Lecturas
1.
Jeremías
38: 4-6 y 8-10
2.
Salmo
39: 2-4 y 18
3.
Hebreos
12: 1-4
4.
Lucas
12: 49-53
Siguiendo el espíritu del capítulo 11 de la carta a los
Hebreos – segunda lectura del domingo anterior – que nos presentaba a los
grandes testigos de la fe, en este continuamos con el mismo énfasis, ahora bajo
el signo de la cruz y de la contradicción, cuando la iniciativa de Dios,
presentada por estos profetas, entra en conflicto con los criterios humanos de
poder, riqueza, éxito competitivo, injusticia y expectativa de una “religión cómoda” que no ponga en tela de
juicio esta mundanidad egoísta, alejada de Dios y de los hermanos.
En relación con esto, San Alberto Hurtado (1901-1952),
jesuita chileno canonizado por Benedicto XVI, hablaba de “un fuego que enciende otros
fuegos”, aludiendo al dinamismo apasionado, enamorado, de quien ha de
comprometerse con la causa de Jesús y del Evangelio, siguiendo su camino
doloroso, exigente, liberador, que va muchísimo más allá de la comodidad ritual
y formal de una religiosidad cumplidora pero no radical en términos de opción y
de compromiso.
Jeremías en su misión de profeta lo pasó muy mal porque el
rey, sus ministros, los sacerdotes, vieron en él una persona indeseable: “Aquellos
notables dijeron al rey: hay que condenar a muerte a ese hombre, porque con eso
desmoraliza a los guerreros que quedan en
esta ciudad y a toda la plebe, diciéndoles tales cosas. Porque este
hombre no procura en absoluto el bien del pueblo, sino su daño” (Jeremías
38:4).
Este profeta vivió la dramática historia de su pueblo,
gobernado a menudo por reyes incompetentes y profundamente infieles con
relación a Dios y a la alianza; por eso orientó su ministerio a denunciar con
severidad las muchísimas y permanentes incoherencias de los dirigentes, quienes
lo consideraron una amenaza para toda la nación.
Una vez más se
constata que el ejercicio auténtico de la profecía – hablar y vivir en nombre
de Dios – requiere de parte del profeta una honestidad insobornable que no
transige con ningún poder, ni siquiera el religioso, lo que definitivamente lo expone a la persecución y
malquerencia por parte de los que se sienten confrontados por su palabra.
Como Jeremías – bien lo sabemos – muchos hombres y mujeres en
la historia de la fe han avalado con sus vidas la fidelidad total,
incondicional, al proyecto de Dios. Esos son los auténticos creyentes, los que
con su vida significan el alcance pleno de las implicaciones de dedicar la
totalidad de la vida a esta causa.
En estos textos de COMUNITAS MATUTINA hemos propuesto
con frecuencia modelos de cristianos que han vivido así y que son – por lo
mismo – óptimos referentes de la identidad cristiana.
Como nuestros
inolvidables obispos colombianos Jesús Emilio Jaramillo (1916-1989),
de la diócesis de Arauca, e Isaías Duarte Cancino (1939-2002),
de la diócesis de Cali, asesinados como consecuencia de su sinceridad
profética, cuando en su ministerio denunciaron con altísima severidad a los
grupos violentos y a los corruptos que cohonestaban con esta mentalidad,
contraria al querer de Dios y a la sensibilidad de las comunidades de creyentes.
Con ellos vienen también a nuestra memoria el entrañable Monseñor
Romero, mártir de la dignidad humana; Santa Edith Stein, judía
conversa sacrificada por los nazis en el ignominioso campo de concentración de
Auschwitz; María Goretti que dignamente se negó a entregar su virtud de
mujer a un violador; el gigante obispo brasilero Dom Helder Cámara, de la
diócesis de Olinda-Recife, que permanente enfrentó a quienes mancillaban la
dignidad de sus pobres , por esto
incomprendido y calumniado.
Estos cristianos raizales, y muchos otros , nos evidencian
con nitidez los retos que nos plantea el Señor cuando nos empeñamos en tomarle
en serio: “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube
de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con
constancia la carrera que se nos propone, con los ojos fijos en Jesús, que
inicia y lleva a la perfección la fe” (Hebreos 12: 1-2).
El mismo Señor Jesús es el prototipo de esta realidad cuando,
desde su absoluta referencia a la voluntad del Padre Dios, anuncia el reino
como nuevo y decisivo ámbito de sentido, de vida, de gracia, de dignidad, y
critica a los poderes religiosos y
políticos de su tiempo, denunciándolos fuertemente, porque son incompatibles
con el proyecto de Dios. Es decir, decididamente pecaminosos.
Esta sinceridad evangélica le vale la animadversión de los
dirigentes judíos que empiezan a tramar contra El, buscando en sus palabras y
conducta fisuras para poder acusarlo, como finalmente lo hacen, de blasfemo,
hereje y contrario a las tradiciones religiosas de Israel.
El drama de su pasión, las humillaciones extremas a las que
fue sometido, la calumnia, el abandono, se hacen patentes en los relatos
evangélicos que refieren sus sufrimientos, y nos dejan muy claro que la
condición de ser sus seguidores no puede ser una tranquila adaptación a una
inercia religiosa, más socio cultural que existencial, sino una constante y
creciente actitud de amor a El mismo, a su Buena Noticia, a su estilo de vida,
para configurar todo nuestro ser y quehacer con El, siguiendo lo que propone en
otro lugar la carta a los Hebreos: “El, en vista del gozo que se le proponía,
soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono
de Dios. Fíjense en quien soportó tales contradicciones de parte de los
pecadores, para que no desfallezcan faltos de ánimo” (Hebreos 12: 2-3).
Con esto, se nos está invitando a integrarnos a la inmensa “nube
de testigos”, con la misma conciencia de estar expuestos a la cruz y a
la humillación, pero siempre con la sólida esperanza estar apostándolo todo por
el Dios siempre mayor que respalda y legitima la vida y el servicio de los
profetas.
Como lo hemos afirmado tan a menudo, los criterios del “mundo”,
el poder, la comodidad material y el disfrute egoísta de todo esto, el
atropello a la dignidad de tantos hermanos, la corrupción y las estratagemas
maquiavélicas para lograr propósitos siniestros, el hedonismo, también el
silencio cómplice, son asuntos que van en contravía del proyecto de Dios que se
explicita en Jesús y que se anticipó en el ejercicio profético de Jeremías y de
todos aquellos grandes del Antiguo Testamento como Isaías y Amós, Ezequiel y
Baruc, Oseas y Sofonías.
Estos estilos son para nosotros realidades lejanas, ajenas a
nuestra sensibilidad, pasan por nuestros sentidos sin impactarnos? Con nuestra
manera anodina de ser cristianos dejamos que se impongan los inicuos y
perversos? O, más bien, nos dejamos “desacomodar”
por Dios para confrontar todo lo que en nosotros y en nuestro medio hay de
inhumano y antievangélico?
Así podemos entender y sentir las palabras de Jesús : “He
venido a arrojar un fuego sobre la tierra, y cuánto desearía que ya hubiera
prendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado, y qué angustia hasta que
esto se cumpla” (Lucas 12: 49-50).
Una clarísima
incitación a revisar nuestra dimensión temerosa, facilista, ambigua, timorata,
para dejar que El nos encienda con su fuego abrasador, el que nos remite al Padre y a los
hermanos, el que nos hace amar la vida sobria y bienaventurada, la austeridad y
el servicio a los últimos del mundo, la solidaridad y la pasión infatigable por
la justicia, a sabiendas de que en ello nos pueden ir la comodidad, la
tranquilidad, exponiéndonos a ser incomprendidos, maltratados, desconocidos.
En este orden de cosas, es muy conveniente hacer una
advertencia crítica sobre el peligro de los fundamentalismos ideológicos,
sociales, religiosos, tentación siempre presente cuando se adoptan estilos
soberbios, intransigentes, descalificadores. El genuino talante profético
siempre se fija en Jesús, asume su ser, su misión, su lógica, y con esto se
abre a la luminosidad del amor de Dios, sin ponerse farisaicamente en posición
de superioridad ante otros. El evangelio auténtico es humilde, muy humilde y
amoroso y, en esa medida, salvador-redentor-liberador.
Dios y su Espíritu nos libren de considerarnos dueños
exclusivos de la verdad!
La fuerza de la
profecía, si bien es fuerte, radical, no es destructiva y, en medio de ese
vigor, propicia el nacimiento de una nueva humanidad, la que se dispone a
fijarse juiciosamente en lo que Dios quiere, fundamentando la dignidad de cada
persona, favoreciendo su respeto y reconocimiento, desarrollando estilos de
vida según el modelo de la comunión y solidaridad que deben distinguir a todo
creyente sincero.
Estemos abiertos a que la gracia de Dios infunda en nosotros
el coraje de la total rectitud, de la vida insobornable, de la transparencia
del ser, que todo lo nuestro se incendie con el fuego vital y creador que el
Padre nos comunica en Jesús hasta llegar a la plena honestidad del profeta!
Antonio José Sarmiento Nova,SJ -
Alejandro Romero Sarmiento
No hay comentarios:
Publicar un comentario