“Hijos, què difícil es entrar en el reino de Dios!
Es màs fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico
entrar en el reino de Dios”
(Marcos
10: 24 – 25)
Lecturas
1.
Sabidurìa 7: 7 – 11
2.
Salmo 89: 12 – 17
3.
Hebreos 4: 12 – 13
4.
Marcos 10: 17 – 30
El
llamamiento propio del proyecto de vida de Jesùs exige hacer rupturas y renuncias en
aras del reino de Dios y su justicia. Estas no son romanticismos producto de
entusiasmos momentáneos, ni pràcticas ascèticas de autocastigo, de estilo
masoquista.
Aquì se trata de descubrir un tesoro, visto
como el mayor valor posible, y de hacer todos los esfuerzos para obtenerlo,
ruta de la esclavitud hacia la libertad, de dejar atrás los propios intereses
para dedicarse de modo permanente al servicio de los prójimos.
Quien
capta esto y lo apropia para su vida , desarrolla la capacidad de abandonarlo
todo para hacer de su relato la dedicación total al seguimiento de Jesùs, en un
exigente ejercicio de liberación.
La
alternativa es ser o tener, Jesùs o el poder y las riquezas. Esto es lo que se
plantea en el relato de Marcos, en la escena conocida del hombre rico que se le
presenta: “Maestro bueno, què harè para heredar la vida eterna? ….Ya sabes los
mandamientos…..El replicò: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.
Jesùs se le quedó mirando con cariño y le dijo: una cosa te falta, anda, vende
lo que tienes, dale el dinero a los pobres – asì tendràs un tesoro en el cielo
– y luego sígueme” (Marcos 10: 17.19 – 21).
Este
es un episodio entrañable pero con un triste desenlace. El rico no
se decide a dar el paso del seguimiento porque su afecto a las riquezas se lo
impide, recordando que estas para los judíos tradicionales eran una señal de la
bendición de Dios: “El hombre se afligió al oìr esto, y se fue triste porque era muy rico”
(Marcos 10: 22).
Este
hombre tenía poder, bienes, pero no las tenía todas consigo. Con seguridad,
esperaba que Jesùs le exigiera algo màs difícil que los preceptos de Moisès,
pero le resulta con este requerimiento, que indudablemente le propone renunciar
de modo definitivo a lo que para èl era màs preciado, con lo que no contaba.
El
horizonte teologal que se vislumbra
es para acceder a la confianza sin
lìmites, no cumplimiento de la Ley con su peso normativo sino seguimiento, y esto en
vísperas de la subida de Jesùs a Jerusalèn, donde se va encontrar con la
incomprensión, el juicio, el abandono por parte de los suyos, el rechazo
popular, la cruz, la muerte, la humillación y la ignominia.
Este
relato nos hace recordar el muy diciente libro de Erich Fromm (1900 –
1980), “Del tener al ser: caminos y
extravíos de la conciencia”, publicado de modo pòstumo en 1989, en el
que el conocido psicoanalista y humanista estudia la propiedad funcional y la
no funcional, el tener orientado al ser y el tener orientado al poseer,
deteniéndose en el tener no funcional, elementos todos propios de su estudio
crìtico de la sociedad contemporànea, del modelo economicista imperante, de la
sociedad de consumo, de la idolatrìa de la posesión económica y material, con
la intención de propender por un ser humano liberado de estas ataduras.
Veamos:
“El
egoísmo, consecuencia del modo existencial del tener, de modo orientado a la
propiedad, es parecido, pero no idéntico, al narcisismo. El egoísta no es
necesariamente narcisista. Puede haber roto la coraza de su narcisismo, puede
apreciar adecuadamente la realidad exterior y no estar enamorado de sì mismo,
puede saber quien es èl y quiènes son los demás y distinguir bien entre la
experiencia subjetiva y la realidad. Pero lo quiere todo para sì, no le gusta
dar ni compartir, no encuentra satisfacción en la solidaridad, la cooperación
ni el amor; es una fortaleza incomunicada, receloso de los demás, ansioso de
tomar y reacio a dar; representa, en general, el carácter anal – acumulativo.
Està solo, sin relaciones, y su fuerza està en lo que tiene y en la seguridad
de conservarlo” (FROMM,Erich. Del tener al ser. Eds. Paidòs, Barcelona
1991, pag. 150).
Este
pensador y analista del mundo contemporáneo, si bien no fue un creyente
cristiano, tiene una densa perspectiva humanista y humanizante que lo pone en
gran cercanìa del Evangelio, justamente por su visión del ser humano libre de ataduras,
no sometido al poder del dinero, ni a la
posesión ansiosa y fanática, ni al tener desvinculado de un proyecto de
solidaridad. Sus estudios son voz de alerta ante las muchas seducciones que nos
alienan, como esta del afecto desmedido por las riquezas materiales, cuyo caso
plantea hoy Jesùs con altísima exigencia.
Para
los judíos de ese tiempo los mandamientos màs importantes eran los referidos a
Dios (los tres primeros), para Jesùs lo son los referidos al prójimo, es
enseñanza original suya, con la correspondiente perspectiva de “alcanzar
la vida eterna”, no sòlo entendida como plenitud màs allà de la muerte,
sino también como existencia que se realiza en el servicio, en la construcción
de la fraternidad, en la comunión, en el desasimiento de los bienes que impiden
tal camino.
Para
entrar en el Reino de Dios es imperativo preocuparse por los demás, seguir a
Jesùs es muchísimo màs que la fidelidad a unas normas, que la adaptación a un
orden establecido, El està pidiendo ser
cualitativamente diferentes desde la perspectiva del ser hijos del mismo Padre
y, en consecuencia, hermanos auténticos de todos. Esto último, aunque suene a
lugar común, implica despojarse de todo aquello que nos encierra en un mundo de
seguridades, haciéndonos insensibles a las voces de tantos hombres y mujeres –
lo hemos dicho muchas veces – que reclaman justicia, dignidad, reconocimiento.
Perfectamente
podemos asociar esta invitación a la ruptura liberadora del tener con el don de
la sabiduría, tal como es entendido y vivido en el Antiguo Testamento, la
capacidad de acertar con la dimensión esencial de la vida, la de trascender
hacia Dios trascendiendo hacia los otros, no buscando sino lo genuino de la
existencia, relativizando en un 100 % las adherencias que provienen del poder y del bienestar
material: “Por eso supliquè a Dios y me concedió prudencia; le pedí espíritu de
sabiduría, y me lo diò. La preferí a los cetros y a los tronos; en comparación
con ella, tuve en nada la riqueza. Ninguna piedra preciosa me pareció igual a
ella, pues frente a ella todo el oro es como un puñado de arena, y la plata
vale tanto como el barro” (Sabiduria 7: 7 – 9).
Los
humanistas auténticos, religiosos o no, siempre están en búsqueda de aquellas
realidades fundantes de la originalidad de hombres y mujeres, de lo que los
hace legítimos trasuntos de la humanidad, transparentes, pulcros, libres,
felices, amantes y amados, èticos, comprometidos con sus congéneres en la
orientación de la dignidad y de la autonomía. Desposeerse de ídolos es un
desafío sustancial para quien se empeña en una tarea de esta magnitud y
naturaleza.
En
el diálogo que sigue después del encuentro con el hombre rico, Jesùs dice a sus discípulos : “Les
aseguro que cualquiera que por mi causa y por aceptar el evangelio haya dejado casa o hermanos, o hermanas, o
padre, o madre, o hijos, o terrenos, recibirà ahora en la vida presente cien veces
màs en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos, aunque con
persecuciones, y en la vida eterna recibirà la vida eterna” (Marcos 10:
29 – 30).
Estamos
ante uno de los textos de màs difícil comprensión de todo el evangelio. La meta
última del ser humano es la superación de su ego y el amor a los demás, el
apego a las riquezas se deriva del egocentrismo, el obstáculo es el yo
desmedido, la incapacidad de salir de esa caparazón para convertirse en
nosotros.
Esto
no se logra por simple voluntarismo, por un super yo resuelto a todo tipo de
renuncia. Entonces se pone en juego la gracia de Dios mediada en realidades
nuestras, hechos sacramentales, situaciones que nos sensibilizan, dramas de
sufrimiento y pobreza que nos retan, clamores de gentes que mueven nuestra
conciencia, conscientes de que no se trata de una interpretación literal del
texto arriba citado.
La
recompensa es la plenitud del ser en Dios, la satisfacción que viene del amor
sin reservas, la confirmación que hace el Espìritu de la radical condición de
projimidad. Advertencia contra la perniciosa teología de la prosperidad que
circula en no pocos medios religiosos, regreso fundamentalista al judaísmo del
tiempo de Jesùs!
Dios
llega a nosotros para transformarnos, para hacernos verdadera y radicalmente
humanos, se hace lenguaje de vida y de liberación para llevarnos al mundo nuevo
de su reino, aquí en esta historia y luego en la trascendencia plena: “Porque
la palabra de Dios tiene vida y poder. Es màs cortante que cualquier espada de
dos filos, y penetra hasta lo màs profundo del alma y del espíritu, hasta lo
màs ìntimo de la persona” (Hebreos 4: 12).
En
eso “ìntimo
de la persona” residen los egoísmos, las tenencias injustas, las
riquezas esclavizantes, las ausencias de amor y de servicio, pero hasta allì
llega esa Palabra para erradicar los males y depositar el germen de lo nuevo,
que es la justicia, la fraternidad, previas las renuncias ya planteadas.
La
ruta de la libertad es del tener al ser, de la soledad a la comunión, del
sometimiento servil a los ídolos hacia la libertad, siguiendo el estilo de
Jesùs.
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