Lecturas
1. Hechos 10: 34 – 43
2. Salmo 117: 1-2 y 16-23
3. Colosenses 3: 1-4
4. Juan 20: 1-9
LA
CRIADA DE EMAUS (Cuadro de
Velásquez)
Ella escucha, escucha, contiene la
respiración.
Aquella voz no es suya? Él que la había mirado
una vez,
a través de la muchedumbre,
como nunca nadie había mirado.
La había visto? Había hablado como si fuera
para ella?
Aquellas manos ciertamente eran suyas,
las manos que le cogieron el cesto de pan hace
un minuto?
Las manos que había puesto en los enfermos
para curarlos?
Y su cara, seguro que…….?
El hombre crucificado por sedición y
blasfemia,
El hombre cuyo cuerpo desapareció de la tumba.
El hombre, se rumorea ahora que algunas
mujeres habían visto esta mañana vivo?
Los que habían traído al extranjero a su mesa
aún no reconocen con quién están sentados.
Pero ella, en la cocina, al coger
distraídamente la jarra de vino que va a llevar,
la joven criada negra que escucha atentamente,
se vuelve y ve LA LUZ ALREDEDOR DE EL
Y ESTA SEGURA.
Denise Levertov. Las arenas del pozo, 1995.
Irrumpamos con gozo pascual en esta
mañana de resurrección, acompañados por este hermoso poema de Denise Levertov
(1923-1997 poetisa inglesa, nacionalizada estadounidense), para hacer evidente nuestra certeza, como la de la
joven criada negra, de que El está ahí
con nosotros, con la LUZ que brilla a su rededor!!
Cómo conectamos esta sensibilidad
creyente y teologal con aquello que dijera nuestro ahora inmortal Gabo,
el 10 de diciembre de 1982, en Estocolmo, ante la Academia Sueca, recibiendo el
Premio Nobel de Literatura?: “Ante esta realidad sobrecogedora que a
través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de
fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no
es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva
y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la
forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y
donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para
siempre una segunda oportunidad sobre la tierra” (Gabriel García
Márquez, publicado en la edición de El Tiempo , 11 de diciembre de 1982).
No es esta acaso, una expectativa de
índole pascual, procedente del Espíritu, la misma que sacó a Pedro y a los
primeros discípulos de su miedo y angustia, de su sentimiento de derrota,
haciendo de ellos hombres-mujeres totalmente nuevos, con coraje inusitado,
arrojados y apostólicos, ahora sí convertidos en pioneros de la Buena Noticia?
No es esto lo que alienta nuestras
motivaciones y actuaciones, cuando salimos de los rincones de la cobardía,
cuando dejamos atrás temores y desconfianzas, y nos hacemos destinatarios de
esa maravillosa realidad que nos desborda y envuelve, la misma en la que ahora
Gabo vive para siempre, la misma que transformó a Pedro y a María Magdalena?
Pasando la frontera de los siglos
resuenan hoy en todas las comunidades cristianas del mundo las palabras de
Pedro: “Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y
en Jerusalén. A él, a quien mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó
al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a los
testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros que comimos y bebimos con
él después que resucitó de entre los
muertos. El nos mandó a predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituído juez de vivos y muertos” (Hechos 10:
39-42).
Pedro y los primeros compañeros eran
hombres frágiles, exactamente como nosotros, los de hoy, con grandes
limitaciones, también con ilusiones de vida hermosas, legítimas, pero
condicionados por todas las inevitables manifestaciones de la precariedad, que
nos son inherentes a todos los humanos. A eso se añade que no eran ellos
personas de importancia social o religiosa, sino pescadores, pastores, gentes del pueblo
humilde, los que sufrían, como el pueblo de hoy, las consecuencias malignas del
“sistema”.
Descubrimos aquí una reiteración de
aquella intencionalidad de Dios, bien explicitada en los textos bíblicos, de no
utilizar la pedagogía de lo poderoso y espectacular, sino de esconderse en lo
débil y revelarse a los últimos del mundo, como lo hizo con María y los
profetas, con el justísimo José, con los pastores que fueron a honrar al
pequeño de Belén, y con tantos-as estupendos seres humanos, que en sí mismos
llevan – sin alarde – las gozosas señales de la Pascua.
En qué estado nos recibe esta Pascua
de 2014? Estamos afligidos, atemorizados, sufridos, acaso hemos perdido las
razones para vivir con sentido y esperanza? O, tal vez distraídos en nuestros
egos, en los afanes del trabajo que no dan tiempo para lo esencial, o adorando
ídolos que no valen la pena? Cargando ladrillos a cosas efímeras? O, más bien,
haciéndonos preguntas de fondo, dejándonos interrogar por Dios y por la vida,
confrontando críticamente lo que somos y hacemos, abiertos a que Alguien
provoque en nosotros realidades
maravillosas y liberadoras?
La respuesta a esta última pregunta
es la puerta abierta para que entre por ella Jesús de Nazareth, ahora el Cristo
de Dios, el Señor Resucitado, y nos aclare horizontes con la misma
luminosidad que invadió de plenitud a la
joven criada de Emaús, con seguridad mujer empobrecida y humillada, ahora nueva
y bienaventurada, poseída por el resplandor del extraño caminante que acompañó
a los dos confundidos discípulos en su triste trasegar por aquellos senderos
cercanos a Jerusalén.
Como tantas veces en la vida lo hemos
hecho, volvamos a formularnos la gran
pregunta: qué pasó en Pedro y en sus temerosos amigos que de cobardes
los hizo valerosos testigos de estos acontecimientos? Qué le ocurrió a la
prostituída y utilizada María Magdalena para
que sea ahora una mujer nueva,
digna reivindicada? Qué al diplomático y prudente Monseñor Romero, que pasó de ser un discreto eclesiástico a
profeta de los pobres de El Salvador? Qué a nosotros cuando rompemos con el
egoísmo y con las muertes, con la comodidad y el espíritu precavido, para
enamorarnos, para emprender aventuras de libertad, para gastarnos dando sentido
a la vida de otros, para hacer del servicio y la solidaridad un elemento
sustancial de nuestros proyectos de vida?
Madruguemos con la Magdalena: “El
domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena
vino al sepulcro. Cuando vió que habían retirado la piedra que tapaba la
entrada, regresó corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo a
quien Jesús tanto quería y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto” (Juan 20: 1-2)
Los fracasos de la vida, los momentos
de incertidumbre nos derrotan, la convicción de pérdida nos hace desistir de la
pasión de vivir? Nos sentimos
abandonados de Dios? Entonces insistamos con Pedro y el otro discípulo: “Entonces
entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vió
y creyó” (Juan 20: 8).
Pascua es el tiempo de la vida, de la
confianza, del esperar contra toda esperanza, del compromiso radical por hacer
de este mundo un anticipo de la gran plenitud que nos aguarda cuando crucemos
la gran frontera, hacia el Padre-Madre Dios.
Pascua es la gran posibilidad de
empeñarnos creciente y constantemente en la afirmación de la dignidad humana,
en el cuidado de la vida, en la creatividad propia del Espíritu, dotada
teologalmente, en la pasión por la justicia y por los condenados de la tierra,
en la firme negativa a arrodillarnos ante los ídolos del capital, del consumo,
del poder, del dinero, de la banalidad, de los siniestros señores de la muerte.
Nuestro único Dios es el Padre de
Jesús, este sacramento pleno de la divinidad, sabedores de que El nos quiere
libres, dignos, gestores de la nueva humanidad. Y sólo ante El nos inclinamos
para adorar el gozoso misterio que da sentido a nuestra vida!
Pascua es hacer de la historia un
escenario de vitalidad, eso tan hermoso
de Gabo
“una
arrasadora utopía de la vida”, una mesa servida en igualdad de
condiciones para todos, un trabajo a brazo partido para que cada ser humano, cada
ser vivo, tenga un digno lugar en la gran fiesta de Dios y de la humanidad,
tomados de la mano de Jesús el Cristo, el Viviente, el relato fundamental de
Dios “para
que las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para
siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Los seres humanos somos históricos y
metafísicos, ciudadanos del “más acá” y del “más allá”, mortales y eternos, por
decisión de este excelentísimo Dios Nuestro, que no se conforma con que sus
creaturas se puedan acabar, lo que lo hace no escatimar el más mínimo esfuerzo
para que la vida – su vida, nuestra vida – siempre sea posible y se haga
definitiva, inagotable, infinita, que inspira estas palabras de Pablo a los
cristianos de Colosas y a nosotros: “ Han muerto, y su vida está escondida con
Cristo, en Dios; cuando aparezca Cristo, que es vida para ustedes, entonces
también aparecerán gloriosos con El” (Colosenses 3: 3-4).
Salir de nuestros escondites,
volcarnos al mundo, caminar descalzos por las calles de la historia, juntarnos
con los artesanos de la vida, crear siempre nuevos modos de convivencia e
inclusión, ser para muchos portadores del Sentido, festejar, bailar con
frenesí, hacer declaraciones de amor, tener hijos, cuidarlos y formarlos,
proteger a los mayores, dar alternativas a los jóvenes, hacernos cargo de la
realidad, como decía el también inmortal y mártir Ignacio Ellacuría, todo eso y
mucho más es Pascua, en cuyo centro está este Señor Jesús, extraordinario,
estupendo en el máximo sentido en que alguien puede serlo.
Porque
Basta
morir para tomar derecho
El
puerto inalterable, deseado,
Y
allí vivir de muerte y VIDA entera.
Emilio del Río (n. 1928, jesuita
español). Cántico para Alfa y Omega,
1971.
Mientras escribíamos este texto
pascual, sonaba majestuosamente el Oratorio de El Mesías de George
Friedrich Händel, interpretado por el Coro Monteverdi y la
agrupación de Solistas Ingleses del Barroco, dirigidos por John
Eliot Gardiner.
Al llegar al culminante y triunfal “Hallelujah”
, detuvimos la escritura y nos arrodillamos para adorar el Misterio de nuestra
esperanza, sintiendo, como la joven
criada de Emaús, a quien llamaremos Naomi, que “se vuelve y ve la luz alrededor
de El y está segura”.
Feliz Pascua de Resurrección!
Alejandro Romero Sarmiento -
Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
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