domingo, 21 de junio de 2015

COMUNITAS MATUTINA 21 DE JUNIO DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO “Por què tanto miedo, todavía no tienen fe?” (Marcos 4:40)



Lecturas:
1.   Job 38: 1 y 8 – 11
2.   Salmo 106: 23 – 31
3.   2 Corintios 5: 14 – 17
4.   Marcos 4: 35 – 41
Las turbulencias de la vida, las crisis individuales y sociales, aquellas situaciones en las que parece que se nos pierden los grandes referentes de sentido y esperanza, las rupturas y los abandonos, las historias de muerte y de violencia, los colapsos económicos, la terminación de relaciones afectivas, la depresión, y muchas otras manifestaciones de la precariedad que nos asiste, nos suelen poner en condición de miedo y angustia, de perplejidad e inseguridad, llegando a extremos de evidencias individuales y colectivas en las que se experimenta el haber perdido la solidez de los arraigos vitales.
Cuando se presentan tiempos prolongados de este tipo de hechos, valga el ejemplo de las dos guerras mundiales en el siglo XX, las epidemias que mataban millares de personas en la edad media, el síndrome brutal de la postguerra, el desencanto con respecto a las posibilidades constructivas de la humanidad, vienen las explicitaciones  dolorosas en el suicidio, el incremento de los desequilibrios emocionales, el bajo nivel de significación de las instituciones, la búsqueda afanosa de paraísos artificiales.
Recordamos a estudiosos atentos del individuo y de la sociedad, como Erich Fromm, que aplicò las categorías del psicoanálisis al estudio de la sociedad contemporànea, con títulos como “El miedo a la libertad”, “Psicoanàlisis de la sociedad contemporànea”,La revolución de la esperanza”, en los que formulò una rigurosa crìtica de la sociedad capitalista, industrial y tecnológica, por dar prioridad al desarrollo de la economía y de la ciencia aplicada sin tener en su raíz una concepción y pràctica liberadoras del ser humano y de su interacción social.
Cuando vienen estos miedos colectivos, estas circunstancias de pesimismo y pèrdida de la ilusión , surgen también por  montones  los falsos profetas: políticos oportunistas que se valen de la crisis para hacer promesas que sòlo tienen para ellos valor electoral, predicadores religiosos que hacen anuncios apocalípticos y contribuyen a atemorizar a la población, incitándolos con argumentos fundamentalistas a aislarse en sectas, a llevar modos de vida rigurosísimos que los habilitan eventualmente para ser merecedores de los favores divinos, adivinos, oráculos, videntes, que aprovechan el caos y la confusión para hacer  su agosto con las mentes ingenuas y asustadas.
En un contexto de sincero y responsable humanismo y cristianismo surge la cuestión esencial de còmo abordar con rigor y seriedad estos requerimientos de la realidad. Còmo vincular una conciencia crìtica, juiciosa, encarnada, comprometida, con la confianza en Dios y en la trascendencia esperanzadora y definitiva que El nos ofrece en Jesùs? Còmo anclarnos con creatividad y hondo sentido histórico en este mundo afectado por angustias y temores con la certeza de un Dios que se nos ofrece en totalidad e incondicionalidad?
La Palabra de este domingo en sus tres textos principales – Job , 2 Corintios y Marcos – nos propone pistas esclarecedoras, plena de sentido y aliento y  viables para responder juiciosamente a tantas crisis, temores, sentimientos trágicos de la vida.
La escena clásica que refiere Marcos puede asimilarse a muchas situaciones de nuestras biografías, también del gran relato de la humanidad: “De pronto se desatò una tormenta y el viento era tan fuerte , que las olas, cayendo sobre la barca, comenzaron a llenarla de agua. Pero Jesùs se había dormido en la parte de popa, apoyado sobre una almohada. Le despertaron y le dijeron: Maestro, no te importa que nos estemos hundiendo? Jesùs se levantò , diò una orden al viento y dijo al mar: Silencio! Càllate! El viento se detuvo y todo quedó completamente en calma. Despuès dijo Jesùs a sus discípulos: Por què tanto miedo? Todavìa no tienen fe?” (Marcos 4: 37 – 40).
A la luz de esto, hagamos un recorrido de memoria experiencial por lo que hemos vivido o estamos actualmente viviendo:
-      Situaciones lìmite en nosotros mismos, en nuestra familia, precariedades económicas, enfermedades, soledades, rupturas afectivas, fracasos, miedos, muerte.
-      Situaciones lìmite en la sociedad: violencia reiterada, dificultades sociales, desorientación colectiva, dirigencia despistada, carencia de oportunidades, desastres naturales, pobreza, indiferencia.
-      Còmo hemos respondido a estos retos: sucumbiendo en la angustia y abandonándonos al pesimismo y escepticismo totales? Dando la espalda a los hechos y fugándonos hacia ambientes “protegidos” para no encarar la dureza de la realidad? Construyendo paraísos de vida fácil, consumismo, sin compromisos de transformación? Aliènandonos en fundamentalismos y sectarismos religiosos, aislándonos de los demás, deponiendo toda responsabilidad y dejando a Dios – visto de modo 100 % providencialista – como el único garante de soluciones? Cultivando un miedo permanente a vivir y afrontar los desafíos que se nos plantean?
La historia misma de Jesùs, los conflictos que su ministerio  desencadenò con las autoridades  religiosas del judaísmo, con las políticas del imperio romano, la frágil comprensión que de su misión tuvieron sus discípulos, la dureza de mente y corazón de los judíos rigurosos, tal como lo presentan los relatos evangélicos, nos hablan del drama permanente que vivió, de su soledad, de su osadìa, del riesgo absoluto que corrìa, pero también de su indeclinable confianza en el Padre, de quien procedìa, y en cuyo nombre  anunciaba – y lo sigue haciendo – una lógica de vida no fundamentada en el poder de una institución religiosa sino en la gracia desbordante que lleva a dar la vida por amor.
Jesùs vivió al máximo esta turbulencia – que lo llevò a la cruz – e igualmente vivió la certeza del Padre. Del “Dios mìo, Dios mìo, porquè me has abandonado” (Marcos 15: 34), pasa con entereza al “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23: 46). La genuina divinidad de Jesùs no minimiza los  efectos de su también genuina humanidad; asì, en El vislumbramos la conciencia del dramatismo y el temor extremos, pero igualmente la conciencia del Padre que legitima su vida y transforma de raíz su miedo volviéndolo vida definitiva y replanteamiento radical en términos de confianza para todo aquel que quiera plegarse libremente a esta oferta de significado trascendente.
Tenemos presente el esfuerzo del libro de Job por plantearse con toda claridad el problema del mal y del sufrimiento del justo y del inocente, gran elaboración de la sabiduría bíblica que recoge todas las preguntas existenciales y rebeldías que salen a flote cuando los males aquejan a las gentes de bien. El por  què de las calamidades y desgracias, del sufrimiento y de las tragedias, que parecen ensañarse en quienes han llevado vidas responsables y correctas, son los interrogantes que articulan este texto sapiencial.
En el que se nos propone hoy como primera lectura hay un expreso vìnculo con el ya referido de Marcos: “Entonces el Señor hablò a Job de en medio de la tempestad. Cuando el mar brotò del seno de la tierra, quien le puso compuertas para contenerlo? … Yo le puse un lìmite al mar y cerrè con llave sus compuertas. Y le dije: llegaràs hasta aquí , y de aquí no pasaràs; aquí se romperán tus olas arrogantes” (Job 38: 1, 8 y 10 – 11).
Job es una manifestación simbólica de la humanidad doliente y angustiada por el exceso de males, como lo son los discípulos en medio de la tempestad, pero también lo son del nuevo ser humano que surge de la experiencia de Dios, sereno, realista, histórica y existencialmente comprometido, consciente de que la precariedad no lo abandona, confiado y ofrecido a Dios en la inmensa y apasionante aventura de la fe que, sin providencialismos ingenuos ni religiosidades milagreras, da nuevo sentido a su historia y le disipa su angustia radical.
Còmo vivimos nosotros este proceso de transformación humana y creyente? Este Dios siempre mayor, el que animò a Ignacio de Loyola y a Teresa de Jesùs, a Agustìn y a Laura Montoya, a Oscar Romero y a los mártires del cristianismo primitivo, a Thomas Merton y al Padre Damiàn, es un Dios que en Jesùs se hace presente para dar significado a nuestra vida, para apaciguarla en la tormenta existencial, y para dotar nuestra humanidad de la capacidad de enfrentar con creatividad evangélica el reto – siempre presente – que emana del miedo y de todos los temores que nos puedan llegar, nunca eliminados por completo.
Este Dios es el que inspira estas palabras de Pablo, en la segunda lectura de hoy: “Por lo tanto, el que està unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron, han sido hechas nuevas” (2 Corintios 5: 17).
En esta Colombia atemorizada por tantos y tan graves conflictos sociales, por una paz vislumbrada pero seriamente amenazada por la demencia de los violentos y por las inconsistencias  e inmoralidades del modelo socioeconómico vigente, què papel nos corresponde a los creyentes en Jesucristo para inspirar serenidad y confianza en el futuro, proactividad y resolución para aportar a la generación de un nuevo tipo de ser humano y de un nuevo modelo de sociedad?
En uno de sus màs bellos y densos escritos, Thomas Merton dice: “La esperanza cristiana de lo que “no se ve” es una comunión en la agonía de Cristo. Es la identificación de nuestra propia agonía con la agonía del Dios que se despojò de todo y fue obediente hasta la muerte. Es la aceptación de la vida en medio de la muerte, no porque tengamos valentía, luz o sabiduría para aceptarla sino porque, por algún milagro,el Dios de la Vida acepta vivir en nosotros en el mismo momento en que descendemos a la muerte” (MERTON,Thomas, El hombre nuevo. Editorial Lumen, pagina 11. Buenos Aires, 1998).
Palabras estimulantes, arraigadas en las de Jesùs, calmando la tempestad!

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