domingo, 15 de marzo de 2015

COMUNITAS MATUTINA 15 DE MARZO IV DOMINGO DE CUARESMA JESUS ES LA EXPRESION UNIVERSAL DEL AMOR DE DIOS

Lecturas
1.      2 Crónicas 36: 14 – 16 y 19 – 23
2.      Salmo 136: 1 – 6
3.      Efesios 2: 4 – 10
4.      Juan 3: 14 – 21
Podemos empezar la reflexión de este domingo preguntándonos si eso que se dice acerca de que el amor de Dios es incondicional y universal, que cobija solidariamente a todos los seres humanos – sin excepción –,  es un lugar común religioso,  una retórica “pre-grabada”, o si es una gozosa y esperanzada certeza que atraviesa coherentemente todo nuestro proyecto de vida.
A responder esta cuestión nos ayudan con bastante claridad las lecturas que hoy se nos proponen.
El relato de 2 Crónicas se refiere al perdón generoso de Dios concedido al pueblo judío por fidelidad a la palabra dada a ellos, a pesar de las muchas incoherencias de este pueblo:” También las autoridades de Judá, los sacerdotes y el pueblo obraron inicuamente , imitando las abominaciones de los paganos y profanando el templo que el Señor había consagrado en Jerusalén “ (2 Crónicas 36: 14), una constatación contundente del desacatamiento de este pueblo a los compromisos contraídos con Yavé en la alianza.
Este contexto de pecado ayuda – por contraste – a comprender la iniciativa gratuita de Dios que decide olvidar esta iniquidad y ejercer con Israel lo propio de su ser teologal: el perdón y la misericordia, y esto de modo gratuito, sin merecimiento por parte de esta comunidad de creyentes desorientados, quienes viven el beneficio de la reconciliación y de la justicia, gracias a Ciro, rey de Persia, cuya guía  retorna a los israelitas a su tierra de origen , como una expresión del favor y de la gratuidad de Dios para este pueblo de elegidos: “Ciro, rey de Persia, decreta: El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construírle un templo en Jerusalén de Judá. Todos los de ese pueblo que viven entre nosotros pueden volver. Y que el Señor, su Dios, esté con ellos” (2 Crónicas 36: 23).
Ahora viene el ejercicio de aplicación de esta Palabra a nuestro contexto personal y social. Somos conscientes en nuestra historia de esta iniciativa de Dios, nos sentimos bendecidos por El sin mérito de nuestra parte?
 Qué pensar y sentir ante la extrema generosidad que contrasta con este mundo de las grandes injusticias sociales, de la perversidad del sistema financiero internacional, de los crímenes cometidos por los nazis en los campos de concentración durante la II guerra mundial, del terrorismo de estado propiciado por tantos gobiernos, del fundamentalismo del grupo Estado Islámico y de las dictaduras militares de los años setenta en América Latina, de las hambrunas en los países del Africa subsahariana, de las monumentales torpezas que cometen algunos gobiernos tomando absurdas decisiones que empobrecen más y más a la población?
Dios está presente en nuestro mundo? Dios es gratuito y misericordioso? Parece que sí, por eso se impone escrutar los signos de los tiempos y detectar en ellos su manifestación salvadora y liberadora. Desde los tiempos del Papa Juan XXIII (1958 – 1963) y del Concilio Vaticano II (1962 – 1965) se nos invitó a detectar estos indicios de amor y de gratuidad inagotables, y a descubrir en ellos la bendición teologal en medio de tantas inconsistencias, similares a las de los israelitas en los tiempos que nos refiere el texto de 2 Crónicas:
-          La intención de oxigenar la Iglesia, de ponerla a tono con el mundo contemporáneo, liderada por los papas Juan XXIII y Pablo VI con el Concilio Vaticano II y todo su entorno teológico y pastoral.
-          La poderosa llamada de atención en materia de solidaridad con los más pobres del mundo caracterizada en la vida y obra de la Madre Teresa de Calcuta  en la India y en el mundo entero, y del Abbé Pierre en Francia.
-          La inconformidad descubierta en la Teología de la Liberación hacia una iglesia adomercida y a menudo, en su momento, comprometida con los poderes políticos opresores del pueblo humanidad.
-          El gigantesco mensaje de justicia evangélica hecho historia real en las biografías de Monseñor Oscar Romero (1917 – 1980), Dom Helder Cámara (1908 – 1999), los grandes profetas del cristianismo social latinoamericano.
En esos relatos vitales está patente el amor de Dios, inmerecido, sobreabundante, hecho historia y testimonio de esperanza.
Estas consideraciones y certezas se avalan de modo pleno y consumado en lo que trae el evangelio de Juan: “Tanto amó Dios al mundo , que entregó a su Hijo único, para que quien crea no perezca, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él” (Juan 3: 16 – 17).
El reduccionismo moralista y dogmático de ciertas interpretaciones del evangelio y de la fe – incompletas e insuficientes, por cierto -  nos hace perder de vista esta radical, ilimitada, generosísima, evidencia: el Dios que es para la totalidad de los seres humanos, el Dios que da vida, sentido y amor, el Dios que no se reserva nada para sí y nos ofrece en Jesús, su Hijo, el máximo relato de credibilidad, El, que en la acción del Espíritu realiza la genuina globalización de corazones y conciencias, bendecidos por esa seductora disposición para incluír, para sanar, para amar, para perdonar, para reconciliar.
Y todo en contraste con una “cultura” (?) que es exactamente contraria a lo gratuito y universal: todo lo cobra y lo compra, su modelo económico es intrínsecamente perverso porque genera riqueza y pobreza de modo más que  inequitativo, impone el pensamiento y los imaginarios de los países poderosos a los más pobres y limitados, sigue clasificando la sociedad en clases y estratos , quita oportunidades a la mayoría de personas en  el mundo, resuelve las diferencias políticas y religiosas con violencia y fundamentalismo, sigue alienando con opio del pueblo a través de nuevos grupos de creyentes marcados por la intransigencia y el verticalismo, disfrazados de modernidad, estrategia del neoconservadurismo propio de los fanáticos creyentes que se sienten dueños de la verdad y de la moral.
Qué hacer, hablando en lenguaje evangélico? Dejarnos sorprender por Dios, por su gracia, por su empeño en “estar ahí” sin retirarse jamás, por su fascinante generosidad, traducida en tantos hombres y mujeres discretos, humanos, evangélicos, que en su estilo de vida son el más estupendo referente de servicio, de misericordia, de opción por los más pobres, de reconocimiento respetuoso de la diversidad, de tolerancia y comunión, de reivindicación de los derechos de todos, de superación del sectarismo, de empeño decidido en la construcción de la paz.
Esto de ser gratuitos, esto de ser salvados por Dios que nos entrega a su Hijo, esto de la inmensidad de su amor, no es un lenguaje piadoso, estereotipado, empobrecido por la falta de contenido existencial: de ninguna manera. Es tarea de la Iglesia, y de todas las comunidades cristianas – católicas, ortodoxos, evangélicas, reformadas, protestantes – hacer patente en la historia contemporánea esta característica esencial: “ para que quien crea en él tenga vida eterna” (Juan 2: 15).
Ya sabemos bastante bien lo que nos viene diciendo Francisco, Obispo de Roma, desde su feliz elección al ministerio de Pedro , hace dos años: que la Iglesia no puede ser autorreferencial, que todos los cristianos debemos descalzarnos y bajar así a las calles de la vida para caminar hombro a hombro con todas las gentes del mundo , sintiendo con ellos sus gozos y  sus esperanzas, sus dolores y sus dramas, encarnándonos de tal modo que esa inserción en la realidad – como la de Jesús – sea redentora, salvadora, re – creadora, liberadora.
Estas palabras de Pablo en la carta a los Efesios son completa síntesis de lo que nos plantea la Palabra para vivir en esta perspectiva de universalidad y de gracia sobreabundante: “Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, estando nosotros muertos por los delitos, nos hizo revivir con Cristo; con Cristo Jesús nos resucitó y nos sentó en el cielo, para que se revele a los siglos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia y la bondad con que nos trató por medio de Cristo Jesús” (Efesios 2: 4 – 8).
Estas palabras las escribe a la comunidad cristiana de Efeso (en la actual Turquía), grupo pequeñísimo en una ciudad que los miraba con recelo, cultura pagana, con gran dificultad para comprender y asumir por qué estos creyentes depositaban toda la garantía de su vida en un señor crucificado, yéndose de frente contra los poderes del mundo y contra su lógica de honores y dominaciones.
 Pablo es testigo principal del paso de esa gracia vivida con estrechez religioso  - moral en el excluyente espacio del judaísmo a los espacios de los llamados “gentiles”, el mundo no judío, para ellos paganismo, rompiendo así las barreras de ese elitismo para abrirse irreversiblemente a la dimensión de la universalidad, tipificada en esas mínimas comunidades de seguidores de Jesús en el Asia Menor, semilla de la difusión de la Buena Noticia.

Amigos-as queridos-as: vivimos en los límites pobres de nuestro elitismo cristiano o somos personas de mente universal y de sensibilidad pluralista? Tenemos capacidad de pasar de lo parroquial a la gran aldea global, reconocemos que católico quiere decir universal y convertimos esa afirmación en proyecto de vida? La respuesta a esta cuestión es clave para seguir con seriedad el camino cuaresmal.

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