domingo, 15 de febrero de 2015

COMUNITAS MATUTINA 15 DE FEBRERO VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Levìtico 13: 1 – 2 y 44 – 46
2.      Salmo 31: 1 – 11
3.      1 Corintios 10: 31 a 11: 1
4.      Marcos 1: 40 – 45
Hoy abordamos el asunto gravísimo de la exclusión y condenación de las personas por razones religiosas y morales, sociales y económicas, culturales y étnicas. Para esto, los textos de Levìtico y de Marcos nos ponen frente a la impureza decretada formalmente por la institución religiosa judía con respecto a los leprosos, símbolo para aquella cultura de la “maldición de Dios”, reflejo según ellos de su pecado y de su distanciamiento deliberado de  El.
En el capìtulo 13 de Levìtico se tratan las diversas enfermedades de la piel, y a todas ellas – con la designación genérica de lepra – se les atribuye la condición de castigo divino por causa del empecinamiento pecaminoso de quienes la padecen.
 En consecuencia, estas personas son declaradas impuras por los sacerdotes, y quedan automáticamente excomulgadas de la comunidad humana y creyente: “ El sacerdote lo declararà impuro por lepra en la cabeza. El que ha sido declarado enfermo de lepra andarà harapiento y despeinado, con la barba tapada e irà gritando: Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirà impuro. Vivirà apartado y tendrá su morada fuera del campamento” (Levìtico 13: 44 – 46).
En varios lugares del Antiguo Testamento encontramos relatos que refieren esta situación, y en todas ellas , invariablemente, se manifiesta la impureza moral y ritual, también social, que conlleva esta patología asociada a la condena religioso – moral.
 Quien es vìctima de esto debe presentarse ante el sacerdote, único autorizado para “certificar” que la persona està enferma y, declarada oficialmente impura , debiendo separarse totalmente del culto, de la comunidad , de su familia, de todo vìnculo social, situación que sòlo podrá superar cuando cesen los efectos del mal, y sea incluìdo de nuevo, mediante la acreditación pública de pureza por parte del sacerdote: “ El Señor dijo a Moisès y a Aaròn: cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel que parezca lepra, será llevado ante Aaròn, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. ….Despuès de examinarlo, el sacerdote lo declararà impuro” (Levìtico 13: 1- 3)
En línea con la función sacerdotal de separar lo sagrado de lo profano, lo puro de lo impuro, mentalidad tìpicamente maniquea y dualista, estamos ante un hecho que desafortunadamente sigue presente en muchos contextos religiosos y sociales. Es la estigmatización, la condena, que se realizan con intransigencia y fundamentalismo, con rigidez inmisericorde, acudiendo a Dios como legitimador de tal excomunión.
Pensemos en toda esta problemática de señalamiento de aquellos a quienes unos criterios religiosos y morales etiquetan como malos, disfuncionales, deshonestos, impuros, herejes, puestos públicamente como vergonzantes. Vienen a la memoria los condenados por su conducta sexual, por discrepar del sistema establecido, los que se equivocan y quieren redimirse, los atacados con virulencia por los guardianes de la religión y por los “dueños” de la moral y de las costumbres.
Què pensar y sentir ante esto?  El relato de Marcos lo aclara con la sencilla narrativa del encuentro entre Jesùs y el leproso. Donde nos situamos: en la condena farisaica? En la humilde conciencia de quien se siente necesitado de salvación? En la solidaridad sanante del Señor? Hagamos el ejercicio de responder honestamente cada una de las tres preguntas.
El enfermo se aproxima con  la esperanza de ser curado, y no se atiene a la rigurosa ley que le prohíbe acercarse a otras personas; se arrodilla ante Jesùs en señal del màs profundo respeto y confía plenamente en su poder sanador; todo depende de que quiera, no de que pueda: “ Se le acercò un leproso y arrodillándose le suplicò: si quieres, puedes sanarme” (Marcos 1: 40).
 Es muy fuerte en el contexto contemporáneo de Jesùs la mentalidad que hace ver a estos enfermos como muertos vivientes, totalmente despreciados  y alejados de toda posibilidad de relación y de aceptación. Los responsables de tal legislación estaban firmemente convencidos de  que con esta medida protegían la pureza de toda la comunidad!
Pero la fe del leproso y el amor de Jesùs  desbordan con creces estas circunstancias, hacen realidad la Buena Noticia del reino de Dios, porque también El siente como propio el dolor de este prójimo, a quien ve como tal y no como un condenado y excomulgado, experimentando  honda compasión: “El se compadeció, extendió la mano, lo tocò y le dijo: lo quiero, queda sano. Al instante se le fue la lepra y quedó sano” (Marcos 1: 41 – 42).
Tres verbos muestran la cercanìa de Jesùs con los marginados: compadecerse, extender la mano y tocar. No se conforma con estar cerca sino que transforma la realidad de marginación sanando al leproso, lo restablece física y espiritualmente. He aquí una de las grandes señales del reino de Dios y su justicia traducida en el ministerio misericordioso y liberador  de Jesùs.
Recordamos las angustias extremas vividas en el confesionario cuando el sacerdote se ponìa iracundo y condenatorio ante las “lepras” morales de quienes iban allì, como el leproso, con la expectativa y la confianza de ser perdonados y restituìdos en su integridad. Muchos no encontraron aquí el ejercicio de la misericordia sino la implacable dureza de un tribunal desconocedor de la compasión .
 Sucede esto aùn? Si sigue pasando , debemos ponernos en alerta y generar un movimiento de indignación evangélica, al estilo de Jesùs, para volver por los fueros de la comprensión de la fragilidad humana y de la terapéutica sacramental que es salud , solidaridad, reivindicación, perdón, redención.
Luego, Jesùs ordena al curado: “Cuidado con decírselo a nadie. Ve a presentarte al sacerdote y, para que le conste, lleva la ofrenda de la sanación establecida por Moisès” (Marcos 1: 44) .
 Cabe recordar un elemento central en  Marcos que los estudiosos del texto bíblico llaman el “secreto mesiánico”, asunto que atraviesa todos los relatos de este evangelio y que se entiende como la intención de Jesùs de pasar desapercibido, hoy conocido por nosotros como el “bajo perfil”, cuya comprensión se completa en la experiencia pascual, cuando los discípulos abatidos por la muerte de Jesùs, ahora viven una transformación radical, un novedoso entusiasmo apostólico, desde el cual desvelan el secreto y captan que esa discreción del Maestro era una estrategia para permitir llegar a la cabal inteligencia de su resurrección.
El leproso desobedece, no hace caso, ni se calla ni acude al sacerdote: “Pero al salir, aquel hombre se puso a proclamar y a divulgar màs el hecho, de modo que Jesùs ya no podía presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares despoblados. Y aùn asì, de todas partes acudìan a èl” (Marcos 1: 45).
 Es decir, el ahora curado se convierte en un evangelizador que propaga las acciones liberadoras de Jesùs, con su clamor testimonia el inmenso beneficio que le ha sido dispensado, recordando aquello de la filosofía tomista: el bien es difusivo de sì.
Valoremos el contraste entre la declaración de impureza, con la maldición y la condena que acompañan esta circunstancia, totalmente determinada  por una actitud lejana del genuino amor de Dios, y la disposición de Jesùs que se compadece, toca y sana, entra en contacto con el excluìdo, no se detiene ante la prohibición, con el peligro de ser también reconocido como impuro, y comunica a este hombre la vitalidad de Dios, rehacièndolo en su dignidad y dándole la posibilidad de retornar al encuentro amoroso con El, con sus semejantes, dejando atrás los efectos del anatema y de la maldición.
Vayamos entonces a la carga simbólica de los relatos evangélicos, que siempre quieren que nos identifiquemos con ellos. En este caso, con el leproso. Todos llevamos dentro algo de lo que nos sentimos culpables. Podemos negarnos a admitirlo, escondiendo la cabeza y eludiendo la aceptación de la responsabilidad; o podemos reconocerlo y acudir humildemente a Jesùs, al ministerio eclesial, con la misma certeza de aquel hombre: “ si quieres, puedes sanarme” (Marcos 1: 40), confiados en que en El encontramos la salud y la novedad cualitativa que nos reconcilia y nos incluye en la comunión con Dios y con la humanidad.
No es Dios quien excluye sino nuestras leyes e instituciones; no es Dios quien margina, sino nosotros; tal vez es esto una proyección neurótica, una obsesión con la pureza de los demás porque la nuestra propia es bastante turbia e impresentable? Todos esos predicadores que condenan muy seguramente esconden  en sì mismos realidades  de dudosa ortografía moral, e, incapaces de aceptarlas, adoptan el modelo de jueces de vidas y conciencias, totalmente olvidados de la amorosa cercanìa del Padre y de la exquisitez de Jesùs en su trato con los condenados de la tierra, El siempre en plan de incluir, de sanar, de liberar, de redimir.
Seguirle   significa no escandalizarnos ante las impurezas humanas, y practicar siempre la acogida y la misericordia, dando prioridad ,  como El, a la persona por encima de la norma, asumiendo que esta es al servicio del ser humano, y no al revés, ganando siempre en compasión y en solidaridad, dando a todos , en nombre del Padre, las mejores y màs contundentes razones para la esperanza.
Traigamos a la mente el testimonio de esas personas que ofrecen apoyo y amistad incondicionales a prostitutas, a indigentes, a enfermos de sida, a abandonados y humillados por la pretendida “moralidad” de la sociedad y también, en no pocos casos, de la religión. Estos hombres y mujeres viven con toda intensidad aquello de que en el corazón de Dios caben todos, El buen Dios  primero  presente en los hermanos sufrientes y humillados, cultivando en estos la conciencia de dignidad, del amor del Padre, de su cercanìa redentora. Este asunto es normativo e indispensable para quien quiera tomar en serio el proyecto de Jesùs!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog