domingo, 8 de marzo de 2015

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 8 DE MARZO III DE CUARESMA ¿POR QUE JESUS ARROJO A LOS MERCADERES DEL TEMPLO?



Lecturas
1.      Exodo  20: 1 – 17
2.      Salmo 18: 8 – 11
3.      1 Corintios 1: 22 – 25
4.      Juan 2: 13 – 25

Este relato de Jesús arrojando a los comerciantes y vendedores del templo es uno de los más característicos y conocidos en los evangelios, digamos que tiene trascendencia histórica y universal. Es el primer tema que nos trae la palabra de este domingo III de Cuaresma: la indignación de Jesús ante la profanación del lugar sagrado, entendido más como la dignidad de la relación de los humanos con Dios, que como el sitio físico, el ámbito arquitectónico.
Por qué los seres humanos manipulamos y manchamos a Dios haciendo de la mediación religiosa una mercadería, un tráfico de influencias, un estamento más de intrigas y estrategias de baja moralidad?  Por qué se prostituye este vínculo convirtiéndolo en ofrendas que se someten a medidas matemáticas, a una vulgar compraventa de los beneficios de Dios y de la salvación?
Esta pregunta la responde el indignado Jesús, así: “Como se acercaba la Pascua judía, Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el recinto del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó del templo a ovejas y bueyes; esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas; a los que vendían palomas les dijo: quiten eso de aquí y no conviertan la casa de mi padre en un mercado. Los discípulos se acordaron de aquel texto: el celo por tu casa me devora” (Juan 2: 13 – 17).
Esta sencilla narración es mucho más que una anécdota puntual, llamativa , espectacular; es todo un lenguaje vinculante, que trasciende los significados de la historieta para convertirse en una de las expresiones más radicales de Jesús: su radical crítica a ese tipo de religión estructurado sobre cumplimientos, prescripciones, sacrificios materiales, ofrendas , rituales que deben ser cumplidos al pie de la letra porque de lo contrario pierden eficacia salvífica ( ???? ), depositando la acción benéfica  de la gracia no en la iniciativa amorosa del Padre y en la apertura del destinatario sino en la materialidad del ritual, que en este caso requería de animales para ser sacrificados, de cumplimientos rituales estrictísimos, de pagos en dinero para “comprar” la salvación.
Esta postura de Jesús ante tal lógica religiosa es una crítica mucho más profunda, contundente, demoledora, que las formuladas por los maestros de la sospecha como Freud, Marx, Feuerbach, Nietzsche, porque es el mismo hombre de Dios, enviado por El, creyente prototípico ofrecido al Padre, quien provoca esta indignación poniendo en tela de juicio con este gesto simbólico la vaciedad e inautenticidad de este tipo de culto.
En esta cuaresma bien vale la pena aplicar juicioso discernimiento a este estilo de religiosidad, preguntándonos si estamos implicados en ese mercantilismo que reduce la oferta de Dios a una mercancía que se compra y que  se vende, sin demandar la conversión de la vida, carente de espiritualidad, de vida nueva, de entusiasmo existencial, y – más bien – lúgubre, neurótica, obsesionada por esta lógica de compraventa, y empobrecida e incapaz de disfrutar de la vida a partir de la relación teologal.
Amuletos, supersticiones, reduccionismo anecdótico de la interpretación bíblica, culpabilización sistemática del creyente, prácticas rituales que se deben cumplir con precisión cuantitativa, medidas milimétricas para determinar la moralidad de las personas, y comunicación persistente de la imagen de un Dios justiciero y vengativo, intransigente e implacable, son los principales contenidos de esta estructura religiosa que merece la condena de Jesús. Por esta razón, El expulsa a los mercaderes del templo.
Cómo se da eso en nuestro tiempo? En nuestra vida personal? Somos más religiosos y ritualistas que espirituales y creyentes? Nuestra búsqueda de Dios se da partir de estas minucias, cuya mentalidad dominante es que hay que aplacar la ira divina comprando la salvación? Para responder estas cuestiones vale la pena revisar con beneficio de inventario los nuevos movimientos de la fe , las multinacionales de la religiosidad fundamentalista y muchas de las prácticas de la religiosidad popular en el ambiente católico. Tema este de largo alcance y de urgente análisis teológico, pastoral, antropológico.
La primera lectura – del libro del Exodo – es una nítida comunicación de Dios para esclarecer el interrogante que nos venimos planteando. Se refiere a su verdadero ser y a la corresponsabilidad ética y vital que este vínculo exige: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de  Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses, rivales míos” (Exodo 20: 2 – 3).
Y  a esta revelación de su ser liberador, de su compromiso decisivo con la libertad humana, se añade – como complemento indispensable – el requerimiento de una vida nueva que no hipoteca su libertad ante falsos ídolos,  ante aquellas realidades alienantes como el poder, el dinero, el culto al ego, la soberbia religioso moral, el irrespeto al prójimo, el dominio del tener sobre el ser, la mirada destructiva sobre las personas, el fomento de la injusticia.
Por eso les propone un estilo novedoso, que se concreta en las formulaciones del decálogo: “No te harás  ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua bajo tierra. No te postrarás ante ellos ni les darás culto” (Exodo 20: 4 – 5); “Honra a tu padre y a tu madre” (Exodo 20: 12); “No matarás” (Exodo 20: 13); “No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo” (Exodo 20: 17).
 En estas prescripciones  queda claro que la reciprocidad de parte del ser humano hacia este Dios que lo ha liberado y lo libera de indignidades, de muertes, de ídolos alienantes, es una existencia pulcra y honesta, referida al respeto del prójimo, a la convivencia respetuosa entre todos, esta es la verdadera religión y no la muy criticada por Jesús en el relato referido, la comercialización y la ritualización obsesiva , y la observancia de normas y minucias que no dan ni felicidad ni libertad.
Cómo estamos en esta materia ? La respuesta se inserta plenamente en el espíritu cuaresmal, en su propuesta de conversión y novedad de vida en el Padre.  Somos muy cumplidores  y rituales y probablemente poco espirituales y creyentes?  Creemos que el vínculo con Dios se limita a “marcar tarjeta” los domingos, a rezar novenas e ir a santuarios y a tumultos religiosos, a dar limosnas ocasionales, y a seguir en la misma biografía de lo mediocre e inconsistente, de las apariencias de bondad, del practicante del montón que nunca se convierte a Dios y al prójimo?
Qué derecho le asiste a Jesús para expulsar a los mercaderes del templo? El mismo nos lo dice: “Los judíos le dijeron: qué señal nos presentas para actuar de ese modo?  Jesús les contestó: derriben este templo y en tres días lo reconstruiré. Replicaron los judíos: cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este templo, y tú lo reconstruyes en tres días? Pero él se refería al templo de su cuerpo” (Juan 2: 18 – 21).
Afinemos nuestra frecuencia modulada del Espíritu para captar la hondura de esta original respuesta: se contraponen dos estilos de religión y de  religiosidad, una determinada por la que hemos llamado mercantilización de la gracia de Dios, acumulación de méritos y autojustificación, ofrenda de cosas y prácticas,  pero nunca  de sí mismo.
La otra , que es gratuidad y amor incondicionales, Dios que se dice a sí mismo en Jesús, y con este relato fundante – su propio Hijo – quiebra la aparente solidez del edificio del judaísmo y propone como nuevo templo al ser humano y a su historia, entendida esta como “adorar al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4: 23). El verdadero culto es ético y es existencial, la ritualidad de lo litúrgico y de lo religioso se carga de contenido justamente por la oferta gratuita del Padre en Jesús y por la respuesta generosa del ser humano que acata esta iniciativa y decide vivir con libertad en el espíritu del evangelio.
La conversión es personal, es individual, lo que exige de nuestra parte una juiciosa confrontación de la conciencia, una renuncia a ese modo de religiosidad comercial, y la aceptación libre y dispuesta de ese don. Pero también es comunitaria e institucional, es decir, compromete a la Iglesia toda, siguiendo esos énfasis que desde hace dos años nos viene haciendo Francisco, con el eco generoso y esperanzado que ha encontrado en el mundo entero.
Convertirnos del capitalismo económico y religioso a una cultura de la solidaridad, del superhombre que se afirma a sí mismo con arrogancia  al nuevo ser humano que nace de la gratuidad y que se dona al prójimo en servicio y en justicia, del individualismo competitivo al modelo de trabajo colaborativo que lo apuesta todo al bien común, del sectarismo seudocreyente de quienes se creen santos e impecables al modo ecuménico y dialogante con todos los credos.
Esto, hablando en cristiano – también humano – sólo es posible a partir de lo que Pablo llama la locura de la cruz: “Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros anunciamos un Mesías crucificado, para los judíos escándalo, para los paganos, locura; pero para los llamados, judíos y griegos, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres, la debilidad de Dios más fuerte que los hombres” (1 Corintios 2: 22 – 25).
Lo dicho tantas veces: al mundo no lo salvan ni el fondo monetario internacional, ni los sofisticados ejércitos de las potencias mundiales, ni la demencia de los fundamentalistas políticos y religiosos, ni tampoco este ser humano engreído por sus logros y olvidado de la feliz gratuidad de Dios plenamente revelado en Jesús, en quien se construye el nuevo templo, no como reforma del anterior sino como realidad cualitativamente nueva, felizmente nueva.
Por todas estas razones Jesús se indignó y arrojó a los mercaderes del templo.

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