Lecturas
1.
Hechos
de los Apóstoles 2: 14 y 22-33
2.
Salmo
15: 1-2 y 5 – 11
3.
1
Pedro 1: 17 – 21
4.
Lucas
24: 13 – 35
“Se dijeron uno a otro: no estaba ardiendo nuestro corazón
dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las
Escrituras?”
(Lucas 24: 32). Con esta pregunta, los dos desencantados discípulos de Emaús
constatan que el misterioso caminante que se unió a su ruta es el Viviente, el
Señor Resucitado.
Cuántas desilusiones y sinsabores nuestros y de tantos
humanos, similares al de estos dos hombres, vacíos de sentido, derrota de los
ideales, frustraciones, desamores, pérdida de horizonte, enfermedades,
injusticias, pobrezas, males a montón, soledades. Todo esto nos hace recordar
aquello de Albert Camus: “El único problema filosófico verdaderamente
serio es el suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta
fundamental a la suma de preguntas filosóficas” (En El mito de Sísifo,
Capítulo Un razonamiento absurdo. Editorial Losada. Buenos Aires, 1987).
Este autor, testigo como pocos del drama europeo después de
la barbarie y devastación de la II guerra mundial, es un honestísimo profeta
que confronta la autenticidad de la condición humana y su disposición para
vivir genuinamente.
Con títulos como “El
Extranjero” y “La peste” aborda el aspecto trágico
de la humanidad, vivido en condición extrema en esa confrontación de 1939 a
1945, cuando los países más “civilizados” del mundo emprendieron esa debacle,
Alemania afirmando con demencia su superioridad étnica y empeñándose en
destruír a la raza judía, y los otros disponiéndose a la tradicional partición
del poder y de las tierras conquistadas, como suele suceder después de la intensidad de esas
beligerancias.
Cómo responde el ser humano a estas radicales fracturas? Es
lo más honesto que nos podemos proponer, desarrollando como segundo capítulo –
después de la gran cuestión –la búsqueda de las alternativas de sentido.
La historia de la
humanidad es elocuente en este aspecto: las ofertas afectivas y eróticas , las
religiosas y espirituales, las económicas y sociales, las científicas y
tecnológicas, las políticas, las filosóficas, las estéticas, son parte
sustancial de la gran cadena de esfuerzos que hacemos los humanos para crear
arraigos en la vida, sentido de pertinencia, seguridades, razones para la
esperanza.
Ellas contienen respuestas válidas, satisfactorias,
plenificantes, pero también explicitan fisuras y fragilidades. Pongámonos en el
mayor nivel posible de honestidad – como el de nuestro amigo Camus – para no
pasar por alto el gran interrogante y
para no dispensarnos de la sinceridad que nos lleva a experimentar que sí vale
la pena vivir.
Son preocupantes los muchos engaños a que somos sometidos los
humanos por parte de los falsos profetas y por la poca seriedad de muchos de estos
ofrecimientos. Cada uno en su relato personal, y también en la historia y
tradición de su sociedad, puede verificar el alcance de esta afirmación.
Desfilan aquí políticos, predicadores, ministros religiosos, empresarios,
dirigentes públicos, escritores, seudocientíficos, brujas y adivinos, inventores de falsedades,
cuyo oficio es maltratar nuestras ilusiones con el ocultamiento de la verdad y
con la manipulación de las conciencias.
En este orden de cosas interroguémonos: es la fe cristiana en
el acontecimiento pascual una respuesta seria, comprometida, responsable,
esperanzadora, a esta búsqueda infatigable de sentido? Porque hay que decir que
esta es una pregunta válida, formulada con el mayor espíritu crítico, en la
medida en que hay distorsiones de la Buena Noticia, interpretaciones y
aplicaciones deficientes e incompletas, y también – desafortunadamente – hechos
y contenidos que dan la razón a la afirmación de Marx , “la
religión es el opio del pueblo”.
Volvemos así a nuestros discípulos de Emaús, fiel reflejo de
todos nosotros. Cómo descubren ellos la seriedad del Resucitado? Cómo
experimentan en sí mismos la certeza de la Vida y de la novedad que transforma
su pérdida en un encanto inagotable, en el más contundente paso de la muerte a
la vida?
Que sea la consideración de este III domingo de Pascua un
cotejo entre nuestras biografías y las de aquellos dos peregrinos, y digamos
con ellos: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado”
(Lucas 24: 29). Ante esta insistencia “entró a quedarse con ellos” (Lucas
24: 29b) y…..” sucedió que cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció
la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y
lo reconocieron, pero él desapareció de su lado” (Lucas 24: 30 -31).
Los relatos de apariciones post pascuales de Jesús, como
este, sabemos bien que no hacen parte de una historia en el sentido en que
habitualmente lo entendemos, superan este límite y se sitúan en el ámbito de lo teologal, de la dimensión del
Espíritu, de la profunda fe de estos creyentes, que habían descubierto en Jesús
la realidad paternal, solidaria, misericordiosa, dadora de vida, de este Dios a
quien llamamos con el Viviente “Padre nuestro que estás en los cielos”.
Aquí es donde se juega la seriedad de la respuesta pascual,
la del Padre de Jesús que legitima y acredita toda su vida, su misión y
ministerio, su anuncio del Reino, su resuelta opción por los últimos de la
tierra, su profética contestación al
poder religioso y político de ese pequeño país, su cruz, su mañana pascual.
Este es el caminante de Nazareth que es ahora el Cristo de
Dios, como lo testimonia Pedro: “A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por
Dios entre ustedes con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio
entre ustedes, como ustedes mismos saben, a éste, que fue entregado según el
determinado designio y previo conocimiento de Dios, ustedes le mataron
clavándole en la cruz por mano de los impíos; a este , pues, Dios lo resucitó
librándolo de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su
dominio” (Hechos 2: 22 – 24).
Cuando vemos la sustancial transformación acontecida en
Pedro, María Magdalena y los primeros discípulos, cuando constatamos la vida
heroica y solidaria de Teresa de Calcuta y de la Madre Laura, cuando admiramos
a hombres del talante de Maximiliano Kolbe y Francisco de Asís, cuando nos
apasionan las cumbres místicas de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz, cuando
nos conmueven la ternura y generosidad de Elba Julia López y de su hija
adolescente Celina Mariset, asesinadas por miembros del ejército salvadoreño en
la madrugada del 16 de noviembre de 1989, entonces nos estamos dando cuenta de
que Dios Nuestro Señor sí se toma muy en serio a los humanos y que nos da en
Jesús Resucitado el argumento por excelencia de credibilidad.
Ellos-as y muchos-as en el mundo son auténticos relatos de
esperanza!
Por esta razón esencial debemos empeñarnos también en un
permanente y cuidadoso control de calidad a todas las expresiones de la fe para
que estén poseídas de esta seriedad pascual: la liturgia y las celebraciones,
la teología y la catequesis, la interpretación bíblica, la formación de la
comunidad de los creyentes, todo el servicio pastoral, el ministerio de
obispos, presbíteros y diáconos, la acción educativa y también la solidaria, la
administración sacramental,el derecho canónico, la gestión eclesial, los escritos y los medios de
comunicación, la vida consagrada, los movimientos apostólicos, la formación de
un laicado adulto y autónomo, la superación del clericalismo, el diálogo
sensato e inteligente con las realidades del mundo y de la historia!
Que en todo ello quede claro ese hecho constitutivo de
nuestra fe: la donación incondicional de Jesús al Padre y a la humanidad, su
encarnación y arraigo en todo lo humano, su ser y su quehacer plenos de
esperanza y de significado trascendente, su inclinarse misericordioso ante la
fragilidad de cada Magdalena, de cada Bartimeo, de cada leproso, de cada
Zaqueo, de cada uno de nosotros, su severa claridad ante los fariseos y
sacerdotes del templo, su exigencia con los discípulos, su heroísmo –
simultáneo con la fragilidad de su encarnación – para ir a la cruz y asumir la
injusticia de esa condena, realizando la salvación desde el reverso de la
historia, y….finalmente……. su felicísima Presencia, la que hace decir a Pedro: “Sepan
que han sido rescatados de la conducta necia heredada de sus padres, no con
algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero, sin
tacha y mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y
manifestado en los últimos tiempos a causa de ustedes” (1 Pedro 1: 18 –
20).
A Comunitas Matutina le parece legítima la perplejidad de los
discípulos de Emaús, porque es un rasgo profundamente humano: qué quieren que
pensemos y sintamos cuando se nos vienen abajo los ideales y se nos quiebran
las razones para la esperanza? Eso es común denominador de cada hombre y de
cada mujer.
También nos parecen exigentes y muy respetables la sinceridad
y la crudeza de Camus, quien no fue creyente, probablemente decepcionado por la
flojera de tantos cristianos que no son trasunto de la seriedad de Dios, y
pensamos que esa radical cuestión que citamos al comienzo de esta reflexión es
una alerta profética para que la vida no se vaya en superficialidades, en
fruslerías, para que todo lo que hagamos sea responsable, creativo, honesto, en
definitiva…………..pascual!
Pero, por supuesto, asumimos que encontrar el sentido, la
trascendencia, la Vida de Dios presente
participándonos de sí misma, son posibles , perfectamente posible. Y esto es lo
que constatamos, con los de Emaús, porque también a nosotros se nos han abierto
los ojos y lo hemos reconocido.
Bajémonos del pedestal jerárquico en el que nos hemos subido
muchos de nosotros y unámonos a los caminantes que van por la vida – como los
de Emaús – haciéndose preguntas, persiguiendo con pasión razones para la
esperanza, y al final, salir presurosos a anunciar que la Presencia está entre
nosotros y es permanente: “Y, levantándose al momento, se volvieron a
Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que
decían: Es verdad! El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Ellos, por
su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido
en la fracción del pan” (Lucas 24: 33 – 35).
No hay comentarios:
Publicar un comentario