Lecturas:
1.
Ezequiel 17: 22 – 24
2.
Salmo 91: 2 – 3 y 13 – 16
3.
2 Corintios 5: 6 – 10
4.
Marcos 4: 26 – 34
Cuàl es el
poder transformador de Dios? Còmo se manifiesta? En què consiste? Es viable y
real o, màs bien, es una ficción para ingenuos e incautos?
Con estas
preguntas podemos aproximarnos a lo que propone hoy la lectura de Ezequiel 17,
cuyo texto completo sugerimos leer, es la alegoría del águila y el cedro,
lenguaje que expresa situaciones poco verosímiles pero claramente aplicables a
las situaciones presentes, como la que inspira a este profeta, la restauración
de Israel, la recuperación de su dinamismo teologal, el retorno a la alianza
original, el reencuentro con Dios como principio y fundamento de su historia.
En una cultura
laica y secularizada esto suena extraño porque se ha repetido hasta la sociedad
que la vida de los seres humanos y su desarrollo histórico son autónomos y, en
consecuencia, no referida en términos de sentido a una entidad que se pretende
fuera de la historia, como es Dios. Segùn esta mentalidad el hombre es gestor
de su destino y no tiene por què dar cuenta de su existencia a El
Còmo abordò
esto el pueblo del Antiguo Testamento? Sea este el momento de recordar que los
israelitas creyentes en Yahvè no manejaban esta dicotomía en su concepción y
experiencia cotidianas, para ellos había una sola realidad, una sola historia,
en la que Dios se manifestaba no en los espacios sagrados sino en la existencia
concreta, en los acontecimientos reales, su espiritualidad y su religiosidad
estaban arraigadas en lo especìfico de su humanidad y del dìa a dìa, tal era para ellos el lugar de la revelación.
Ezequiel ve a
este Israel en decadencia, abandonado a los ídolos, dejado de Dios, sumergido
en injusticias y egoísmos, entorpecido por su afirmación desmedida de sì mismo,
y por eso enfila sus energìas proféticas a advertir con severidad máxima acerca
de este exceso de “autorreferencialidad”, como lo llamarìa hoy el papa
Francisco.
Con la
alegoría citada llama la atención sobre este caos y reorienta la reflexión
abriendo de nuevo la perspectiva de Dios como fundamento real, liberador, pleno
de sentido y esperanza, de la vida de los israelitas.
“Tomarè
la copa de un cedro, del cedro alto y encumbrado; cortarè un brote de la màs
alta de sus ramas y yo lo plantarè en un monte elevado y señero, lo plantarè en
el monte encumbrado de Israel. Echarà ramas, darà fruto y llegarà a ser un
cedro magnìfico; anidaràn en èl todos los pàjaros, a la sombra de su ramaje
anidaràn todas las aves” (Ezequiel 17: 22 – 23), son palabras que
aluden claramente a una situación de restauración del “influjo” de Dios para
construir un pueblo digno, justo y recto en la aplicación de sus principios,
honesto y solidario, permeado por una ética que se desprende de la alianza.
Pero es
preciso advertir que no se trata aquí de los fundamentalismos religiosos de
corte integrista y conservador como los que esgrimen cierto tipo de grupos y
personas en la Iglesia, màs bien similares a los fariseos y a los maestros de la ley, para quienes lo
importante no es el espíritu, el carisma, la profecía, sino la forma externa,
el ritual carente de vida, la norma absolutizada, la definición doctrinal no
procesada existencialmente.
La genuina
teologalidad se traduce en humanismo, en
libertad, en decisiones autónomas, en historia de plenitud, realismo y encarnaciòn,
eso sì, fecunda en su referencia a esa Plenitud que define su ruta vital,
dejando atrás la autosuficiencia, el narcisismo, el grave olvido de Dios que
deriva siempre en olvido del prójimo y de sus requerimientos de justicia y de
dignidad. Este es el màs genuino significado de la figura alegórica de
Ezequiel!
Algo de esto
trae Pablo en la segunda lectura de este domingo, en una alusión que combina la
conciencia de estar en la historia, en este mundo real, siempre con la
nostalgia de la plenitud: “ Por eso tenemos siempre confianza y sabemos
que mientras el cuerpo sea nuestro sea nuestra patria, estaremos en el
destierro , lejos del Señor. Porque ahora no podemos verlo, sino que vivimos
sostenidos por la fe” (2 Corintios 5: 6 – 7).
El ser humano,
eterno buscador de sentido y significado, se expresa en las mediaciones
religiosas y en los grandes proyectos existenciales para afianzar en este
camino de no pasar por la vida de modo intrascendente. Estas son las grandes
pasiones que nos movilizan, cargadas de logros, de valores, de fortalezas, pero
también frecuentemente afectadas por autosuficiencias, injusticias, arrogancias
y soberbias.
Còmo llega
esto a nuestra vida diaria? Seguimos anclados en una piedad providencialista?
Deponemos nuestra responsabilidad para que Dios nos resuelva todos los
problemas de la vida? No emprendemos decisiones liberadoras y transformadoras
porque estamos condicionados por un “Dios” que nos hace resignados y
fatalistas, conformes y estancados? Nuestra interpretación de lo que sucede
acude a la “voluntad de Dios” como el gran argumento que justifica y explica
desastres, males, desigualdades, exclusiones, sufrimientos constantes y
apabullantes?
Creyentes como
los que venimos proponiendo en COMUNITAS MATUTINA: El Beato Oscar
Romero, Thomas Merton, Helder Càmara, para señalar los màs
referenciados, se caracterizaron por articular en nítida coherencia su
conciencia ìntima y configuradora de la trascendencia de Dios con su anclaje en
la historia real de los humanos, en sus gozos y esperanzas, en sus dramas y en
sus vacìos, llevando a los creyentes y no creyentes a tomar conciencia de la
doble dimensión de horizontalidad – historia, realidad, encarnaciòn, existencia
– con la de verticalidad – trascendencia, plenitud, consumación, salvación,
Dios -.
Este es un
criterio esencial de discernimiento y decisiones para los seguidores de Jesùs,
anhelar el encuentro pleno con Dios como aspiración máxima de realización y
significado, anticipando esto en la construcción de un mundo profundamente
humano, digno, solidario, liberado, cargado de sentido y esperanza.
Recordamos
aquí al teólogo alemán Jurgen Moltmann, varias veces citado
en estas reflexiones, cuya obra teológica se articula a partir de la esperanza,
en el contexto de una Alemania destruìda por la segunda guerra mundial y por la
demencia y soberbia de Hitler y del nazismo. Sus obras como “Teologìa
de la Esperanza”, “Esperanza y Planificaciòn del Futuro”,
“El
Experimento Esperanza”, constituyen uno
de los mejores aportes de la teología cristiana a la configuración de
una historia con realismo, encarnaciòn, y perspectiva definitiva de
trascendencia, afrontando con creatividad evangélica las adversidades y el
sentimiento trágico de la vida.
Hija en buena
parte de esta tendencia, la teología latinoamericana de la liberación, es la
constatación de que la pasión por Dios, por su absoluta divinidad, conlleva a
la pasión por la dignidad y por la liberación de los pobres, construyendo unas
relaciones justas entre las personas, y exorcizando los demonios del capital ,
del tener sobre el ser, del poder que no sirve al bien común, de las ambiciones
de algunos convertidas en tiranìas.
Estos
elementos fueron estructurantes en las opciones y vivencias del Beato Romero, de Thomas
Merton, del obispo brasilero Helder Càmara. En ellos tres, y en muchos otros, detectamos el “polo a tierra” de la fe cristiana.
Còmo
reivindicar a nuestra patria Colombia, con sus 45 millones de habitantes, con
su prodigiosa riqueza natural, con su geografía paradìsiaca, con sus magnificos
hombres y mujeres, pero también con sus injusticias estructurales, con su
sistema financiero inequitativo, con su violencia siempre presente en la
pretendida resolución de conflictos? Què hacer, en un pueblo tan creyente y religioso,
para atacar de raíz esta malignidad reiterada de guerrilleros, paramilitares,
delincuentes, falsos positivos, narcotraficantes, que siguen sembrando de dolor
y muerte tantos ámbitos de nuestra patria? Què papel juega ahì la fe en Dios?
Esto que demanda de nuestra parte? Cuàl es nuestro aporte humano – teologal
para superar este penoso estado de cosas?
Los ricos
significados contenidos en las parábolas de Marcos nos hablan de un nuevo orden
de vida proveniente de Dios y anunciado y vivido por Jesùs hasta la cruz, dando
el salto cualitativo de la religiosidad ritual, de las liturgias sin
implicación existencial, de las observancias frìas y estèriles, a Dios mismo
que nos llena de su ser dando paso a una vitalidad sobreabundante: “ Dijo
también: con què compararemos el reino de Dios? Con què parparábola
explicaremos? Con una semilla de mostaza: cuando se siembra en tierra es la màs
pequeña de las semillas, después de sembrada crece y se hace màs alta que las
demás hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar
a su sombra” (Marcos 4: 30 – 32).
El reino
inicialmente crece desapercibido, màs allà de logros y fracasos humanos, pues
es Dios mismo quien lo hace crecer. Es también un reino que, desde su aparente
simplicidad y pequeñez, germina con sobreabundancia y generosidad extremas,
porque el propósito del Padre no es juzgar ni condenar, sino generar vida para
todos, con el amor ilimitado que le es inherente.
Estas dos
palabras son contenedoras de ànimo, entusiasmo, razones para vivir con sentido,
emprendiendo todas las faenas que pueden hacer de esta historia un escenario de
libertad aquí y ahora y de mirada esperanzada en ese futuro que es Dios mismo
para todos, creyentes y no creyentes.
Vivir en clave
del reino es asumir como propio todo el proyecto de Jesùs, es apropiarnos de la
Buena Noticia, es convertir las bienaventuranzas en los elementos sustanciales
de nuestras opciones y conductas, es reconocer gozosamente la diferencia de
cada ser humano y emprender una andadura fraterna, de comunión y participación,
arraigados en este mundo y proyectados hacia esa consumación definitiva que nos
aguarda cuando pasemos la frontera de la historia.
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