Lecturas:
1. Exodo 24: 3 – 8
2. Salmo 115: 12 – 18
3. Hebreos 9: 11 – 15
4. Marcos 14: 12 – 16 y 22 – 26
Este domingo, 7 de junio, la Iglesia propone el reconocimiento y
vivencia del sacramento de la eucaristía, celebración conocida tradicionalmente
como Corpus
Christi, muy solemne por cierto, que en algunos lugares de Colombia
como Mogotes
(Santander) y Anolaima (Cundinamarca) , tiene
particular valor porque congrega a toda
la comunidad cristiana, destacando en cada altar donde se venera el sacramento
los productos agrícolas de cada vereda y región campesina, tal vez como
asociando el alimento sacramental con el alimento cotidiano, en bonita y
sugerente practica de gratitud a Dios.
Siguiendo la lógica de Jesus, que es todo para el Padre Dios y para los
hermanos, este sacramento también participa esencialmente de esa
referencia fundamental:
-
Es la
significación sacramental de la presencia de Jesus que anima la comunidad
cristiana dándose el como alimento en pan y vino, para participarnos de su
propia vitalidad, que es la misma de Dios.
-
Es la
identificación eficaz de la Iglesia, comunidad que se constituye en la
Eucaristia teniendo como centro a Jesus, una comunidad de iguales, de hermanos,
que tiene en la solidaridad, en la comunión y en la participación, tres
elementos determinantes del proyecto del Senor para ser asumidos y vividos
éticamente, humanamente, evangélicamente.
-
Es una
comunidad diversa, plural, con presencia de muchos dones y carismas,
incluyente, todos iguales desde su diferencia, dejando claro que esa
multiplicidad tiene sentido en la medida en que hace comunidad.
-
Es la
explicitación sacramental, histórica, de la donación de la vida de Jesus en la cruz, recordando a
todos que en este proyecto del Evangelio dar la vida – cruenta o incruentamente
– es un asunto normativo para quien se interese con seriedad en el seguimiento
de Jesus.
-
Tiene
igualmente una referencia social y solidaria, celebrar la eucaristía tiene una
definitiva implicación en la construcción de una sociedad justa y equitativa,
en el trabajo para erradicar la pobreza
y la absolutización del capital que carece de raíces humanistas.
La primera lectura , del libro del Exodo, evoca la alianza de Yahve con
los israelitas, y la validación de este compromiso con la sangre de los
novillos, indicando con este gesto simbolico la máxima seriedad de la misma: “Moises
tomo el resto de la sangre y rocio con ella al pueblo, diciendo: Esta es la
sangre del pacto que el Senor hace con ustedes, según lo establecido en estas
clausulas” (Exodo 24: 8).
Según la tradición esta alianza se ratifica con una cena, con estas
imágenes se subraya la absoluta trascendencia de Dios , comida profundamente vinculante. Tambien se
destaca que el pueblo asume todas las exigencias de este compromiso,
entendiendo y viviendo que el proyecto de Dios es para ellos el principio y
fundamento de sus vidas, individuales y comunitarias; etica sustancial que
inspira todo su relato vital.
Esta no es cualquier alianza, es un pacto en el que el contrayente
principal es el mismo Dios, lo que confiere carácter de exclusividad a una
figura bastante común en aquellos pueblos del oriente, porque nunca se había visto
que El tomara este papel de testigo y pactante, realidad que expresa la
incondicionalidad de su dedicación y amor a este pueblo, como prefiguración de
la humanidad entera.
Puede resultar lejano el asunto en términos de un lenguaje muy
sofisticado religiosamente, pero lo podemos “bajar” del pedestal afirmando sin
rodeos que el ser humano es la prioridad de Dios, razón básica para establecer
este vinculo de alianza, que exige a quien lo suscribe igual entrega, igual
rectitud, igual respuesta fiel a lo comprometido.
Como vivir esto en muchos ámbitos de nuestras sociedades en las que es
“desechable” la idea de compromisos y opciones que se pretenden definitivos? Es
posible, con felicidad y fidelidad, vivir un matrimonio – alianza para toda la
vida? O una consagración religiosa o ministerial? Los valores del servicio, la
abnegación, la solidaridad, son viables en claves de vivir siempre
ejerciéndolos? O simplemente le vamos a cargar ladrillos al individualismo
competitivo, a la búsqueda afanosa de dinero y comodidades, aunque para obtener
esto haya que pasar por encima de los demás?
Porque se suele argumentar que las grandes utopías sociales y religiosas
perdieron su vigencia, que los compromisos plenos de entrega integra y
permanente se deslegitimaron. Que nos dice a esto la alianza suscrita con
sangre entre Yave y su pueblo? Que tiene que ver en esto la eucaristía: la
reducimos a un acto piadoso individual, a un “abono” para “mi” salvación
eterna, o la entendemos como un sacramento eficaz, exigente, comprometedor, que
sacramentaliza también nuestra vida en clave de servicio, de generosidad sin
medida, de fidelidad a lo pactado con Dios?
Cual es para nosotros el referente ético de compartir el cuerpo y la
sangre de Cristo? Se queda en cumplir algo mandado normativamente por la
Iglesia o se traduce en todas nuestras motivaciones, intenciones, actitudes,
comportamientos?
El texto de la segunda lectura, carta a los Hebreos, - aporta elementos
de comprensión prioritarios para captar esta dimensión ético – existencial de
la eucaristía. El culto del Antiguo Testamento ofrecia dones externos, en el
del Nuevo quien se ofrece es el mismo Jesucristo: “El a través de una morada mejor y
mas perfecta, no hecha a mano, es decir, no de este mundo creado, llevando no
sangre de cabritos y becerros, sino su propia sangre, entro de una vez para
siempre en el santuario y logro el rescate definitivo” (Hebreos 9: 11 –
12).
Quiere decir esto que el elemento sacrificial del nuevo culto es la
propia vida, si Jesus nos resulta configurador esencial de todo lo que somos y
hacemos, esto se vuelve operativo en la medida en que vivamos eucarísticamente,
vale decir, dando la vida como El, partiéndonos y compartiéndonos como El,
dejándonos alimentar por El, recibiendo su vitalidad teologal, propiciando que
muchos puedan vivir lo mismo, estructurando nuestra conducta desde esa ética
eucarística.
Entonces resulta claro que no se trata simplemente de ir a misa, de oir
misa, o de decir misa en el caso de los ministros ordenados, sino de generar
una comunidad y un modo de vida que – celebrando la eucaristía con seriedad y
esperanza - se configura con el Senor y en el Senor para reconocer y favorecer
el valor de cada ser humano, saliéndose del esquema purista de ser un
sacramento para personas superiores desde el punto de vista de la religiosidad
y de la moral de tendencia farisaica.
El mismo autor de la carta a los Hebreos lo dice con meridiana nitidez:
“Por
eso es mediador de una nueva alianza, a fin de que, habiendo muerto para
redención
de los pecados cometidos durante la primera alianza, puedan los llamados
recibir la herencia eterna prometida” (Hebreos 9: 15).
La donación que de su vida hace
Jesus establece una nueva lógica en la relación con Dios y con los humanos: no
es través de los rituales, de las formalidades religiosas, de las observancias
milimétricas de normas y prescripciones litúrgicas y jurídicas, como se gana el
favor de Dios, este se recibe por via de gratuidad, es decir, inmerecidamente ,
y demanda de nuestra parte una existencia en permanente proceso de donación.
Si alguno de los lectores desea profundizar en la interpretación de la
carta a los Hebreos, le recomendamos sin vacilación estudiar los escritos que
sobre la misma ha hecho el profesor jesuita Albert Vanhoye.
En los momentos finales y decisivos de su vida, el Senor Jesus,
siguiendo la tradición judía de celebrar la Pascua con una cena, se reúne con
sus discípulos y amigos, aquellos con quienes había iniciado este proyecto del
reino de Dios y su justicia, sabedor de que el conflicto con las autoridades
judías y romanas llegaba a su punto critico y conflictivo, y en ese contexto
dice: “Tomen, esto es mi cuerpo” (Marcos 14: 22) y “Esta
es mi sangre, sangre de la alianza que se derrama por todos” (Marcos
14: 24).
Por eso es un culto nuevo, porque no es un ritual desconectado de la
historia, de las realidades humanas, es la alianza de un Dios que se inserta en
todo lo humano para resignificarlo, para re-crearlo, para salvarlo, para
liberarlo, y eso lo hace dándose El mismo para que haya vida en abundancia. Un
Dios que tiene la osadia de dejarse crucificar y de darse como alimento y
bebida para dar a todos la vitalidad del Padre, con su indispensable
consecuencia de dignidad.
Asi entendio su ministerio, su eucaristía, su humanidad, el Beato Romero
de America, y en ello se ofrendo
todo por la justicia de su pueblo humillado y
ofendido.
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