Lecturas (IV domingo)
1.
Sofonías
2:3 y 3:12-13
2.
Salmo
145: 7 – 10
3.
1
Corintios 1: 26-31
4.
Mateo
5: 1-12
Presentación del Señor
1.
Malaquías
3: 1-4
2.
Salmo
23: 7 – 10
3.
Hebreos
2: 14- 18
4.
Lucas
2: 22-40
La coincidencia en este domingo de la liturgia del tiempo
ordinario con la de la presentación del Señor nos facilita captar la coherencia
de la lógica salvadora de Dios presente en estos textos bíblicos.
De una parte , el énfasis de este día es en el valor
evangélico de la pobreza – humildad como garantía de bienaventuranza y
felicidad, según el proyecto de Jesús. De otra – la presentación – se nos
recuerda la significativa tradición judía de presentar los hijos primogénitos
al Señor: “Y, cuando llegó el día de su purificación, de acuerdo con la ley de
Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentárselo al Señor, como manda la ley
del Señor: todo primogénito varón será consagrado al Señor” (Lucas 2:
22-24). Así lo hicieron José y María.
Qué significan lo uno y lo otro? Qué contiene el que una
persona se dedique a Dios? Y, en este orden de cosas, de qué manera el ser
pobres según Jesús nos abre a la genuina felicidad? Que estas preguntas ayuden
a activar nuestra oración y discernimiento en este domingo.
Un primer intento de respuesta es despejar de una vez por
todas el falseado imaginario religioso que afirma que los que se dan a Dios se
vuelven menos humanos, y se tornan raros, disfuncionales, con serias dificultades
para gozar de la vida, contrarios a lo que en buena psicología se entiende como
normalidad afectiva, emocional, humana en general. Y también desentendidos de
la realidad, de la historia, de los grandes asuntos de la existencia.
Todo esto obedece a una interpretación distorsionada de la
revelación judeo cristiana, condicionada por unos modelos filosóficos y
teológicos que no viene al caso discutir en este momento. Esta no es –
claramente – la intención de Jesús!
Justamente en la medida en que somos más de Dios nos hacemos
más humanos, más realistas, más implicados en esta vida, históricos,
encarnados, decididamente arraigados en esta cotidianidad con toda su carga de
felicidad y de dolor, de plenitud y de sufrimiento. Y esto para ser
consecuentes con el paradigma por excelencia que es el Señor Jesús: El,
definitivamente divino, definitivamente humano, nos refiere el modelo de la
nueva condición que Dios quiere configurar en nosotros: “Por eso tenía que ser en todo
semejante a sus hermanos : para poder ser un sumo sacerdote compasivo y
acreditado ante Dios para expiar los pecados del pueblo. Como él mismo sufrió
la prueba, puede ayudar a los que son probados” (Hebreos 2: 17-18).
Nada más humano que experimentar a fondo el aspecto dramático
de la vida, la crudeza de la soledad y el abandono, la humillación y las
contradicciones, todas las cruces y sufrimientos. Esta es la cuota que Jesús
pagó para sacar al ser humano de su irrelevancia, del sin-sentido, del absurdo,
y esto lo hizo porque El estaba totalmente dedicado al Padre – Madre Dios.
No confundamos esto con esa mentalidad triunfalista de cierto
tipo de sociedades cristiano- católicas que hicieron consagraciones públicas,
formales, a Dios, para seguir viviendo en sus profundas incoherencias de injusticia
y exclusión, o de vida doble, aparentando ser observantes y llevando, por el
revés, existencias oscuras y contrarias al querer teologal.
En esta perspectiva de la revelación bíblica el que se da a
Dios , inevitablemente se debe dar al ser humano, y ser él-ella mismo-a un
estupendo ser humano, al estilo de Jesús. Este es el gran indicador de la
coherencia cristiana!
Esto mismo se
constituye en un imperativo de purificación para liberar la teología, la
pastoral en general, la catequesis, las prácticas religiosas, la liturgia, los
grupos apostólicos, la Iglesia toda, el cristianismo todo, de ese dualismo maligno que ha rebajado
notablemente la intensidad significativa de la vida de Jesús, de su ministerio
público, de sus acciones, señales y milagros, de su relación crítica con la
religión judía, de su conformación de un grupo de discípulos, del mérito
salvador-redentor de su pasión y muerte, del gozo liberador de su Pascua.
En definitiva, como nos enseñan los juiciosos que se dedican
al estudio del Nuevo Testamento, hay que volver por los fueros del cristianismo
primitivo para captar en su versión original el acontecer fundante de nuestra
fe, lo que felizmente nos ha de llevar siempre a saber que una dedicación total
a las cosas de Dios es simultáneamente una dedicación total a las cosas de
nuestra humanidad.
Al lado de todo esto, conviene explicitar que hay unos
valores, un estilo, una mentalidad, una lógica – requisito “sine qua non” – como
condiciones que nos hacen aptos para vivir este seguimiento.
Es lo que está
plasmado en ese bello texto de Mateo 5: 1-12 que en la tradición conocemos como
el SERMON
DE LA MONTAÑA, o las BIENAVENTURANZAS, contenido en el
texto evangélico de este IV domingo del tiempo ordinario, asumido como el
proyecto de vida de Jesús para quienes libremente quieran acogerse a El: “Dichosos
los pobres de corazón porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los
afligidos porque serán consolados. Dichosos los desposeídos porque heredarán la
tierra. Dichos los que tienen hambre y sed de justicia porque se saciarán.
Dichosos los misericordiosos porque los tratarán con misericordia. Dichosos los
limpios de corazón porque verán a Dios. Dichosos los que procuran la paz porque
se llamarán hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por la justicia porque el
reinado de Dios les pertenece”
(Mateo 5: 3-10).
Como se ve con nitidez, es un modelo de vida que no pone su
seguridad en el poder, ni en las riquezas materiales, ni en el origen social,
ni en la prepotencia, ni en el desconocimiento de la dignidad de los demás.
Hemos afirmado con frecuencia que este proyecto del Señor es a contracorriente
: cuando cierto tipo de lógica nos seduce para llevar una vida de
reconocimientos, de aplausos, de importancias socialmente aceptadas, de
escalafones y jerarquías, de lejanía de los dolores humanos, de desconsiderado
elitismo, Jesús nos propone el servicio, la compasión, la misericordia, la
solidaridad, el ego desposeído, la existencia humilde, como claves de esta
novedosa manera de ser, contenida en el Evangelio.
La contundencia de esto es una invitación a revisarnos en
exigente tarea autocrítica, para cada bautizado individualmente, para la
Iglesia en su totalidad: Somos amigos de la egoteca? Presumimos de títulos y de
ancestros sociales? Consideramos que la riqueza material es lo que nos
legitima? Pensamos que los pobres lo son por mala suerte o por incompetentes?
No están ellos insertos en nuestras opciones? Nos dejamos llevar por todo eso
que San Ignacio de Loyola llamó “vano honor del mundo”? Creemos que
la Iglesia debe tener mucho poder y presentarse rica y llena de pompas? Nos
asusta entrar en un proceso de rupturas con estas realidades, de indiscutible
condición pecaminosa?
Aproximémonos a la fuerza de estas palabras de Pablo: “Observen,
hermanos, quiénes han sido llamados, no muchos sabios en lo humano, no muchos
poderosos, no muchos nobles; antes bien, Dios ha elegido los locos del mundo
para humillar a los sabios, Dios ha elegido a los débiles del mundo para
humillar a los fuertes; a los plebeyos y despreciados del mundo ha elegido
Dios, a los que nada son, para anular a los que son algo. Y así nadie podrá
engreírse frente a Dios” (1 Corintios 1: 26-29). Felices palabras que
contienen lo que el mismo Pablo llamó la sabiduría de la cruz.
Esto es programático para todo el que quiera tomar en serio
el seguimiento de Jesús, en cualquiera de las versiones históricas del
cristianismo. Bien sabemos la distancia que hay entre el ser y el deber ser,
nunca llegaremos a la perfecta coincidencia de lo uno con lo otro, pero sí nos
compete dejarnos seducir por Dios y por la buena humanidad para disminuír la
brecha entre nuestra realidad y el ideal evangélico.
Que la Iglesia y cada cristiano deben dejar de ser
autorreferenciales como dice Francisco, que los obispos deben vivir
austeramente y darse por entero al pastoreo de sus iglesias, que sacerdotes y
ministros deben reflejar una vida evangélica de la más densa consistencia, que
cada comunidad de creyentes debe destacarse por su fidelidad a las
bienaventuranzas, siendo acogedoras, incluyentes, fraternales, compasivas, que
la institucionalidad eclesial debe estar totalmente permeada de este espíritu ,
que entre nosotros no debe darse nada que refleje arrogancia o carrerismo, son
asuntos fundamentales, esenciales e incuestionables para una genuina existencia
cristiana.
Es – definitivamente – otro tipo de lógica, esta sí empeñada
en la auténtica trascendencia de la condición humana, la que se sabe llamada a
la feliz libertad de quienes tienen su principio y fundamento en el Dios que se
nos ha manifestado plenamente en el Señor Jesús, la que lo apuesta todo por la
dignidad de cada persona, la que nos invita a romper con el culto a la
personalidad y al dinero, la que se hace – por gracia del Padre –
definitivamente bienaventurada.
Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
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