domingo, 1 de marzo de 2015

COMUNITAS MATUTINA 1 DE MARZO II DOMINGO DE CUARESMA



Lecturas
1.      Gènesis 22 : 1 – 2; 9 – 13;15 – 18
2.      Salmo 115: 10 – 19
3.      Romanos 8: 31 – 34
4.      Marcos 9: 2 – 10
El relato evangélico de este II domingo de cuaresma es el de la transfiguración de Jesùs,  en la versión de Marcos, de notable fuerza simbólica y dotado de un contenido teológico  denso y esperanzador, sobre el que proponemos reflexionar y orar para crecer en los caminos del Espìritu y para alimentar este proceso de conversión a Dios y a los hermanos, dejando atrás con autonomía de adultos creyentes todo lo que nos impide crecer en humanidad y en espiritualidad.
Viene precedido de dos textos, uno de Gènesis y otro de la carta de Pablo a los Romanos, el primero sobre el sacrificio pedido por Yahvè a Abrahàn, para sacrificar a Isaac, su hijo; y el segundo sobre la esperanza definitiva que el Padre Dios nos garantiza en Jesucristo.
Con la transfiguración se nos plantea descubrir uno de los grandes misterios del ser humano: no hay vida sin muerte, felicidad sin dolor, resurrección sin cruz. Conforme vamos evolucionando  vamos también superando la “noche oscura del alma”, como llamaba San Juan de la Cruz al tiempo de crisis y desolación; cuando vivimos en esta última, inmersos en el dolor y el desconcierto, tendemos a olvidar la plenitud definitiva a la que estamos llamados y todo se nos torna sombrìo, fatal, deprimente, absurdo.
Este hermoso y profundo relato nos esclarece la consumación a la que Dios nos guía, plenitud de vida y de sentido, remate bienaventurado en el que todo lo mortal, lo pecaminoso, lo deficiente, lo precario, será resignificado en la Vida que se nos comunica en la Pascua, legitimando toda nuestra historia y  la de todo el gènero humano.
Miremos primero la tragedia que se cernìa sobre  Abrahàn: “En aquel tiempo Dios puso a prueba a Abrahàn llamándole: Abrahàn! El respondió: aquí me tienes. Dios le dijo: toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac y vete al país de Moria y ofrecèmelo allì en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicarè” (Gènesis 22: 1 – 2).
 El sentido común y la màs elemental sensibilidad nos llevan, de entrada, a la indignación ante este requerimiento de Dios; sin embargo, El mismo, que con tanta frecuencia quiebra los fundamentos de nuestra lógica, nos va a descubrir algo totalmente distinto y esperanzador.
El texto debe interpretarse desde la clave de la madurez religiosa y espiritual de Abrahàn y , junto con èl, la del pueblo hebreo, también la nuestra, cuando inicialmente creemos entender que Dios nos està pidiendo la destrucción de la vida, el voluntarismo masoquista, el auto castigo disfrazado de perfección, la justificación que pone la etiqueta voluntad de Dios a tantos males y pobrezas, a tantos autoritarismos y violencias, a tantos absurdos que se cometen contra los humanos, descubriendo luego el desacierto y error contenidos en esta interpretación.
La sorpresa de Abrahàn, y el crecimiento que le corresponde , se esclarecen asì: “Desde el cielo, el àngel del Señor volvió a gritar a Abrahàn: juro por mì mismo, oráculo del Señor. Por haber obrado asì, por no haberte reservado tu hijo, te bendecirè, multiplicarè a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa” (Gènesis 22: 15 – 17).
Dicho con escueta piedad, Dios bendice con ilimitada generosidad a quien confía plenamente en El, a quien tiene “la osadìa de dejarse llevar”, como decía tan bellamente nuestro querido Padre Pedro Arrupe,S.J. (1907 – 1991).
Queridos amigos, cuàntas veces hemos querido justificar nuestro pesimismo, o dar razón a los injustos, asumiendo estos males  como querer de Dios? Què tipo de cristianismo surge de ahì ? Nada menos que el fatalista, desconocedor del amor mayor del Padre y de todas las posibilidades de crecimiento y liberación que El nos brinda para seamos siempre mejores personas, responsables, libres, transfiguradas.
Dios no pide a nadie sacrificar su felicidad ni entregarse a un estilo de religiosidad neurótica, alienante, marcada por prohibiciones y culpabilidades, saturada de obsesiones de pecado, angustiosas. Quien aquí se nos revela es el Señor de la vida, certeza que reorienta el talante sombrìo de cierta concepción errada sobre el cristianismo para ponernos de frente a la desmedida vitalidad que El nos transmite, siempre empeñado en nuestra felicidad, por eso: “Dios le ordenò: no alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ya he comprobado que respetas a Dios, porque no me has negado a tu hijo, tu único hijo” (Gènesis 22: 12).
Todo lo contenido en este texto de Gènesis venimos a entenderlo con toda nitidez al encontrarnos con el relato de la transfiguración. Jesùs se lleva a los tres discípulos que mayor dificultad tenìan para entender y asumir eso que después Pablo llamò “la locura de la cruz”: Pedro, Santiago y Juan. En varias referencias del evangelio vemos a Pedro impidiendo a su maestro asumir las consecuencias de su misión, como la soledad, el rechazo, la acusación de blasfemo, la malquerencia por parte de los judíos, el prendimiento, el juicio, la cruz y la muerte.
Esto es equivalente a aquel sentir de muchos cuando ven que hay personas generosas, abnegadas, idealistas, que se entregan a las màs nobles causas sin medir las posibles implicaciones de dolor y de renuncia,  y se escandalizan porque lo juzgan como necedad y torpeza, como desperdicio del ser, siguiendo esa lógica de lo mundano que es la del éxito, la de los resultados triunfales. En contraste,  intencionalmente  los lleva a la montaña elevada para cuestionar su testarudez y para abrir su mente a la verdad de su misión.
Mientras Pedro dice: “Què bien se està aquí! Vamos a armar tres chozas: una para tì, otra para Moisès, y otra para Elìas” (Marcos 9: 5), señal inequívoca de su deficiente comprensión del ser y de la misión de Jesùs, se escucha: “Entonces vino una nube que les hizo sombra, y salió de ella una voz: Este es mi hijo muy amado. Escùchenlo” (Marcos 9: 7), como diciendo, mi Hijo no es lo que ustedes están pensando, un triunfador al estilo del mundo, un ganancioso con el poder y la fama, el “escùchenlo” es una invitación contundente, imperativa, para que capten la lógica del mesianismo crucificado y doliente, verdadera luz que resplandece en la transfiguración.
Pedro, que se sigue resistiendo a la dureza del camino de Jesùs, lo quiere retener en la gloria del monte Tabor, alejándolo de su destino dramático y redentor, dejando traslucir su miedo inmenso a la confrontación final, consecuencia de su libertad para hablar y vivir en nombre del Padre, anunciando una lógica distinta, alternativa, la del amor, la de la donación de la vida, la del mesianismo crucificado.
Què nos dicen, en este contexto, las vidas de aquellos hombres y mujeres que, como Jesùs, han dejado de lado carreras exitosas, ganancias y prestigios, para acceder al servicio, a la inserción en el universo de los condenados, para ponerse proféticamente del lado de estos, rechazando las componendas del poder y de la buena imagen, exponiendo su bienestar y la propia vida?
 Què tal lo de Romero , el gran santo de Amèrica Latina, que salió de su cómoda situación de clérigo timorato para tornarse el profeta de los pobres, dando su vida en aquella tarde cuaresmal del 24 de marzo de 1980?
Veamos también otros elementos definitivos en esta experiencia del Tabor:
-           La transformación de las vestiduras de Jesùs, que simboliza su gloria, su luminosidad teologal: “Delante de ellos se transfigurò, su ropa se volvió de una blancura resplandeciente, tan blanca como nadie en el mundo sería capaz de blanquearla” (Marcos 9:  2- 3), en El se transfigura y reconfigura en la novedad total del Padre lo que el egoísmo, la muerte, el pecado, la injusticia, han desfigurado. El camino de cuaresma es la evolución de lo des-figurado a lo trans – figurado!
-          Elìas y Moisès: “Se les aparecieron Elìas y Moisès conversando con Jesùs” (Marcos 9: 4). En el judaísmo antiguo el primer plano lo ocupa Elìas, considerado por ellos el precursor del Mesìas (Eclesiàstico 48: 10), porque es el profeta que salva al pueblo en el mayor momento de crisis, sin èl se habrìa echado a pique toda la obra formadora de Moisès, pionero en la estructuración y fundamentación de los israelitas. Estos dos prohombres del judaísmo están puestos allì como avales de Jesùs, desde la màs pura tradición religiosa, para decir a los cortos de entendimiento Pedro, Santiago y Juan, que lo de Jesùs no es una locura ni una insensatez, que lo suyo es nada menos que el mayor empeño de Dios para transfigurar la historia de la humanidad.
-          Como en el Sinaì, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella: “Entonces vino una nube que les hizo sombra, y salió de ella una voz: Este es mi hijo amado. Escùchenlo” (Marcos 9: 7). Se impone atender, escuchar a Jesùs, en El, Dios se ha pronunciado decisivamente, indicando que el suyo es un itinerario de profecía dramática y crucificada, de misión contradictoria que se enfrenta al poder religioso, sin arrodillarse ante el político, enfatizando su soberanía sostenida en Dios  para entregarse por completo a la misión de redención – salvación – liberación.
Esto supone que los sorprendidos discípulos al ver transformados sus vestidos tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso sino la gloria; con la visión de Elìas y Moisès, hitos de la historia religiosa de Israel, se dan cuenta de que Jesùs es el culmen de la misma; al escuchar la voz de lo alto captan que esta misión no es insensatez sino entrega amorosa al Padre y a la humanidad en el máximo sentido en que algo puede ser asì.
Còmo estamos nosotros ante esta perspectiva de la cruz? Calculadores, temerosos, buscadores del éxito, con miedo al sufrimiento redentor? Acomodados en nuestra zona de confort? Pensando en el triunfalismo eclesiástico? Desconocedores de las implicaciones del seguimiento de Jesùs?
O , mejor, humildemente nos dejamos asumir por esa luminosidad que transfigura, dejando que El  erradique en nosotros lo que el pecado, el apetito de poder y de comodidad, el consumismo, la vida sin ideales, desfiguran?  Y, junto con esto, resueltos a asumir con seriedad la condición de discípulos, conscientes de que en esto hay contradicción y amor crucificado? Esta última es la ruta de cuaresma!
Cuando Pablo, en el texto de la segunda lectura dice: “Teniendo en cuenta todo esto, què podemos decir? Si Dios està de nuestra parte, quien estarà en contra? El que no reservò a su propio Hijo, sino que lo entregò por todos nosotros, còmo no nos va a regalar todo lo demás con El?” (Romanos 8: 31 – 32) , està testimoniando esa certeza que es prototípica en èl: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filipenses 4: 13), afirmación que evidencia la seguridad paulina acerca de este Señor Jesucristo que todo lo transfigura y redimensiona en la nueva humanidad que procede del Padre, mediante la acción del Espìritu.
Asì las cosas, se trata de verificar todo lo que en nosotros es oscuridad, miedo, desconfianza, inseguridad, deseo de triunfo y éxito, para atrevernos a correr el mismo riesgo crucificado del Señor, en quien todo adquiere la novedad cualitativa del Padre  - Madre Dios.

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