“Pero
al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso un hombre
abandona a su padre y a su madre, se une a su mujer y los dos se hacen una sola
carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne”
(Marcos
9: 6 – 8)
Lecturas:
1.
Génesis 2: 18 – 24
2.
Salmo 127: 1 – 6
3.
Hebreos 2: 9 – 11
4.
Marcos 10: 2 – 16
Para empezar, debemos
decir que el contenido del evangelio de Marcos que se nos propone en este
domingo causa bastante escozor, por muchas razones bien conocidas de todos. Las
palabras de Jesús a este respecto son contundentes: “Así pues, lo que Dios ha unido
que no lo separe el hombre” (Marcos 9: 9).
En esto fundamenta la
Iglesia Católica su decisión sobre la indisolubilidad del vínculo matrimonial
celebrado sacramentalmente. Por siglos se ha mantenido en esta postura,
llegando – como bien sabemos –a excluír de los sacramentos a quienes habiendo
contraído matrimonio católico han terminado su relación y han procedido a una
nueva por las vías de hecho o por la legislación civil. En líneas generales, el
Magisterio de la Iglesia permanece inflexible en esta definición.
Existe el proceso
llamado de nulidad matrimonial, que consiste en una declaración juiciosa,
después de exhaustivo análisis con pruebas, testigos, comprobaciones de tipo
psicológico, con la que se establece que hubo vicios en el consentimiento de la
pareja, haciendo público que no hubo libertad para dar el paso conyugal. No es
una anulación de lo ya existente, sino un acto público que explicita que ese
vìnculo nunca existió , por las graves
deficiencias presentes en el consentimiento, en ambos contrayentes o en uno de
ellos.
Tradicionalmente este
ha sido un procedimiento complejo, exhaustivo, demorado, dificultoso para la
mayoría de quienes lo emprenden. Justamente hace unas semanas el Papa Francisco
ha decidido asuntos importantes ordenados a facilitar las declaraciones de
nulidad, facultando a los tribunales eclesiásticos nacionales para realizar la
tarea sin necesidad de acudir al organismo vaticano correspondiente,
posibilitando que los costos económicos sean mínimos o que no se den, y creando
todos los elementos requeridos para que este duro momento de la vida de las
parejas tenga todos los visos del ejercicio de la misericordia, sin menoscabo
de la seriedad del vínculo matrimonial que se contrae desde la fe en Jesucristo
con todas las implicaciones de su constitutiva dimensión sacramental.
Desde el domingo
próximo – 4 de octubre – y por espacio de tres semanas – hasta el 25 del mismo
mes – sesionará en Ciudad del Vaticano el Sínodo de los Obispos, presidido por
el Santo Padre, para formular directrices teológico – pastorales orientadas al
matrimonio y a la familia, dos realidades que son de la entraña evangélica de
la comunidad cristiana, por cuanto ellas son significación eficaz del amor del
Padre y ámbito primero y privilegiado de la formación humana y espiritual de
las personas.
Esta es la segunda
parte del sínodo, la primera se realizó en octubre 2014, en la que hubo una
primera deliberación, diagnóstico de las problemáticas que afectan estas dos
entidades, y primera propuesta de lineamientos. La de ahora es definitoria.
Todos conocemos las mil
y una variables que afectan negativamente la estabilidad conyugal y la armonía
familiar, son interminables:
-
La inmadurez de muchos al casarse
-
El silencio del uno al otro con respecto
a graves problemas de su estructura personal
-
La ligereza de muchos ámbitos de la
sociedad que no forman para los compromisos y responsabilidades de largo
alcance
-
El influjo disolvente de los imaginarios
sociales, a menudo canalizados por los medios de comunicación
-
La incapacidad de vivir con abnegación
las contradicciones y crisis a las que estamos expuestos todos los humanos
-
El precario proceso que hay detrás de
muchas decisiones que se pretenden definitivas y trascendentales
-
El fijarse simplemente en el atractivo
físico y sexual propio de la juventud sin la mirada de definitividad y de
compromiso con la dignidad de las personas involucradas en esta decisión
-
La cosificación de los seres humanos,
concebidos como objetos de consumo
-
Las carencias que vienen con la
marginalidad social y la pobreza
-
La concepción “light” de la vida,
proyectos con cero calorías espirituales y emocionales, la hipersexualizaciòn
de las relaciones de pareja sin la visión de integración y trascendencia
Cómo hacer compatibles
la dignidad de las personas, la dignidad del matrimonio con estas situaciones
de ruptura y fracaso conyugal ? Porque no se trata de feriar estos valores
fundamentales, de proponer matrimonios “desechables”, sino justamente de
favorecer en la mayor medida posible la felicidad, la fidelidad y la
estabilidad de las parejas, entendiendo esto desde los valores del Evangelio,
también desde las definiciones
eclesiales y desde las exigencias de
madurez y responsabilidad que deben cobijar a todos y a todas.
Es preciso entender el
contexto en que Jesús formula esta sentencia. En el ámbito sociorreligioso y
cultural de su tiempo el varón podía dar libelo de repudio a su esposa por
diversas causas, pero ellas nunca, no les era permitido. Lo que el Maestro está
planteando con este nivel de seriedad es una protección de la dignidad femenina
y del mismo matrimonio para que no quede expuesto a las veleidades masculinas.
Es preciso decir que en ese ámbito del tiempo de Jesùs el predominio masculino era
total, legitimado por las leyes civiles y religiosas.
Lo que está en
discusión son los motivos que llevan a los varones a dar el libelo de repudio,
y eso vale tanto para el tiempo de Jesús como para esta época nuestra,
guardadas las debidas proporciones de contextos con su multiplicidad de
matices.
El matrimonio es una
teofanía – sacramentalidad del amor del Padre Dios, una revelación de la
exquisitez teologal que se hace mujer y varón, en la feliz relaciòn del uno con
la otra, de la una con el otro, y descansa sobre tres realidades: familia, amor
sexualidad. Estos son esenciales componentes antropológicos sobre los que debe
vivirse el dinamismo matrimonial.
El humanismo, la
espiritualidad, la plenitud de comunión, la feliz integración de amor y
sexualidad, con todo lo que esto tiene de realización y complementariedad , son
esenciales en el proyecto de vida matrimonial.
Como es frecuente en
los relatos evangélicos, estas escenas empiezan con interrogatorios de los
fariseos para poner a prueba a Jesús, así es en este caso: “Llegaron
unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: Puede un hombre
separarse de su mujer? Les contestó: qué les mandó Moisés? Respondieron: Moisés
permitió escribir el acta de matrimonio y separarse” (Marcos 9: 2 – 4).
Y Jesús les respondió con la frase que viene referida como epígrafe al comienzo
de la Comunitas Matutina de hoy.
Con su habitual
sagacidad los pone en tela de juicio con
la respuesta: “De suerte que ya no son dos, sino una sola carne” (Marcos 9:
8), respaldado con el hermoso y profundo texto de la primera lectura, en la que
con el género literario que es propio de estos escritos se hace nítida la
bienaventurada unión del varón y de la mujer: “De la costilla que le había
sacado al hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El
hombre exclamó: Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su
nombre será Mujer porque la han sacado del Hombre! Por eso el hombre abandona
padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne” (Génesis
2: 22 – 24).
En esta clave de
dignidad de lo masculino y de lo femenino, de sacramentalidad, de implicación
de Dios en el amor, en la sexualidad, en los hijos, en la totalidad de lo
familiar, se impone una revisión crítica – fino ejercicio de discernimiento –
de las razones que llevan a las personas a terminar con la relación, bien sean
los factores propios de la pareja en crisis o los del medio social y cultural
en el que viven .
Son caprichos?
Enamoramientos de personas mayores hacia jovencitos o jovencitas? Manipulación oportunista de estos –as cuando
ven posibilidades de bienestar material en relaciones de esta índole? Hastío y
tedio causado por la sequedad del corazón, por la ausencia de espíritu?
Comprensión de la sexualidad como sólo genitalidad? Incapacidad para la
donación total de sí mismos? Comodidad? Facilismo? Inmadurez que no posibilita
aceptar constructivamente las naturales fragilidades de las personas? Evasión
del sacrificio cuando vienen los momentos críticos y de mayor exigencia?
Desinterés por el futuro de los hijos? Olvido del sentido último y definitivo
de la existencia?
Es claro que la Iglesia
está llamada a mirar con justicia y con misericordia cada caso, atendiendo las
particularidades del asunto, estudiándolo juiciosamente, teniendo claros los
esenciales referentes humanos y evangélicos que aquí son raizales en orden a la
plenitud matrimonial, obrando con claridad al hacer cada declaración de
nulidad, y favoreciendo que parejas que han vivido algún conflicto vean la
posibilidad de superarlo y de restaurar su relación, no como carga onerosa sino
como reto amoroso de humanidad y de espiritualidad. Porque no se trata de
favorecer matrimonios a la ligera – tipo express! – pero tampoco de someter a
las personas a torturas interminables.
Es elocuente el salmo
127 en este sentido: “Si el Señor no construye la casa, en vano
trabajan los albañiles” (versículo 1), “La herencia del Señor son los
hijos, su salario el fruto del vientre. Como saetas en manos de un guerrero son
los hijos de la juventud” (versículo 3).
Así las cosas, el
matrimonio de los seguidores de Jesús no puede ser entendido con criterios
consumistas, lo suyo es la fidelidad creativa, la sustancial condición teologal
en la que el amor, la sexualidad, la armonía familiar se hacen relato de Dios,
historia de dignidad, biografía de una bienaventuranza, sacramento de vida y de
salvación.
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