domingo, 18 de agosto de 2013

COMUNITAS MATUTINA 18 DE AGOSTO DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Jeremías 38: 4-6 y 8-10
2.      Salmo 39: 2-4 y 18
3.      Hebreos 12: 1-4
4.      Lucas 12: 49-53
Siguiendo el espíritu del capítulo 11 de la carta a los Hebreos – segunda lectura del domingo anterior – que nos presentaba a los grandes testigos de la fe, en este continuamos con el mismo énfasis, ahora bajo el signo de la cruz y de la contradicción, cuando la iniciativa de Dios, presentada por estos profetas, entra en conflicto con los criterios humanos de poder, riqueza, éxito competitivo, injusticia y expectativa de una “religión cómoda” que no ponga en tela de juicio esta mundanidad egoísta, alejada de Dios y de los hermanos.
En relación con esto, San Alberto Hurtado (1901-1952), jesuita chileno canonizado por Benedicto XVI, hablaba de “un fuego que enciende otros fuegos”, aludiendo al dinamismo apasionado, enamorado, de quien ha de comprometerse con la causa de Jesús y del Evangelio, siguiendo su camino doloroso, exigente, liberador, que va muchísimo más allá de la comodidad ritual y formal de una religiosidad cumplidora pero no radical en términos de opción y de compromiso.
Jeremías en su misión de profeta lo pasó muy mal porque el rey, sus ministros, los sacerdotes, vieron en él una persona indeseable: “Aquellos notables dijeron al rey: hay que condenar a muerte a ese hombre, porque con eso desmoraliza a los guerreros que quedan en  esta ciudad y a toda la plebe, diciéndoles tales cosas. Porque este hombre no procura en absoluto el bien del pueblo, sino su daño” (Jeremías 38:4).
Este profeta vivió la dramática historia de su pueblo, gobernado a menudo por reyes incompetentes y profundamente infieles con relación a Dios y a la alianza; por eso orientó su ministerio a denunciar con severidad las muchísimas y permanentes incoherencias de los dirigentes, quienes lo consideraron una amenaza para toda la nación.
 Una vez más se constata que el ejercicio auténtico de la profecía – hablar y vivir en nombre de Dios – requiere de parte del profeta una honestidad insobornable que no transige con ningún poder, ni siquiera el religioso,  lo que  definitivamente lo expone a la persecución y malquerencia por parte de los que se sienten confrontados por su palabra.
Como Jeremías – bien lo sabemos – muchos hombres y mujeres en la historia de la fe han avalado con sus vidas la fidelidad total, incondicional, al proyecto de Dios. Esos son los auténticos creyentes, los que con su vida significan el alcance pleno de las implicaciones de dedicar la totalidad de la vida a esta causa.
En estos textos de COMUNITAS MATUTINA hemos propuesto con frecuencia modelos de cristianos que han vivido así y que son – por lo mismo – óptimos referentes de la identidad cristiana.
 Como nuestros inolvidables obispos colombianos Jesús Emilio Jaramillo (1916-1989), de la diócesis de Arauca, e Isaías Duarte Cancino (1939-2002), de la diócesis de Cali, asesinados como consecuencia de su sinceridad profética, cuando en su ministerio denunciaron con altísima severidad a los grupos violentos y a los corruptos que cohonestaban con esta mentalidad, contraria al querer de Dios y a la sensibilidad de las comunidades  de creyentes.
Con ellos vienen también a nuestra memoria el entrañable Monseñor Romero, mártir de la dignidad humana; Santa Edith Stein, judía conversa sacrificada por los nazis en el ignominioso campo de concentración de Auschwitz; María Goretti que dignamente se negó a entregar su virtud de mujer a un violador; el gigante obispo brasilero Dom Helder Cámara, de la diócesis de Olinda-Recife, que permanente enfrentó a quienes mancillaban la dignidad de sus pobres ,  por esto incomprendido y calumniado.
Estos cristianos raizales, y muchos otros , nos evidencian con nitidez los retos que nos plantea el Señor cuando nos empeñamos en tomarle en serio: “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con constancia la carrera que se nos propone, con los ojos fijos en Jesús, que inicia y lleva a la perfección la fe” (Hebreos 12: 1-2).
El mismo Señor Jesús es el prototipo de esta realidad cuando, desde su absoluta referencia a la voluntad del Padre Dios, anuncia el reino como nuevo y decisivo ámbito de sentido, de vida, de gracia, de dignidad, y critica  a los poderes religiosos y políticos de su tiempo, denunciándolos fuertemente, porque son incompatibles con el proyecto de Dios. Es decir, decididamente pecaminosos.
Esta sinceridad evangélica le vale la animadversión de los dirigentes judíos que empiezan a tramar contra El, buscando en sus palabras y conducta fisuras para poder acusarlo, como finalmente lo hacen, de blasfemo, hereje y contrario a las tradiciones religiosas de Israel.
El drama de su pasión, las humillaciones extremas a las que fue sometido, la calumnia, el abandono, se hacen patentes en los relatos evangélicos que refieren sus sufrimientos, y nos dejan muy claro que la condición de ser sus seguidores no puede ser una tranquila adaptación a una inercia religiosa, más socio cultural que existencial, sino una constante y creciente actitud de amor a El mismo, a su Buena Noticia, a su estilo de vida, para configurar todo nuestro ser y quehacer con El, siguiendo lo que propone en otro lugar la carta a los Hebreos: “El, en vista del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fíjense en quien soportó tales contradicciones de parte de los pecadores, para que no desfallezcan faltos de ánimo” (Hebreos 12: 2-3).
Con esto, se nos está invitando a integrarnos a la inmensa “nube de testigos”, con la misma conciencia de estar expuestos a la cruz y a la humillación, pero siempre con la sólida esperanza estar apostándolo todo por el Dios siempre mayor que respalda y legitima la vida y el servicio de los profetas.
Como lo hemos afirmado tan a menudo, los criterios del “mundo”, el poder, la comodidad material y el disfrute egoísta de todo esto, el atropello a la dignidad de tantos hermanos, la corrupción y las estratagemas maquiavélicas para lograr propósitos siniestros, el hedonismo, también el silencio cómplice, son asuntos que van en contravía del proyecto de Dios que se explicita en Jesús y que se anticipó en el ejercicio profético de Jeremías y de todos aquellos grandes del Antiguo Testamento como Isaías y Amós, Ezequiel y Baruc, Oseas y Sofonías.
Estos estilos son para nosotros realidades lejanas, ajenas a nuestra sensibilidad, pasan por nuestros sentidos sin impactarnos? Con nuestra manera anodina de ser cristianos dejamos que se impongan los inicuos y perversos?  O, más bien, nos dejamos “desacomodar” por Dios para confrontar todo lo que en nosotros y en nuestro medio hay de inhumano y antievangélico?
Así podemos entender y sentir las palabras de Jesús : “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, y cuánto desearía que ya hubiera prendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado, y qué angustia hasta que esto se cumpla” (Lucas 12: 49-50).
 Una clarísima incitación a revisar nuestra dimensión temerosa, facilista, ambigua, timorata, para dejar que El nos encienda con su fuego  abrasador, el que nos remite al Padre y a los hermanos, el que nos hace amar la vida sobria y bienaventurada, la austeridad y el servicio a los últimos del mundo, la solidaridad y la pasión infatigable por la justicia, a sabiendas de que en ello nos pueden ir la comodidad, la tranquilidad, exponiéndonos a ser incomprendidos, maltratados, desconocidos.
En este orden de cosas, es muy conveniente hacer una advertencia crítica sobre el peligro de los fundamentalismos ideológicos, sociales, religiosos, tentación siempre presente cuando se adoptan estilos soberbios, intransigentes, descalificadores. El genuino talante profético siempre se fija en Jesús, asume su ser, su misión, su lógica, y con esto se abre a la luminosidad del amor de Dios, sin ponerse farisaicamente en posición de superioridad ante otros. El evangelio auténtico es humilde, muy humilde y amoroso y, en esa medida, salvador-redentor-liberador.
Dios y su Espíritu nos libren de considerarnos dueños exclusivos de la verdad!
 La fuerza de la profecía, si bien es fuerte, radical, no es destructiva y, en medio de ese vigor, propicia el nacimiento de una nueva humanidad, la que se dispone a fijarse juiciosamente en lo que Dios quiere, fundamentando la dignidad de cada persona, favoreciendo su respeto y reconocimiento, desarrollando estilos de vida según el modelo de la comunión y solidaridad que deben distinguir a todo creyente sincero.
Estemos abiertos a que la gracia de Dios infunda en nosotros el coraje de la total rectitud, de la vida insobornable, de la transparencia del ser, que todo lo nuestro se incendie con el fuego vital y creador que el Padre nos comunica en Jesús hasta llegar a la plena honestidad del profeta!

Antonio José Sarmiento Nova,SJ  -  Alejandro Romero Sarmiento

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