“Porque
el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos”
(Marcos
10: 45)
Lecturas:
1.
Isaìas 53: 10 – 11
2.
Salmo 32: 4 – 5, 18 – 20 y 22
3.
Hebreos 4: 14 – 16
4.
Marcos 10: 32 – 45
Jesucristo salva a la
humanidad poniéndose en diametral oposición a los deseos de poder y de dominio
que predominan en la mayoría de ambientes humanos, y los destruyen. Este nuevo
camino tiene en el servicio, en la abnegación, en la donación sacrificial de la
vida, sus referentes fundantes y fundamentales. El que manda se realiza en esta
perspectiva servicial. En el cáliz amargo del sufrimiento encontrarà su razón
de ser el que quiera vivir con seriedad este estilo de vida.
Este “modus vivendi”
será beneficioso para todos en términos de salvación y de liberación, pero
también es el único y definitivo modo de solidarizarse con quienes sufren y
padecen ignominias, y de sentir en carne propia la urgencia de ser salvados.
Un excelente marco de
comprensión de esta realidad nos lo brinda el texto de la segunda lectura,
tomada de la carta a los Hebreos: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de
compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo
exactamente como nosotros, menos en el pecado” (Hebreos 4: 15).
La teología de este escrito del Nuevo Testamento destaca a
Jesùs como el nuevo mediador de salvación, y lo establece como el sacerdote y
el sacerdocio que supera el modelo del Antiguo Testamento en el sentido de una
mediación ritual e individual para dar paso al que ofrece la totalidad de su
vida, apropiándose encarnatoriamente de todas las realidades humanas,
insertándose en ellas, sintiendo como suyos los dramas del ser humano, y
presentándose a Dios Padre como la ofrenda perfecta, en nombre de todos.
Asì las cosas, nos
encontramos nuevamente con el evangelio de Marcos, que quiere ser claro y
radical al plantear el proyecto de Jesùs en la clave de la cruz y de la pasión,
demasiado contundente al hacerlo para que no quepa la menor ambigüedad en este
aspecto que es esencial en el camino cristiano.
“Iban de camino,
subiendo hacia Jerusalèn. Jesùs iba adelante, los que le seguían estaban
sorprendidos y con miedo. El reunió otra vez a los Doce y se puso a anunciarles
lo que le iba a suceder: Miren, estamos subiendo a Jerusalèn, el Hijo del
Hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados, lo condenaràn a
muerte y lo entregaràn a los paganos, que se burlaràn de èl, lo escupirán, lo
azotaràn y le darán muerte, y luego de tres días resucitarà”
(Marcos 10: 32 – 34).
Es el contexto clarísimo de la pasión, de la
humillación suprema, del extremo dolor y del juicio injusto, de la muerte en la
cruz. Marcos lo expresa con nitidez, como diciendo: estas son las posibilidades
que implican también a quien quiera seguir con libertad el proyecto en el que
estoy comprometido en totalidad!
Tengamos presente que en este evangelista se anuncia tres veces la pasión, radicalidad
del mensaje de Jesùs, y otras tantas los discípulos manifiestan su oposición a
tal alternativa:
-
A continuación del primer anuncio, Pedro
dice a Jesùs que, de pasión y muerte, ni hablar.
-
Despuès de la segunda, los discípulos
siguen discutiendo sobre quìèn de ellos era el màs importante.
-
Hoy, al tercer anuncio, los dos hermanos
, Santiago y Juan, pretenden sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda,
como quien dice, queremos quedar en los mejores puestos después de que Jesùs y
su proyecto “triunfen”!
No puede quedar màs
claro el contraste entre la invitación y el anuncio de Jesùs y la mentalidad y
actitud de Jesùs y de sus seguidores iniciales. Es esa vieja tentación de minimizar o desaparecer las
exigencias del amor mayor, de la autenticidad sin rodeos, del sacrificio y la
entrega de todo el ser. Asì esos discípulos en esos tiempos, asì nosotros y
muchos en la Iglesia con la pretensión de hacer carrera y de ser importantes y
notables en el establecimiento eclesiástico o en la vida en general.
Santiago y Juan, hijos
de Zebedeo se están imaginando un reino terreno, tal es el ideal que los cobija a ellos, a Pedro y a todo el
grupo, y por eso: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir. El les
preguntò: Què quieren de mì? Les respondieron: Concèdenos sentarnos en tu
gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesùs respondió: No saben lo que
piden. Pueden beber la copa que yo he de beber o recibir el bautismo que yo voy
a recibir?” (Marcos 10: 35 – 38)
Se refleja una
diferencia abismal de criterios, Jesùs y sus discípulos están en distinto
proyecto, son dos mentalidades opuestas. Ellos dejan ver su afán de
superioridad, de lograr posiciones de poder, de ser premiados con esas
distinciones . Jesùs, en cambio, con esa fuerte pregunta , descalifica tales
aspiraciones y los interroga acerca de su disposición de entregarse
amorosamente sin reticencias y condiciones de privilegios.
Còmo llega a nosotros
este interrogante? Tenemos claros los alcances a los que Jesùs quiere
llevarnos? Funcionan dentro de nosotros estos criterios mundanos? Estamos
empeñados en ser cristianos de tiempo parcial, de tal modo que cuando nos
lleguen los desafíos supremos tengamos listos los mecanismos de defensa y las
justificaciones para no comprometernos?
Esta manera de pensar se ha filtrado en la
Iglesia desde hace muchos siglos , tan fuerte y extrema, que ha oscurecido la
fuerza liberadora del Evangelio hasta prevalecer su aspecto de institución prestadora de
servicios religiosos, de entidad determinada por normas y prohibiciones, con
ausencia en muchísimos casos de la misericordia, y dejando bien clara su
estructuración en torno a superiores e inferiores, clérigos de una parte,
“simples laicos” de otra, sin hacer énfasis en la comunidad de iguales y en el servicio.
Luego, es impresionante
el resumen que hace Jesùs de la manera de utilizar el poder en el mundo: “Saben
que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan a las
naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad”
(Marcos 10: 42). Es una fortísima crìtica que hace èl a las gentes de todos los
tiempos de la historia que ejercen este poder oprimiendo y manipulando,
tiranizando y negando la libertad y la dignidad de los que están bajo esa “autoridad”.
En abierto y extremo
contraste esta es la alternativa: “No sea asì entre ustedes; màs bien, quien
quien entre ustedes quiera llegar a ser grande que se haga servidor de los
demás; y quien quiera ser el primero que se haga sirviente de todos. Porque el
Hijo del Hombre no vino a ser servido sino a servir, y a dar su vida en rescate
por muchos” (Marcos 10: 43 – 45).
El programa en el que
Jesùs està totalmente involucrado, que es el del Padre para descubrir el
genuino sentido de la existencia a la humanidad, es hacerse portador de pleno
significado para todos dando la vida, no reservando nada para sì, haciendo del servicio
el elemento determinante de todas sus
decisiones y actuaciones, y asumiendo que en momentos específicos esta opción puede contener el drama de la
cruz, de la muerte cruenta por amor, como lo intuìa nuestro entrañable Beato
Romero de Amèrica, hasta verlo avalado en la vespertina martirial de aquel 24
de marzo de 1980.
Jesùs critica a las
personas concretas que actúan desde el poder para oprimir a los demás, y vuelve
realidad lo que vislumbra la primera lectura, uno de los cuatros cantos del
siervo sufriente de Yavè, en el profeta Isaìas:”El Señor querìa triturarlo con
el sufrimiento: si entrega su vida como expiación , verà su descendencia ,
prolongarà sus años y por su medio triunfarà el plan del Señor. Por los
trabajos soportados verà la luz, se saciarà de saber; mi siervo inocente
rehabilitarà a todos porque cargò con sus crímenes” (Isaìas 53: 10 –
11).
El perfil ideal de
Mesìas que delinean estos textos tradicionales de Isaìas no es el de un
triunfador espectacular, el de un poderoso líder que acabarà con sus enemigos y
hará sentir la magnitud de su poder, sino el de un servidor sufriente,
humillado y ofendido, que llevarà sobre sì, en clave de redención y de
salvación, los crímenes y pecados de todos, resignificando en totalidad lo que
es muerte para hacerlo vida, ofreciendo la suya propia como el gran servicio
salvador y liberador.
El evangelio afirma
permanentemente que el cristiano es un ser para los demás. Si no entendemos
esto no hemos captado el abc de Jesùs y de su buena noticia. Somos cristianos
en la medida en que nos damos servicialmente a los demás, y dejamos de serlo en
la medida en que nos queramos aprovechar del prójimo, aunque vayamos a misa y
tengamos una pràctica religiosa y ritual muy destacada.
Este principio básico
nos ha llegado no por medio de una reglamentación institucional sino a través
del relato original y originante del Señor Jesùs. Al captar lo que el Padre era
en El, y vivirlo en un ciento por ciento hasta la muerte en la cruz, nos dejó
claro que la grandeza , evangélicamente entendida y asì vivida, es darse como
Dios se da, esta es la autèntica realización del ser humano. La gloria
verdadera reside aquí, no en el poder, ni en los logros de la “carrera” de
ascensos y de éxitos humanos, haciendo de ellos título para enseñorearse sobre
los demás.
Por eso, de nuevo
resaltamos las palabras que dice a los discípulos: “La copa que yo voy a beber
también la beberán ustedes, el bautismo que yo voy a recibir, también lo
recibirán ustedes” (Marcos 10: 39), indicándoles que es la
identificación plena con su sacrificio salvador lo que da significado a sus vidas, a las nuestras
también, por supuesto.
Jesùs nos libera del
ego que idolatra el poder, y nos hace posible la verdadera superación de esta
alienación ofreciendo esta perspectiva de una vida que se gasta por amor para
dar sentido, desde el Padre Dios, a la vida de muchos y, ojalà, de todos.
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