genuina en Dios, no a lo que hemos llamado religiosidad formal o ritual, sino a aquella dinámica que transforma y totaliza la vida de las personas y hace de ellas historias estupendas, bienaventuradas, en las que la combinación de gracia divina y libertad humana escribe textos-tejidos existenciales que deciden maneras de ser y de hacer totalmente fundamentadas en la realidad teologal y, por lo mismo, profundamente humanas.
 A mayor humanidad, mayor divinidad; a mayor divinidad, mayor humanidad. Esto es lo que Dios quiere hacer con nosotros a través del Señor Jesucristo.
Qué es lo que motiva y da sentido a vidas como las de María, San Pablo, Agustín de Hipona, Teresa de Jesús, Monseñor Romero, el Padre Arrupe, Dorothy Day, Edith Stein, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Juan de la Cruz? Qué es lo que mueve a tantas personas buenas, honestas, generosas, solidarias, a dar su vida para que la de muchos tenga sentido y dignidad?
 Es indiscutible que en la inmensa mayoría de estos relatos está presente la decisiva confianza en Dios y la esperanza firme en que El mismo es el aval y la legitimidad del ser humano.
Como dice bellamente el texto referido: “Por la fe ,Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia. Además, salió sin saber  a dónde iba. Por la fe, peregrino hacia la Tierra Prometida como extranjero, habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas. Es que Abraham esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11: 8-10).
Abraham es el padre y prototipo del nuevo creyente que se lanza con osadía a la aventura del desierto, y asume todos los riesgos que esto implica, sabedores de que es Dios el que está detrás  de esta invitación.
 Cómo se conecta este texto con nuestras historias de amor y de sentido? Cuál es el motivo fundante que estructura nuestra capacidad de vivir? Qué nos impulsa a luchar , a ser auténticos, a amar, a trabajar por la libertad y la dignidad del prójimo? Qué es lo que determina nuestra intención de salir del montón, de lo anodino, para integrarnos al gran relato teologal y humano, el de la liberación, el de la existencia con significado trascendente, el de hacer de esta historia un ámbito de verdadera humanidad, como feliz anticipo de la consumación definitiva que viviremos cuando pasemos la frontera de la muerte hacia el encuentro pleno con el Padre?
Que sea este texto un pretexto para revisar nuestras biografías en la perspectiva de la aventura vital arriesgada - “lanzada” decimos en lenguaje coloquial - la que no se limita al cumplimiento de los mínimos obligatorios, la que se esfuerza por vivir el día a día con pasión de Dios, pasión de humanidad. Contenidos que también están presentes en el relato que nos propone hoy el evangelio de Lucas.
La “vigilancia” a la que se refiere el texto no es la de la angustia permanente de la muerte, la de prepararnos sólo cuando nos sentimos “contra la pared”, apretados por condiciones extremas de la vida como la enfermedad o el sufrimiento, sino al cultivo de la fe y de la esperanza que llevan al creyente a vivir siempre en perspectiva de Dios, estableciendo que los valores de su vida son los del reino que Jesús nos ha propuesto:”Háganse bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla corroe. Porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón” (Lucas 12: 33-34).
Es clara la insistencia de Jesús para que nuestra vida acceda a lo esencial en orden  la genuina felicidad, al  auténtico sentido de la vida,una mirada crítica a todo lo que constituye nuestras historias para que hagamos un discernimiento que nos lleva a diferenciar lo liberador, lo evangélico, lo honesto, de lo egoísta, oscuro, pecaminoso, con el propósito de decidir a qué nos apegamos, si a lo definitivo de Dios, o a lo pasajero del mal espíritu.
Vivir teologalmente, también humanamente, al estilo de Jesús, es cultivar el sentido de la vigilancia al que se nos invita en el texto lucano: “Tengan ceñida la cintura y las lámparas encendidas, y sean como esos que esperan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle en cuanto llegue y llame. Dichosos los servidores a quienes el Señor, al venir, los encuentre velando. Les aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa e ira sirviéndolos, uno tras otro” (Lucas 12: 35-37).
Lo que quiere decir es que siempre hay que hacer todo bien en la vida, siempre ser buena persona, siempre ser honesto y responsable, siempre amar, siempre ayudar y servir a los demás, siempre llevar una existencia digna, no esperar a que las cosas se nos pongan críticas para reaccionar, siempre trabajar para que la vida de todos tenga sentido, siempre dar razones para la esperanza, en permanente y constante vivencia del reino de Dios y su justicia: “Por este motivo, rebosan sin duda de alegría, pero es preciso que todavía por algún tiempo tengan que soportar diversas pruebas. De ese modo, cuando Jesucristo se manifieste, la calidad probada de la fe de Ustedes, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor” (1 Pedro 1: 6-7).
Cuando muchos de los seres humanos que hay en nuestros medios se dedican a explotar y maltratar a otros, a acumular dinero y comodidades materiales, a sobornar y corromper , a afianzar su poder de modo violento, a llevar una vida baja en densidad espiritual y ética, Jesús nos propone su talante, indudablemente radical, profético, provocador, a contracorriente, el de una humanidad nueva que decide lanzarse a la aventura de la vida motivada por ese futuro definitivo que se proyecta desde aquí, a la construcción de la novedad del reino en cada hombre, en cada mujer, a la afirmación vigorosa de la dignidad de cada persona, a deshacer el paradigma amos- siervos para dar paso al modelo padres-madres-hermanos-amigos.
 Viviendo así estaremos aguardando adecuadamente la llegada del Señor!

Antonio José Sarmiento Nova,SJ  -  Alejandro  Romero  Sarmiento

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