domingo, 6 de abril de 2014

COMUNITAS MATUTINA 6 DE ABRIL V DOMINGO DE CUARESMA



Lecturas
1.      Ezequiel 37: 12-14
2.      Salmo  129: 1-8
3.      Romanos 8: 8-11
4.      Juan 11: 1-45
Cuáles son nuestras muertes? Dónde están? Qué nos lleva a ellas? Cuáles son esas realidades que nos disminuyen el ímpetu vital? Desencantos y desilusiones? Egoísmos y endurecimientos? Escepticismos y golpes mortales a la autoestima? Injusticias y violencias? Qué lleva a muchas personas a vivir siempre en el sentimiento trágico de la vida? Cuáles son los sepulcros que nos entierran y las vendas que nos impiden acceder a la luminosidad de la vida? Por qué el ser humano llega a estos extremos de precariedad y se afecta tan negativamente?
Que sean estas cuestiones una manera autocrítica de iniciar la reflexión de este domingo, último del tiempo de cuaresma. Tengamos el coraje de entrar en nuestras profundidades para dejarnos interrogar por la vida y por la muerte, en el más honesto ejercicio de confrontación, inscribiendo este ejercicio en una perspectiva de esperanza y  de sentido, porque no se trata de infligirnos maltrato y de someternos al masoquismo de recordar todo lo que nos hace daño, sin apuntar al remedio y a la liberación.
Es la dinámica de una existencia que aspira a validar en sí misma las mejores razones para que todo lo que somos y hacemos esté pleno de significado y de trascendencia: “Infundiré mi espíritu en ustedes para que revivan, los estableceré en su tierra y sabrán que yo, el Señor, lo digo y lo hago – oráculo del Señor” (Ezequiel 37: 14).
Junto con la conciencia de estas zonas oscuras de nuestra biografía también se impone – es un deber ético!  – remitirnos a las muertes de la sociedad.
 Con profusión los medios de comunicación nos ponen sobre el tapete la tragedia de la ciudad de Buenaventura, en Colombia, la extrema pobreza del 70 % de sus habitantes, la corrupción sistemática de los políticos, reiterada, inagotable, escandalosa, merecedora de todo repudio; la presencia de los grupos violentos asociados con el narcotráfico y el contrabando, con unas manifestaciones de criminalidad que sobrepasan los límites de la sevicia y la crueldad, las “casas de pique” en las barriadas populares, donde se descuartiza y desmembra a seres humanos porque no hicieron la “tarea” de la banda criminal, o porque se pasaron al otro lado, o porque denunciaron a los delincuentes.
Muchas mujeres vejadas en su integridad física y moral, atacadas con ácido por supuestos amantes desencantados, en venganzas que revelan la nada moral de quienes los deciden y realizan. En estos días el asunto volvió a los primeros renglones de noticias con el ataque a una joven en la puerta de su residencia.
Elegidos al congreso de la república unos pocos representantes dignos de esta escogencia, junto a una inmensa mayoría de personajes con notables oscuridades en sus hojas de vida: alianzas con narcotraficantes y parapolíticos, “sucesores” de familiares antes miembros de senado y cámara de representantes, ahora judicializados, frenéticos compradores de votos y vendedores de beneficios para cautivar electores, o vergonzosos exponentes de unos grupos que se perpetúan en la mayor impunidad.
Qué hacer con estas vendas y sepulcros, individuales y sociales? Son graves, lacerantes, destructores. La lógica cuaresmal tiene elementos de respuesta: “Yo voy a abrir sus sepulcros, los voy a sacar de su sepulcros, pueblo mío, y los voy a llevar a la tierra de Israel” (Ezequiel 37: 12). Hacer esta consideración, que es algo fundamental para hombres y mujeres de buena voluntad o para creyentes que se empeñan con sinceridad en el proyecto de Jesús, es doloroso, exigente, de la mayor severidad, no lo podemos negar, pero también es densamente terapéutico.
Qué es eso de salir de los sepulcros? Cómo se resuelve en nuestra historia personal, en la de nuestras sociedades? Hasta dónde puede llegar este prometido influjo de vitalidad y re-significación esperanzada de la vida para dejar atrás estas indignidades?
Es clave conocer algo acerca del origen de los textos bíblicos. El libro de Ezequiel, del que viene la primera lectura, surge primero en un contexto de falsas esperanzas en el pueblo creyente : se están dejando seducir por falsos profetas, por el mismo rey Sedecías, obnubilados por el poder de Egipto, a esto el profeta ataca con crudeza queriendo desvelar estas apariencias y advirtiendo la catástrofe inminente.
En efecto, la tragedia se cumple y Jerusalem cae. Entran al sepulcro, el pueblo es deportado a Babilonia. Aquí se da el ministerio de este profeta, que es al mismo tiempo muy fuerte, porque pone el dedo en la llaga, pero esperanzador porque va orientando a la comunidad hacia el fundamento decisivo, en el que se encuentran las posibilidades de vida, de transformación, de feliz replanteamiento en una historia saturada de Dios y de humanidad.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal que llevará a cada uno a responsabilizarse ante sí mismo y ante Dios. En coherencia, el dinamismo cuaresmal , la conversión a la que se aspira, no es de tipo ritual sino existencial, una nueva manera de ser, un ser humano asumido por Dios, liberado, re-creado, que se hace cargo de su vida y de la historia. Aquí la sacramentalidad litúrgica se carga de contenido teologal – la presencia eficaz de la gracia   - y de unos seres humanos que lo apuestan todo por el compromiso con Dios y con sus prójimos.
Esta es la vida en el Espíritu, por el Espíritu, con el Espíritu,  que es el contenido de la segunda lectura, de la carta a los Romanos: “ Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en ustedes, el que resucitó  a Cristo dará vida a sus cuerpos mortales, por el Espíritu suyo que habita en ustedes” (Romanos 8: 11).
De qué manera el Espíritu – en  el sentido en que es entendido y vivido en  los escritos del Nuevo Testamento , en las primeras comunidades cristianas – tiene capacidad para influír constructivamente en la superación de estas patologías de la sociedad, de las personas individuales? Cómo podemos “abrir sepulcros” y ser portadores de esta vitalidad en orden a una nueva sociedad y a un ser humano transparente y generoso?
En la comprensión paulina la muerte es todo aquello que nos ausenta de Dios y de la fraternidad y del amor, también entra aquí la mentalidad judía de la justificación por la observancia rigurosa de la ley. Por bienaventurada oposición,  la vida genuina, la que permanece y verdaderamente anima, es la que procede de la justicia de Dios: “pero si Cristo está en Ustedes, aunque el cuerpo muera por el pecado, el espíritu vivirá por la justicia” (Romanos 8: 10).
Justicia es el don gratuito que de sí mismo hace Dios al ser humano que se acoge a El, sin merecimiento de nuestra parte, justamente por eso es gracia, incondicionalidad, oferta gratis, graciosa, dadora de la vida que de El procede. Aquí reside el centro de la concepción cristiana del ser humano, lo que llamamos antropología teológica, es el hombre – mujer nuevo en Jesucristo.
Desde nuestra óptica creyente,  esta es la novedad humana y divina que puede servir con eficacia a esta causa de erradicar la muerte en las manifestaciones como las que antes referíamos, esta es la espiritualidad que debe traducirse en hondas transformaciones históricas, haciendo sinergia entre la conversión del corazón y el cambio de las estructuras sociales y económicas.
La influencia cristiana en los dinamismos de la sociedad no se da por tomar los cargos públicos o privados como focos de adoctrinamiento o por la defensa fundamentalista de posiciones pretendidamente católicas o evangélicas. Esta se da por la presencia de hombres y mujeres que – viviendo según el Espíritu – desempeñan su oficio con honestidad, sirven infatigablemente al bien común, toman decisiones equitativas e incluyentes, y se esfuerzan por generar un nuevo modelo social  digno de todos los humanos. Esta es una manera concreta de cambio desde la lógica del Espíritu!
Este fue el caso de Robert Schumann , (1886 – 1963),  un político francés que llegó a ser primer ministro de su país. Toda su biografía es un relato de Dios, ejerciendo discretamente su condición de cristiano responsable y serio con su servicio de estadista. Desde hace varios años está introducida su causa de beatificación y canonización. Hombre excepcional en un mundo donde los vicios del poder mal vivido y las estrategias maquiavélicas manchan la proyección de quienes se dedican a la construcción del bien común.
Entonces vamos vislumbrando cómo es esto de recibir el don de Dios y de  hacerlo efectivo en todas nuestras opciones, actitudes, decisiones y actuaciones, para que la relación de pareja, la condición de ser padres y madres, hermanos, hijos, amigos, ciudadanos, profesionales, trabajadores, constructores de la sociedad, artistas, científicos, académicos, activistas de derechos humanos, intelectuales, deportistas, empresarios, agricultores, educadores, esté marcada por esa novedad cualitativa que imprime en nosotros el Señor.
Así llegamos al clásico relato de la resurrección de Lázaro, según Juan.  Es este un testimonio post-pascual de la comunidad joanea que afirma su certeza creyente de que en Jesús ha acontecido la intervención definitiva del Padre para dar a la humanidad la esperanza plena de una vida interminable, anticipándola aquí en la historia concreta de cada persona y en la sociedad que es influída con la Buena Noticia.
“Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que lo que pidas, Dios te lo concederá. Le dice Jesús: tu hermano resucitará. Le dice Marta: sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le contestó: Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera , vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre” (Juan 11: 21-25).
 Este condensado es una evidencia de la convicción pascual de los primeros cristianos, que no se refiere solamente  a la vitalidad eterna y plena cuando cruzamos la frontera de la muerte hacia la VIDA, puesto que ya en nuestra condición histórico-existencial estamos llamados a significarla haciendo de este mundo nuestro un relato de la vitalidad divina.
En Lázaro se significa el nacimiento de la nueva condición humana, abrazada por el amor de Dios que se hace sacramento de salvación-liberación en Jesucristo, gracias a la acción del Espíritu: “Lázaro, sal afuera” (Juan 11: 43).  Allí está significando con eficacia que la vitalidad teologal que lo habita es ofrecida sin reservas al ser humano para que salga del sepulcro, para que sus vendas caigan, para que la muerte y el pecado sean vencidos, para que todo lo nuestro salga de los pobres límites del absurdo y quede validado por el mismísimo Dios.
En Dios Nuestro Señor somos un presente con vocación de futuro!!

Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,S.J.

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