domingo, 5 de junio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 5 DE JUNIO DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO



“Y el suceso se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina”
(Lucas 7: 17)

Lecturas
1.   1 Reyes 17: 17 – 24
2.   Salmo 29: 2 – 13
3.   Gálatas 1: 11 – 19
4.   Lucas 7: 11 – 17
Una de las más contundentes certezas del Evangelio es la predilección de Jesús por los humildes, por los ignorados, por los débiles, por los enfermos, también por los pecadores y por los condenados morales. Esta constatación escandaliza a quienes se sentían – y se sienten! – fieles observantes de los preceptos religiosos, superiores a todos los demás, a quienes desprecian por no estar a la altura de su pretendida “santidad”.
 Con esta  preferencia, Jesús derriba los pedestales de fariseos, maestros de la ley, sacerdotes, y demás dirigentes del judaísmo de su tiempo, condición que se hace extensiva a todos los que en los diversos momentos de la historia cultivan esa misma  actitud  de hipocresía religioso – moral, con la que pretenden ganar el favor de Dios.
En cambio, quien se experimenta frágil, limitado, contingente, necesitado de Dios y del prójimo, y se abre al don de la gracia, adquiere carta de ciudadanía en el proyecto de Jesús, sin las ya referidas pretensiones de grandeza.
En ese contexto, la humilde viuda de Naím , que nos refiere hoy el relato de Lucas, se hace acreedora al beneficio de la resurrección de su hijo, realizada por Jesús, porque expresa necesidad y está dispuesta a ser agraciada por Dios, a través del ministerio salvador de Jesús: “Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: no llores. Luego, acercándose, tocó el féretro , y los que lo llevaban se pararon. Dijo Jesús: joven ,a ti te digo: levántate. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre” (Lucas 7: 13 – 15).
Justamente, el evangelio de Lucas, que vamos a proclamar en los siguientes domingos, es llamado el evangelio de la misericordia, porque destaca esta actitud de Jesús, determinante en su conducta, de inclinarse ante el sufrimiento humano, ante la pobreza, ante la humillación y la indignidad, para transmitir a estos prójimos dolientes la fuerza liberadora del amor del Padre. Acompañado de sus discípulos, recorre Galilea llevando a todos sus rincones la Buena Noticia y ayudando a quienes se sentían abandonados.
El relato lucano es elocuente en este sentido:   la viuda pobre  y desconsolada con su hijo muerto, la muchedumbre solidaria que la acompaña, y Jesús que mira esta dolorosa realidad con la compasión que le es propia, estilo que es mucho más que una piedad ocasional, para convertirse en la solidaridad amorosa del mismo Dios, hecha historia, feliz evidencia de restauración de la integridad humana, capacidad de comunicar vida trascendente y dignidad al destinatario de su acción milagrosa.
El relato de 1 Reyes – primera lectura de hoy – nos ayuda a conectar la lógica de la historia de salvación, Dios que a través del profeta interviene siempre a favor de su pueblo, perfecto paralelismo con el texto de Lucas: “Se tendió tres veces sobre el niño, y clamó a Yahvé: Yahvé, Dios mío, que vuelva el aliento a este niño a su cuerpo. Yahvé escuchó el grito de Elías. Volvió el aliento del niño a su cuerpo y revivió” (1 Reyes 17: 21 – 22).
De Dios sólo puede proceder la Vida, la plenitud del ser humano, ofrecida como gracia, esta es una constante central en la revelación bíblica, que tiene su máxima expresión en Jesús y en su ministerio de curar, perdonar, reconciliar, dignificar, liberar, darse todo El para reivindicar al ser humano caído por el pecado, por la muerte, por el egoísmo, por la injusticia.
Vale la pena también caer en cuenta de un detalle del ambiente en el que se narra este milagro. Las mujeres no contaban en aquella época, y  si eran viudas la situación era más denigrante, no tenían posibilidad de desenvolverse ni social ni económicamente. Ellas tenían en los hijos varones la posibilidad de redención. En este caso, era único, mayor razón para su dolor, y también para la intervención de Jesús, devolviendo a la vida al joven , restableciendo así la esperanza de la madre, favoreciendo vitalmente a una familia que estaba por echarse a pique.
Es clave aquí recordar, como dato esencial de la mentalidad evangélica, que los relatos de milagros no son anécdotas de prodigios, de acciones extraordinarias, sino acciones cargadas de contenido teologal, en cuanto que son señales de las nuevas y decisivas realidades de vida de las que Jesús es portador, en orden a una nueva humanidad resignificada por el amor del Padre.
Es esencial esta advertencia para los creyentes razonables empeñados en el cultivo de una fe seria y comprometida, con el fin de  contrarrestar el efecto de los fundamentalismos religiosos ahora tan de moda, y muy imbuídos ellos por el liderazgo de sacerdotes y pastores con pretendidos poderes de sanación, “gancho” para embaucar incautos desesperados!
Podemos descubrir un simbolismo profundo entre la muchedumbre que acompaña a la viuda identificados con la muerte y sin solución para ese hecho extremo y Jesús y el gentío que le acompaña, que vienen transformados por la Vida que él mismo les está comunicando. La muerte y la Vida se encuentran, pero esta es más fuerte que la muerte y termina por asumirlos a todos.
 Así, proclaman la gloria de Dios que les ha llevado a la vida:” El temor se apoderó de todos y alababan a Dios , diciendo: un gran profeta ha surgido entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo. Y el suceso se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina” (Lucas 7: 16 – 17).
En el lenguaje propio de las relatos evangélicos se dice que “sentir compasión”, que se expresa con el verbo griego ezplaknizomai,  quiere decir  experimentar un dolor profundo, incluso físico, cuando se constata el sufrimiento de los demás, como una apropiación total de ese dolor de los otros, lo que mueve a ejercer la misericordia, la cercanía amorosa, la reconstrucción de los afectados por el mal en sus múltiples evidencias.
Este hecho nos hace comprender los alcances del amor de Jesús, reflejo total del amor de Dios. La compasión es así, el modo más certero de hablar de una genuina humanidad. Dios se despliega ilimitadamente en Jesús, y él en nosotros, invitándonos a adoptar este modo de misericordia – compasión como central en nuestro proyecto de vida.
Este elemento es definitivo para redescubrir la originalidad cristiana,  a menudo contaminada por mentalidades poco vitales, muy legalistas y basadas en cumplimientos exteriores sin hacer recurso a la conversión del corazón.
Cabe evocar las palabras de Ignacio Ellacuría (1930 – 1989), uno de los jesuitas mártires en la Universidad Centro Americana de San  Salvador, a propósito de Monseñor Romero: “Con Monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”, testimonio de la cercanía misericordiosa de este pastor, que se apropió totalmente del dolor de su pueblo, indignándose contra los poderes de muerte que lo asesinaban, y se dejó llevar por Dios, configurándose martirialmente con su Señor Jesús y con sus comunidades.
La insistencia del Papa Francisco – tan notable por su énfasis – en que la Iglesia debe dejar de ser autorreferencial, renunciar a poderes y privilegios, abandonar estilos de vida mundanos, y dedicarse de lleno al servicio de anunciar la Buena Noticia y realizar la misericordia en todos sus quehaceres pastorales, tiene aquí su raíz.
La credibilidad eclesial no proviene de su importancia social, de sus instituciones muy consolidadas, de sus bienes materiales, de sus estrategias de política eclesiástica. Tal  credibilidad tiene su fundamento en este Señor Jesús que es enviado de Dios para bien de todos, sin excepción, como han hecho los hombres y mujeres que han tomado en serio el evangelio, dedicándose a vivirlo a favor de sus hermanos.
Pablo – según el testimonio que nos presenta hoy la carta a los Gálatas - experimenta en su propio ser este beneficio, que transformó radicalmente su existencia, pasando del fanatismo farisaico a la pasión por el reino de Dios y su justicia: “Las iglesias de Cristo en Judea no me conocían personalmente; solamente habían oído decir: El que antes nos perseguia ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruír. Y alababan a Dios por mi causa” (Gálatas 1: 22 – 24). Pablo es, en el cristianismo primitivo, testigo elocuente de esta misericordia que lo salvó del fundamentalismo y lo dedicó totalmente al Dios de la vida, revelado en Jesucristo.

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