Lecturas:
1.
Job 38: 1 y 8 – 11
2.
Salmo 106: 23 – 31
3.
2 Corintios 5: 14 – 17
4.
Marcos 4: 35 – 41
Las turbulencias de
la vida, las crisis individuales y sociales, aquellas situaciones en las que
parece que se nos pierden los grandes referentes de sentido y esperanza, las
rupturas y los abandonos, las historias de muerte y de violencia, los colapsos
económicos, la terminación de relaciones afectivas, la depresión, y muchas
otras manifestaciones de la precariedad que nos asiste, nos suelen poner en
condición de miedo y angustia, de perplejidad e inseguridad, llegando a
extremos de evidencias individuales y colectivas en las que se experimenta el
haber perdido la solidez de los arraigos vitales.
Cuando se presentan
tiempos prolongados de este tipo de hechos, valga el ejemplo de las dos guerras
mundiales en el siglo XX, las epidemias que mataban millares de personas en la
edad media, el síndrome brutal de la postguerra, el desencanto con respecto a
las posibilidades constructivas de la humanidad, vienen las explicitaciones dolorosas en el suicidio, el incremento de los
desequilibrios emocionales, el bajo nivel de significación de las instituciones,
la búsqueda afanosa de paraísos artificiales.
Recordamos a
estudiosos atentos del individuo y de la sociedad, como Erich Fromm, que aplicò
las categorías del psicoanálisis al estudio de la sociedad contemporànea, con
títulos como “El miedo a la libertad”, “Psicoanàlisis de la sociedad contemporànea”,
“La
revolución de la esperanza”, en los que formulò una rigurosa crìtica de
la sociedad capitalista, industrial y tecnológica, por dar prioridad al
desarrollo de la economía y de la ciencia aplicada sin tener en su raíz una
concepción y pràctica liberadoras del ser humano y de su interacción social.
Cuando vienen estos
miedos colectivos, estas circunstancias de pesimismo y pèrdida de la ilusión ,
surgen también por montones los falsos profetas: políticos oportunistas
que se valen de la crisis para hacer promesas que sòlo tienen para ellos valor
electoral, predicadores religiosos que hacen anuncios apocalípticos y
contribuyen a atemorizar a la población, incitándolos con argumentos
fundamentalistas a aislarse en sectas, a llevar modos de vida rigurosísimos que
los habilitan eventualmente para ser merecedores de los favores divinos,
adivinos, oráculos, videntes, que aprovechan el caos y la confusión para hacer su agosto con las mentes ingenuas y asustadas.
En un contexto de
sincero y responsable humanismo y cristianismo surge la cuestión esencial de
còmo abordar con rigor y seriedad estos requerimientos de la realidad. Còmo
vincular una conciencia crìtica, juiciosa, encarnada, comprometida, con la
confianza en Dios y en la trascendencia esperanzadora y definitiva que El nos
ofrece en Jesùs? Còmo anclarnos con creatividad y hondo sentido histórico en
este mundo afectado por angustias y temores con la certeza de un Dios que se
nos ofrece en totalidad e incondicionalidad?
La Palabra de este
domingo en sus tres textos principales – Job , 2 Corintios y Marcos – nos
propone pistas esclarecedoras, plena de sentido y aliento y viables para responder juiciosamente a tantas
crisis, temores, sentimientos trágicos de la vida.
La escena clásica que
refiere Marcos puede asimilarse a muchas situaciones de nuestras biografías,
también del gran relato de la humanidad: “De pronto se desatò una tormenta y el viento
era tan fuerte , que las olas, cayendo sobre la barca, comenzaron a llenarla de
agua. Pero Jesùs se había dormido en la parte de popa, apoyado sobre una
almohada. Le despertaron y le dijeron: Maestro, no te importa que nos estemos
hundiendo? Jesùs se levantò , diò una orden al viento y dijo al mar: Silencio!
Càllate! El viento se detuvo y todo quedó completamente en calma. Despuès dijo
Jesùs a sus discípulos: Por què tanto miedo? Todavìa no tienen fe?” (Marcos
4: 37 – 40).
A la luz de esto,
hagamos un recorrido de memoria experiencial por lo que hemos vivido o estamos
actualmente viviendo:
-
Situaciones lìmite en nosotros mismos,
en nuestra familia, precariedades económicas, enfermedades, soledades, rupturas
afectivas, fracasos, miedos, muerte.
-
Situaciones lìmite en la sociedad:
violencia reiterada, dificultades sociales, desorientación colectiva,
dirigencia despistada, carencia de oportunidades, desastres naturales, pobreza,
indiferencia.
-
Còmo hemos respondido a estos retos:
sucumbiendo en la angustia y abandonándonos al pesimismo y escepticismo
totales? Dando la espalda a los hechos y fugándonos hacia ambientes
“protegidos” para no encarar la dureza de la realidad? Construyendo paraísos de
vida fácil, consumismo, sin compromisos de transformación? Aliènandonos en fundamentalismos
y sectarismos religiosos, aislándonos de los demás, deponiendo toda
responsabilidad y dejando a Dios – visto de modo 100 % providencialista – como
el único garante de soluciones? Cultivando un miedo permanente a vivir y
afrontar los desafíos que se nos plantean?
La historia misma de
Jesùs, los conflictos que su ministerio
desencadenò con las autoridades
religiosas del judaísmo, con las políticas del imperio romano, la frágil
comprensión que de su misión tuvieron sus discípulos, la dureza de mente y
corazón de los judíos rigurosos, tal como lo presentan los relatos evangélicos,
nos hablan del drama permanente que vivió, de su soledad, de su osadìa, del
riesgo absoluto que corrìa, pero también de su indeclinable confianza en el
Padre, de quien procedìa, y en cuyo nombre anunciaba – y lo sigue haciendo – una lógica
de vida no fundamentada en el poder de una institución religiosa sino en la
gracia desbordante que lleva a dar la vida por amor.
Jesùs vivió al máximo
esta turbulencia – que lo llevò a la cruz – e igualmente vivió la certeza del
Padre. Del “Dios mìo, Dios mìo, porquè me has abandonado” (Marcos 15: 34),
pasa con entereza al “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas
23: 46). La genuina divinidad de Jesùs no minimiza los efectos de su también genuina humanidad; asì,
en El vislumbramos la conciencia del dramatismo y el temor extremos, pero
igualmente la conciencia del Padre que legitima su vida y transforma de raíz su
miedo volviéndolo vida definitiva y replanteamiento radical en términos de
confianza para todo aquel que quiera plegarse libremente a esta oferta de
significado trascendente.
Tenemos presente el
esfuerzo del libro de Job por plantearse con toda claridad el problema del mal
y del sufrimiento del justo y del inocente, gran elaboración de la sabiduría
bíblica que recoge todas las preguntas existenciales y rebeldías que salen a
flote cuando los males aquejan a las gentes de bien. El por què de las calamidades y desgracias, del
sufrimiento y de las tragedias, que parecen ensañarse en quienes han llevado
vidas responsables y correctas, son los interrogantes que articulan este texto
sapiencial.
En el que se nos
propone hoy como primera lectura hay un expreso vìnculo con el ya referido de
Marcos: “Entonces el Señor hablò a Job de en medio de la tempestad. Cuando el
mar brotò del seno de la tierra, quien le puso compuertas para contenerlo? … Yo
le puse un lìmite al mar y cerrè con llave sus compuertas. Y le dije: llegaràs
hasta aquí , y de aquí no pasaràs; aquí se romperán tus olas arrogantes”
(Job 38: 1, 8 y 10 – 11).
Job es una
manifestación simbólica de la humanidad doliente y angustiada por el exceso de
males, como lo son los discípulos en medio de la tempestad, pero también lo son
del nuevo ser humano que surge de la experiencia de Dios, sereno, realista,
histórica y existencialmente comprometido, consciente de que la precariedad no
lo abandona, confiado y ofrecido a Dios en la inmensa y apasionante aventura de
la fe que, sin providencialismos ingenuos ni religiosidades milagreras, da
nuevo sentido a su historia y le disipa su angustia radical.
Còmo vivimos nosotros
este proceso de transformación humana y creyente? Este Dios siempre mayor, el
que animò a Ignacio de Loyola y a Teresa de Jesùs, a Agustìn y a Laura Montoya,
a Oscar Romero y a los mártires del cristianismo primitivo, a Thomas Merton y
al Padre Damiàn, es un Dios que en Jesùs se hace presente para dar significado
a nuestra vida, para apaciguarla en la tormenta existencial, y para dotar
nuestra humanidad de la capacidad de enfrentar con creatividad evangélica el
reto – siempre presente – que emana del miedo y de todos los temores que nos
puedan llegar, nunca eliminados por completo.
Este Dios es el que
inspira estas palabras de Pablo, en la segunda lectura de hoy: “Por
lo tanto, el que està unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas
pasaron, han sido hechas nuevas” (2 Corintios 5: 17).
En esta Colombia
atemorizada por tantos y tan graves conflictos sociales, por una paz
vislumbrada pero seriamente amenazada por la demencia de los violentos y por
las inconsistencias e inmoralidades del
modelo socioeconómico vigente, què papel nos corresponde a los creyentes en
Jesucristo para inspirar serenidad y confianza en el futuro, proactividad y
resolución para aportar a la generación de un nuevo tipo de ser humano y de un
nuevo modelo de sociedad?
En uno de sus màs
bellos y densos escritos, Thomas Merton dice: “La esperanza cristiana de lo que
“no se ve” es una comunión en la agonía de Cristo. Es la identificación de
nuestra propia agonía con la agonía del Dios que se despojò de todo y fue
obediente hasta la muerte. Es la aceptación de la vida en medio de la muerte,
no porque tengamos valentía, luz o sabiduría para aceptarla sino porque, por
algún milagro,el Dios de la Vida acepta vivir en nosotros en el mismo momento
en que descendemos a la muerte” (MERTON,Thomas, El hombre nuevo.
Editorial Lumen, pagina 11. Buenos Aires, 1998).
Palabras
estimulantes, arraigadas en las de Jesùs, calmando la tempestad!
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