Lecturas
1.
Eclesiástico
15: 11 – 21
2.
Salmo
118: 1-5; 17-18 y 33-34
3.
1
Corintios 2: 6 – 10
4.
Mateo
5: 17 – 37
Dios, en su proyecto
de creación y de comunicación de vida plena y digna, nos ha hecho libres y
responsables, sin coaccionar ni siquiera la posibilidad de aceptarlo o
rechazarlo. Este es el gran misterio de la libertad humana a la luz de esta
apasionante decisión teologal. De aquí deriva el sentido del discernimiento
como expresión de madurez en el Espíritu.
Surgen preguntas de fondo: qué es lo que verdaderamente
obliga? Cuál es el alcance de la conciencia individual? Cómo re-significar
desde este dinamismo de la libertad todo el conjunto de normas, prescripciones
jurídicas, y demás aspectos de la institucionalidad civil o eclesial? Cómo ser
libres siguiendo el estilo del Señor Jesús?
Viene a la memoria un pequeño libro de 1975 : “Manifiesto
de la libertad cristiana” (Ediciones Cristiandad; Madrid, 1976),
suscrito por un grupo de ocho católicos franceses, evangélicamente preocupados
por el peso excesivo de lo jurídico y de lo institucional en la Iglesia, por
encima de sus decisivos aspectos carismáticos y proféticos.
En ese texto hay un capítulo sugestivo: “Todos los cristianos tienen una
conciencia”, que dice en uno de sus apartes: “Todos los cristianos tienen
derecho a buscar y vivir con sus hermanos unas actitudes y comportamientos que
en su caso hagan realidad las exigencias evangélicas en el terreno moral. Hay
diversas maneras de traducir concretamente la existencia cristiana en materia
moral; esta diversidad garantiza y fundamenta el derecho, y por consiguiente el
deber, de la búsqueda y la innovación reflexivas y arriesgadas. En este doble
esfuerzo, renovado sin cesar, los cristianos han de contar con la ayuda de sus
hermanos y la colaboración de la comunidad. En este terreno hay una sola
autoridad suprema que pueda ser invocada: la verdad normativa que es para sí
misma la libertad ilustrada y responsable” (Op. Cit. Página 65).
Por aquí transita el mensaje que la Palabra nos comunica en
este domingo, y que tiene en el texto de Eclesiástico un aval profundamente
sabio, libro que pertenece al grupo llamado de los sapienciales, en el que se
consigna la experiencia espiritual de los antiguos israelitas, el modo creyente
como construyen su sentido de vida, como asumen los retos de la existencia,
como configuran todo lo suyo en clave teologal: “Al principio, el Señor creó al
hombre y lo dejó a su propio albedrío. Si quieres, guardarás los mandamientos y
permanecerás fiel a su voluntad. El te ha puesto delante fuego y agua, alarga
tu mano y toma lo que quieras. Ante los hombres están la vida y la muerte, a
cada uno se le dará lo que prefiera” (Eclesiástico 15: 14 – 17).
Cómo conciliar este legítimo derecho humano de tomar
libremente sus opciones con las obligaciones que se contraen con la sociedad,
con el ordenamiento legal del estado, con el respeto debido a los ciudadanos,
con los compromisos propios de la condición creyente? Este asunto es esencial
en la generación de un sujeto adulto, maduro, responsable, porque no es en los
extremos de los autoritarismos, de las legislaciones impuestas a ultranza, ni
en las permisividades y anarquías, donde se puede ejercer cabalmente este
esencial dinamismo humano de la libertad.
Venimos de un modelo de interpretación de lo
cristiano-católico en el que se nos inculcó la obligatoriedad sin consulta a
nuestra libertad, cumplimiento incondicional, acrítico, de un sinnúmero de
normas y determinaciones, cuyo desacato inmediatamente traía consecuencias de
castigo y de pecado, sentimientos de culpa y acoso con la imagen de un Dios
judicial e intransigente, con toda su secuela de temores, inseguridades, y en
no pocos casos, con notables desarreglos psicológicos.
Se canonizó el principio de autoridad, a la que se le otorgó
todo poder sobre las conciencias, y el buen talante cristiano y/o ciudadano se
encontró en quienes se sometían sin reservas a todo lo establecido,
considerando que quienes ejercían (o ejercen) el sentido crítico y el
desacuerdo son personas disfuncionales, rebeldes, irrespetuosas con el sistema.
Si bien lo que estamos tratando en esta materia tiene
profundas connotaciones sociológicas, emocionales, racionales, psicológicas, lo
que queremos proponer para la oración, el discernimiento, el crecimiento humano
y espiritual, tiene que ver con nuestra disposición y opción fundamentales ante
Dios, es decir, esto es de raigambre teologal, reiterando esta convicción
creyente de nuestra creación como seres libres.
Cómo manejar sabiamente esta libertad? : “A los maduros en la fe les
proponemos una sabiduría; no sabiduría de este mundo o de los jefes de este
mundo, que van siendo derribados. Proponemos la sabiduría de Dios, misteriosa y
secreta, la que El preparó desde antiguo para nuestra gloria” (1
Corintios 2: 6 – 7). Estas palabras de
San Pablo aluden a algo que hemos mencionado a menudo en Comunitas Matutina, y es
el contraste que se encuentra en tiempos de Jesús entre lo que los griegos
apreciaban como razonable, lo que los romanos ponderaban como sensato y
respetable, y lo que para los judíos era cordura y sabiduría.
Para el modo de ser de los griegos era lo racional lo que
tenía lógica y consistencia, lo que era demostrable a través de los cauces de
esta dimensión que – bien sabemos – de entrada no es para nada despreciable
pero que no se constituye en lo único que define al ser humano. Para los
romanos, lo cuerdo estaba en la altísima valoración del poder constituído y
dominante, el triunfo de lo político y la supremacía del Imperio; y, para el
mundo religioso judío, lo creíble estaba dado por su propio sistema de rituales
y leyes, vividos minuciosamente, sin someterlos a juicio.
Y Pablo propone lo que él mismo llama la sabiduría de la cruz,
como lo indica la secuencia de 1 Corintios desde hace cuatro domingos. Aquí,
para nosotros seguidores de Jesús, reside la clave para abordar esto de la
autonomía de la conciencia y de su interacción con cualquier tipo de normativa,
civil o religiosa, en términos de mantenernos fieles a esa condición original
con la que hemos sido creados libres, manifestación maravillosa, notabilísima,
de las intenciones originales del Creador.
El referente central de esta sabiduría es el mismo Señor
Jesús, desde El podemos entender y vivir los alcances de esta nueva manera de
ser, contenida en todas las evidencias de su misión, en sus palabras, en su
manera de relacionarse con el Padre, en su actitud ante cada ser humano, en sus
señales milagrosas, en sus disposiciones ante la religión judía y ante el poder
romano, incluyendo sus conflictos y desacuerdos, como lo refieren los relatos
evangélicos.
Es decir, desde la
donación total de su vida al Padre y a los hermanos, donación que remató
cruentamente en el escándalo de la cruz.
Y veamos cómo empieza el texto de Mateo, en la Palabra de
este VI domingo del tiempo ordinario: “No piensen que he venido a abolir la ley y
los profetas. No he venido a abolirlos sino a darles cumplimiento”
(Mateo 5: 17). Con Jesús se supera el sentido de la observancia de la Ley: ya
no se tratará de ejecutar una serie de mandatos, simplemente porque la
autoridad los ha decidido como obligatorios, sino porque la conciencia de cada
persona está llamada a interiorizar el espíritu que se quiere expresar en tal o
cual normativa.
Con Jesús viene una justicia nueva que trasciende y replantea
la antigua. Es la condición del amor sincero a Dios, a la humanidad, a la misma
comunidad de fe, a la sociedad y cultura en la que se vive, lo que confiere
este novedoso significado al ejercicio de una conciencia que, dotada de la
sabiduría de la cruz, permite entender con adultez de hombres y mujeres libres
todas las exigencias que proceden de nuestra doble y complementaria condición
de seres humanos y creyentes, en la que se incluye, por supuesto, el derecho a disentir y a ejercer la llamada objeción
de conciencia, cuando una prescripción entra en contravía con nuestras
convicciones espirituales y humanistas, cuando subvierte los valores de nuestra
fe y el primado de la conciencia adulta.
“Porque les digo que si su justicia no es mayor que la de los
escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos” (Mateo 5: 20), es una expresión
enfática de Jesús a sus discípulos, a nosotros, para reiterar esta vocación de
terminar con una comprensión y práctica literal, de simple cumplimiento de lo
normativo, para pasar al aspecto sustancialmente cualitativo que proviene del
Evangelio, en el que se conjugan libertad humana, significado interior de la
ley y acatamiento a la misma.
Y luego empieza una redacción que se expresa en “Ustedes
han oído que se dijo….. pero yo les digo”, detalle gramatical que
subraya el ya mencionado contraste y la correspondiente superación en libertad:
“
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: no matarás, pues el que mate
será reo ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se encolerice
contra su hermano será reo ante el tribunal; el que llame a su hermano imbécil
será reo ante el sanedrín; y el que le llame renegado, será reo ante la gehenna
de fuego. Entonces, si al momento de de presentar tu ofrenda en el altar te
acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante
del altar, y vete primero a reconciliar con tu hermano” (Mateo 5:
21-24). Respeto exquisito por la dignidad del ser humano que indica que esto es
más importante que la formalidad externa de un ritual religioso! Genuina
superación del literalismo de la ley para vivir con hondura el espíritu
contenido en ella.
Con Jesús se llenan de contenido interior la autonomía de la
conciencia y el cumplimiento de la ley, justamente a partir de la sabiduría del
Espíritu, del discernimiento. El mal no reside en una simple infracción sino en
la intención y actitud con que se hace: “Ustedes han oído que se dijo: no cometerás
adulterio. Pues yo les digo que todo el que mira con deseo a una mujer ya
cometió adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5: 27 – 28).
Por esto , la sana conciencia no se fija simplemente en lo
exterior de la norma y en su acatamiento o incumplimiento, sino en la
intencionalidad que dirige esa acción. Esas intenciones se educan desde una
construcción saludable del sujeto humano y creyente, en un proceso de
crecimiento sapiencial en las cosas del Espíritu, con la libertad propia de los
hijos de Dios.
Alejandro Romero Sarmiento
- Antonio José Sarmiento
Nova,S.J.
No hay comentarios:
Publicar un comentario