domingo, 18 de octubre de 2015

COMUNITAS MATUTINA 18 DE OCTUBRE DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO



“Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”
(Marcos 10: 45)
Lecturas:
1.   Isaìas 53: 10 – 11
2.   Salmo 32: 4 – 5, 18 – 20 y 22
3.   Hebreos 4: 14 – 16
4.   Marcos 10: 32 – 45

Jesucristo salva a la humanidad poniéndose en diametral oposición a los deseos de poder y de dominio que predominan en la mayoría de ambientes humanos, y los destruyen. Este nuevo camino tiene en el servicio, en la abnegación, en la donación sacrificial de la vida, sus referentes fundantes y fundamentales. El que manda se realiza en esta perspectiva servicial. En el cáliz amargo del sufrimiento encontrarà su razón de ser el que quiera vivir con seriedad este estilo  de vida.
Este “modus vivendi” será beneficioso para todos en términos de salvación y de liberación, pero también es el único y definitivo modo de solidarizarse con quienes sufren y padecen ignominias, y de sentir en carne propia la urgencia de ser salvados.
Un excelente marco de comprensión de esta realidad nos lo brinda el texto de la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado” (Hebreos 4: 15).
La teología de  este escrito del Nuevo Testamento destaca a Jesùs como el nuevo mediador de salvación, y lo establece como el sacerdote y el sacerdocio que supera el modelo del Antiguo Testamento en el sentido de una mediación ritual e individual para dar paso al que ofrece la totalidad de su vida, apropiándose encarnatoriamente de todas las realidades humanas, insertándose en ellas, sintiendo como suyos los dramas del ser humano, y presentándose a Dios Padre como la ofrenda perfecta, en nombre de todos.
Asì las cosas, nos encontramos nuevamente con el evangelio de Marcos, que quiere ser claro y radical al plantear el proyecto de Jesùs en la clave de la cruz y de la pasión, demasiado contundente al hacerlo para que no quepa la menor ambigüedad en este aspecto que es esencial en el camino cristiano.
“Iban de camino, subiendo hacia Jerusalèn. Jesùs iba adelante, los que le seguían estaban sorprendidos y con miedo. El reunió otra vez a los Doce y se puso a anunciarles lo que le iba a suceder: Miren, estamos subiendo a Jerusalèn, el Hijo del Hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados, lo condenaràn a muerte y lo entregaràn a los paganos, que se burlaràn de èl, lo escupirán, lo azotaràn y le darán muerte, y luego de tres días resucitarà” (Marcos 10: 32 – 34).
 Es el contexto clarísimo de la pasión, de la humillación suprema, del extremo dolor y del juicio injusto, de la muerte en la cruz. Marcos lo expresa con nitidez, como diciendo: estas son las posibilidades que implican también a quien quiera seguir con libertad el proyecto en el que estoy comprometido en totalidad!
Tengamos  presente que en este evangelista  se anuncia tres veces la pasión, radicalidad del mensaje de Jesùs, y otras tantas los discípulos manifiestan su oposición a tal alternativa:
-      A continuación del primer anuncio, Pedro dice a Jesùs que, de pasión y muerte, ni hablar.
-      Despuès de la segunda, los discípulos siguen discutiendo sobre quìèn de ellos era el màs importante.
-      Hoy, al tercer anuncio, los dos hermanos , Santiago y Juan, pretenden sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda, como quien dice, queremos quedar en los mejores puestos después de que Jesùs y su proyecto “triunfen”!
No puede quedar màs claro el contraste entre la invitación y el anuncio de Jesùs y la mentalidad y actitud de Jesùs y de sus seguidores iniciales. Es esa vieja  tentación de minimizar o desaparecer las exigencias del amor mayor, de la autenticidad sin rodeos, del sacrificio y la entrega de todo el ser. Asì esos discípulos en esos tiempos, asì nosotros y muchos en la Iglesia con la pretensión de hacer carrera y de ser importantes y notables en el establecimiento eclesiástico o en la vida en general.
Santiago y Juan, hijos de Zebedeo se están imaginando un reino terreno, tal es el ideal  que los cobija a ellos, a Pedro y a todo el grupo, y por eso: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir. El les preguntò: Què quieren de mì? Les respondieron: Concèdenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesùs respondió: No saben lo que piden. Pueden beber la copa que yo he de beber o recibir el bautismo que yo voy a recibir?” (Marcos 10: 35 – 38)
Se refleja una diferencia abismal de criterios, Jesùs y sus discípulos están en distinto proyecto, son dos mentalidades opuestas. Ellos dejan ver su afán de superioridad, de lograr posiciones de poder, de ser premiados con esas distinciones .  Jesùs, en cambio,   con esa fuerte pregunta , descalifica tales aspiraciones y los interroga acerca de su disposición de entregarse amorosamente sin reticencias y condiciones de privilegios.
Còmo llega a nosotros este interrogante? Tenemos claros los alcances a los que Jesùs quiere llevarnos? Funcionan dentro de nosotros estos criterios mundanos? Estamos empeñados en ser cristianos de tiempo parcial, de tal modo que cuando nos lleguen los desafíos supremos tengamos listos los mecanismos de defensa y las justificaciones para no comprometernos?
 Esta manera de pensar se ha filtrado en la Iglesia desde hace muchos siglos , tan fuerte y extrema, que ha oscurecido la fuerza liberadora del Evangelio hasta prevalecer  su aspecto de institución prestadora de servicios religiosos, de entidad determinada por normas y prohibiciones, con ausencia en muchísimos casos de la misericordia, y dejando bien clara su estructuración en torno a superiores e inferiores, clérigos de una parte, “simples laicos” de otra, sin hacer énfasis en la comunidad  de iguales y en el servicio.
Luego, es impresionante el resumen que hace Jesùs de la manera de utilizar el poder en el mundo: “Saben que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad” (Marcos 10: 42). Es una fortísima crìtica que hace èl a las gentes de todos los tiempos de la historia que ejercen este poder oprimiendo y manipulando, tiranizando y negando la libertad y la dignidad de los que están bajo esa “autoridad”.
En abierto y extremo contraste esta es la alternativa: “No sea asì entre ustedes; màs bien, quien quien entre ustedes quiera llegar a ser grande que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero que se haga sirviente de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido sino a servir, y a dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10: 43 – 45).
El programa en el que Jesùs està totalmente involucrado, que es el del Padre para descubrir el genuino sentido de la existencia a la humanidad, es hacerse portador de pleno significado para todos dando la vida, no reservando nada para sì, haciendo del servicio el elemento determinante  de todas sus decisiones y actuaciones, y asumiendo que en momentos específicos  esta opción puede contener el drama de la cruz, de la muerte cruenta por amor, como lo intuìa nuestro entrañable Beato Romero de Amèrica, hasta verlo avalado en la vespertina martirial de aquel 24 de marzo de 1980.
Jesùs critica a las personas concretas que actúan desde el poder para oprimir a los demás, y vuelve realidad lo que vislumbra la primera lectura, uno de los cuatros cantos del siervo sufriente de Yavè, en el profeta Isaìas:”El Señor querìa triturarlo con el sufrimiento: si entrega su vida como expiación , verà su descendencia , prolongarà sus años y por su medio triunfarà el plan del Señor. Por los trabajos soportados verà la luz, se saciarà de saber; mi siervo inocente rehabilitarà a todos porque cargò con sus crímenes” (Isaìas 53: 10 – 11).
El perfil ideal de Mesìas que delinean estos textos tradicionales de Isaìas no es el de un triunfador espectacular, el de un poderoso líder que acabarà con sus enemigos y hará sentir la magnitud de su poder, sino el de un servidor sufriente, humillado y ofendido, que llevarà sobre sì, en clave de redención y de salvación, los crímenes y pecados de todos, resignificando en totalidad lo que es muerte para hacerlo vida, ofreciendo la suya propia como el gran servicio salvador y liberador.
El evangelio afirma permanentemente que el cristiano es un ser para los demás. Si no entendemos esto no hemos captado el abc de Jesùs y de su buena noticia. Somos cristianos en la medida en que nos damos servicialmente a los demás, y dejamos de serlo en la medida en que nos queramos aprovechar del prójimo, aunque vayamos a misa y tengamos una pràctica religiosa y ritual muy destacada.
Este principio básico nos ha llegado no por medio de una reglamentación institucional sino a través del relato original y originante del Señor Jesùs. Al captar lo que el Padre era en El, y vivirlo en un ciento por ciento hasta la muerte en la cruz, nos dejó claro que la grandeza , evangélicamente entendida y asì vivida, es darse como Dios se da, esta es la autèntica realización del ser humano. La gloria verdadera reside aquí, no en el poder, ni en los logros de la “carrera” de ascensos y de éxitos humanos, haciendo de ellos título para enseñorearse sobre los demás.
Por eso, de nuevo resaltamos las palabras que dice a los discípulos: “La copa que yo voy a beber también la beberán ustedes, el bautismo que yo voy a recibir, también lo recibirán ustedes” (Marcos 10: 39), indicándoles que es la identificación plena con su sacrificio salvador lo que da  significado a sus vidas, a las nuestras también, por supuesto.
Jesùs nos libera del ego que idolatra el poder, y nos hace posible la verdadera superación de esta alienación ofreciendo esta perspectiva de una vida que se gasta por amor para dar sentido, desde el Padre Dios, a la vida de muchos y, ojalà,  de todos.

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