Lecturas
1.
Exodo 20: 1 – 17
2.
Salmo
18: 8 – 11
3.
1
Corintios 1: 22 – 25
4.
Juan
2: 13 – 25
Este relato de Jesús arrojando a los comerciantes y vendedores
del templo es uno de los más característicos y conocidos en los evangelios,
digamos que tiene trascendencia histórica y universal. Es el primer tema que
nos trae la palabra de este domingo III de Cuaresma: la indignación de Jesús
ante la profanación del lugar sagrado, entendido más como la dignidad de la
relación de los humanos con Dios, que como el sitio físico, el ámbito
arquitectónico.
Por qué los seres humanos manipulamos y manchamos a Dios
haciendo de la mediación religiosa una mercadería, un tráfico de influencias,
un estamento más de intrigas y estrategias de baja moralidad? Por qué se prostituye este vínculo
convirtiéndolo en ofrendas que se someten a medidas matemáticas, a una vulgar
compraventa de los beneficios de Dios y de la salvación?
Esta pregunta la responde el indignado Jesús, así: “Como
se acercaba la Pascua judía, Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el recinto
del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas
sentados. Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó del templo a ovejas y bueyes;
esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas; a los que vendían
palomas les dijo: quiten eso de aquí y no conviertan la casa de mi padre en un
mercado. Los discípulos se acordaron de aquel texto: el celo por tu casa me
devora” (Juan 2: 13 – 17).
Esta sencilla narración es mucho más que una anécdota
puntual, llamativa , espectacular; es todo un lenguaje vinculante, que
trasciende los significados de la historieta para convertirse en una de las
expresiones más radicales de Jesús: su radical crítica a ese tipo de religión
estructurado sobre cumplimientos, prescripciones, sacrificios materiales,
ofrendas , rituales que deben ser cumplidos al pie de la letra porque de lo
contrario pierden eficacia salvífica ( ???? ), depositando la acción
benéfica de la gracia no en la
iniciativa amorosa del Padre y en la apertura del destinatario sino en la
materialidad del ritual, que en este caso requería de animales para ser
sacrificados, de cumplimientos rituales estrictísimos, de pagos en dinero para
“comprar” la salvación.
Esta postura de Jesús ante tal lógica religiosa es una
crítica mucho más profunda, contundente, demoledora, que las formuladas por los
maestros de la sospecha como Freud, Marx, Feuerbach, Nietzsche, porque es el
mismo hombre de Dios, enviado por El, creyente prototípico ofrecido al Padre,
quien provoca esta indignación poniendo en tela de juicio con este gesto
simbólico la vaciedad e inautenticidad de este tipo de culto.
En esta cuaresma bien vale la pena aplicar juicioso
discernimiento a este estilo de religiosidad, preguntándonos si estamos
implicados en ese mercantilismo que reduce la oferta de Dios a una mercancía
que se compra y que se vende, sin
demandar la conversión de la vida, carente de espiritualidad, de vida nueva, de
entusiasmo existencial, y – más bien – lúgubre, neurótica, obsesionada por esta
lógica de compraventa, y empobrecida e incapaz de disfrutar de la vida a partir
de la relación teologal.
Amuletos, supersticiones, reduccionismo anecdótico de la
interpretación bíblica, culpabilización sistemática del creyente, prácticas
rituales que se deben cumplir con precisión cuantitativa, medidas milimétricas
para determinar la moralidad de las personas, y comunicación persistente de la
imagen de un Dios justiciero y vengativo, intransigente e implacable, son los
principales contenidos de esta estructura religiosa que merece la condena de
Jesús. Por esta razón, El expulsa a los mercaderes del templo.
Cómo se da eso en nuestro tiempo? En nuestra vida personal?
Somos más religiosos y ritualistas que espirituales y creyentes? Nuestra
búsqueda de Dios se da partir de estas minucias, cuya mentalidad dominante es
que hay que aplacar la ira divina comprando la salvación? Para responder estas
cuestiones vale la pena revisar con beneficio de inventario los nuevos
movimientos de la fe , las multinacionales de la religiosidad fundamentalista y
muchas de las prácticas de la religiosidad popular en el ambiente católico.
Tema este de largo alcance y de urgente análisis teológico, pastoral,
antropológico.
La primera lectura – del libro del Exodo – es una nítida
comunicación de Dios para esclarecer el interrogante que nos venimos
planteando. Se refiere a su verdadero ser y a la corresponsabilidad ética y
vital que este vínculo exige: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué
de Egipto, de la esclavitud. No tendrás
otros dioses, rivales míos” (Exodo 20: 2 – 3).
Y a esta revelación de
su ser liberador, de su compromiso decisivo con la libertad humana, se añade –
como complemento indispensable – el requerimiento de una vida nueva que no
hipoteca su libertad ante falsos ídolos,
ante aquellas realidades alienantes como el poder, el dinero, el culto
al ego, la soberbia religioso moral, el irrespeto al prójimo, el dominio del
tener sobre el ser, la mirada destructiva sobre las personas, el fomento de la
injusticia.
Por eso les propone un estilo novedoso, que se concreta en
las formulaciones del decálogo: “No te harás
ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la
tierra o en el agua bajo tierra. No te postrarás ante ellos ni les darás culto”
(Exodo 20: 4 – 5); “Honra a tu padre y a tu madre” (Exodo 20: 12); “No
matarás” (Exodo 20: 13); “No codiciarás los bienes de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo” (Exodo 20: 17).
En estas
prescripciones queda claro que la
reciprocidad de parte del ser humano hacia este Dios que lo ha liberado y lo libera
de indignidades, de muertes, de ídolos alienantes, es una existencia pulcra y
honesta, referida al respeto del prójimo, a la convivencia respetuosa entre
todos, esta es la verdadera religión y no la muy criticada por Jesús en el
relato referido, la comercialización y la ritualización obsesiva , y la
observancia de normas y minucias que no dan ni felicidad ni libertad.
Cómo estamos en esta materia ? La respuesta se inserta
plenamente en el espíritu cuaresmal, en su propuesta de conversión y novedad de
vida en el Padre. Somos muy
cumplidores y rituales y probablemente
poco espirituales y creyentes? Creemos
que el vínculo con Dios se limita a “marcar tarjeta” los domingos, a rezar
novenas e ir a santuarios y a tumultos religiosos, a dar limosnas ocasionales,
y a seguir en la misma biografía de lo mediocre e inconsistente, de las
apariencias de bondad, del practicante del montón que nunca se convierte a Dios
y al prójimo?
Qué derecho le asiste a Jesús para expulsar a los mercaderes
del templo? El mismo nos lo dice: “Los judíos le dijeron: qué señal nos
presentas para actuar de ese modo? Jesús
les contestó: derriben este templo y en tres días lo reconstruiré. Replicaron
los judíos: cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este templo, y
tú lo reconstruyes en tres días? Pero él se refería al templo de su cuerpo”
(Juan 2: 18 – 21).
Afinemos nuestra frecuencia modulada del Espíritu para captar
la hondura de esta original respuesta: se contraponen dos estilos de religión y
de religiosidad, una determinada por la
que hemos llamado mercantilización de la gracia de Dios, acumulación de méritos
y autojustificación, ofrenda de cosas y prácticas, pero nunca de sí mismo.
La otra , que es gratuidad y amor incondicionales, Dios que
se dice a sí mismo en Jesús, y con este relato fundante – su propio Hijo –
quiebra la aparente solidez del edificio del judaísmo y propone como nuevo
templo al ser humano y a su historia, entendida esta como “adorar al Padre en espíritu y en
verdad” (Juan 4: 23). El verdadero culto es ético y es existencial, la
ritualidad de lo litúrgico y de lo religioso se carga de contenido justamente
por la oferta gratuita del Padre en Jesús y por la respuesta generosa del ser
humano que acata esta iniciativa y decide vivir con libertad en el espíritu del
evangelio.
La conversión es personal, es individual, lo que exige de
nuestra parte una juiciosa confrontación de la conciencia, una renuncia a ese
modo de religiosidad comercial, y la aceptación libre y dispuesta de ese don.
Pero también es comunitaria e institucional, es decir, compromete a la Iglesia
toda, siguiendo esos énfasis que desde hace dos años nos viene haciendo
Francisco, con el eco generoso y esperanzado que ha encontrado en el mundo
entero.
Convertirnos del capitalismo económico y religioso a una
cultura de la solidaridad, del superhombre que se afirma a sí mismo con
arrogancia al nuevo ser humano que nace
de la gratuidad y que se dona al prójimo en servicio y en justicia, del
individualismo competitivo al modelo de trabajo colaborativo que lo apuesta
todo al bien común, del sectarismo seudocreyente de quienes se creen santos e
impecables al modo ecuménico y dialogante con todos los credos.
Esto, hablando en cristiano – también humano – sólo es
posible a partir de lo que Pablo llama la locura de la cruz: “Porque
los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros
anunciamos un Mesías crucificado, para los judíos escándalo, para los paganos,
locura; pero para los llamados, judíos y griegos, un Mesías que es fuerza de
Dios y sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres,
la debilidad de Dios más fuerte que los hombres” (1 Corintios 2: 22 –
25).
Lo dicho tantas veces: al mundo no lo salvan ni el fondo
monetario internacional, ni los sofisticados ejércitos de las potencias
mundiales, ni la demencia de los fundamentalistas políticos y religiosos, ni
tampoco este ser humano engreído por sus logros y olvidado de la feliz
gratuidad de Dios plenamente revelado en Jesús, en quien se construye el nuevo
templo, no como reforma del anterior sino como realidad cualitativamente nueva,
felizmente nueva.
Por todas estas razones Jesús se indignó y arrojó a los
mercaderes del templo.
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