Lecturas
1. 2 Crónicas 36: 14 – 16 y
19 – 23
2. Salmo 136: 1 – 6
3. Efesios 2: 4 – 10
4. Juan 3: 14 – 21
Podemos empezar la reflexión de este
domingo preguntándonos si eso que se dice acerca de que el amor de Dios es
incondicional y universal, que cobija solidariamente a todos los seres humanos
– sin excepción –, es un lugar común
religioso, una retórica “pre-grabada”, o
si es una gozosa y esperanzada certeza que atraviesa coherentemente todo
nuestro proyecto de vida.
A responder esta cuestión nos ayudan
con bastante claridad las lecturas que hoy se nos proponen.
El relato de 2 Crónicas se refiere al
perdón generoso de Dios concedido al pueblo judío por fidelidad a la palabra
dada a ellos, a pesar de las muchas incoherencias de este pueblo:” También
las autoridades de Judá, los sacerdotes y el pueblo obraron inicuamente ,
imitando las abominaciones de los paganos y profanando el templo que el Señor
había consagrado en Jerusalén “ (2 Crónicas 36: 14), una constatación
contundente del desacatamiento de este pueblo a los compromisos contraídos con
Yavé en la alianza.
Este contexto de pecado ayuda – por
contraste – a comprender la iniciativa gratuita de Dios que decide olvidar esta
iniquidad y ejercer con Israel lo propio de su ser teologal: el perdón y la
misericordia, y esto de modo gratuito, sin merecimiento por parte de esta
comunidad de creyentes desorientados, quienes viven el beneficio de la reconciliación
y de la justicia, gracias a Ciro, rey de Persia, cuya guía retorna a los israelitas a su tierra de origen
, como una expresión del favor y de la gratuidad de Dios para este pueblo de
elegidos: “Ciro, rey de Persia, decreta: El Señor, Dios del cielo, me ha entregado
todos los reinos de la tierra y me ha encargado construírle un templo en
Jerusalén de Judá. Todos los de ese pueblo que viven entre nosotros pueden
volver. Y que el Señor, su Dios, esté con ellos” (2 Crónicas 36: 23).
Ahora viene el ejercicio de
aplicación de esta Palabra a nuestro contexto personal y social. Somos
conscientes en nuestra historia de esta iniciativa de Dios, nos sentimos
bendecidos por El sin mérito de nuestra parte?
Qué pensar y sentir ante la extrema
generosidad que contrasta con este mundo de las grandes injusticias sociales,
de la perversidad del sistema financiero internacional, de los crímenes
cometidos por los nazis en los campos de concentración durante la II guerra
mundial, del terrorismo de estado propiciado por tantos gobiernos, del
fundamentalismo del grupo Estado Islámico y de las dictaduras militares de los
años setenta en América Latina, de las hambrunas en los países del Africa
subsahariana, de las monumentales torpezas que cometen algunos gobiernos
tomando absurdas decisiones que empobrecen más y más a la población?
Dios está presente en nuestro mundo?
Dios es gratuito y misericordioso? Parece que sí, por eso se impone escrutar
los signos de los tiempos y detectar en ellos su manifestación salvadora y
liberadora. Desde los tiempos del Papa Juan XXIII (1958 – 1963) y del
Concilio Vaticano II (1962 – 1965) se nos invitó a detectar estos indicios de
amor y de gratuidad inagotables, y a descubrir en ellos la bendición teologal
en medio de tantas inconsistencias, similares a las de los israelitas en los tiempos
que nos refiere el texto de 2 Crónicas:
-
La intención de oxigenar la Iglesia, de ponerla a tono con el
mundo contemporáneo, liderada por los papas Juan XXIII y Pablo
VI con el Concilio Vaticano II y todo su entorno teológico y pastoral.
-
La poderosa llamada de atención en materia de solidaridad con
los más pobres del mundo caracterizada en la vida y obra de la Madre
Teresa de Calcuta en la India y
en el mundo entero, y del Abbé Pierre en Francia.
-
La inconformidad descubierta en la Teología de la Liberación
hacia una iglesia adomercida y a menudo, en su momento, comprometida con los
poderes políticos opresores del pueblo humanidad.
-
El gigantesco mensaje de justicia evangélica hecho historia
real en las biografías de Monseñor Oscar Romero (1917 – 1980), Dom
Helder Cámara (1908 – 1999), los grandes profetas del cristianismo
social latinoamericano.
En esos relatos vitales está patente
el amor de Dios, inmerecido, sobreabundante, hecho historia y testimonio de
esperanza.
Estas consideraciones y certezas se
avalan de modo pleno y consumado en lo que trae el evangelio de Juan: “Tanto
amó Dios al mundo , que entregó a su Hijo único, para que quien crea no
perezca, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él” (Juan 3: 16
– 17).
El reduccionismo moralista y
dogmático de ciertas interpretaciones del evangelio y de la fe – incompletas e
insuficientes, por cierto - nos hace
perder de vista esta radical, ilimitada, generosísima, evidencia: el Dios que
es para la totalidad de los seres humanos, el Dios que da vida, sentido y amor,
el Dios que no se reserva nada para sí y nos ofrece en Jesús, su Hijo, el
máximo relato de credibilidad, El, que en la acción del Espíritu realiza la
genuina globalización de corazones y conciencias, bendecidos por esa seductora
disposición para incluír, para sanar, para amar, para perdonar, para
reconciliar.
Y todo en contraste con una “cultura”
(?) que es exactamente contraria a lo gratuito y universal: todo lo cobra y lo
compra, su modelo económico es intrínsecamente perverso porque genera riqueza y
pobreza de modo más que inequitativo,
impone el pensamiento y los imaginarios de los países poderosos a los más
pobres y limitados, sigue clasificando la sociedad en clases y estratos , quita
oportunidades a la mayoría de personas en
el mundo, resuelve las diferencias políticas y religiosas con violencia
y fundamentalismo, sigue alienando con opio del pueblo a través de nuevos
grupos de creyentes marcados por la intransigencia y el verticalismo,
disfrazados de modernidad, estrategia del neoconservadurismo propio de los
fanáticos creyentes que se sienten dueños de la verdad y de la moral.
Qué hacer, hablando en lenguaje
evangélico? Dejarnos sorprender por Dios, por su gracia, por su empeño en
“estar ahí” sin retirarse jamás, por su fascinante generosidad, traducida en
tantos hombres y mujeres discretos, humanos, evangélicos, que en su estilo de
vida son el más estupendo referente de servicio, de misericordia, de opción por
los más pobres, de reconocimiento respetuoso de la diversidad, de tolerancia y
comunión, de reivindicación de los derechos de todos, de superación del
sectarismo, de empeño decidido en la construcción de la paz.
Esto de ser gratuitos, esto de ser
salvados por Dios que nos entrega a su Hijo, esto de la inmensidad de su amor,
no es un lenguaje piadoso, estereotipado, empobrecido por la falta de contenido
existencial: de ninguna manera. Es tarea de la Iglesia, y de todas las
comunidades cristianas – católicas, ortodoxos, evangélicas, reformadas,
protestantes – hacer patente en la historia contemporánea esta característica
esencial: “ para que quien crea en él tenga vida eterna” (Juan 2: 15).
Ya sabemos bastante bien lo que nos
viene diciendo Francisco, Obispo de Roma, desde su feliz elección al
ministerio de Pedro , hace dos años: que la Iglesia no puede ser
autorreferencial, que todos los cristianos debemos descalzarnos y bajar así a
las calles de la vida para caminar hombro a hombro con todas las gentes del
mundo , sintiendo con ellos sus gozos y
sus esperanzas, sus dolores y sus dramas, encarnándonos de tal modo que
esa inserción en la realidad – como la de Jesús – sea redentora, salvadora, re
– creadora, liberadora.
Estas palabras de Pablo en la carta a
los Efesios son completa síntesis de lo que nos plantea la Palabra para vivir
en esta perspectiva de universalidad y de gracia sobreabundante: “Pero
Dios, rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, estando nosotros
muertos por los delitos, nos hizo revivir con Cristo; con Cristo Jesús nos
resucitó y nos sentó en el cielo, para que se revele a los siglos venideros la
extraordinaria riqueza de su gracia y la bondad con que nos trató por medio de
Cristo Jesús” (Efesios 2: 4 – 8).
Estas palabras las escribe a la
comunidad cristiana de Efeso (en la actual Turquía), grupo pequeñísimo en una
ciudad que los miraba con recelo, cultura pagana, con gran dificultad para
comprender y asumir por qué estos creyentes depositaban toda la garantía de su
vida en un señor crucificado, yéndose de frente contra los poderes del mundo y
contra su lógica de honores y dominaciones.
Pablo es testigo principal del paso de esa
gracia vivida con estrechez religioso -
moral en el excluyente espacio del judaísmo a los espacios de los llamados
“gentiles”, el mundo no judío, para ellos paganismo, rompiendo así las barreras
de ese elitismo para abrirse irreversiblemente a la dimensión de la
universalidad, tipificada en esas mínimas comunidades de seguidores de Jesús en
el Asia Menor, semilla de la difusión de la Buena Noticia.
Amigos-as queridos-as: vivimos en los
límites pobres de nuestro elitismo cristiano o somos personas de mente
universal y de sensibilidad pluralista? Tenemos capacidad de pasar de lo
parroquial a la gran aldea global, reconocemos que católico quiere decir
universal y convertimos esa afirmación en proyecto de vida? La respuesta a esta
cuestión es clave para seguir con seriedad el camino cuaresmal.
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