Lecturas
1. Ezequiel 37: 12-14
2. Salmo 129: 1-8
3. Romanos 8: 8-11
4. Juan 11: 1-45
Cuáles son nuestras muertes? Dónde
están? Qué nos lleva a ellas? Cuáles son esas realidades que nos disminuyen el
ímpetu vital? Desencantos y desilusiones? Egoísmos y endurecimientos?
Escepticismos y golpes mortales a la autoestima? Injusticias y violencias? Qué
lleva a muchas personas a vivir siempre en el sentimiento trágico de la vida?
Cuáles son los sepulcros que nos entierran y las vendas que nos impiden acceder
a la luminosidad de la vida? Por qué el ser humano llega a estos extremos de
precariedad y se afecta tan negativamente?
Que sean estas cuestiones una manera
autocrítica de iniciar la reflexión de este domingo, último del tiempo de
cuaresma. Tengamos el coraje de entrar en nuestras profundidades para dejarnos
interrogar por la vida y por la muerte, en el más honesto ejercicio de
confrontación, inscribiendo este ejercicio en una perspectiva de esperanza
y de sentido, porque no se trata de
infligirnos maltrato y de someternos al masoquismo de recordar todo lo que nos
hace daño, sin apuntar al remedio y a la liberación.
Es la dinámica de una existencia que
aspira a validar en sí misma las mejores razones para que todo lo que somos y
hacemos esté pleno de significado y de trascendencia: “Infundiré mi espíritu en ustedes
para que revivan, los estableceré en su tierra y sabrán que yo, el Señor, lo
digo y lo hago – oráculo del Señor” (Ezequiel 37: 14).
Junto con la conciencia de estas
zonas oscuras de nuestra biografía también se impone – es un deber ético! – remitirnos a las muertes de la sociedad.
Con profusión los medios de comunicación nos
ponen sobre el tapete la tragedia de la ciudad de Buenaventura, en Colombia, la
extrema pobreza del 70 % de sus habitantes, la corrupción sistemática de los
políticos, reiterada, inagotable, escandalosa, merecedora de todo repudio; la
presencia de los grupos violentos asociados con el narcotráfico y el
contrabando, con unas manifestaciones de criminalidad que sobrepasan los
límites de la sevicia y la crueldad, las “casas de pique” en las barriadas
populares, donde se descuartiza y desmembra a seres humanos porque no hicieron
la “tarea” de la banda criminal, o porque se pasaron al otro lado, o porque
denunciaron a los delincuentes.
Muchas mujeres vejadas en su
integridad física y moral, atacadas con ácido por supuestos amantes
desencantados, en venganzas que revelan la nada moral de quienes los deciden y
realizan. En estos días el asunto volvió a los primeros renglones de noticias
con el ataque a una joven en la puerta de su residencia.
Elegidos al congreso de la república
unos pocos representantes dignos de esta escogencia, junto a una inmensa
mayoría de personajes con notables oscuridades en sus hojas de vida: alianzas
con narcotraficantes y parapolíticos, “sucesores” de familiares antes miembros
de senado y cámara de representantes, ahora judicializados, frenéticos
compradores de votos y vendedores de beneficios para cautivar electores, o
vergonzosos exponentes de unos grupos que se perpetúan en la mayor impunidad.
Qué hacer con estas vendas y
sepulcros, individuales y sociales? Son graves, lacerantes, destructores. La
lógica cuaresmal tiene elementos de respuesta: “Yo voy a abrir sus sepulcros,
los voy a sacar de su sepulcros, pueblo mío, y los voy a llevar a la tierra de
Israel” (Ezequiel 37: 12). Hacer esta consideración, que es algo
fundamental para hombres y mujeres de buena voluntad o para creyentes que se
empeñan con sinceridad en el proyecto de Jesús, es doloroso, exigente, de la
mayor severidad, no lo podemos negar, pero también es densamente terapéutico.
Qué es eso de salir de los sepulcros?
Cómo se resuelve en nuestra historia personal, en la de nuestras sociedades?
Hasta dónde puede llegar este prometido influjo de vitalidad y re-significación
esperanzada de la vida para dejar atrás estas indignidades?
Es clave conocer algo acerca del
origen de los textos bíblicos. El libro de Ezequiel, del que viene la primera
lectura, surge primero en un contexto de falsas esperanzas en el pueblo
creyente : se están dejando seducir por falsos profetas, por el mismo rey
Sedecías, obnubilados por el poder de Egipto, a esto el profeta ataca con
crudeza queriendo desvelar estas apariencias y advirtiendo la catástrofe
inminente.
En efecto, la tragedia se cumple y
Jerusalem cae. Entran al sepulcro, el pueblo es deportado a Babilonia. Aquí se
da el ministerio de este profeta, que es al mismo tiempo muy fuerte, porque
pone el dedo en la llaga, pero esperanzador porque va orientando a la comunidad
hacia el fundamento decisivo, en el que se encuentran las posibilidades de
vida, de transformación, de feliz replanteamiento en una historia saturada de
Dios y de humanidad.
El punto central de la predicación de
Ezequiel es la responsabilidad personal que llevará a cada uno a
responsabilizarse ante sí mismo y ante Dios. En coherencia, el dinamismo
cuaresmal , la conversión a la que se aspira, no es de tipo ritual sino
existencial, una nueva manera de ser, un ser humano asumido por Dios, liberado,
re-creado, que se hace cargo de su vida y de la historia. Aquí la
sacramentalidad litúrgica se carga de contenido teologal – la presencia eficaz
de la gracia - y de unos seres humanos
que lo apuestan todo por el compromiso con Dios y con sus prójimos.
Esta es la vida en el Espíritu, por
el Espíritu, con el Espíritu, que es el
contenido de la segunda lectura, de la carta a los Romanos: “ Y
si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en ustedes, el que
resucitó a Cristo dará vida a sus
cuerpos mortales, por el Espíritu suyo que habita en ustedes” (Romanos
8: 11).
De qué manera el Espíritu – en el sentido en que es entendido y vivido
en los escritos del Nuevo Testamento ,
en las primeras comunidades cristianas – tiene capacidad para influír
constructivamente en la superación de estas patologías de la sociedad, de las
personas individuales? Cómo podemos “abrir sepulcros” y ser portadores de esta vitalidad
en orden a una nueva sociedad y a un ser humano transparente y generoso?
En la comprensión paulina la muerte
es todo aquello que nos ausenta de Dios y de la fraternidad y del amor, también
entra aquí la mentalidad judía de la justificación por la observancia rigurosa
de la ley. Por bienaventurada oposición,
la vida genuina, la que permanece y verdaderamente anima, es la que
procede de la justicia de Dios: “pero si Cristo está en Ustedes, aunque el
cuerpo muera por el pecado, el espíritu vivirá por la justicia”
(Romanos 8: 10).
Justicia es el don gratuito que de sí
mismo hace Dios al ser humano que se acoge a El, sin merecimiento de nuestra
parte, justamente por eso es gracia, incondicionalidad, oferta gratis,
graciosa, dadora de la vida que de El procede. Aquí reside el centro de la
concepción cristiana del ser humano, lo que llamamos antropología teológica, es
el hombre – mujer nuevo en Jesucristo.
Desde nuestra óptica creyente, esta es la novedad humana y divina que puede
servir con eficacia a esta causa de erradicar la muerte en las manifestaciones
como las que antes referíamos, esta es la espiritualidad que debe traducirse
en hondas transformaciones históricas, haciendo sinergia entre la conversión
del corazón y el cambio de las estructuras sociales y económicas.
La influencia cristiana en los
dinamismos de la sociedad no se da por tomar los cargos públicos o privados
como focos de adoctrinamiento o por la defensa fundamentalista de posiciones
pretendidamente católicas o evangélicas. Esta se da por la presencia de hombres
y mujeres que – viviendo según el Espíritu – desempeñan su oficio con
honestidad, sirven infatigablemente al bien común, toman decisiones equitativas
e incluyentes, y se esfuerzan por generar un nuevo modelo social digno de todos los humanos. Esta es una
manera concreta de cambio desde la lógica del Espíritu!
Este fue el caso de Robert
Schumann , (1886 – 1963), un
político francés que llegó a ser primer ministro de su país. Toda su biografía
es un relato de Dios, ejerciendo discretamente su condición de cristiano
responsable y serio con su servicio de estadista. Desde hace varios años está
introducida su causa de beatificación y canonización. Hombre excepcional en un
mundo donde los vicios del poder mal vivido y las estrategias maquiavélicas
manchan la proyección de quienes se dedican a la construcción del bien común.
Entonces vamos vislumbrando cómo es
esto de recibir el don de Dios y de hacerlo efectivo en todas nuestras opciones,
actitudes, decisiones y actuaciones, para que la relación de pareja, la
condición de ser padres y madres, hermanos, hijos, amigos, ciudadanos,
profesionales, trabajadores, constructores de la sociedad, artistas,
científicos, académicos, activistas de derechos humanos, intelectuales,
deportistas, empresarios, agricultores, educadores, esté marcada por esa
novedad cualitativa que imprime en nosotros el Señor.
Así llegamos al clásico relato de la
resurrección de Lázaro, según Juan. Es
este un testimonio post-pascual de la comunidad joanea que afirma su certeza
creyente de que en Jesús ha acontecido la intervención definitiva del Padre
para dar a la humanidad la esperanza plena de una vida interminable,
anticipándola aquí en la historia concreta de cada persona y en la sociedad que
es influída con la Buena Noticia.
“Marta dijo a Jesús: Señor, si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que lo que pidas,
Dios te lo concederá. Le dice Jesús: tu hermano resucitará. Le dice Marta: sé
que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le contestó: Yo soy la
resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera , vivirá; y quien vive y
cree en mí no morirá para siempre” (Juan 11: 21-25).
Este condensado es una evidencia de la
convicción pascual de los primeros cristianos, que no se refiere solamente a la vitalidad eterna y plena cuando cruzamos
la frontera de la muerte hacia la VIDA, puesto que ya en nuestra condición
histórico-existencial estamos llamados a significarla haciendo de este mundo
nuestro un relato de la vitalidad divina.
En Lázaro se significa el nacimiento
de la nueva condición humana, abrazada por el amor de Dios que se hace
sacramento de salvación-liberación en Jesucristo, gracias a la acción del
Espíritu: “Lázaro, sal afuera” (Juan 11: 43). Allí está significando con eficacia que la vitalidad
teologal que lo habita es ofrecida sin reservas al ser humano para que salga
del sepulcro, para que sus vendas caigan, para que la muerte y el pecado sean
vencidos, para que todo lo nuestro salga de los pobres límites del absurdo y
quede validado por el mismísimo Dios.
En Dios Nuestro Señor somos un
presente con vocación de futuro!!
Alejandro Romero Sarmiento – Antonio
José Sarmiento Nova,S.J.
No hay comentarios:
Publicar un comentario