Lecturas
1.
Jeremías
31: 31 – 34
2.
Salmo
50: 3 – 15
3.
Hebreos
5: 7 – 9
4.
Juan
12: 20 – 33
Al comenzar la reflexión de hoy llamamos la atención sobre un
asunto esencial que es común denominador al espíritu de cuaresma, presente
especialmente en las lecturas que la Iglesia nos propone durante este tiempo
litúrgico: este período del año eclesial no se caracteriza por las penitencias
y al ambiente lúgubre y culpabilizante que suele rodear muchas de las
interpretaciones y prácticas de cierto tipo de catolicismo, pero sí
es una etapa fundamental en el proceso de madurez del creyente y de la comunidad
cuya nota distintiva es la nueva vida en Dios mediada en la persona de Jesús,
configuración de una nueva humanidad. Vistas las cosas así el planteamiento es
radicalmente distinto y muy esperanzador y saludable.
La primera lectura, de tono profundamente optimista, anuncia
una nueva alianza entre Dios y su pueblo: “ Así será la alianza que haré con
Israel en aquel tiempo futuro – oráculo del Señor - ; meteré mi ley en su
pecho, la escribiré en su corazón , yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”
(Jeremías 31: 33), no leamos aquí una violenta y abusiva imposición de Dios
sobre Israel, sino una apasionada declaración de amor, como las que viven con
tanta densidad los enamorados: así como entre los humanos nos decimos – porque
lo sentimos - : “yo soy todo para ti, tu eres todo para mí”, en la misma
perspectiva y con mayor alcance y
definitividad, Dios opta absolutamente por Israel, por toda la humanidad, por
nosotros.
Qué puede ser más esperanzador que esto? La mejor definición
de Dios, en consecuencia con esto, es que “Dios es como estar enamorado” (José
Luis Cortés, caricaturista español y sacerdote, en “Un Señor como Dios manda”).
Cuando alguien se dedica a nosotros, y lo hace con
generosidad, amor y transparencia, ese alguien nos llena de vitalidad y de sentido,
así nuestros padres, hermanos, parejas, hermanos, amigos; cuando hacemos lo
propio con otros es igual, somos portadores para esas personas de las mejores
razones para vivir. Así, en grado máximo e ilimitado, es Dios con nosotros!: “Miren
que llegan días – oráculo del Señor – en que haré una alianza nueva con Israel
y con Judá” (Jeremías 31: 31).
A la luz de estas palabras de Jeremías, cómo experimentamos
hoy, en las condiciones concretas de nuestra existencia, esta esperanzadora
noticia del amor de Dios? A qué nos compromete en la perspectiva de conversión
propia de la cuaresma? Al ir concluyendo esta, vislumbramos algunos aspectos concretos de
crecimiento humano – cristiano en los que vamos viendo los resultados de la
iniciativa gratuita del Espíritu y la respuesta de nuestra libertad? Siento mi vida como una alianza de Dios
conmigo, como una alianza mía con El? Es El el gran cómplice de nuestra felicidad?
Sentimos que las cosas nos cambian para bien cuando vamos tomados de su mano?
Somos mejores personas gracias a El?
Observamos que en nuestro tiempo hay personas que nos
desencantan: el presidente de una corte constitucional que pide una gran suma
de dinero para cambiar una decisión judicial, unos poderosos y riquísimos
hombres del sector financiero que se enriquecen ilícita e inmoralmente a costa
de sus ahorradores, la directora de un organismo estatal de inteligencia que
investiga ilegalmente – chuzadas – la vida de los opositores de su jefe, unos
jóvenes y exitosos empresarios de obras civiles que desfalcan los recursos
asignados por una entidad del estado para este cometido, una cultura del
facilismo y de la comodidad que se olvida de la trascendencia y de la
solidaridad.
De qué manera esta gratuita elección de Dios hacia Israel,
hacia nosotros, reencanta nuestra vida, la de todos los humanos, y nos retorna
a la felicidad original? Cómo
contradecir evangélicamente las desalmadas prácticas referidas en el párrafo
previo? Qué nos dicen, al respecto, los lideres religiosos de este tiempo,
Francisco, el Dalai Lama, y otros como ellos?
Se impone el surgimiento de un nuevo ser humano, este sí
encantador, empático, simpático, solidario, dialogante, ciudadano del mundo
nuevo, en el que los creyentes en Jesús estamos llamados a compartir con todos
y con todas, en un estilo abiertamente ecuménico y plural, la novedad
liberadora de este incansable Dios, que sólo piensa en nuestra plenitud, que
sólo decide a favor de nosotros.
Hay que decir, con ilusión, que esta oferta teologal, tal
como la formula Jeremías, es más que suficiente para rehacer la coexistencia
humana, en términos de respeto al bien común, de mayor humanismo y
espiritualidad, de paz y diálogo en medio del pluralismo y de la diversidad,
una auténtica teoría de la acción comunicativa en clave bíblica y evangélica!
A este planteamiento
de salvación responden vidas como las de nuestro inminente beato Oscar Romero,
Teresa de Calcuta, Mahatma Gandhi, Pedro Arrupe, la hermana Teresita Ramírez,
asesinada en una zona campesina de Antioquia, en presencia de sus niños
discípulos, por paramilitares que no soportaban su vida dedicada a los pobres y
humillados, predilectos del Padre, de Jesús, de ella misma.
El texto de Hebreos y el relato de Juan ofrecen un matiz
particular de esta gratuidad: “Y aunque era Hijo de Dios, aprendió
sufriendo lo que es obedecer, así alcanzó la perfección y llegó a ser para
cuantos le obedecen causa de salvación eterna” (Hebreos 5: 8 – 9),
afirmación que se explica mejor con esta del evangelista: “Ha llegado la hora de que el Hijo
del Hombre sea glorificado. Les aseguro que, si el grano de trigo caído en
tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan 12:
23 – 24).
Esto es de la misma naturaleza de lo que hemos expresado en
otros escritos de Comunitas Matutina: sólo el amor es digno de fe! Por eso el
impacto profundamente transformador de las vidas teologales que son fieles
relatos del amor fundante y fundamental de Dios, los muchísimos hombres y
mujeres que como el grano de trigo caen en tierra dando lo mejor de sí mismos,
incluyendo su propia vida, para que la de otros se resignifique, se salve, se
redima, se libere, se llene de la dignidad de los hijos de Dios, que somos
todos los humanos, incluyendo amorosamente a los no creyentes y también a a aquellos a quienes desde nuestros
juicios humanos consideramos malos e indignos.
Vienen entonces nuevos desafíos e invitaciones del Padre para
que – como Jesús – escribamos en nosotros mismos la biografía del amor, la de
la donación de la vida en términos salvíficos y redentores, conscientes de que
muchos ambientes de la cultura facilista
de hoy no prepara para estos proyectos de entrega y de amoroso sacrificio para
que la dignidad de muchos sea restablecida.
Esta sociedad del espectáculo invita a la competitividad individualista,
al éxito “flash”, al brillo externo sin contenido interior, a la felicidad del
confort egoísta (felicidad?), a la falta de disposición para las opciones de
largo alcance, a la incapacidad para el servicio, los modelos de identidad
solidarios, espirituales, trascendentes, no entusiasman porque no se inscriben
en esa lógica decadente del “hall de la fama”.
Esta penosa constatación nos pone a los creyentes cristianos,
también a los de otras respetables y
sabias tradiciones religiosas, en la tarea de la profecía, del anuncio y la
denuncia, del relato apasionado de la cruz, de ser granos de trigo que caemos a
la tierra para morir y dar vida, de no quedarnos instalados en la comodidad del
bienestar personal, sino en los relatos liberadores en los que Dios sucede
diciéndose a sí mismo en las nobles historias de tantos humildes y silenciosos
servidores de la Palabra y de la comunidad que van sembrando la semilla de la
Buena Noticia.
Pensemos en esos sencillos delegados de la palabra,
catequistas, animadores de comunidades, líderes que promueven la organización
de los vecinos, maestras, padres y madres de familia, campesinos, integrantes
de grupos juveniles, servidores de los enfermos, religiosas y mujeres
consagradas, pastores y sacerdotes, obispos y ministros, que ajenos a las
ambiciones del poder y del prestigio entregan lo mejor de sí mismos para dar a
conocer a sus hermanos que Dios está con ellos, que ha optado preferente y
absolutamente por la humanidad, que su ofrecimiento es infatigable, creciente y
permanente, y esto , en muchos casos, hasta el máximo sacrificio, la
identificación radical con la cruz de Jesús.
El contexto de este relato de Juan se inscribe en la entrada
“triunfal”
en Jerusalén, subido en un humildísimo asno, y aclamado con palmas por la
pobrecía de esa ciudad, ingreso de un rey sin poder, sólo avalado por la
credibilidad del amor del Padre, próximo de los prójimos más escarnecidos, y en
la antesala de su “glorificación” : “Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré
a todos hacia mí, lo decía indicando de qué muerte iba a morir” (Juan
12: 33).
Esta glorificación de Jesús no le es dada por las aclamaciones de Herodes, de Anás , de
Caifás, de Poncio Pilato, ella le es brindada por los humillados, por los
condenados morales, por las mujeres de la vida pública, por los leprosos, todos
estos primeros en el reino de Dios y su justicia. Así rompe los esquemas del
prestigio y del ascenso religioso y social para dar entender con evangélica y
escandalosa nitidez que el camino es el de caer en tierra, morir, y germinar
con la nueva vida de Dios que es dignidad, justa reivindicación de los pobres
en esta historia y en este mundo, y trascendencia y bienaventuranza plenas
cuando pasemos la frontera de la muerte hacia la Vida.
Este es el camino cuaresmal, que no es de penitencia ascética
sino de amorosa configuración con el relato fundamental de Jesús el Cristo,
mirándolo a El, “glorificado” en la cruz.
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