domingo, 12 de junio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 12 DE JUNIO DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO



“Por eso te digo que quedan perdonados sus numerosos
pecados, porque ha mostrado mucho amor”
(Lucas 7: 47)
Lecturas
1.   2  Samuel 12: 7 – 13
2.   Salmo 31: 1 – 11
3.   Gálatas 2: 16 – 21
4.   Lucas 7: 36 a 8: 3
Este relato de la mujer perdonada es referido por los cuatro evangelistas, lo que demuestra la importancia de su contenido: la actitud misericordiosa de Jesús con los pecadores, como una de las características esenciales de la Buena Noticia, centro de su ministerio, poniéndola en contraste cuestionador con la actitud de los fariseos y similares, incapaces de trascender el horizonte limitadísimo de la ley, para quienes el pecador merecía castigo sin contemplaciones. En oposición,  para Jesús es claro el valor del ser humano más allá de sus errores.
Nuevamente volvemos sobre uno de los motivos centrales de la revelación bíblica: la misericordia de Dios, rasgo definitorio de su ser y de su quehacer, que Jesús lleva a su máxima expresión. El relato es muy elocuente si nos fijamos en cada uno de los personajes: la pecadora, Jesús, los fariseos, los tres con actitudes bien divergentes, como quiere hacer notar el redactor del texto, para establecer los contrastes y la fuerza del mensaje.
Veamos a cada uno:
-      La mujer pecadora: “Había en el pueblo una mujer pecadora pública. Al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume y, poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar” (Lucas 7: 37 – 38).
-      El fariseo: “El fariseo que le había invitado, al ver la escena, se decía para sí: si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando: una pecadora” (Lucas 7: 39).
-      Jesús: “Simón, tengo algo que decirte. El respondió: Di, maestro. Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. Quién de ellos le amará más? Respondió Simón: supongo que aquel a quien perdonó más. Jesús le dijo: has juzgado bien” (Lucas 7: 40 – 43).
Con gran nitidez queda establecido una vez más que el Dios que se nos revela en Jesús es cercanía amorosa con el ser humano, solidario con el pecador no con el pecado, por eso perdona y abre al destinatario de este don la posibilidad de una vida resignificada en el amor, recuperada en su autoestima, garantizada en la esperanza de una vida que es restaurada por esta misericordia desbordante.
Hacemos una invitación a involucrarnos afectiva y efectivamente en este dinamismo regenerador, dador de sentido, salvador, liberador, que se inaugura con esta lógica de misericordia, como elemento que define la conciencia y la praxis del cristianismo original, el de Jesùs, el del cristianismo primitivo, el de aquellos hombres y mujeres que han acertado con esta clave sustancial de comprensión que tiene su centro en el valor del ser humano, en su dignidad, aùn a pesar de sus pecados. Tal es el escàndalo del amor de Dios que conmueve los cimientos de la tierra!
De esto da testimonio Pablo en el texto de Gàlatas, que se nos propone hoy como segundo lectura, a propósito de la justificación por la fe, no por las obras ni por la acumulación de mèritos, sino por la amorosa iniciativa de Dios: “A pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creìdo en Cristo Jesùs. Tratamos asì de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley pues por las obras de la ley nadie será justificado” (Gàlatas 2: 15 – 16).
Dicièndolo de otra manera, la conciencia paulina y de los cristianos de las comunidades del Nuevo Testamento, es de tal alcance en esta materia de la total gratuidad del amor del Padre manifestado en Jesucristo -  en este ámbito de la misericordia -  que se transforma por completo el paradigma religioso de ser grato a los ojos de Dios acumulando pràcticas, siguiendo minuciosamente leyes y rituales, como en un carrera desaforada por ajustar una contabilidad de cumplimientos que serìan los garantes de la buena conciencia y de la “santidad”, descalificando asì a los pecadores, a los que no cumplen, en un dualismo de buenos y malos, como este al que estamos acostumbrados, desafortunadamente infiltrado en el mundo cristiano, con olvido de lo màs peculiar de la enseñanza y pràctica del Señor Jesùs.
Esto es totalmente revolucionario y marca un hito cualitativamente diferente en la captación y experiencia de Dios, podemos así afirmar que aquí reside lo original del cristianismo, tan frecuentemente olvidado. Tal  lógica fue la que inspiró al fraile agustino Martín Lutero (1483 – 1546) en su proceso de reforma de la Iglesia. El, místico y apasionado, experto en las cartas de San Pablo, veía la fuerte y angustiosa contradicción entre esta justificación por la fe y la multitud de prácticas, observancias, cumplimientos, normas, indulgencias, que proliferaban en la Iglesia Católica, hasta extremos similares a los del judaísmo legalista de los tiempos de Jesús. La alternativa era:  o la meritocracia aspirante a ser justificados por la cantidad de obras o la apertura a la gracia justificante, libremente acogida por el creyente. La Reforma Protestante fue un esfuerzo de retornar al cristianismo original, al de Jesús, al contenido en los textos del Nuevo Testamento.
Naturalmente, vienen a la mente y al corazón dos cuestiones de gran calado:
-      Entonces podemos llevar una vida de pecado, de desorden moral, despreocupadamente, a sabiendas de que, al final, seremos perdonados?
-      Podemos desentendernos de las tradicionales prácticas cristianas, deberes propios del estado de vida, práctica sacramental, compromisos inherentes a nuestra condición de bautizados, porque las obras no cuentan?
Interesantísimo y sustancial asunto para reflexionar, orar, discernir y tomar determinaciones humana y cristianamente responsables, control de calidad de la madurez de nuestra fe. Lo podemos ilustrar  con la historia del rey David, el gran monarca de Israel, cuyo gravísimo pecado fue  exponer a su más leal servidor, Urías, el hitita, a la muerte segura, para luego quedarse con su esposa, Betsabé, como lo narra el capítulo 11 de 2 Samuel, un crimen condenable, máxime teniendo en cuenta la esperada ejemplaridad de su conducta como rey.
 El profeta Natán lo confrontó con la mayor severidad:” Por qué has menospreciado a Yahvé haciendo lo que le parecía mal? Has matado a espada a Urías el hitita, has tomado a su mujer por mujer tuya y has hecho que lo ejecutara la espada de los amonitas….” (2 Samuel 12: 9). Y el rey, consciente y ahora sí responsable de su gravísima infidelidad, se expresa así: “He pecado contra Yahvé. Respondió Natán a David: También Yahvé ha perdonado tu pecado: no morirás. Pero por haber ultrajado a Yahvé con ese hecho, el hijo que te ha nacido morirá sin remedio” (2 Samuel 12: 13 – 14).
Qué decir? Basta hacernos conscientes de que alguien nos ama para que todo cambie en nuestra vida, para que experimentemos un crecimiento hacia lo mejor, hacia lo más digno, hacia lo más recto, no en la perspectiva del rígido acatamiento de leyes y normas, sino en la respuesta generosa a ese amor siempre mayor que no restringe  esfuerzos para dar oportunidades de existencia limpia a cada persona, a los implicados en esta dinámica del amor gratuito y misericordiosa.
 Así entendemos la justificación por la fe, el perdón de los pecados, y la vivencia de las obras, no en clave  de “contabilidad autojustificante” sino de aceptación libre de la iniciativa del Padre en Jesucristo. Esto es lo que Jesús quiso decirnos de Dios: “Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. No me diste el beso de saludo, pero ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ha ungido mis pies con perfume. Por esto te digo que quedan perdonados sus numerosos pecados, porque ha mostrado mucho amor” (Lucas 7: 44 – 47).
Por parte de Dios, siempre existe la disposición al perdón y a la reconfiguración amorosa del ser humano que ha roto ese vínculo fundante y fundamental. Nosotros somos los que tenemos que cambiar de actitud – como David, como esta mujer - , así podemos descubrir esta cualitativa novedad que nos libera del sentimiento de fracaso y frustración que trae consigo tal ruptura. El descubrir que Dios nos sigue amando, a pesar de esto, debe llevarnos a una confianza absoluta y total en El. Esa confianza es la clave de todo futuro verdaderamente humano.
Este es el sentido del sacramento de la reconciliación, lo vemos claro en esta mujer que muestra un agradecimiento tan grande, sabedora de que el perdón recibido era el resultado de un amor incondicional hacia ella. En esta experiencia nos descubrimos en nuestro auténtico ser, captamos así mismo el valor de los demás, y contemplamos con fascinación el misterio de este Dios Padre – Madre, misericordia pura, que no se mide en su donación de sí mismo al ser humano para que este halle el mejor y más apasionante sentido de la vida.
Esto tiene consecuencias decisivas para la vida individual y social. Valga esta reflexión para la necesidad urgente y esencial que tenemos en Colombia de un proceso de paz. Mucho más que una bandera política o un programa de gobierno, es una exigencia de la dignidad humana, del respeto que merecemos todos los habitantes y ciudadanos de este país, del valor de vivir con tranquilidad, en condiciones de libertad, de vitalidad, de la posibilidad real de llevar todo nuestro proyecto vital sin el temor a los señores de la muerte.
Y un comentario final y de especial importancia: los tres versículos finales del evangelio de hoy hacen referencia al ministerio testimonial de las mujeres que seguían  a Jesús, en su tarea de anunciar la Buena Noticia: “ Le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades” (Lucas 8: 1-2),  evidenciando aquello que nos ocupa en la reflexión de este domingo, quien ha recibido tanto amor se suma con la totalidad de su ser y de su quehacer a esta tarea maravillosa de comunicar a todos que Dios está totalmente de nuestra parte, es un nuevo proyecto de vida, la radical novedad del ser humano en Dios:” Ahora estoy crucificado con Cristo; yo ya no vivo, pero Cristo vive en mí. Todavía vivo en la carne, pero mi vida está afianzada en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2: 19 – 20).  

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