Lecturas
1. Isaías 50: 4-7
2. Salmo 21: 8-20
3. Filipenses 2: 5-11
4. Mateo 26: 14 a 27:66
La semana santa lo que quiere
destacar es el anonadamiento-vaciamiento salvador de Dios Padre en la pasión y
muerte de Jesucristo, expresado en griego con la palabra kenosis: “Tengan
entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se vació de sí y
tomó la condición de esclavo haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose
en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte en
cruz” (Filipenses 2: 5-8).
Son varias las consideraciones que
nos merece esta lógica salvífica y liberadora de Dios – totalmente a
contracorriente de los esquemas humanos de prepotencia y poder !- , y la primera es justamente esta de
constatar que Dios no sucede espectacularmente,
valiéndose de estrategias y demostraciones contundentes sino que se esconde, se
abaja, se empequeñece, asume el aspecto dramático y doloroso de la vida y por
ahí se sitúa en el dinamismo de una realidad que es asumida de modo crucificado
para re-significarla y abrirla a la plenitud de sentido y de trascendencia.
El asunto clave es que esa pasión,
ese inmenso sufrimiento, esa ignominia y humillación, esa radical injusticia cometida
por la institución religiosa del judaísmo de ese tiempo, con la complicidad de
las autoridades romanas, se configura como el hecho decisivo y meritorio con el
que el Padre avala toda la misión e historia de Jesús para que nuestras
misiones e historias salgan de la posibilidad del absurdo y de la muerte
irreversibles, convirtiéndose en relatos de sentido y esperanza.
Más allá de la carga ritual y
religiosa de esta semana, abundante, a menudo demasiado barroca, no pocas veces
pomposa, también fundamentalista, lo que hay que mirar y experimentar es eso que llamamos “Pasión de Cristo , pasión del mundo”, donde se juntan
todas las tragedias y cruces de la
humanidad, los vacíos existenciales, la multitud de muertes de las que
hablábamos el domingo anterior, los más densos sufrimientos, con el drama del
Señor Jesús, apostándolo El todo por el proyecto-voluntad del Padre y por la
salvación-liberación de la humanidad.
Dice la teóloga evangélica reformada Elsa
Tamez que “la condena no es producto de la
ley legal sino de la ley de una lógica que por dar vida a algunos elegidos condena
a la exclusión a muchos. Los dirigentes del sanedrín condenan a muerte a uno,
Jesús, porque este hablaba en favor de la mayoría y ponía en tela de juicio la
piedad de las autoridades religiosas y su mundo de poder alrededor de la ley y
del templo” (ELIZONDO,Virgilio,editor y autores varios.
Via Crucis: la pasión de Cristo en América. Ed. Verbo Divino. 1993).
Es decir, a Jesús lo condenaron por
hacer el bien en nombre de Dios y de la dignidad humana!
Cada vez que los humanos cometemos
injusticias invocando la defensa de “principios y valores”, enarbolando las
banderas de proteger las tradiciones y las creencias o la moral y el orden
establecido, se repite este mismo acontecer evangélico, en el que se
diferencian en clarísima oposición la perversidad de los malvados, la fuerza
destructora del mal, y la inocencia del justo por excelencia, Jesús de
Nazareth.
La lectura atenta y meditada de
alguno de los relatos evangélicos de la pasión nos refieren las argucias de
sacerdotes y maestros de la ley buscando el pretexto legal para declararlo
blasfemo y reo de muerte, hoy nos corresponde considerar la versión según
Mateo. Una buena sugerencia para poder entrar en el genuino significado de
estos hechos es hacer una lectura “sapiencial”, degustando, saboreando, y
cotejando esa realidad de Jesús con la nuestra propia, y con los interminables
relatos de cruz que padecen millones de prójimos nuestros.
El dolor de Jesús no es “allá” sino
“acá” entre nosotros, en los vericuetos sufrientes de la historia. Dios se vacía
de sí mismo en Jesús, según la referencia ya citada de Filipenses, para dar
todo de sí en orden a la plenitud de todos los humanos. Varias veces hemos
afirmado aquí mismo que “sólo el amor es digno de fe”, expresión que en este
hecho constitutivo de la vida de Jesús adquiere su más completo significado.
Qué mensaje nos traen hoy estas
palabras?: “Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un testimonio
falso contra Jesús que permitiera condenarlo a muerte. Y, aunque se presentaron
muchos testigos falsos, no lo encontraron” (Mateo 26: 59-60). Es un lenguaje trajinado que, a fuerza de
oírlo y leerlo tantas veces, no pasa de ser un lugar común proclamado sólo en
un contexto ritual sin alcances existenciales y éticos? La misma cuestión vale
para todo lo que tiene que ver con la pasión y muerte de Jesús, con las
pasiones y muertes de nuestra condición humana.
Somos conscientes de las muchas
conspiraciones de muerte que hay en contra de la humanidad? Traigamos hoy a
nuestra sensibilidad la pavorosa violencia desatada en Siria, en la que el
principal responsable es el estado con sus fuerzas militares, realizando toda
clase de crímenes, persecuciones, destrucciones, contra una población civil
indefensa. Es este uno de los hechos más escandalosos de estos tiempos
contemporáneos.
Recordamos el asesinato masivo de
800.000 personas, en 1994, en Ruanda y Burundi, en el que la etnia tutu desató
esta irracional cruzada de muerte en contra de los tutsis? O los excesos de la
guerrilla “Sendero Luminoso” en el cercano Perú? Y qué decir de lo que nos
evocan los nombres de El Salado, Macayepo, La Rochela, Segovia, Mejor Esquina,
San José de Apartadó,Remedios, Trujillo, los falsos positivos? Cómo nos llega
este recuerdo en la semana santa de 2014?
El texto de la primera lectura,
capítulo 50 de Isaías, es una referencia esencial para comprender y asumir este
mesianismo crucificado, en abierta oposición a las expectativas que abrigaba
Israel con relación a un liderazgo salvador cargado de prodigios, de
reconocimientos religiosos y sociales, de triunfos arrolladores. Es el llamado
tercer cántico del siervo de Yahvé, que pertenece a un conjunto de capítulos de
este libro (39 al 55) escritos por un
profeta que ejerce su ministerio entre
los desterrados de Babilonia.
“El Señor me abrió el oído: yo no me
resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las
mejillas a los que me arrancaban la barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y
salivazos” (Isaías 50: 5-6). El texto destaca el aspecto doloroso de la misión, la
hostilidad de su “público”, la amorosa pequeñez de este siervo que, por otra
parte, es consciente de que “El
Señor me ayuda, por eso no me acobardaba; por eso endurecí el rostro como
piedra, sabiendo que no quedaría defraudado” (Isaías 50: 7).
Este es un siervo que sufre con esperanza,
porque que su fundamento no está en quienes lo destruyen sino en el Dios que es
su garantía. De ahí que el extremo dolor
de la pasión no es leído en la tradición cristiana como una tragedia sin más
sino como el acontecimiento que contiene en sí la mayor capacidad de dotar de
sentido y de razones para la esperanza.
La condición de tener a Dios como
principio y fundamento en los mismos términos sentidos y experimentados por
Jesús, no es la de una conciencia ingenua que sufre pero minimiza la malignidad
de quienes deciden y realizan estos actos.
Es esta una esperanza encarnada, totalmente
realista con respecto a estas manifestaciones del mal pero también abierta para
siempre al horizonte teologal: “Padre, si es posible, que se aparte de mí esta copa. Pero no se haga mi
voluntad sino la tuya” (Mateo 26: 39).
El gran vacío del ser humano es
cuando se fractura el sentido de la vida, cuando la tragedia se convierte en el
determinante de todo su ser y su quehacer, cuando se pierden los ideales y las
aspiraciones de futuro, cuando el fracaso es la condición habitual de todo lo
suyo, cuando la gran alternativa es la muerte y el carácter irremediable de la
frustración de todos los proyectos vitales.
Qué hacer ante esto? Dejarnos sumir
en el pesimismo radical? Dar la razón a los profetas de desgracia y perder la
gran batalla de la vida para dejar como vencedores a la muerte y al absurdo? O
convertirnos en testigos de la esperanza, de una esperanza histórica y
trascendente, razonable y creyente, realista y metafísica, con los pies puestos
en la tierra y la mirada proyectada al futuro? Esa misma que hizo decir a
Pedro: “Sigan adorando interiormente al Señor, a Cristo, siempre dispuestos
para justificar la esperanza que los anima, ante cualquiera que les pida razón”
(1 Pedro 3: 15).
Ayer, 7 de abril, fue asesinado en
Homs (Siria) el sacerdote jesuita Franz Van der Lugt , de 75 años,
natural de Holanda, llegó a su nueva tierra en 1966 con 28 años de edad, y se
entregó por igual a musulmanes y cristianos, sin diferenciar credos ni
practicar arrogancias religiosas, con particular entrega a los pobres y
débiles.
Así concluyó su ministerio, plenamente identificado con la cruz de su
Señor Jesucristo. Su delito: vivir sin reservas la conciencia de la
paternidad-maternidad de Dios y donarse totalmente a todos los prójimos, al
estilo de Jesús.
Este hombre bueno y santo fue para estas
buenas y sufridas gentes de Siria un portador del sentido de la vida explícito
en Jesús, salvador universal que sale de los límites de las religiones para
abrirse a la pluralidad de expresiones humanas. El Señor recibe con agrado la
ofrenda del Padre Franz!
En medio del hondísimo dolor
contenido en este tipo de muertes brilla la vitalidad de Aquel que es la
raigambre de nuestro ser: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”
(Filipenses 4:13).
Alejandro Romero Sarmiento – Antonio
José Sarmiento Nova,SJ
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