Lecturas
1.
Hechos 6: 1 – 7
2.
Salmo 32: 1 –
5 y
18 – 19
3.
1 Pedro 2: 4 – 9
4.
Juan 14: 1 – 12
Siguiendo
el lenguaje de la segunda lectura (1 Pedro), podemos afirmar que los cristianos
son piedras vivas en la construcción de
la Iglesia. Qué hacer para que estas palabras no sean lugares comunes,
expresiones retóricas, sino la feliz realidad de cada día en la configuración
de la comunidad de los seguidores de Jesús? Esto lo proponemos a consideración
de todos porque vemos que todavía permanece un excesivo protagonismo clerical
en la vida eclesial (obispos y sacerdotes), así como una notable inferioridad
del inmenso y muy importante universo de los laicos.
Pasó
el Concilio Vaticano II (1962 – 1965) con su Constitución Dogmática sobre la
Iglesia “Lumen Gentium” con sus capítulos 2 El pueblo de Dios y 4 Los
laicos, en los que destaca la igualdad fundamental – por el bautismo –
de todos los integrantes de la comunidad cristiana y recupera la categoría de
sacerdocio común de los fieles, pero la densidad teológica y la definición
magisterial de los Padres Conciliares no permea como era de esperarse el
dinamismo eclesial. En muchos ámbitos los laicos siguen siendo cristianos de
segunda: este es un asunto de permanente referencia en la agenda de la Iglesia!
Justamente
la 1 carta de Pedro, de la que proviene la segunda lectura de este domingo, nos
remite a estos elementos que son esenciales para llevar una vida eclesial
adulta y conforme con el proyecto original de Jesús: “ Ustedes, acérquense al Señor, la
piedra viva desechada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios; y
así, como piedras vivas que son, formen parte de un edificio espiritual, de un
sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por
medio de Jesucristo” (1 Pedro 2: 4 – 5), reforzado con esto: “Pero
Ustedes, son linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,
destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que los ha llamado de las tinieblas
a su admirable luz” (1 Pedro 2: 9).
Con
este sólido fundamento bíblico, proveniente de Pedro, el primer pastor de la
iglesia universal, y de las comunidades servidas por él, queremos destacar el
carácter de igualdad sacramental de todos los bautizados, y dar vigencia y realidad a aquello de ser piedras vivas en
la construcción de la Iglesia.
La mentalidad y configuración institucional
que dan el protagonismo a los clérigos y hace de los laicos simples receptores
de beneficios religiosos o acatadores de las decisiones de los jerarcas, no es compatible con el estilo del
cristianismo primitivo y con el espíritu recuperado, explicitado y definido por
el Concilio Vaticano II.
A
la luz de esto digamos una palabra sobre el ser “sacerdotal” de todos los
cristianos y para ello valgámonos de las
mismas palabras conciliares: “Cristo, el Señor, pontífice tomado de entre
los hombres, ha hecho del nuevo pueblo un reino de sacerdotes para Dios, su
Padre. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del
Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para
que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios
espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su
luz admirable” (Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática sobre la
Iglesia Lumen Gentium, # 10).
En
este contexto, hablamos entonces de una sacerdotalidad propia de todos los
miembros de la Iglesia, que constituye a cada bautizado como integrante
activo de la mediación sacramental propia de la Iglesia y, en consecuencia,
gestora y actora de esta salvación, y de un sacerdocio ministerial, el de
obispos y presbíteros, que está ordenado para el servicio de toda la Iglesia,
entendida toda ella como sacramento universal de salvación. Es preciso recordar
que esta condición proviene del mismo
Señor Jesucristo.
Entonces,
el imperativo que se deriva de aquí ha de traducirse en una iglesia toda de
comunión y participación, de adultez y autonomía para la iniciativa de los laicos,
de ampliación de las posibilidades ministeriales, de inclusión explícita de
todos y todas en el ser y quehacer de la Iglesia, de genuina corresponsabilidad
entre pastores y bautizados, de entender el ministerio ordenado como lo que es
originalmente, servicio al estilo del Señor Jesús, y de conciencia común de ser
todos el pueblo sacramental-sacerdotal que media esa salvación en la historia
de la humanidad.
En
este sentido estamos llamados todos a una gran creatividad eclesial, como la
que se testimonia en Hechos de los Apóstoles, con el entusiasmo misionero de
Pedro y Pablo y los primeros discípulos, su certeza pascual, su capacidad para
la cruz y el martirio, su concreción en la creación de comunidades en Efeso,
Jerusalem, Corinto, Roma, Colosas, Tesalónica, Galacia, y otros lugares del
mundo entonces conocido, el ánimo con el que eran acogidos los apóstoles, la
coherencia de sus vidas con el Señor Resucitado, el fecundo ministerio de Pedro
y de Pablo, de Bernabé y de Timoteo, el surgimiento de los escritos del Nuevo
Testamento como catequesis para iniciar a otros en este camino, y el carácter
diaconal ( del griego diaconía diakonia servicio), del que nos hace conscientes la segunda lectura de hoy.
“Por
aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas
contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia
cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: no está
bien que abandonemos la palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto,
hermanos, busquen de entre ustedes a
siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de saber, para ponerlos al
frente de esta tarea; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al
ministerio de la palabra” (Hechos 6: 1-4).
El
contenido de la diaconía no se remite sólo a quienes son ordenados por el
obispo para este ministerio. La iglesia toda es ministerial – diaconal –
servicial, y esto se expresa en el
anuncio de la Palabra – Buena Noticia, en
el dinamismo sacramental, y en la construcción de la comunidad. Esto es
lo que debe inspirar y fundamentar todo ministerio en la Iglesia.
Qué
esperanzador es cuando las diócesis y las parroquias dejan de ser entidades
prestadoras de servicios religiosos o centros de consumismo ritual, para
convertirse en comunidades activas, centradas en el Señor Jesucristo, ricas en
sus posibilidades de participación, acogedoras, fraternas , solidarias,
generadoras de compromiso apostólico para todos los creyentes, sin reducirse a
una élite clerical, de beatos y beatas, dejando que el Espíritu suscite la
mayor riqueza ministerial.
Una
gran figura de esta manera de pensar y realizar la iglesia fue el religioso
dominico Yves Congar (1904 – 1995), francés, considerado el mayor
eclesiólogo católico del siglo XX, cuyo pensamiento fue decisivo como aporte
para las definiciones del Concilio Vaticano II. Sus obras “Jalones para una teología del
laicado” , “Verdadera y falsa reforma en la Iglesia”, y “Por
una Iglesia servidora y pobre”, son, entre muchos escritos suyos,
reflexiones de gran densidad teológica y espiritual que en su momento ayudaron
a repensar el ser y la misión de la Iglesia .
Así,
adquieren el mayor significado los movimientos apostólicos de espiritualidad
familiar y conyugal, de pastoral de juventud, de catequistas y pedagogos de la
fe, de servicio solidario a pobres, migrantes, desplazados, de cuidado
ecológico, de reconocimiento de la tercera edad, de apoyo a enfermos y
minusválidos, de reflexión bíblica y formación teológica, de inclusión del arte
y la cultura en la evangelización, de corresponsabilidad laicos – sacerdotes,
de pastoral sacerdotal , de promoción de las vocaciones al ministerio ordenado
y a la vida consagrada, de diálogo
ecuménico e interreligioso, y tantas otras posibilidades con las que el Espíritu
se manifiesta para hacer más fecunda e igual la vida de la Iglesia.
El
Espíritu del Resucitado se expresa así en comunidades plenamente conscientes de
su carácter apostólico y misionero, que no es otra cosa que la pasión por
difundir la Buena Noticia y por generar nuevos grupos de creyentes activos,
también en un ejercicio del ministerio – ministerios convicto y confeso de la
Palabra, del Sacramento, de la Caridad, de un reconocimiento de la dignidad
inherente a cada bautizado, de estilos de vida evangélicos y austeros, de
apertura sincera a las comunidades cristianas no católicas – espiritualidad
ecuménica! – y a los miembros de las
tradiciones religiosas no cristianas.
También
entra aquí el encuentro con el amplio mundo de los no creyentes y, por
supuesto, aquello de que “ El
gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro
tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y
esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, puesto que no hay
nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón “
(Concilio Vaticano II. Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo
Moderno Gaudium et Spes,No. 1).
El
evangelista Juan, en el capítulo 14, pone en boca de Jesús, las palabras esperanzadoras
que son el contenido del relato evangélico de este V domingo de Pascua, con su
concreción en : “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por mí”
(Juan 14: 6).
Jesús
es el Camino porque El es quien nos indica la ruta que lleva a la plenitud del
Padre, siguiéndolo generosamente estamos debidamente fundamentados y
orientados.
Jesús
es la Verdad porque nos revela el ser
paternal-maternal de Dios y porque nos esclarece el misterio de nuestra propia
identidad en esta perspectiva de salvación y de sentido pleno.
Jesús
es la Vida porque en El mismo somos beneficiados por la vitalidad del Padre que
se manifiesta en el don del Espíritu.
He
aquí la razón esencial de nuestra esperanza, es donde se constituye la auténtica concepción cristiana del ser
humano, para brindarnos a todos la garantía de una existencia significativa y
trascendente.
Un
desafío final: qué hacer para que los creyentes cristianos no parezcamos
enemigos del mundo, de las realidades de la historia, “beatos” temerosos de los
riesgos de la existencia? Qué hacer para ser como el Señor Jesús, encarnados e
implicados en todo lo humano, comprometidos, viviendo la feliz simultaneidad de
lo humano y de lo cristiano?
Alejandro
Romero Sarmiento - Antonio José Sarmiento Nova,SJ
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