Lecturas
1.
Sabiduría
18: 6-9
2.
Salmo
32:1.12 y 18-22
3.
Hebreos
11:1-2 y 8-19
4.
Lucas
12: 32-48
Un importante esfuerzo de la teología y de la catequesis es
la capacidad de conectar los contenidos de la fe con la experiencia cotidiana
de la gente, de tal manera que la fuerza significativa del mensaje se encarne
en la realidad de los receptores y desarrolle lo que pretende : una dinámica de transformación y crecimiento
en los caminos de una humanidad que evoluciona con esperanza en Dios y en su
implicación al mismo tiempo existencial-histórica y trascendental.
Decimos esto porque no es raro encontrar lenguajes religiosos
excesivamente sacrales y sacralizadores, fruto de una dualidad persistente por
siglos, que es la de separar el ámbito de lo humano y el de lo divino, a tal
punto que se convierten en realidades extrañas la una para la otra y con poco o
nada para decirse y para comprometerse.
La revelación bíblica original parte de una lógica
encarnatoria, Dios no sucede en espacios distintos de los cotidianos, de los
experienciales, de los reales. Este es el gran aporte de la mentalidad hebrea a
la búsqueda de sentido que hace el ser humano, en su percepción y vivencia de
la relación con Dios, en la manera como El interviene en la historia. Como ya
lo hemos dicho Dios se dice a sí mismo en la realidad humana, histórica, y este
es un decir liberador, salvador, generador de una humanidad plenamente abierta
a El y a todos los humanos.
En este sentido, la historia de hombres y mujeres es el medio del que Dios se vale para narrar
en historias humanas concretas sus relatos de amor, de libertad, de dignidad. Y
no nos referimos solamente a los
“famosos” como Abraham , Moisés, Isaías, Oseas, Jeremías, Pablo, María, los
discípulos de Jesús, sino a nuestras propias biografías entendidas como
espacios del acontecer de Dios.
De ahí que sea posible
hablar del evangelio según Rodríguez o González, según Rugeles o Pezzano, según
Cortés o Hernández, en la medida en que
tantas personas que conocemos, que hacen parte de nuestro medio vital, hacen de
su existencia narrativas gozosas, esperanzadoras, de este amor fundante y
fundamental.
Esta clave nos permite una aproximación apasionante al
capítulo 11 de la carta a los Hebreos, en los versículos que nos propone la
segunda lectura de este domingo: “La fe es garantía de lo que se espera y
prueba de lo que no se ve. Por ella fueron
aprobados nuestros mayores” (Hebreos 11: 1-2).
Se está refiriendo el
texto a lo que acredita la fe genuina en Dios, no a lo que hemos llamado
religiosidad formal o ritual, sino a aquella dinámica que transforma y totaliza
la vida de las personas y hace de ellas historias estupendas, bienaventuradas,
en las que la combinación de gracia divina y libertad humana escribe
textos-tejidos existenciales que deciden maneras de ser y de hacer totalmente
fundamentadas en la realidad teologal y, por lo mismo, profundamente humanas.
A mayor humanidad,
mayor divinidad; a mayor divinidad, mayor humanidad. Esto es lo que Dios quiere
hacer con nosotros a través del Señor Jesucristo.
Qué es lo que motiva y da sentido a vidas como las de María,
San Pablo, Agustín de Hipona, Teresa de Jesús, Monseñor Romero, el Padre
Arrupe, Dorothy Day, Edith Stein, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Juan de
la Cruz? Qué es lo que mueve a tantas personas buenas, honestas, generosas,
solidarias, a dar su vida para que la de muchos tenga sentido y dignidad?
Es indiscutible que en
la inmensa mayoría de estos relatos está presente la decisiva confianza en Dios
y la esperanza firme en que El mismo es el aval y la legitimidad del ser humano.
Como dice bellamente el texto referido: “Por la fe ,Abraham, al ser
llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en
herencia. Además, salió sin saber a
dónde iba. Por la fe, peregrino hacia la Tierra Prometida como extranjero,
habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas
promesas. Es que Abraham esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo
arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11: 8-10).
Abraham es el padre y prototipo del nuevo creyente que se
lanza con osadía a la aventura del desierto, y asume todos los riesgos que esto
implica, sabedores de que es Dios el que está detrás de esta invitación.
Cómo se conecta este
texto con nuestras historias de amor y de sentido? Cuál es el motivo fundante
que estructura nuestra capacidad de vivir? Qué nos impulsa a luchar , a ser
auténticos, a amar, a trabajar por la libertad y la dignidad del prójimo? Qué
es lo que determina nuestra intención de salir del montón, de lo anodino, para
integrarnos al gran relato teologal y humano, el de la liberación, el de la
existencia con significado trascendente, el de hacer de esta historia un ámbito
de verdadera humanidad, como feliz anticipo de la consumación definitiva que
viviremos cuando pasemos la frontera de la muerte hacia el encuentro pleno con
el Padre?
Que sea este texto un pretexto para revisar nuestras
biografías en la perspectiva de la aventura vital arriesgada - “lanzada”
decimos en lenguaje coloquial - la que no se limita al cumplimiento de los
mínimos obligatorios, la que se esfuerza por vivir el día a día con pasión de
Dios, pasión de humanidad. Contenidos que también están presentes en el relato
que nos propone hoy el evangelio de Lucas.
La “vigilancia” a la que se refiere el
texto no es la de la angustia permanente de la muerte, la de prepararnos sólo
cuando nos sentimos “contra la pared”, apretados por condiciones extremas de la
vida como la enfermedad o el sufrimiento, sino al cultivo de la fe y de la
esperanza que llevan al creyente a vivir siempre en perspectiva de Dios,
estableciendo que los valores de su vida son los del reino que Jesús nos ha
propuesto:”Háganse bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los
cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla corroe. Porque donde esté su
tesoro, allí estará también su corazón” (Lucas 12: 33-34).
Es clara la insistencia de Jesús para que nuestra vida acceda
a lo esencial en orden la genuina
felicidad, al auténtico sentido de la
vida,una mirada crítica a todo lo que constituye nuestras historias para que
hagamos un discernimiento que nos lleva a diferenciar lo liberador, lo
evangélico, lo honesto, de lo egoísta, oscuro, pecaminoso, con el propósito de
decidir a qué nos apegamos, si a lo definitivo de Dios, o a lo pasajero del mal
espíritu.
Vivir teologalmente, también humanamente, al estilo de Jesús,
es cultivar el sentido de la vigilancia al que se nos invita en el texto
lucano: “Tengan ceñida la cintura y las lámparas encendidas, y sean como esos
que esperan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle en cuanto llegue y
llame. Dichosos los servidores a quienes el Señor, al venir, los encuentre
velando. Les aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa e ira
sirviéndolos, uno tras otro” (Lucas 12: 35-37).
Lo que quiere decir es que siempre hay que hacer
todo bien en la vida, siempre ser buena persona, siempre ser honesto y
responsable, siempre amar, siempre ayudar y servir a los demás, siempre llevar
una existencia digna, no esperar a que las cosas se nos pongan críticas para
reaccionar, siempre trabajar para que la vida de todos tenga sentido, siempre
dar razones para la esperanza, en permanente y constante vivencia del reino de
Dios y su justicia: “Por este motivo, rebosan sin duda de alegría, pero es preciso que
todavía por algún tiempo tengan que soportar diversas pruebas. De ese modo,
cuando Jesucristo se manifieste, la calidad probada de la fe de Ustedes, más preciosa
que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convertirá en motivo de
alabanza, de gloria y de honor” (1 Pedro 1: 6-7).
Cuando muchos de los seres humanos que hay en nuestros medios
se dedican a explotar y maltratar a otros, a acumular dinero y comodidades
materiales, a sobornar y corromper , a afianzar su poder de modo violento, a
llevar una vida baja en densidad espiritual y ética, Jesús nos propone su
talante, indudablemente radical, profético, provocador, a contracorriente, el
de una humanidad nueva que decide lanzarse a la aventura de la vida motivada
por ese futuro definitivo que se proyecta desde aquí, a la construcción de la
novedad del reino en cada hombre, en cada mujer, a la afirmación vigorosa de la
dignidad de cada persona, a deshacer el paradigma amos- siervos para dar paso
al modelo padres-madres-hermanos-amigos.
Viviendo así estaremos
aguardando adecuadamente la llegada del Señor!
Antonio José Sarmiento Nova,SJ -
Alejandro Romero Sarmiento
No hay comentarios:
Publicar un comentario