Lecturas
1.
Job
7: 1 – 7
2.
Salmo
146: 1 – 6
3.
1
Corintios 9: 16 – 23
4.
Marcos
1: 29 – 39
El ser humano – lo sabemos desde nuestra propia experiencia –
es un eterno buscador del sentido de la vida. Este es el gran asunto del libro
de Job, del que se toma la primera lectura de este domingo, reflexión que hace
a partir de la experiencia del mal, personificando la misma en la historia de
un hombre llamado Job, justo y religioso, hombre bueno a quien le empiezan a
llegar sufrimientos, calamidades, tragedias, con los consiguientes estados de
ànimo que esto suscita, desde la rebeldía, la crisis, la depresión, hasta la
purificación y el encuentro con Dios, que lo capacita para entender su problemática y para asumirla en la
perspectiva del sentido y de la esperanza.
Los versículos que hoy se nos refieren hacen parte de la
respuesta de Job a su amigo Elifaz, quien previamente (capítulos 5 y 6) reflexiona sobre el sufrimiento del
inocente, el castigo de los malvados, la responsabilidad de los humanos en el
surgimiento de sus propias desgracias,
el dolor entendido como correctivo de Dios para fraguar al ser humano, y el
recuerdo de la fidelidad a Dios como garantía de la vida en abundancia: “Dichoso
el hombre a quien Dios corrige, no
rechaces el escarmiento del Todopoderoso, porque El hiere y venda la herida,
golpea y sana con su mano” (Job 5: 17 – 18).
Que sea esta una coyuntura saludable para preguntarnos sobre
nuestras experiencias lìmites de dolor y de
vacío, de agobio y de fracaso. Còmo
les hacemos frente? Nos sumimos en el
sentimiento trágico de la vida y llegamos al desencanto y al pesimismo? Se nos antoja que estamos abandonados de Dios
y de la vida y que lo restante es una tragedia?
Job es el hombre destrozado por el sufrimiento, sin
horizonte, que considera la vida un absurdo, una dramática realidad sin
perspectivas de superación. Còmo nos lleva esto a hacernos conscientes del
vacío de sentido que afecta a tantos seres humanos? Què nos dicen las
estadísticas de suicidios, y también de enfermedades de la psiquis? Còmo nos
reta esto a nosotros, creyentes en Jesùs, en términos de ser trabajadores
comprometidos del sentido de la vida?
Las palabras de la primera lectura hacen parte de esa respuesta
de Job a la desmesura de sus males, està abatido y su relato vital es de muerte
y angustia radical: “La vida del hombre en la tierra es como un
servicio militar, sus días son los de un jornalero; como el esclavo, suspira
por la sombra, como el jornalero, espera el salario. Mi herencia son meses
vacìos, me han sido asignadas noches de sufrimiento…… Mis días corren màs que
la lanzadera del telar y se consumen sin esperanza” (Job 7: 1-2 y 6).
Si la fe cristiana se pretende dadora de plenitud y de vida en Dios,
configuradora de las mejores razones para trascender y existir con significado
de amor y de libertad, son imperativos un pensamiento y una experiencia
espirituales de la mejor tradición bíblica y humanista para explicitar de una
parte esta fragilidad que nos es inherente, inevitable, radical precariedad de
nuestro ser, y de otra, verificar en la misma manifestación de Dios al ser
humano la capacidad creadora y constructiva para desarmar - valga la redundancia – la malignidad del
mal y re-significarla en clave pascual.
En este contexto, conviene recordar de el estimulante texto programático de
Francisco, Obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal, LA
ALEGRIA DEL EVANGELIO (Evangelii Gaudium), en el que señala el
derrotero de su ministerio, enmarcado en la gozosa certeza de Dios, principio y
fundamento de la felicidad humana, manifestado en Jesucristo, consciente de la
contingencia que nos afecta, de las graves problemáticas de nuestro tiempo, de
la presencia de manifestaciones antievangélicas en la Iglesia misma – altamente
preocupantes ! – y de la necesidad del màs potente sentido de vida que se
propone en la persona de Jesùs.
El relato que nos trae hoy el evangelio de Marcos nos propone
buenas y esperanzadoras cosas para salir al paso a las evidencias del mal y a
las angustias – como la de Job – que lo acompañan: “Despuès salió de la sinagoga y con Santiago y Juan se
dirigió a casa de Simòn y Andrès. La suegra de Simòn estaba en cama con fiebre,
y se lo hicieron saber enseguida. El se acercò a ella, la tomò de la mano y la
levantò. Se le fue la fiebre y se puso a servirles” (Marcos 1: 29 –
31).
La suegra de Pedro simboliza la situación de exclusión que
sufren las mujeres ancianas y enfermas. Los discípulos interceden por ella como
señal de solidaridad con quien està necesitado, paciente del dolor y de otros
males. Con tres verbos Jesùs indica la mejor manera de relacionarse con el
oprimido: acercarse, entrar en contacto con èl, y levantarlo. El, en nombre de
la misericordia del Padre, sana, libera, reivindica, restaura, y espera que
quien se ha beneficiado de la vitalidad de la que es portador se ponga al
servicio del reino: “Se le fue la fiebre y se puso a servirles”
(Marcos 1: 31) .
La persona en quien ha actuado Jesùs recuperando en ella
todas las condiciones de vida y dignidad es ahora portadora de la buena noticia
y pone en evidencia esto dedicándose al servicio de la comunidad, permitiendo a
otros participar de los dones que trae consigo el ministerio de Jesùs.
Las sanaciones se extienden a todos los que se acercan al
Maestro, y revelan la solidaridad salvífica y liberadora de Jesùs, su
compromiso teologal con la plenitud de todas las personas, preferentemente las
que son víctimas del sufrimiento, de la injusticia, del egoísmo de otros, del
pecado. Jesùs es la novedad radical de Dios para el ser humano, novedad que se
manifiesta en la comunicación de la dignidad, del feliz restablecimiento de
todo lo que humaniza , del Padre Dios que habita en la persona que recibe estos
dones a través del ejercicio sanante del Hijo: “Al atardecer, cuando se puso el
sol, le llevaron toda clase de enfermos y endemoniados. Toda la población se
agolpaba a la puerta. El sanò a muchos enfermos de dolencias diversas y expulsò
a numerosos demonios, a los que no les permitìa hablar, porque lo conocían”
(Marcos 1: 32 – 34).
La autoridad que el pueblo descubrìa en El, de la que
hablábamos el domingo anterior, la demuestra curando en sábado a la suegra de
Pedro, “El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado. De
manera que el Hijo del Hombre es Señor también del sábado” (Marcos 2:
27 – 28).
Esta dato es digno de ser destacado por el escàndalo que causaban a los judíos las
pràcticas curativas de Jesùs en sábado, el dìa sagrado e intocable del
judaísmo! El tiene en sì mismo la
libertad de Dios, la soberanía que el Padre le confiere para trascender las
barreras que imponen las limitaciones religiosas del judaísmo, no por anarquía
y desconocimiento inmaduro de lo establecido para todos, sino desde la
afirmación de la dignidad humana que es rasgo tìpico del reino de Dios y su
justicia, y desde su mismo ser plenamente teologal, empeñado en no limitar a
los humanos con prescripciones sofocantes y siempre decidido a participar a
todos de esa nueva y esperanzadora dinámica de sentido que El porta en nombre
del Padre.
Pero también, Jesùs sabe que el entusiasmo basado sòlo en los
milagros y no en el proyecto total del reino de Dios falsea su misión. Es
consciente de la tentación del éxito que representaba esto: “Toda
la población se agolpaba a la puerta” (Marcos 1: 33), y por eso se
retira a orar, el contacto diario e intenso con el Padre es una constante en su
vida, aquí es donde se alimenta para realizar su ministerio: “Muy
de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se levantò, salió y se dirigió a un
lugar despoblado, donde estuvo orando” (Marcos 1: 35).
Testimonio de profundidad espiritual que nos comunica el
mismo Jesùs para poner en tela de juicio la vanagloria del activismo y la
obsesión por logros y resultados, productividad sin esencia que nos afana a
tantos y tan a menudo, llevando a sacrificar la genuina sustancia del ser y del
quehacer, asunto muy propio de esta cultura contemporànea de la utilidad.
El autèntico trabajo
del reino, la misión apostólica, descansan saludablemente en la intimidad con
el Padre, en la experiencia del encuentro con El, en la oración en la que recibimos la
gracia de la lucidez, la escuela del afecto. Todo lo que se hace como servicio
a los hermanos – siguiendo el ejemplo del Señor – en sus múltiples
versiones, tiene sentido si està
respaldado por la densidad espiritual del
vìnculo orante, asì evocamos a los grandes mìsticos como Agustìn y
Benito, Teresa de Jesùs y Catalina de Siena, Francisco de Asìs y Domingo de
Guzmàn, Edith Stein y Etty Hillesum, Ignacio de Loyola y Juan de la Cruz, en
cuyo relato teologal es patente la prioridad de la oración. Con Jesùs y con
ellos, no nos dejamos aturdir por los triunfos y por la popularidad que esto
promueve. A lo que hay que apuntar es a la voluntad del Padre, tal es la determinación que garantiza la validez
de la misión.
Este es un rasgo muy positivo de muchos en el cristianismo
contemporáneo: ver còmo se va despertando la necesidad de cuidar màs y màs la
comunicación con Dios, el silencio y la meditación. Los cristianos màs lùcidos
y responsables quieren llevar a la Iglesia a vivir de manera màs contemplativa,
con el fin de superar el inmediatismo de la acción, y el desgaste y vacío interior
que lo acompañan.
Las consideraciones de
hoy tienen bello y muy elocuente remate en el testimonio de Pablo, que nos trae
la segunda lectura: “Anunciar la Buena Noticia no es para mì
motivo de orgullo sino una obligación a la que no puedo renunciar. Ay de mì si
no anuncio la Buena Noticia!” (1 Corintios 9: 16 ). Conocemos bien la pasión y el entusiasmo del
apóstol por la persona de Jesùs, y su
resuelta acción apostólica, en la que traduce su inmenso ànimo espiritual y
misionero.
Ser conscientes de esto nos lleva a la razón de ser de la
Iglesia, sacramento de Jesucristo en la historia, visibilidad de El mismo, y
eficacia de la Palabra. Como Pablo, la comunidad cristiana debe demostrar la
nueva realidad existencial con la que El fue agraciado a partir de su encuentro
con el Resucitado en el camino de Damasco, que hizo de èl un hombre seducido
por Jesùs, por su Evangelio, llegando a la certeza de la plenitud que aquí
reside para toda la humanidad.
Por esta razón fundamental la Iglesia no se puede reducir a
ser una institución prestadora de servicios religiosos, ni una entidad ritual o
de poder y prestigio, ella es la comunidad de los apasionados y motivados por
el Espìritu de Jesùs para llevar a la humanidad la razón decisiva de sentido y
esperanza: “ Me hice débil con los débiles para ganar a los débiles. Me hice todo a
todos para salvar por lo menos a algunos. Y todo lo hago por la Buena Noticia ,
para participar de ella” (1 Corintios 9: 22 – 23).
Despuès de los vatileaks,
de los vergonzosos escándalos de pedofilia por parte de sacerdotes, del
manejo indebido de las finanzas eclesiales en algunos medios, se impone de
parte de todos un ejercicio humilde de autocrìtica, una postura de radical
conversión al Padre, una aceptación del cuestionamiento exigente que se nos
hace, y un retorno a este ànimo paulino y evangélico para destacar la esencia
del ser eclesial, asì con la simpatía que a todos nos contagia Francisco, el
pastor mayor: “Nos hace falta una certeza interior y es la convicción de que Dios
puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes
fracasos, porque “llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2
Corintios 4: 7)” (Exhortaciòn apostólica La Alegrìa del Evangelio, del Papa
Francisco, número 279).
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