Lecturas
1.
Isaías
58: 6 – 10
2.
Salmo
111: 4-9
3.
1
Corintios 2: 1 – 5
4.
Mateo
5: 13 – 16
La fe cristiana, la Iglesia, comunidad de los seguidores de
Jesús, es portadora de la Buena Noticia y, en cuanto tal, debe seguir la
indicación del Maestro: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal
se vuelve insípida, con qué se le devolverá el sabor? Sólo sirve para tirarla y
que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una
ciudad construída sobre un monte” (Mateo 5: 13-14).
La alusión metafórica es clarísima, se trata de fermentar la
humanidad con el sabor del Evangelio, de dar sazón a los seres humanos y a su
historia, de constituirse en luminosidad de sentido y de esperanza. La sal conserva, hace más
apetecibles los alimentos, garantiza el gusto y en la tradición bíblica es
símbolo de sabiduría.
Una advertencia crítica con la expresión: “¿Si
la sal se vuelve insípida, con qué se le devolverá el sabor?” (Mateo 5:
13), alude a la debilidad testimonial, al escaso impacto de los testigos, a las
frágiles propuestas religiosas que no entusiasman, al pretender estar siempre
protegidos con la seguridad institucional que blinda la fuerza transformadora
del Evangelio.
Por otra parte, de qué manera los cristianos atendemos las
tinieblas del mundo? Las interminables referencias al sentimiento trágico que
envuelve la vida de tantos hermanos nuestros, el vacío existencial de muchos,
sus sufrimientos y carencias, sus violentas pobrezas y exclusiones, el padecer
injustamente las decisiones excluyentes de gobiernos y sistemas políticos, los
gravísimos males de una economía sin humanismo, las intransigencias que
conducen a tantas guerras absurdas, el fundamentalismo y las intransigencias de
muchos grupos religiosos, nos hacen preguntas de fondo para superar la precariedad
de nuestro testimonio y retornarnos al pleno ejercicio de la lucidez evangélica?
Cómo ser luz en esta oscuridad? Cómo hacer de nuestra vida “sal
de la tierra y luz del mundo”? Este es el interrogante clave que la
Palabra pone a nuestra consideración en este domingo. Es una invitación a hacer
una revisión profunda de todo nuestro ser y quehacer, aunque para ello tengamos
que vivir intensos dolores.
Para poner un ejemplo concreto, totalmente contemporáneo, que
a todos nos duele muchísimo, veamos que esta semana la ONU ha solicitado a la Santa Sede un informe exhaustivo sobre las
medidas que la Iglesia Católica ha tomado para castigar a los clérigos
responsables de pederastia y abusos sexuales, lo mismo que a los superiores
eclesiásticos que no han sido severos en la aplicación de sanciones y en la
dimisión del estado sacerdotal a quienes así lo merecen. Como es natural, la
Santa Sede, a través de sus voceros autorizados ha respondido, y la ONU manifiesta que las respuestas no
son satisfactorias.
Este es un asunto bien sensible porque toca uno de los
aspectos más finos de la coherencia cristiana. Sin entrar en minucias, miremos
- en esta clave de luminosidad y
fermento - cómo asumir una responsabilidad eclesial que nos lleve al más
exigente examen de conciencia y a los correctivos radicales que esto requiere.
Es altamente escandaloso, es una vergüenza total para el mundo cristiano, es
una clarísima infidelidad a Dios y a la humanidad, es empañar el proyecto de
Jesús, es faltar con la mayor gravedad a este compromiso de alentar el mundo
con la semilla de las Bienaventuranzas.
Claro que la Iglesia ha hecho esfuerzos bien importantes en
esta materia, muchos han sido entregados a la justicia civil y dimitidos del
ministerio, se han atendido procesos penales muy dolorosos, y ha habido interés
por las víctimas de estas abominables conductas. Pero la mancha es tan grande y
tan grave que aún estamos distantes de una recuperación satisfactoria. Cómo
volver a la luz después de esto?
Los medios de comunicación han dado cuenta profusamente de
estos pecados clericales. Unos haciendo el esfuerzo de transmitir la verdad y
alertar a la sociedad, y muchos otros acudiendo a su tradicional animadversión
a la Iglesia y a todas las expresiones religiosas. Como sea, el Espíritu nos
invita a todos los que estamos inscritos en el camino cristiano, a un remezón
tal que esto nos ponga a todos en trance de constante y creciente conversión: “Brille
igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean
sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo” (Mateo
5: 16).
Estos versículos del capítulo 5 de Mateo son la conclusión
del Sermón de la Montaña, proclamado el domingo anterior, esto nos lleva a afirmar que esa luminosidad para el mundo y
ese sazonar el mismo, residen en la capacidad cristiana para vivir efectiva y
afectivamente el espíritu de las Bienaventuranzas, proyecto radical de sentido
que nos propone el Señor Jesús.
Si nos vamos a la primera lectura, de Isaías 58, encontramos
la perfecta conexión: “El ayuno que yo quiero es este: abrir las
prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los
oprimidos, romper todos los cepos; compartir tu pan con el hambriento, hospedar
a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no despreocuparte de tu
hermano. Entonces brillará tu LUZ como la aurora, tus heridas sanarán
rápidamente; tu justicia te abrirá camino, detrás irá la gloria del Señor” (Isaías
58: 6-8).
Es decir, que un
aspecto definitivo de la luminosidad y de la sazón judeocristianas es este de vivir radicalmente
todas las consecuencias de la ética de la projimidad!
Nuestras inconsistencias personales, también las
institucionales, deben ser sometidas en un ciento por ciento a la
re-configuración teologal, para poder ser portadores de sentido, testigos de la
esperanza, hombres y mujeres genuinamente lúcidos e iluminadores, capaces de
dar sabor a la historia con las mejores prácticas de justicia y de
reconocimiento de la dignidad humana.
Para la tradición deuteronomista, a la que pertenece todo
este texto del Tercer Isaías, la justicia es la que da sentido a la verdadera
religión.Este es uno de los grandes contenidos del profetismo bíblico, siempre
con la intención de controlar los excesos del ritualismo de una religión exterior,
formal, muy preocupada por la solemnidad del culto pero desentendida de la
misericordia y de la compasión.
Cuando la Iglesia deja de hacer énfasis en sí misma, en su
dimensión institucional, y se vacía de poderes y privilegios para servir a los
humanos con el anuncio fiel de la Buena Noticia, cuando se hace auténticamente
servidora, cuando se descalza y camina hombro a hombro con todos y con todas,
cuando siente como propias las grandes causas de sentido y de esperanza, se
hace una Iglesia creíble, realmente comprometida con el Señor Jesús y con cada
persona a quien beneficia con su ministerio. Y es luz para el mundo y sal de la
tierra!
De ahí el valor de la autocrítica, de los exámenes de
conciencia juiciosos y abiertos, de la disposición para interpretar los signos
de los tiempos, de la escucha atenta de los clamores humanos, del no adoptar
posturas defensivas, del mirar con admiración y actitud de imitación a
aquellos-as que se han señalado como la “nube de testigos” de la que nos
habla la Carta a los Hebreos.
Monseñor Romero fue , en algún momento de su vida, un hombre
dominado por el exceso de prudencia mal entendida, temeroso de tomar decisiones
y de alzar la voz proféticamente. El 12 de marzo de 1977, un mes después de
haber asumido como Arzobispo de San Salvador, fue asesinado su amigo y
confidente, el jesuita Rutilio Grande (1928 – 1977), párroco de Aguilares,
comunidad perteneciente a la arquidiócesis capitalina. Rutilio animaba un
proceso comunitario y pastoral muy encarnado en la realidad de los campesinos ,
permanentemente maltratados por los
terratenientes y por las autoridades. Fue un hombre de exquisita fidelidad al
Evangelio. Por esto, los mismos
poderosos de la zona ordenaron su
muerte.
Avisado de esta tragedia, en la que también murieron
asesinados un campesino y un niño, Monseñor se fue directamente a Aguilares.
Allí, ante el cadáver de su amigo y de sus acompañantes, experimentó el paso
luminoso de Dios por su vida, la llamada a proteger a un pueblo humillado y
ofendido, una re-significación total de su ministerio, una invitación a ser la
voz de los sin voz. Y así, se hizo portador de la luz de Dios para el pueblo
salvadoreño: “Comprendió además que aquella muerte
era una Palabra dirigida principalmente a él: el sello definitivo de
aquel camino suyo de conversión – metanoia – que ya había iniciado, pero que
debía ser completado” (VITALI,Alberto. Oscar Romero: pastor de corderos
y de lobos. Ediciones San Pablo,Madrid 2012, página 140).
Lo que legitima a la Iglesia y a cada bautizado es el mismo
Señor Jesucristo: “Cuando llegué a ustedes, hermanos, para anunciarles el misterio de
Dios no me presenté con gran elocuencia y sabiduría; al contrario, decidí no
saber de otra cosa que de Jesucristo, y éste crucificado” (1 Corintios
2: 1-2). Esto que dice Pablo a los Corintios es la sustancia de la credibilidad
cristiana: venir en nombre de Jesús,
hablar y actuar como El, configurarnos siempre con El, abandonarnos en El como
creyentes en ejercicio de la más radical confianza, es esto lo que nos dispensa
de incurrir en infidelidades, en incoherencias.
Por supuesto, aportando siempre la mejor disposición de nuestra libre
respuesta.
Si bien nos podemos valer de recursos importantes para
ejercer el ministerio pastoral, como los medios de comunicación, los análisis
que nos aportan las ciencias sociales y humanas, las nuevas tecnologías, el
lenguaje inculturado, siempre considerándolos medios útiles, lo definitivo es
que todo lo nuestro se apoye , como
Pablo, en esa felicísima realidad de la que él es testigo señalado: “Débil
y temblando de miedo me presenté ante ustedes, mi mensaje y mi proclamación no
se apoyaban en palabras sabias y persuasivas, sino en la demostración del poder
del Espíritu, para que la fe de ustedes no se fundase en la sabiduría humana,
sino en el poder divino” (1 Corintios 2: 3-5).
Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,SJ
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